La dominicanidad de hacha y martillo está por la maceta… o gaviándose por los setos, como el español dominicano más vulgar se diría. No bien se había medio gastado la novela de Friusa con su capítulo especial Mata Mosquitos, cuando surge esta bandera. El contexto se da más o menos así: el representante del Distrito 13 de Nueva York, el dominicano Adriano Espaillat, extrajo de su chaqueta una banderita con los colores criollos y diez estrellas, cuyo trazado coquetea con la de Haití y que, según el político, era la de los trinitarios duartianos (la adjetivación es actualmente necesaria). Ahí arrancó el despelote.

El representante Adriano Tejada, mostrando una bandera.

En los nuevayores, donde una sección de la clase demócrata lleva tiempo por quitárselo de en medio, se pegó el grito al cielo. Los malos pensadores dirán que, sumado a esto, los alicaídos y secretamente perplejos domínico-trumpistas han aprovechado para cobrarle su respuesta al discurso del nuevo presidente el día de la toma de posesión. Del otro lado del charco, léase desde la tierra que allende fuera Ciudad Trujillo, los duartianos del instituto arremetieron señalando que esa bandera no fue la de los primeros trinitarios, sino esencialmente la de Haití. De paso, cabe decir que más haitiana fue la que en aquel entonces propusieron inicialmente los trinitarios, que era monda y lironamente la misma de Haití pero con una bandera blanca pegada en el centro. Pero como ese no es el asunto, vamos a lo que vinimos.

Me he detenido en el caso porque todo esto que está sucediendo es un discurso, cargado de textualidades y aparatos. Y todos los discursos son serios. Aparte la seriedad, me mueve meter mano el hecho de que, político y todo, Adriano Espaillat se ha mostrado tradicionalmente a favor de la República Dominicana. Tal vez por eso me dio cierto cosita en el corazón, una rarísima ternura, verlo en el video desencamar aquella banderita, desenrollarla del palito y, con cara digamos que hasta medio infantil, presentarla como lo que ya se ha dicho. Cuando vi la imagen, me llegó a la mente una curiosa con la que me topé hace varios años mientras investigaba otra cosa. Talvez el detonante memorístico fue escuchar a un querido y muy admirado historiador, Juan Daniel Balcácer, a la fecha presidente de la Academia Dominicana de la Historia, decir que era la primera vez que veía esa bandera. Por casualidad de la vida yo sí la había visto. Ahora les diré de dónde salió esa rara bandera.

La vexilología impresa

El caso reciente se enlaza históricamente con el apasionado y remoto negocio del atlas de banderas. El interés en el asunto se dio en un contexto en que la expansión naval y el comercio global exigían códigos visuales para identificar barcos y naciones. Con el auge de los estados-nación en el siglo XIX, se acentuó la necesidad de simbolizar identidades en un mundo en transformación. Por ejemplo, hacia 1750, en Ausgburgo, el geógrafo Matthæus Seutter publicó la tabla Banderas de todas las potencias y naciones marítimas del mundo entero, casi en su totalidad con estandarte europeos. Esta clase de labores de vexilología sirvieron de patrón para los estándares sobre el tema. En 1803, en Reino Unido, John William Norie publicó el Marine Atlas, que incluyó banderas como herramienta náutica. Esta obra fue reeditada en 1848 por su sucesor C. Wilson, ordenada y completamente revisada por el hidrógrafo J. S. Hobbs. Dentro de un momentito veremos que desde las raíces de este oficio vexilológico vino el problemita aquel que le jugó la mala pasada al congresista Espaillat y que tantos grillos ha sacado de la olla en esta hora que pasa… De paso, dejemos por ahí que los neoyorquinos jugarían un papel importante en este mundo editorial de los atlas vexilológicos.

En aquellos tiempos, estas publicaciones solían recibir el ataque de la crítica. Por lo regular carecían de precisión, debido a que a menudo se basaban en informes consulares o militares desactualizados, lo que provocaba, por ejemplo, que un mismo país tuviera diferentes banderas en obras diferentes. Asimismo, se presentaba el sesgo político al obviar la impresión de banderas de países no reconocidos, como el caso de Haití, cuya insignia estuvo ausente hasta el 1825. Desde la academia, se criticaba la exclusión de banderas de tribus africanas o clanes escoceses, así como la ausencia de normas para el diseño, la catalogación o la estandarización de colores. La falta de una normativa permitía que los editores rivales priorizaran la cantidad sobre el rigor, al punto de que en ocasiones algunos editores se inventaban regiones con sus respetivas banderas. Por ejemplo, en Flags of all nations (1889), fabricado por Lane & Neeve, la bandera nacional de Haití aparece en el renglón de América, mientras que la misma bandera, la mercante, aparece en África. En esa edición aparecerán como naciones de África también Ecuador, Uruguay y Honduras.  Desde este punto de vista, los atlas también constituían la construcción de una narrativa de poder.

La famosa bandera

No fue tan fácil que la insignia de la República Dominicana confeccionada por los trinitarios lograra su identidad en los atlas de la época. En el Flaggen aller seefahrenden Nationen de 1848, recordemos que compuesta por Norie y ordenada cuidadosamente por Hoobs, nuestro país – cuatro años después de la independencia nacional- aparece con un estandarte en la casilla 293 bajo en nombre St. Domingo con una posible bandera de Galeón Español, a cual presentaba tres franjas horizontales: una roja en la parte superior, una blanca al centro y una amarilla en la parte inferior, muy semejante a la bandera actual española.

“Bandera de St. Domingo” en la página XXIII del Flaggen aller seefahrenden Nationen de 1848.

La bandera que nos ocupa, la mostrada por el representante Adriano Espaillat, era común en los atlas del siglo XIX asignada a esta parte de América. En el A chart of nationals flags publicado en Nueva York por Henry Bill en 1851, aparece debajo de la casilla de Haití, dándole al país el nombre de Dominica. Sólo tendrá cinco estrellas y ninguna en la franja superior. En esa misma publicación, franja inferior de la bandera haitiana es blanca, mientras que la franja superior es de un azul medio tirando a turquesa.

Bandera “de Dominica” en A chart of nationals flags, 1851.

En el Johnson´s New Chart of National Emblems, publicado por Alvin Jewett Johnson en 1864, la bandera de la querella aparecerá nuevamente, otra vez bajo el nombre de Dominica, ya con las otras cinco estrellas sobre la franja superior azul. Esta lámina fue encuadernada en media piel con cubiertas de tela repujada de color verde oscuro.

“Bandera de Dominica” en el Johnson´s New Chart of National Emblems, 1864.

La misma información multimedia aparecerá en la lámina National Flags publicadas en 1865, 1866 y 1869 por J. H. Colton en Nueva York. En 1865, el publicista Schonberg & Co. solo incluyó la bandera de Haití en el compendio The Flags of All Nations. Religions and Races of the World: la razón parece lógica, pues en la parte destinada a la población mundial incluye a Santo Domingo como parte de Haití. En sí, no son extraños estos manejos, como tampoco que una misma información apareciera entre una y otra edición. De acuerdo con Yolande Hodson en su artículo Maps, charts and atlases in Britain, 1690–1830 (2010), el mundo comercial de la edición de atlas vexilológicos era muy complicado. Se trataba de empresas que se heredaban entre familiares y que en ocasiones se asociaban con otras empresas del rubro. Así, en medio de una competencia atroz, los mismos diseños pasaban de un proyecto a otro. Aunque se trataba de un negocio común, sin embargo carecía de rentabilidad. La presión por producir material novedoso y atractivo era muy alta. Hodson menciona que aquellas presiones dieron como resultados una comunidad de cartógrafos indigentes. Unos se declaraban en banca rota, otros eran perseguidos por el mal del plagio y hubo un caso, el de Richard Chandler, que se suicidó debido a las fuertes deudas.

Un buen ejemplo es la empresa de Colton, de la que por tanto vale la pena detenerse un poco en sus generales. G. W. & C. B. Colton fue una destacada firma familiar de cartógrafos que lideró el comercio de mapas en Estados Unidos durante el siglo XIX. El negocio fue fundado por Joseph Hutchins Colton (1800-1893), quien adquirió los derechos de autor de mapas existentes y supervisaba su producción. Hacia 1850, su producción se había ampliado para incluir mapas originales, guías de viaje, atlas y mapas ferroviarios. Le sucedieron sus hijos George Woolworth (1827-1901) y Charles B. (1831-1916). Como resultado, la firma fue renombrada G. W. & C. B. Colton. Se cree que George fue el responsable de su obra más conocida, el General Atlas, publicado por primera vez con ese título en 1857. En 1898, los hermanos fusionaron su negocio y la firma pasó a llamarse Colton, Ohman, & Co., la cual operó hasta 1901, cuando August R. Ohman asumió el negocio por su cuenta y eliminó el nombre Colton.

Retornemos a la bandera que nos trae por estos lares. La insignia tricolor diseñada por Juan Pablo Duarte por fin llegó a las láminas hacia 1876. Apareció sin escudo entre las banderas de Paraguay y Haití en The flags of all nations, publicada en cromolitografía por L. Prang & Co. Aunque no se le asignaba a la República Dominicana, sino a Santo Domingo, ya se había dado un paso. Esto, por supuesto, no implicó que la bandera aquella desapareciera de los atlas. Por ejemplo, el emblema que mostró Adriano Espaillat aparecería tal cual reimpreso por los Colton en su lámina de 1885.

Pero poco a poco se iría ganando su espacio. En la lámina Standards and Flags of All Nations de un número de la revista Boys´s Own Paper de 1888 aparecería nuevamente, aunque sin en nombre oficial. Por fin, como si se tratara del fin de una pesadilla, finalizando el siglo XIX empezaría a hondear la bandera dominicana real con su nombre oficial. Así, aparece en el recuadro 153 de la lámina de 25 x 23 pulgadas del Royal Edwardian Edition Standards and Flags of All Nations de Londres en 1899, publicado por George Philip & Son. En esta ocasión se imprime bajo la indicación Dominican Republic y, debajo, la leyenda “insignia”. Por supuesto, una situación hija de las complejidades del comercio y la política no se sellaría tan fácilmente. Nadie debe de sorprenderse de que en 1911 apareciera en el Flaggen. Bildtafel aus Brockhaus' Kleines Konversations-Lexikon, fünfte Auflage, Band 1 de Leipzig nuestra bandera, con su gallardo escudo bocetado en el centro de la cruz sobre la indicación “Santo Domingo, K. ohne Wappen H.”, esto es, “Santo Domingo, bandera mercante sin escudo”.

Bandera de la República Dominicana en el Royal Edwardian Edition Standards and Flags of All Nations (1899).

Para cerrar con este asunto vexilológico, es bueno que el aguerrido pueblo dominicano conozca de estas cosas. Y que sepa que la lucha por la nación debe ir más allá de las insignias, del corillo y de las invenciones sentimentales. Que Duarte no luchó contra gente, sino contra un sistema. Y aterrizando nuevamente en el asunto que nos trajo por estas maniguas, tengamos claro que el caso de la bandera mostrada por el representante Adriano Espaillat, si bien es cierto que amerita una rectificación histórica, tampoco es para arrancarnos los ropajes. En cierto modo se trata de una oscilación rara del pasado. Sea más bien para repensar en esa cosa rara que es el tiempo, con su hija mayor la historia, siempre tan caprichosa, que bien sabe jugar a las desorientaciones. Después de todo, no es descabellado imaginar a un editor de cartografías del siglo XIX, en aquella época en que la imagen impresa era muela de garza si la comparamos con la edición actual, preguntando a alguien: “¿Cómo es la bandera de ese sitio?”, y ese alguien, desactualizado, despreocupadamente respondiendo algo como: “pon una franja azul arriba, una roja abajo y colócale una cruz blanca en el centro”. Y el compositor, siguiendo al pie de la letra la indicación, puso esa cruz que resultó pequeña pero cruz y blanca al fin, le añadió unas diez estrellitas sabrá Dios si por razones estéticas, y exclamó: “Imprimatur est”. Las cosas también funcionan de esa manera.

Pedro Antonio Valdez

Escritor

Pedro Antonio Valdez (La Vega, República Dominicana, 1968), escritor, editor, educador e investigador. Formado en educación, tiene una mención en Filosofía y Letras (summa cum laude); completó estudios en Lingüística y Literatura en la Universidad del Caribe (2019). Valdez se ha destacado en el cuento y la novela. Es coautor de Los nuevos caníbales: antología de la más reciente cuentística del Caribe hispano (2000), premiada por el PEN Club de Puerto Rico como la mejor antología de cuento. Entre sus cuentos y novelas premiados, Papeles de Astarot (1992, Premio Nacional de Cuento), Bachata del ángel caído (1999, Premio Nacional de Novela), Naturaleza muerta (2000, Premio de Literatura, Universidad Central del Este), Carnaval de Sodoma (2002, Premio Nacional de Novela), La salamandra (2002, Premio Nacional de Novela) y Dromedáriux: la Batalla del Armario (2013, Premio de Novela Infantil El Barco de Vapor, de Ediciones SM), entre otros títulos.

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