La cruz no es signo de padecimiento, es signo de redención, señaló Juan Pablo Duarte al proponer el diseño de la bandera dominicana, esta semana a media asta, debido al horrendo siniestro ocurrido en la discoteca Jet Set, el pasado 8 de abril.

Redime aquel que libera o rescata a otro del dolor, el vejamen o el castigo.

Antes de que ocurriera el inesperado hecho en el lugar nocturno, la consternación general de los dominicanos iba en aumento. El pasado domingo 30 de marzo hubo una manifestación de presunta defensa de nuestra nacionalidad, en la localidad el Hoyo de Friusa, donde habita una concentración de ciudadanos haitianos. A pesar de su reducida convocatoria, la supuesta marcha pacífica devino caótica y violenta.

Luego, el 2 de abril, la Administración Trump puso en marcha una política arancelaria unilateral, que retrasaría el orden económico mundial hacía una lógica neo-imperialista, que amenaza la estabilidad de nuestra economía.

No obstante, es el drama de Jet Set el evento exasperante que puso de manifiesto nuestra alma redentora, valor primario de la dominicanidad, sin que ningún sector político, empresarial o anarquista pudiera adueñarse del sentir de la mayoría, como en los casos anteriores. A diferencia de los dos eventos previos, el derrumbe del techo de la discoteca produjo un clamor al unísono de justicia preventiva y reparadora del inmenso daño.

Duarte era un cosmopolita, promotor de la igualdad y la libertad de cultos. Antepuso el símbolo de la redención a manera de columna estructural de nuestro edificio soberano, la patria. Esa cruz funciona como un recordatorio de nuestro deber de auxilio, y no una imposición de convicciones religiosas.

Su mandato ordena obligación de rescatar el proyecto nacional, por ejemplo, de necias aseveraciones sobre la defensa del territorio, los tratos discriminatorios, así como de los intereses particulares o emprendimientos de negocios que, por afectar arbitrariamente, afectan hasta el derecho a la vida de las personas.

La redención es el monumento soberbio de nuestra identidad. Al atravesar con la cruz el pendón, Duarte se comunica con nosotros, los dominicanos del porvenir y nos compele a gestos de carácter solidario, con cimientos en los principios y reglas democráticas que organizan la nación. Si Duarte creía esencialmente en esa permanente actitud de rescate del oprimido, vejado o aquejado por el dolor, entonces el padre fundador será el premonitor del Estado Social Democrático de Derecho, orientado hacia el bienestar de las personas, que nos ampara en el siglo XXI.

Los primeros dominicanos datan del siglo XVI. Eran y se llamaban así los moradores del pueblo que lucharon contra las imposiciones o aspiraciones colonialistas española, francesa, inglesa y haitiana, antes de la Independencia proclamada por los Trinitarios en 1844.

Duarte, un visionario, entendía la fuerza histórica de la cristiandad en ese proceso continuo, para vincular su gesta con los dominicanos del futuro. Su concepto del ciudadano redentor es el de una persona que, a la usanza de la enseñanza escolástica, conjuga la fe y la razón en sus normas de actuación, para garantizar paz, progreso, seguridad y justicia.

Nuestra filiación dominica, a pesar de originarse en un régimen colonial basado en el trabajo esclavo, la Encomienda, el comercio monopolista y presencia de la Inquisición, es coetánea de la primera proclamación in voce de los derechos humanos con el discurso de Adviento de Fray Anton de Montesinos (1511). El hombre de luces que fundó a la República Dominicana apelaba a ese abolengo.

Parecería que repaso lecciones del bachillerato harto sabidas, si no fuere por la complacencia que a algunos ciudadanos de este país le producen las declaraciones recientes provenidas del asiento en la Casablanca y los agitadores en el Hoyo de Friusa.

Con el tiempo, llevar la bandera dominicana en el pecho agregó otros hilos culturales tejidos a tres puntos por nuestra tríada ancestral (la taína, la europea y la africana), bordando nuestra idiosincrasia, de espíritu alegre, artístico, deportivo, social, bailador.

La tragedia del Jet Set nos produce un dolor insondable, porque en ese lugar se producía una inusual reunión de estamentos, personas de distintos estratos sociales, e incluso nacionalidades, principalmente venezolanos residentes en el país. Ellos estarían vivos hoy, si una cadena de responsables hubiese hecho cumplir la ley.

Con toda seriedad, pondero la similitud entre el efecto social del colapso del techo del Jet Set con el hundimiento del Titanic (1911). En ese otro caso, no fue el iceberg la fuerza antagónica, sino el capitalismo industrial que se creyó invencible, superior a la naturaleza. En el caso dominicano, lo que aplastó a clases sociales sin distinción no fueron materiales y equipos de la discoteca, sino un afán capitalista, carente de un mínimo sentido de responsabilidad social corporativa.

Ser dominicano(a) es una identidad parida en el esplendor del debate intelectual ocurrido en edificaciones donde hubo arte y pensamientos para satisfacer la fantasía y el alma humana de los moradores de Santo Domingo, como poetiza la Mtra. Salomé Ureña de Henríquez en “Ruinas”.

La sociedad dominicana, con sus defectos y dualidades, trasladó a los techos solariegos de generación en generación esa riqueza anímica y espiritual. A pesar de nuestras carencias e inequidades, somos un colectivo con demostrada vocación humanista en las horas difíciles. Nuestro accionar solidario, sea el terremoto de 2012 ocurrido en Haití o en el derrumbe del Jet Set, es una huella dactilar de la fuerza redentora de factura duartiana.

Dominicano redentor es el rescatista, el médico, la enfermera, el vecino que sale a socorrer, el que solicita debido proceso de justicia, el que presta su hombro y escucha en respetuoso silencio misericordioso el llanto ajeno ante la pérdida.

Dominicano redentor es el líder empresarial que trabaja para mitigar las ambiciones imperialistas de Trump, en lugar de aplaudir ese proteccionismo anacrónico como modelo a seguir. Es el hombre o la mujer consciente de que dominicanos y haitianos somos, a ambos lados, víctimas de un ciclo mafioso que controla y se lucra con la migración ilegal.

Redimamos nuestra libertad económica con el diseño de un plan estratégico para defender nuestra oferta exportable y estabilidad económica, así como una política migratoria que no desborde nuestras posibilidades materiales, pero que al tiempo sea humana y resolutoria.

Redimamos a las más de cuatrocientas familias afectadas por el siniestro de Jet Set, exigiendo supervisión de las medidas de prevención, la reparación de daños y consecuencias.

Duarte secularizó la redención como un principio de vida, porque para ser dominicanos, hay que ser justos, lo primero, no importando el sistema de creencias; y ese criterio rector aplica para examinar con el mismo rasero, nuestra opinión y accionar frente a la migración, el comercio, el trabajo y la seguridad en las horas de esparcimiento.

Angélica Noboa Pagán

Abogada

Socia de la firma de abogados Russin, Vecchi & Heredia Bonetti con práctica en las áreas de Comercio Exterior, Competencia, Telecomunicaciones y Privacidad de Datos. Doctor en Derecho de la Universidad Iberoamericana (1987), mención cum laude y maestra en Derecho Corporativo de la Universidad Anáhuac México Norte (2021). A su vez, es directora, productora y guionista de Poncho Morado Films, un emprendimiento familiar con estudios de escritura creativa de la Escuela de Escritores de Madrid, la Universidad del Claustro de México y GC Films, escuela de cine dominicana. Ha sido docente universitaria y autora de la obra “Libre y Leal Competencia en la República Dominicana (1994-2021)”, primera obra sistemática de derecho de la competencia en República Dominicana, así como de otros ensayos jurídicos en temas de derecho público, publicados en Gaceta Judicial, Acento, Thomson Reuters, Tirant Lo Blanche, Legis, Concurrences, la Universidad de Cantabria y la Escuela Judicial de la Judicatura. Como productora cinematográfica ha dirigido el corto “Concha” (2013) ganadora del premio a Mejor Diseño de Producción en el festival dominicano “Mujeres en Corto”; y , “Carta Malva, Poniatowska y Dominicana Conversan” (2023), este último ganador en el Madrid International Film Festival como Best Documentary in a Foreing Language Documentary, organizado por International Film Festival de Reino Unido. En 2025, fue nominada por su ensayo “La regla de la razón y su interés casacional” a los Antitrust Awards de la Revista Concurrences y la Universidad George Washington, bajo la categoría de artículos sobre Procedimiento, convirtiéndose en la primera autora dominicana en participar en ese certamen. Es columnista del diario “Acento”, conduce, produce y dirige el Poncho Morado Podcast, espacio de contenido cultural. Actualmente desarrolla el primer largometraje documental de Poncho Morado Films, titulado “Mi Pedro” acerca de la vida y legado del humanista Pedro Henríquez Ureña

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