Participé, hace algunos meses en Puerto Plata, en el desmantelamiento de la biblioteca de mi suegro el doctor José Augusto Puig y de doña Elvia Miller, su esposa. Fue una labor ardua y triste.  Frente a nuestros ojos pasaron miles de libros, fotos y documentos, algunos de ellos fragilizados y marcados por el paso del tiempo.

Eran capas de vidas y una suerte de sedimentación memorial. El tiempo apremiaba y era imposible adentrarse en los múltiples caminos de pensamiento, los intereses variados, los saberes de dos personas que se construyeron a través del tiempo y los avatares de la historia.

Era una biblioteca de humanistas con libros de medicina, historia, arquitectura, filosofía, neurociencias, pedagogía; también libros, documentos históricos, archivos y fotos sobre Puerto Plata, entre otros.

En este conjunto aparecieron muchos libros y folletos consagrados a Duarte y su ideario, así como documentos y borradores relativos a la creación del Instituto Duartiano, proyectos de estatutos y otros que dejaban entrever un cierto activismo del Dr. Puig en la constitución del Instituto, tomando en cuenta que el Instituto Duartiano fue creado en 1964, luego de la caída del tirano.

Estos documentos me hicieron recordar el afán de mi suegro cuando venía de Puerto Plata a la capital a final de los años 70. No faltaba la visita al presidente del Instituto Duartiano, el Dr. Pedro Troncoso Sánchez. Este fue el segundo presidente de la institución, y vivía en una casa situada en la esquina de la avenida Lincoln y de la calle Gustavo Mejía Ricart, donde desarrollaban largas conversaciones.

Desde que los planteamientos y las tomas de posición del presidente del Instituto, Dr. Wilson S. Gómez, tomaron públicamente un giro de intolerancia desmedida, empecé a preguntarme que tenía en común el Duarte del Dr. Puig con las actuaciones que exhiben hoy en día personas que se proclaman duartianas. Estoy segura de que estas no expresan los ideales de justicia por los cuales mi suegro propugnaba y que encontraba en la vida del prócer de la Nación.

Cuando después de años de una creciente desvirtuación del pensamiento del Padre de la Patria, el cauce parecía milagrosamente tomar otro giro con la elección de un nuevo presidente. Sin embargo, la destitución del doctor Julio Manuel Rodríguez Grullón, el nuevo elegido, a apenas un mes de su designación reafirmó la visión intolerante y extremista que prima en estos predios.

Una institución que se nutre de fondos estatales debería tener una función ecuménica y dar albergue a todas las facetas de Juan Pablo Duarte que fue ante todo un gran humanista.

Aunque cuando se le eligió el doctor Rodríguez fue definido como una persona de “una vida de servicio patriótica ejemplar”, los mismos que lo eligieron expresaron que este había expresado criterios y posturas que “resultan abiertamente atentatorios contra los intereses supremos de la nación dominicana".

La clave de esta acusación extrema parece encontrarse en las siguientes declaraciones del destituido presidente: "Los dominicanos no han fomentado jamás odio contra el pueblo haitiano, ni contra ningún otro pueblo, como nos enseñó Duarte en su ideario luminoso; pero, no podemos admitir que se nos siga agrediendo, desconociendo nuestros derechos y libertades, ni ocupando nuestro territorio, porque sería negarnos a nosotros mismos, depreciar las luchas heroicas y los afanes productivos de las generaciones que nos precedieron, y sobre todo, destruir la posibilidad de que nuestros hijos, descendientes, y todas las generaciones futuras, sigan siendo dominicanos en tierra dominicana".

Duarte había recorrido varios países donde se habían desarrollado ideas liberales, lo que lo movió a promover las garantías de las personas en el nuevo Estado. Estaba convencido de que la única condición para preservar la unidad como nación, era la de ver al ser humano como el centro de todo: “Los blancos, morenos, cobrizos, cruzados, marchando serenos unidos y osados, la patria salvemos de viles tiranos, y al mundo mostremos que somos hermanos”.

Duarte precisa sus ideas cuando señala que: “La Nación está obligada a conservar y proteger por medio de leyes sabias y justas la libertad personal, civil e individual, así como la propiedad y demás derechos legítimos de todos los individuos que la componen”.

No usemos a Duarte atribuyéndole odios que nunca promovió. Destaquemos el hecho de que una verdadera política de Estado debe armonizar la soberanía nacional con la justicia y que reconocer la humanidad del otro no es, de ninguna manera, desvirtuar el ideario del Padre de la Patria.

Elisabeth de Puig

Abogada

Soy dominicana por matrimonio, radicada en Santo Domingo desde el año 1972. Realicé estudios de derecho en Pantheon Assas- Paris1 y he trabajado en organismos internacionales y Relaciones Públicas. Desde hace 16 años me dedicó a la Fundación Abriendo Camino, que trabaja a favor de la niñez desfavorecida de Villas Agrícolas.

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