“¿Será que nuestra sensibilidad se limita a un cuestionable ‘estatus legal’ de seres humanos?”, Amín Pérez

La semana pasada cuando regresaba caminando del supermercado me sonreía mientras oía a un grupo de trabajadores conversando por la forma divertida en que se relajaban mutuamente mientras cargaban cajas en un camión. La sonrisa se me quitó de golpe cuando uno de ellos le dijo a otro “mira maldito negro” mientras operaba la máquina para cargar y descargar. Cuando vio la mirada de desaprobación y de enojo que le di, su respuesta fue “señora, es que se lo merece”. Tanto él como el hombre al que insultaba tenían el mismo color de piel y las mismas facciones.

Dos días después, mientras esperaba en un colmado por un Uber que nunca llegó, uno de los hombres presentes planteó de forma categórica que él no “come donde haya haitianos”. Uno de los otros hombres le preguntó que por qué y él no quiso dar ninguna explicación. Simplemente repitió varias veces la misma frase como si la nacionalidad de quienes cocinan o están en un lugar fuera explicación suficiente. El hombre que dijo esta frase no es blanco ni rubio ni tiene ojos azules. También tiene el color de piel y las facciones de personas negras que predominan en el pueblo dominicano.

El 27 de abril de este año una turba del grupo paramilitar Antigua Orden Dominicana atacó a un grupo de mujeres que regresaba a sus vehículos después de participar en la marcha por el 60 aniversario de la Revolución de Abril como denunció la antropóloga Tahira Vargas, una de las víctimas. Los atacantes vestidos de negro en estilo militar agredieron a las mujeres con piedras hiriendo a una de ellas mientras las insultaban y las amenazaban de muerte por el supuesto crimen de ser “pro-haitianas”. Peor aún, un compañero que estaba en el local del antiguo MIUCA (PCT) donde se refugiaron las mujeres y que intentaba defenderlas tuvo que recibir atención médica por la golpiza terrible que le dieron. Los policías presentes no hicieron nada. Los atacantes eran también “morenos”, color “indio claro”, “indio oscuro” y todas las tonalidades de los colores reales e inventados que tenemos en República Dominicana para evitar decir “negra” o “negro”.

El domingo 30 de marzo, el mismo grupo realizó una marcha en Friusa en Bávaro intimidando y atacando a las personas migrantes haitianas que vivían en el lugar. Por suerte, en esta ocasión las autoridades sí intervinieron y la violencia no llegó a un desenlace más terrible. Pero luego las autoridades desalojaron a las personas que vivían en esa comunidad. Otros grupos como el mal llamado Movimiento Código Patria fue a intimidar y golpear a las personas presentes en el local del Movimiento Sociocultural para los Trabajadores Haitianos en Villa Mella en octubre del año pasado. Por suerte no hubo víctimas porque no pudieron entrar al local. Las personas haitianas que estaban en Friusa y en Villa Mella eran negras como también lo eran muchas de las que fueron a atacarles.

El 12 de octubre del 2022, otro grupo también de la Antigua Orden y de la mal llamada Revolución Duartiana interrumpió y atacó una protesta pacífica y un performance que estaban realizando varias activistas feministas y antirracistas en el Parque Colón. Personas en la turba les gritaban “malditas haitianas, váyanse para su país” (todas son dominicanas) mientras las golpeaban con los palos de las banderas y otros objetos que llevaron resultando heridas tres personas que también necesitaron atención médica. Nuevamente había policías presentes pero cuando las activistas les recordaron su deber de intervenir, su respuesta fue que lo mejor era que ellas se fueran para sus casas. Tanto las activistas como los policías como los hombres y mujeres que fueron a agredir a las activistas tenían el mismo color de piel. Lo único que distinguía a los tres grupos eran los uniformes de los policías y los uniformes negros de estilo militar que llevaban muchas de las personas de la Antigua Orden también violando la ley.

Estos son solo algunos ejemplos de la vida cotidiana y de nuestra vida colectiva que reflejan el incremento en el antihaitianismo y el racismo en los últimos años en nuestro país. Como hemos advertido muchas personas y organizaciones, el gobierno del Presidente Abinader ha cometido un error gravísimo al reciclar este discurso anti-haitiano y establecer medidas migratorias que violan los derechos de la gente para incrementar su popularidad. En una de mis columnas anteriores planteaba, por ejemplo, que: “Si las autoridades no detienen el avance y la violencia del fascismo dominicano vamos a tener una tragedia muy pronto porque se les está saliendo de las manos”.

La muerte de la niña Stephora Anne-Mircie Joseph en un paseo de su colegio, el Instituto Da Vinci, en Santiago es una de esas tragedias. Ese mismo día, como nos recordaba mi colega Amín Pérez, también murió un bebé recién nacido en el Centro de Detención de Haina debido a las condiciones deplorables en las que se encontraba junto con su madre. También se han reportado otras muertes de mujeres por las medidas migratorias recientes incluyendo la de Gedilia Lonzandieu en septiembre de este año también en el Centro de Haina y la de Lourdia Jean Pierre quien murió durante el parto en mayo pasado en El Seibo porque no asistió al hospital por miedo a ser deportada. Las muertes y abusos se han multiplicado pero son parte de una larga y triste historia. Recordemos que en la misma ciudad de Santiago apareció el cuerpo de un joven haitiano linchado colgando de un árbol hace 10 años. Y esos son solo algunos de los casos que llegan a la prensa nacional.

Los grupos paramilitares que el gobierno tolera con tanta frecuencia no tienen que estar presentes para hacer daño. El discurso y las prácticas con que atacan a las personas haitianas como no humanas tanto en la vida real como en las redes sociales legitiman la violencia contra estas mujeres, hombres, niñas y niños. La muerte de Stephora ha encontrado eco entre mucha gente porque, como explicaba la articulista Elizabeth de Puig, muchas madres y padres se sintieron identificados con el drama terrible de lo que representaría perder un hijo o una hija. Ese paso es importante pero necesitamos ir más allá. Necesitamos entender que la muerte de Stephora refleja la jerarquía repugnante que genera la desigualdad.

Ese autoritarismo social nos lleva a clasificar a la gente como valiosa o no, como merecedora o no, no solo de nuestro respeto sino de vivir y recibir los gestos de decencia y humanidad más básicos. En diferentes sociedades y épocas ha habido un grupo en el nivel más bajo de esa jerarquía al que el resto trata como si no fueran seres humanos: las personas negras esclavizadas, las personas judías, las personas gitanas, las personas indígenas y muchas más. En nuestro país, esto ocurre con las personas haitianas, domínico-haitianas y las personas negras en general. Y eso no cambia, como todavía piensa mucha gente incluyendo el Presidente Abinader, porque la mayoría de nuestra población también sea negra.

Por eso es que necesitamos, igual que en los demás países donde han enfrentado este problema, entender de dónde vienen estas formas de odio para poder eliminarlas en vez de seguir mirando para otro lado. El odio a las personas haitianas, a las personas negras y a todo lo que vemos como relacionado con la negritud es un odio que se ha sembrado por generaciones en nuestro país y que este gobierno ha aumentado de manera exponencial. La cadena de abusos y negligencia que llevó a la muerte de Stephora nos muestra lo arraigado que sigue estando en nuestra sociedad. Los niños que vieron a Stephora morir sin hacer nada o que al parecer incluso contribuyeron a que se ahogara reflejan este odio que aprendieron en sus familias y en nuestra sociedad. También lo reflejan la negligencia del Instituto Da Vinci antes, durante y después del paseo y el maltrato a su madre, Lovelie Joseph Raphael, en que incurrieron tanto el colegio como la Fiscalía de Santiago.

El pasado 10 de diciembre conmemoramos el Día Internacional de los Derechos Humanos y mañana, 18 de diciembre, se conmemora el Día Internacional de las Personas Migrantes. Tal y como planteó el Foro Feminista Magaly Pineda en su manifiesto exigiendo justicia por la muerte de Stephora, “nadie nace odiando y siendo violento. El odio y la violencia se aprenden desde la casa hasta el Estado”. Es hora de que nuestro Estado y nuestra gente aprendamos por fin que respetar los derechos humanos significa tratar a toda la gente como gente. Y eso incluye educar, castigar y dar el ejemplo eliminando las palabras y las políticas inhumanas contra todas las personas empezando por las que más discriminamos.

Esther Hernández-Medina

Doctora en sociología

Es una académica, experta en políticas públicas, activista y artista feminista apasionada por buscar alternativas para garantizar el ejercicio de los derechos de las mujeres y de los grupos marginados de todo tipo en la construcción de políticas públicas y sociedades más inclusivas. Es Doctora en Sociología de la Universidad de Brown, egresada de la Maestría en Políticas Públicas de la Universidad de Harvard y egresada de la Licenciatura en Economía (Summa Cum Laude) y de la Maestría en Género y Desarrollo del INTEC universidad donde también fue seleccionada como parte del Programa de Estudiantes Sobresalientes (PIES). Su interés en poner las instituciones y políticas públicas al servicio de la ciudadanía, la llevó a colaborar en procesos innovadores como el Diálogo Nacional, la II Consulta del Poder Judicial y el Programa de Igualdad de Oportunidades para las Mujeres (PIOM) en la década de los ’90 y principios de la siguiente década. Años después la llevaría a los Estados Unidos a estudiar la participación ciudadana en políticas urbanas en la República Dominicana, México y Brasil y a continuar investigando la participación de las mujeres y otros grupos excluidos en la economía y la política dominicana y latinoamericana.

Ver más