El teatro puede acontecer en cualquier lugar. Un actor, un público y una historia, en un mismo espacio-tiempo, bastan para que surja la magia del teatro. Pero antes, se requiere de un acuerdo contractual muy serio, hay que aceptar de antemano, que eso que sucederá frente a nosotros, es un juego de verdad y que todos seremos partícipes de esa otra realidad. Solo entonces es posible que el juego del teatro nazca. Y los mejores para jugar a la verdad de la magia del teatro son los niños.
Rebuscando entre archivos digitales, para esta búsqueda visual teatral que nos hemos propuesto, encontramos esta divertida fotografía del año 2007. Es de la Compañía Nacional de Teatro, que, bajo la dirección de Elvira Taveras, se embarcó, para marzo de aquel año, en la tarea de llevar durante cuarenta días, teatro a todas partes y a todo público. Vemos en la foto, haciendo teatro, en un aula de una escuela primaria, a los actores Wilson Ureña a la izquierda, Vicente Santos al centro, Lidia Ariza detrás y Manuel Raposo a la derecha. Y por supuesto, una trulla de niños participando y disfrutando del teatro. ¡Cuánta alegría! Qué deleite imaginar las risas de esos infantes ante la magia del teatro.
Escuchar y ser escuchado. Empatizar con el prójimo. Reconocer y reconocernos. Eso hace el teatro, intercambiar entre iguales, de carne, hueso y alma. El espíritu teatral nos hace más humanos. Como un juego, la experiencia del teatro, marca la vida.
Sin embargo, a medida que maduramos y nos va colonizando la adultez, perdemos esa capacidad genuina por el juego, pero el teatro está para eso. Nos da la oportunidad de volver a jugar y disfrutar. Entonces, vamos a jugar seriamente. Regresemos a la ingenuidad, a la capacidad de sorprendernos, de reír, de gritar, de llorar, de ser libres. Volvamos a ser niños, y dejarnos llevar por la alegría del compartir, para de vivir instantes mágico teatrales que nos acompañen toda la vida, más allá de la representación. Juguemos a eso llamado teatro.
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