El periodismo responsable confronta hoy un serio problema: ¿qué imágenes elegir para dar cuenta del sufrimiento humano, respetando al mismo tiempo la dignidad humana? Esto es muy difícil para los periodistas en Gaza y, sorprendentemente, comienza a ser también complicado en República Dominicana.

Las imágenes que muestran los diarios y las redes de lo ocurrido recientemente en Mata Mosquino, si bien no recogen un genocidio, como en Gaza, son deprimentes.

La demolición de centeneras de casuchas y viviendas, incluyendo construcciones de dos y tres pisos, y de los ajuares de la gente allí establecida durante décadas, la mayoría haitianos, lastima la sensibilidad humana.

Destruir la vivienda y demás pertenencias de una persona no es matarla, pero casi. Los humanos (aunque las autoridades dominicanas no consideren a los haitianos como tales) se relacionan con las cosas que poseen por el valor económico, cultural y subjetivo que le atribuyen: valor de uso, de intercambio, cultural, simbólico y hasta mágico religioso, porque es común que confieran a algunos objetos un valor intrínseco, susceptible de obrar a favor o en contra de ellos.

Bajo los escombros de las casas y casuchas destruidas, yacen no solo enseres eléctricos, ropa y otros ajuares, sino también historias, recuerdos, añoranzas; objetos de valor simbólico y hasta considerados sagrados, como una biblia, un rosario o estatuilla del santo de devoción. Aunque las autoridades dominicanas no lo consideren así, los haitianos también tienen un alma.

Mata Mosquito

Lo que se ha hecho en Mata Mosquino no es solo xenofobia, concepto definido por la Real Academia de la Lengua Española como odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros. También es deshumanización, concepto que la misma academia define como privar a una persona o grupo de su carácter humano, lo que equivale a decir no considerarlo merecedor de generosidad o empatía alguna.

Sin llegar al genocidio, lo que se ha hecho va en la misma dirección de lo que Benyamin Netanyahou ha ordenado a su ejército hacer en la banda de Gaza, vaciarla de todos sus habitantes. Allí, los que no han sido asesinados, permanecen a la intemperie, privados de toda ayuda humanitaria, sin agua ni alimentos.

Gaza

Mata Mosquito no ha sido bombardeado, no hay cadáveres en sus calles y callejones, unas veces enteros otras en pedazos, como en Gaza, pero sus habitantes, en su mayoría haitianos, negros, pobres e indocumentados, con la destrucción de sus pequeños bienes, han sido deshumanizados.

Presiento que no son pocos los dominicanos que han aplaudido esta medida y la justifiquen con el argumento de que se trata de construcciones ilegales. Pero, para solo citar un ejemplo, ¿quién entre los más de 50 000 habitantes del barrio La Zurza, en las orillas del Río Isabela, tiene título de propiedad de su vivienda?

Es, pues, un pobre argumento. En ese mismo barrio La Zurza hay un sector llamado Kilombo, donde todos son haitianos que, al igual que los nacionales, son invasores de terrenos propiedad del Estado o particulares.

Esto se ha hecho en Mata Mosquito no solo porque sus lugareños son haitianos, negros, pobres e indocumentados, sino también porque tuvieron la osadía de construir sus viviendas en un lugar que se promueve internacionalmente como un paraíso caribeño, pero olvidando que es con las manos de esas mismas gentes que se ha construido ese paraíso. La ingratitud dominicana, de la que ni siquiera se escapó el padre de la patria, Juan Pablo Duarte.

Para muchos, las autoridades dominicanas han hecho lo que tenían que hacer, pero, para quienes tienen un mínimo de sensibilidad, de respeto a la condición humana, esto, además de doler, es una vergüenza.

Carlos Segura

Sociólogo

Master en sociología, Université du Québec à Montréal, estudios doctorales, Université de Montréal. Ha publicado decenas de artículos en revistas especializadas nacionales y extranjeras, sobre inmigración, identidad y relaciones interétnicas. Es coautor de tres obras sociológicas, La nueva inmigración haitiana, 2001, Una isla para dos, 2002 y Hacia una nueva visión de la frontera y de las relaciones fronterizas, 2002. También es autor de tres obras literarias, Una vida en tiempos revueltos (autobiografía) 2018, Cuentos pueblerinos, 2020 y El retorno generacional (novela), 2023.

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