“El odio ha causado muchos problemas en este mundo pero todavía no ha resuelto ninguno” Maya Angelou
Altagracia ha vivido toda su vida en el batey. Habla el español dominicano del país donde nació y creció y también el creole de su padre y su madre. Desde joven ha ayudado a resolver los problemas de su comunidad y cree firmemente que la solidaridad es la mejor respuesta ante los problemas. Por eso, cuando el Tribunal Constitucional despojó de su nacionalidad a cientos de miles de personas dominicanas de origen haitiano, Altagracia se integró en las organizaciones que sonaron la voz de alarma. Desde entonces recibe amenazas de manera regular; tantas que ya ni se molesta en contarlas. Está acostumbrada a estar pendiente de su seguridad pero no renuncia a las causas en las que cree como la mujer fuerte y segura de sí misma que es. Para lo que no estaba preparada era ver cómo el odio que los grupos antihaitianos dirigen contra ella iba a afectar a su familia. Durante uno de estos ataques, un influenciador de redes sociales con miles de seguidores incluyó su foto en una transmisión en vivo exponiéndola a cientos de amenazas en tiempo real. Ella se enteró de la transmisión cuando sus familiares la llamaron desesperados y ella tuvo que hacer malabares para tratar de calmarles. Las autoridades no intervinieron para protegerla pero, pocos días después y en una supuesta coincidencia, la policía entró a la casa de su madre.
Juan (nombre ficticio) siempre se ha interesado en lo rica y diversa que es nuestra cultura. Como cientista social que es, ha estudiado las tradiciones espirituales y musicales que la gente de nuestros campos y barrios ha cultivado por generaciones. Desde las Cofradías del Espíritu Santo iniciadas en la época colonial hasta los Guloyas de San Pedro pasando por el merengue, el prí prí o el gagá, todas las manifestaciones culturales del país le parecen fascinantes. Disfruta dar charlas y entrevistas, escribir y compartir informaciones sobre la riqueza de las tradiciones dominicanas incluyendo las iniciadas por personas inmigrantes de diferentes países. Sin embargo, desde hace unos años compartir ese conocimiento ha puesto su vida y la de su familia en peligro. Gente fanatizada le ha mandado amenazas de muerte con fotos de donde trabajaba su esposa y de los colegios donde iban sus hijos. Aunque la mayoría de la gente aprecia su trabajo, una minoría violenta lo acosa en redes sociales casi siempre escondiéndose detrás de nombres falsos. También ha sido cancelado por jefes dizque “cristianos” y ha tenido que mudarse en varias ocasiones por las amenazas constantes. Sigue con su labor y ha logrado conseguir órdenes de alejamiento contra dos de sus acosadores. Pero ahora toma precauciones de manera permanente, cuando le es posible sale del país por temporadas y tiene que dejar de ir a ciertos lugares para proteger su seguridad y la de su familia.
Lauristely siempre ha estado enamorada de la literatura y del lenguaje. Por eso le encantaba su trabajo como profesora en uno de los colegios más prestigiosos de la capital introduciendo a sus estudiantes a la magia de las palabras. Y lo desempeñaba en paralelo con su carrera como escritora y su labor como activista. Pero hace unos años se vio en medio de un escándalo fabricado por algunos supuestos padres y madres anónimos cuando sacaron de contexto una asignación con poemas que incluyó en el plan de trabajo con sus estudiantes. Además de inventarse cosas que no eran ciertas y difundir un polémico poema no asignado, ese grupo se apoyó en “periodistas” nada profesionales que usaron su nombre y su foto para compartir la supuesta noticia sin siquiera molestarse en conversar con ella para llegar al fondo de los hechos. Sus colegas en el prestigioso colegio en el que trabajaba tampoco se molestaron en defenderla a pesar de que habían aprobado su plan de estudios y sabían que era adecuado para la edad y el aprendizaje de sus estudiantes. Lauristely no solo perdió su trabajo, sino que desde entonces recibe amenazas constantes en las redes sociales y en la vida real. El peligro no la ha amedrentado. Por el contrario, le confirma lo importante que es su labor como escritora y como activista. Pero también ha tenido que protegerse y proteger a sus seres queridos lo que ha implicado salir del país por largos periodos.
Estas son solo tres de las muchas personas que han visto sus vidas patas arriba en los últimos años a causa de la intolerancia y el odio que tanto han crecido en nuestro país. En una columna anterior, les hablaba de lo importante que es que como sociedad decidamos crear una cultura del cuidado en la que cuidemos y valoremos la vida y el bienestar de todas las personas. Para lograrlo necesitamos priorizar la planificación, la regulación y el mantenimiento continuo para evitar tener más tragedias como la de Jet Set. Pero también necesitamos recordar que todas las personas que vivimos aquí somos seres humanos. Lamentablemente, desde mediados de la década pasada y especialmente con el crecimiento de las redes sociales, hay personas fanatizadas que se creen con el derecho de acosar y hasta atacar físicamente a las personas con quienes no están de acuerdo. Y las autoridades lejos de prevenir y sancionar estas acciones, muchas veces contribuyen a aumentarlas.
El estudio Dinámicas de discurso de odio en redes sociales: hallazgos para avanzar en la garantía de derechos publicado hace unos días nos muestra que falta mucho para construir esa cultura del cuidado a pesar de que históricamente somos un pueblo muy solidario. La publicación realiza un aporte muy importante porque nos da pistas sobre qué podemos hacer para superar esos discursos y prácticas de odio. El estudio confirma que las principales víctimas de estos discursos y acciones son las y los inmigrantes haitianos, sus descendientes y en general las personas negras y mulatas (afrodescendientes) que son la mayoría de nuestra población. El equipo de investigación analizó 650 mil publicaciones en redes sociales durante el año 2023 y encontró que las cinco poblaciones hacia las que se dirigieron más publicaciones de desinformación, incitación al odio, violencia y discriminación fueron: personas haitianas, afrodescendientes, mujeres haitianas embarazadas, personas LGTBQ y dominicanos y dominicanas de ascendencia haitiana. También reciben este tipo de acoso las feministas, otras personas defensoras de derechos humanos, los niños, niñas y adolescentes en situación de calle de origen haitiano y periodistas.
El estudio también muestra que estos discursos de odio en las redes sociales no son manifestaciones espontáneas ni reflejan necesariamente lo que piensa la mayoría de la población. De hecho, son solo el 3% del total de interacciones digitales del año analizado y la gran mayoría del contenido tóxico es de cuentas recientes en X / Twitter. Por el contrario, existen tres redes que se coordinan entre sí para atacar a las personas y organizaciones que defienden a los grupos más vulnerables: una red antiderechos o ultraconservadora que difunde discursos en contra de estos grupos, especialmente las personas migrantes y LGTBQ, una red de distracción con influencers que ganan popularidad por hacer comentarios provocadores para distraer de problemas específicos y una red nacionalista conformada por figuras públicas en X / Twitter y un sinnúmero de cuentas sin identificación que diseminan y amplifican el discurso patriotero de líderes ultranacionalistas del país.
Un estudio reciente del INDOTEL, una de las pocas instituciones públicas que parece estarse tomando en serio este problema, mostró que “las redes sociales concentran el 57% de las noticias falsas, seguidas por la televisión con un 34% y los medios impresos o digitales arrojan el 18%”. El problema es que las noticias falsas (por ejemplo, que Haití busca invadir pacíficamente la República Dominicana) sirven de sustento a los discursos y prácticas de odio (por ejemplo, que se acose e insulte a las personas haitianas y negras en general y se aprese a mujeres haitianas en los hospitales violando nuestra propia ley de migración). El mismo estudio mostró que la mayoría de estas noticias falsas son generadas de manera automatizada con cuentas inactivas que se reactivan de forma coordinada para difundir información falsa.
Y el problema es que tanto las noticias falsas como los discursos de odio se traducen en acciones de odio en la vida real. Estos grupos violentos amenazan no solo a las poblaciones vulnerables y a las personas activistas que les defienden sino también a gente de las instituciones públicas y organismos internacionales que trabajan para crear mejores condiciones de vida para todas y todos nosotros. Como dijo una joven política en el estudio de redes sociales que les mencioné, el problema es que no se trata de “mensajitos feos en redes sociales” sino que esas campañas de odio y de acoso se traducen en “funcionarios que no están haciendo su trabajo porque tienen miedo a las represalias [y] partidos políticos que no hacen lo que tienen que hacer, [que] no cumplen su rol por miedo a lo que va a venir después”. O sea, este problema es “un cáncer que penetra la institucionalidad democrática” de todo el país.
La buena noticia es que el estudio también muestra una ruta clara de recomendaciones para diferentes grupos e instituciones. Por ejemplo, desde el Estado es importante desarrollar leyes y normas para sancionar la desinformación y el discurso de odio como los cambios que INDOTEL está impulsando en la Ley General de Telecomunicaciones. También se necesita fortalecer la regulación de los medios de comunicación en estos temas, capacitar a las personas que trabajan en educación, salud, control migratorio, la policía y otras áreas y desarrollar mecanismos para que traten a todas las personas que atienden de manera digna y respetuosa.
Además los grupos afectados se están coordinando y organizando que es justamente una de las recomendaciones del estudio y de personas expertas en el tema como el sacerdote jesuita Pablo Mella. Por ejemplo, varias organizaciones conformaron recientemente la Alianza de Defensoras y Defensores de Derechos Humanos, una red de personas activistas que defienden a los grupos más vulnerables de nuestro país. La idea es que se puedan apoyar mutuamente y crear mecanismos efectivos de protección. De hecho, la Alianza está organizando un Foro Nacional de Defensoras y Defensores de Derechos Humanos que tendrá lugar el próximo 12 de noviembre. En otras palabras, es mucho lo que podemos hacer crear una cultura del cuidado en la que aprendamos a cuidarnos y valorarnos mutuamente.
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