En su geopolítica tradicional los imperios invadían a los países que ellos entendían que eran o que debían ser de su propiedad y para ello, utilizaban en los primeros momentos de las intervenciones la represión directa militar como mecanismo de dominación, pero esta siempre es transitoria por la resistencia y las respuestas contestarias populares, por esa razón acuden a la ideologización de una persuasión “pacifica”, produciendo un proceso de falsificación de la realidad, con una historia oficial al revés, mentiras presentadas como verdades dogmatizadas, ilusiones de falsas utopías, mermando su cultura y su identidad, sustituyendo el orgullo local, sustentado en el “complejo de Guacanarix” y en un proceso de exaltación tecnológica de un desarrollo de la modernidad, donde la apariencia sustituye a la autenticidad, como resultado de una neocolonización y alienación en una relación clandestinizada de dependencia centro-periferia.
La identidad es el conjunto de elementos, valores y acontecimientos que producen una sensación de pertenencia al territorio, con un lenguaje propio que permite la comunicación en una dimensión de espiritualidad particular y en una cultura diversificada que culmina en un orgullo de ser. Pero la sociedad no es estática, sino que está insertada en un proceso permanente de cambios y transformaciones dialécticas donde las identidades se formalizan transitoriamente en procesos históricos de prioridades de permanencia con una apertura de lo nuevo. Lo que quiere decir, que las definiciones de identidades se sintetizan en dimensiones de momentos históricos concretos.
Por más brutal, por más que duren existencialmente las intervenciones, ocupaciones y dictaduras, el pueblo es increíblemente creativo y elabora respuestas contestarias de resistencias abiertas y subliminares, de simulaciones, sátiras y denuncias. Nunca existe una sumisión total. La rebeldía, la tendencia de ser, la lucha por la libertad asume todas las expresiones políticas, culturales, espirituales y religiosas, para la eliminando de las opresiones. La dictadura trujillista y las intervenciones norteamericanas del 1916 y del 65 son nuestras muestras más pedagógicas.
Como exigencia de la dominación, es necesario el mayor conocimiento de la idiosincrasia del pueblo, de su folklore, de su cultura popular, de su espiritualidad para la racionalización y el sometimiento popular como hicieron los norteamericanos con Educación en el 16. Aunque la crítica marxista tradicional de contemplar a la religión “como opio del pueblo”, es válido para las religiones institucionales oficiales que se hacen cómplices ideológicas de las minorías dominantes o cuando pasan a ser parte de la estructural del Poder, pero esto no califica para la religiosidad popular, cosa que en tiempo de Marx a los filósofos les era difícil conocer y diferenciar.
En la cotidianidad de nuestros países, existe hoy día la liturgia oficial de las iglesias institucionales, sobre todo en las católicas y las cristianas para la realización de sus actividades a nivel popular, las cuales son conocidas como “popularización de la religión”. La religiosidad popular son las celebraciones que el pueblo realiza en base a sus conceptualizaciones sobre las liturgias oficiales en sus contextos no religiosos, introduciendo su folklore y su cultura, enriquecidas por personajes, bailes, danzas, cantos, ritmos e instrumentos musicales particulares en espacios de resistencia y de identidad, como las penitencias y romerías a lugares sagrados, velaciones, nochevelas y el culto a Olivorio Mateo o a Elupina Cordero.
Una de las estrategias de la dominación para ir minando la identidad es la de ir eliminando y sustituyendo los nombres originales de los pueblos intervenidos, de sus lugares y la de imponer su religión como única, con santos y vírgenes como patronos para crear dependencias espirituales que no son el resultado de la cultura popular o su espiritualidad, porque las únicas deidades verdaderas son las de los interventores y por eso son impuestas en una dimensión política.
Las leyendas son presentadas como verdades históricas. El caso más insólito es cuando los españoles y españolizados inventaron la aparición de la virgen de las Mercedes, salvadora de los “descubridores” de los salvajes “infieles indígenas”, declarándola la patrona de la colonia por el supuesto triunfo de una batalla que nunca existió en el Santo Cerro, aunque ha sido declarada como Madre Espiritual de las y los dominicanos, “Tatica”, la Virgen de la Altagracia, es en la realidad la verdadera patrona.

La Iglesia de las Mercedes, Santo Cerro
La discriminación y el racismo a veces se esconden en las preferencias religiosas. En Baní, la patrona era la Virgen negra de Regla, original de Hipona, del norte de África, llevada a España por San Agustín y de ahí llevada a Baní. En una época, en la iglesia se produjo un fuego que chamusquió a la Virgen, la llevaron a reparar y regresó “blanca”, pero muchos feligreses cuando la ven le dicen:” Aunque te blanqueen, eres una negra hermosa, porque eres hechura de Dios”.
Como en la casi la totalidad los santos y vírgenes del santoral católico son blancos, en un pueblo de mulatos resulta chocante y contradictorio. Pero el pueblo se las arregla. El San Juan Bautista de los católicos originalmente blanco, era el santo preferido de los esclavos porque el río Jordán era el símbolo que los llevaría de vuelta al África. En Baní, los negros lo pintaron de su color y lo convirtieron en el patrono de la Sarandunga, expresión espiritual y cultural de negros cimarrones.
En Villa Mella, en Los Morenos, junto a la Dolorita hay una virgencita negra y los Hnos. Guillén en Yamasá, en una tradición de más de 125 años, cuidan de un San Antonio negro, mientras que, en Las Tablas, comunidad de Baní, un santuario de piedras resalta al negro milagroso de San Martín de Porres como expresión de identidad espiritual dominicana. En la religiosidad Popular, la negra africana más impactante y trascendente es Martha la Dominadora, con su afro y sus ojos imponentes. Todos esos santos, vírgenes y Metresas negras son el resultado de la creatividad e identidad del pueblo en su religiosidad popular.

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