El ordenamiento migratorio de una parte de la población haitiana que labora en el país divide a la opinión pública. Para unos es un imperativo ético y un acto mínimo de justicia hacia un grupo vulnerable que lleva años contribuyendo a la economía y cuya presencia en la nación es una responsabilidad compartida. Para otros, en cambio, significa un premio a la ilegalidad, una amenaza a la identidad nacional y una sobrecarga para servicios públicos ya tensionados.
Esa diferencia produce enfrentamientos que degradan el debate a consignas y eslóganes, dificultando un diálogo franco y transparente. La tensión existente convierte cualquier intento de conversación informada en un campo de batalla donde el dato fáctico importa menos que la lealtad a prejuicios y posiciones previas; una evidencia de nuestro atraso político y de la persistencia de una cultura autoritaria, poco dispuesta a escuchar al contrario y aceptar las diferencias.
El colapso del diálogo público
Las redes sociales convierten el debate en una lucha digital, donde el tema técnico se transforma en una contienda identitaria cargada de agresividad. Los algoritmos diseñados para priorizar la emoción sobre la razón privilegian contenidos estridentes, insultos y descalificaciones que cosifican al adversario de forma peyorativa, radicalizando a los contrarios y confinándolos en burbujas de indignación. La dinámica binaria ahoga los matices, acrecienta la hostilidad y dificulta cualquier acuerdo que concilie solidaridad con seguridad nacional.
Basta un tuit para que un defensor de los derechos humanos, como el abogado Ramón "Negro" Veras, sea tachado de "vendepatria" y reciba amenazas de muerte por Facebook y WhatsApp. Un estudio del MIT reveló que en plataformas como X (antes Twitter), los mensajes cargados de emoción, incluso si son falsos, se comparten hasta seis veces más rápido que los verdaderos, especialmente en asuntos políticos[1].
En ese contexto, hasta las cifras demográficas, obtenidas con métodos rigurosos, pierden objetividad y se transforman en munición simbólica. El dato se estira o se encoge según convenga, mientras unos son acusado de “inflar para asustar” y otros de “esconder para calmar”. Así, la estadística deja de ser brújula para convertirse en banderas de una guerra de posiciones.
Frente al vacío existencial y la gran insatisfacción personal, propio de la sociedad moderna, algunos intentan llenarse internamente asumiendo roles heroicos y aferrándose a “causas superiores”, como la defensa de la patria o de la identidad nacional, llegando a creerse que estos nobles propósitos justifican traspasar las leyes y agredir a quienes piensan distintos. Igualmente, es fácil sentirse un héroe patriótico confrontando pequeños grupos pacíficos y desarmados, cañeros envejecientes o migrantes en franco estado de indefensión. También resulta sencillo sentirse valiente desafiando a bandas haitianas desde cientos de kilómetros de distancia y contando con un ejército con capacidad para enfrentar con éxito cualquier agresión desde el vecino país.
Pero habría que ver cuántos de quienes ahora nos sentimos valientes patriotas, tendríamos el coraje de enfrentar un ejército superior, como el de los marines norteamericanos, sin terminar claudicando y arrodillado frente al invasor.
Ahora bien, si queremos avanzar más allá de las diferencias y confrontaciones, urge frenar la escalada de insultos y acusaciones. Llamar “traidores”, “vendepatrias”, “lacayos” o “agentes de una agenda internacional”, a quienes defienden derechos de la población migrante, y tachar de “xenófobos”, “fascistas”, “anticristianos” o “racistas”, a quienes expresan temor por la alta presencia migratoria, reduce un tema complejo a etiquetas incendiarias.
Mientras el debate se limite a una confrontación de adjetivos, cualquier intento de deliberación informada quedará atrapado en un bucle de intolerancia que erosiona la convivencia democrática. Es necesario pasar del insulto al entendimiento, aceptando que ambas partes amamos la patria y le anhelamos un futuro promisorio, aunque desde perspectivas distintas.
Puntos de consensos y desafíos
Inclusive, se debe reconocer que, a pesar de las diferencias, existen importantes puntos compartidos. El primero es el derecho del Estado dominicano a definir su política migratoria. A ello se suma el reconocimiento del deterioro progresivo de la situación haitiana, que podría desencadenar una confrontación interna que agudizaría la presión fronteriza. Otro punto es el riesgo de las bandas haitianas si traspasaran su accionar a territorio dominicano. También, el abandono irresponsable de Haití por parte de la comunidad internacional, así como la necesidad de un fuerte control fronterizo y la erradicación de la corrupción, el contrabando y la trata humana en el borde nacional.
Resiliencia de la identidad y la cultura dominicana
Es fundamental subrayar que la identidad dominicana nunca se ha visto amenazada por la presencia haitiana. Como tampoco la cultura nacional, que ha mostrado una notable resiliencia y solidez, inclusive en los momentos de mayor presencia migratoria, que se ha reducido significativamente a partir de las deportaciones y los retornos voluntarios.
La influencia haitiana es prácticamente inexistente en nuestra lengua, religión, música, gastronomía, tradiciones familiares, actividades lúdicas, cultura institucional y empresarial, así como en cualquier otra área que se escoja; contrario a como sucede con la influencia de Estados Unidos y algunas potencias europeas.
Tampoco se le puede atribuir cuotas de responsabilidad en los grandes problemas nacionales, como son: la delincuencia, el bajo nivel educativo, la corrupción pública y privada, la baja educación cívica, el alto consumo de alcohol y estupefacientes, la baja calidad de los servicios públicos, los entaponamientos y accidentes de tránsito, la violencia de género, la precariedad del debate público y la baja productividad empresarial, entre otros que puedan identificarse.
Sin embargo, nada de lo anterior minimiza los riesgos que supone tener como vecino un país en proceso de descomposición y con pocas posibilidades internas de modificar una trayectoria hacia al abismo. No obstante, es crucial diferenciar a la nación haitiana de su población migrante en nuestro país, que, salvo incidentes aislados, mantiene un comportamiento pacífico y responsable.
La necesidad de un enfoque práctico y humano
El ordenamiento migratorio viable en la actualidad debe fundamentarse en satisfacer las necesidades laborales de sectores productivos y de servicios donde los trabajadores de origen haitiano ocupan una proporción importante de la demanda.
Cálculos difundidos indican que el sector agropecuario, destacándose la producción de azúcar, café, arroz y otros cultivos, así como la crianza de animales, emplea la mayor cantidad, unas 280,000[2] personas. En 2022 se estimó la presencia en el sector de la construcción en cerca de 110,000[3], y recientemente la Asociación Dominicana de Constructores y Promotores de Viviendas ha solicitado la regularización de al menos 87,000[4]. El sector turístico (hoteles, bares y restaurantes), no dispone de cifras precisas, como tampoco el de trabajo doméstico, conserjería, ventas ambulantes e itinerantes y otros servicios; según estimaciones basadas en la ENCFT 2024, podría andar por las 200,000 personas.
Cuando se hiciese la depuración de potenciales beneficiarios para el estatus de trabajador temporero, con renovación periódica y retorno voluntario supervisado, o de residente provisional, sujeto a condicionalidades, la cifra podría oscilar entre 300,000 o 450,000. Un resultado pragmático que podría interpretarse como una concesión mutua para superar la trampa de un juego de suma cero.
Esa cifra podría ser superior a la que algunos consideran conveniente y hasta aceptable. Pero sería inferior a la que otros consideramos justa, en función de derecho adquiridos, solidaridad y razones humanitarias, ya que habría dejado atrás a muchos atrapado en un limbo de nacionalidad y a otros que fueron arrojados a territorios desconocidos, violentos y ajenos a su cotidianidad.
Quienes propugnan por la mecanización y “dominicanización” inmediata de sectores con alta presencia de migrantes haitianos, deben comprender que el proceso tomará tiempo, independientemente de los recursos que se destinen al respecto. Muchos jóvenes dominicanos no están dispuesto a aceptar trabajos con alta intensidad física y baja remuneración. Además, aunque en general se trate de trabajos de baja calificación, se requiere experiencia o capacitación con cierto tiempo para adquirirse. Algunas de esas labores, sobre todo de construcción, turismo y servicios, no están mecanizadas todavía, ni siquiera en naciones altamente desarrolladas, y muchas empresas no pueden realizar las inversiones requeridas para sustituir una mano de obra que ahora contrata por demanda y pagos puntuales.
La erradicación o reducción significativa de esa fuerza laboral en el corto plazo generaría escasez de mano de obra, ocasionaría pérdidas de cosechas, incrementaría los costos de producción, elevaría los precios de ciertos productos y aumentaría las importaciones en sectores donde es intensiva. Asimismo, produciría retrasos en proyectos de infraestructura. Provocando, en conjunto, una contracción en sectores claves que afectaría el crecimiento económico; agravando la pobreza, ampliando las desigualdades y ralentizando el desarrollo.
Ordenar el flujo migratorio no implica ceder ante presiones extranjeras ni abrir puertas sin control, sino un ejercicio de soberanía para establecer cupos anuales en función de vacantes del mercado laboral, otorgando carnés renovables vinculados a contratos que incluyan seguridad social y cumplimiento de obligaciones tributarias. De este modo se reduciría la informalidad, aumentaría la recaudación fiscal y fortalecería la seguridad nacional al darle un rostro legal a la ilegalidad.
Las nuevas tecnologías permitirían un levantamiento migratorio exhaustivo y un registro confiable de entrada y salida del país, mediante sistemas biométricos con huellas dactilares y reconocimiento facial, cruzando datos con bases nacionales e internacionales para descartar antecedentes penales y la trata de personas. La iniciativa fortalecería la nación, porque un Estado que sabe quién entra, quién sale, quién trabaja y quién aporta, es más seguro, justo y organizado.
Seguridad y confianza para avanzar
La erradicación del miedo y la incertidumbre es imprescindible para cualquier proceso de normalización migratoria. Gran parte de su rechazo tiene que ver con el uso político y maniqueo que históricamente se ha hecho de la eventual peligrosidad de la presencia haitiana. Percepción que se ha intensificado con la débil protección fronteriza, la alta impunidad frente al contrabando y el tráfico de personas, y con el crecimiento descontrolado y desregulado de la población haitiana en el país.
Como se ha dicho muchas veces, el miedo es lo opuesto al amor, siendo capaz de sacar lo peor de nosotros y de hacernos cómplices de atrocidades. Pero efectos similares pueden derivarse, también, de la sensación de descontrol y aumento desmedido de la población extranjera en un país. Por lo que es imposible avanzar en un proceso de normalización migratoria mientras la población dominicana sienta temor frente al extranjero y perciba como amenaza su crecimiento desmedido, lo que tiende a fortalecer el nacionalismo y la xenofobia.
Para erradicar o aminorar temores e incertidumbres, es necesario avanzar significativamente en al menos tres frentes: la confianza en la seguridad fronteriza, la disponibilidad de cifras confiables y actualizadas de migrantes en el país y la implementación de un sistema de documentación biométrica segura y confiable que evite omisiones y suplantaciones.
Garantizar la seguridad fronteriza implica construir infraestructuras adecuadas, equipadas con tecnologías modernas y efectivas, que eliminen las oquedades y porosidades. Además, es esencial disponer de una unidad élite militar y administrativa, bien entrenada, remunerada y supervisada de forma estricta, para la erradicación de la corrupción, la trata de personas y el contrabando. Que sea un muro o una verja perimetral electrónica es secundario, lo esencial es contar con una estructura funcional que brinde la mayor confianza y seguridad posible.
Del mismo modo, se debe disponer de registros con cifras de migrantes confiables y actualizadas mediante puntos de control y operativos recurrentes, manteniendo continuamente informada a la ciudadanía, y reconociendo que ninguna política pública efectiva se sustenta bajo una neblina estadística. De igual forma, todo migrante debe contar con una documentación nacional que especifique claramente las condiciones de su estatus migratorio.
Avanzar en esa dirección, además de otorgar confianza y certidumbre a la población dominicana, protege a los migrantes al atenuar las pulsiones y acciones violentas de quienes los odian o les temen. Además, contribuye a frenar el avance de las ideas ultranacionalista en auge reciente. En la medida en que la población dominicana sienta mayor seguridad y perciba más control y orden migratorio, será posible construir una relación de confianza y convivencia armónica entre ambas poblaciones.
Principios éticos y consideraciones universales
La relación del pueblo dominicano con el haitiano está marcada por luces y sombras. Hoy, sin embargo, es la sombra la que predomina. El avance de la luz o la sombra tendrá consecuencias para nuestro futuro, en una realidad dual donde toda acción genera una reacción, que no es mecánica, directa ni inmediata, por lo que a menudo resulta difícil identificarla, ya provenga de un origen individual o colectivo.
Jesús nos enseña, que: “todas las cosas que quieran que los hombres hagan con ustedes, así también hagan ustedes con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (Mateo 7:12). Un mandato conocido como la regla de oro, que no es solo una recomendación ética, sino un principio universal que resuena en las escrituras recordándonos que la manera en que tratamos a los demás se convierte en un espejo de cómo seremos tratados nosotros mismos. Pero inclusive el mensaje cristiano es superior y más misericordioso, al llamarnos a amar a nuestros enemigos, a bendecir a quienes nos maldicen y a orar por quienes nos ultrajan y persiguen.
De forma similar, para los místicos y orientalistas el Karma postula un sistema universal de causa y efecto donde toda acción, sea física, verbal o mental, genera consecuencias proporcionales para quien la realiza. Pero también, desde una perspectiva agnóstica y secular se plantea la existencia de un orden cósmico natural, donde toda causa genera un efecto opuesto de magnitud equivalente.
En definitiva, tanto las doctrinas espirituales como la sabiduría racional nos indican que todo daño se revierte de alguna forma a quien lo causa, y toda acción justa o bondadosa retorna como bendición en algún momento.
[1]https://www.elfinanciero.com.mx/tech/las-fake-news-viajan-mas-rapido-que-la-verdad-en-twitter-mit/
[2] https://www.diariolibre.com/economia/agro/2024/12/06/hasta-280000-migrantes-haitianos-trabajan-el-sector-agropecuario/2932696
[3] https://eldinero.com.do/330741/haitianos-son-el-98-de-extranjeros-que-trabajan-en-construccion-en-rd/
[4] https://www.diariolibre.com/economia/empleo/2025/07/17/haitianos-cargan-con-el-peso-de-la-obra-gris-en-la-construccion/3186310
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