“La misericordia… cambia el mundo. Un poco de misericordia hace que el mundo sea menos frío y más justo”. Papa Francisco

Como les pasó también a ustedes, el martes 8 de abril se me cayó el corazón al piso cuando vi la noticia de la tragedia en Jet Set. Lamentablemente ya había enviado mi columna de esa semana cuando empecé a ver la magnitud del hecho y para serles sincera, no creo que habría podido escribir nada más en ese momento paralizada como estaba con la noticia. Además, Jet Set era un ícono tan presente en nuestra vida colectiva que mi primera reacción al ver las imágenes fue pensar “esa pude haber sido yo”. Tenía mucho tiempo sin ir pero me encanta salir a bailar y con frecuencia fantaseaba con volver en uno de sus lunes apoteósicos de música en vivo. Y siempre había asociado el lugar con momentos alegres desde cuando iba a ver películas con mi familia al Cine El Portal de los años ‘80.

Poco después, como les ocurrió a tantas y tantos de ustedes, me empezaron a llegaron las informaciones de gente cercana a mis círculos que habían confirmado como fallecida. Por ejemplo, un amigo y una amiga del colegio perdieron gente muy querida. Él incluso se salvó porque había llegado cansado de un viaje y por eso no acompañó a sus amigos esa noche. Ella apoyó a la familia yendo a buscar el carro de su amiga en los alrededores de Jet Set y escogiendo la ropa que le pondrían al cuerpo en el velorio. Las respectivas familias, como se imaginarán, solo podían hacer lo imprescindible. Las dos amistades de las que les hablo son de las personas más ecuánimes y generosas que conozco y sin conocer a sus seres queridos y aun estando tan lejos en California me dolían y me duelen sus pérdidas.

Ese mismo día la muerte se acercó todavía más cuando supe que había fallecido una persona que conocía, la fantástica Lucila Ramón. Lucila, conocida y amiga de muchas en el movimiento feminista y en otros movimientos, era una mujer solidaria y alegre como pocas como nos recordó Tahira Vargas en la hermosa crónica que escribió sobre ella. Como explicó Tahira, Lucila “dedicó su vida al compromiso por la salud, seguridad alimentaria y bienestar de gran parte de la población infantil y adolescente del país desde su labor en el Programa Mundial de Alimentos, PMA, y desde labores voluntarias diversas en distintas comunidades”. Lucila falleció en su búsqueda constante de la alegría junto con su hija Isaura y sus muertes enlutaron no solo a su familia, sino a cientos de amistades, compañeras y compañeros de trabajo y personas conocidas muchas de las cuales llenaron la funeraria y rindieron homenaje a sus vidas y lo mucho que significaron en las nuestras.

En estas dos semanas nuestro país ha estado lleno de homenajes similares desde el velorio más humilde hasta el Teatro Nacional. A pesar de la tristeza y de algunos casos vergonzosos, ver la solidaridad sin límites de tanta gente donando sangre, tiempo y recursos, compartiendo informaciones vitales y organizando encuentros con profesionales de la psicología para asistir en el duelo repentino de tantas familias me llenó de esperanza. Fue hermoso ver la actuación impresionante de nuestro personal de rescate y ver tantos casos de personas que conociendo y muchas veces sin conocer a las víctimas apoyaron a las familias afectadas y al personal de rescate cocinando y llevándoles comida, cuidando sus niños y niñas pequeñas, haciendo diligencias o simplemente poniendo el hombro para contener el llanto y la desesperación. También sé que instituciones gubernamentales como Supérate, el Ministerio de Salud y CONANI han estado dando apoyo a las familias afectadas; apoyo que esperamos vaya mucho más allá de lo inmediato.

Por eso ha sido tan difícil ver el terrible contraste este lunes con el inicio de la implementación de las nuevas medidas migratorias del presente gobierno. Ver la imagen de una mujer en labor de parto siendo escoltada para subirse a un autobús después de haber sido sacada de un hospital parte el corazón. Los hospitales y las escuelas son lugares donde se debe proteger a las personas, todas las personas, independientemente de su nacionalidad y de su estatus legal como, de hecho, establece nuestra propia ley de migración. Y es doloroso ver cómo la solidaridad sin límites que mostramos en momentos terribles como la tragedia de Jet Set y que también mostramos al pueblo haitiano después del terremoto del 2010, parece haberse desplomarse en los últimos años cuando se trata de personas haitianas o sus descendientes.

El contraste es aún mayor cuando vemos los insultos y las barbaridades que muchas personas fanatizadas ponen en las redes desde que en cualquier situación difícil se especifica que la víctima del accidente o el maltrato o el abuso es haitiana o dominicana de origen haitiano. Puede ser el joven que se ahogó en el río a la vista de una muchedumbre que lo miraba desde el puente porque nadie quiso ayudarle. Puede ser la mujer que obligaron a parir sin ayuda en la entrada del hospital porque no la dejaron entrar. Pueden ser los cientos de miles de personas dominicanas de origen haitiano que siguen sin poder estudiar ni trabajar porque el Estado dominicano les quitó la nacionalidad violando el derecho nacional e internacional. Puede ser la mujer de las imágenes que les mencioné sacada del hospital aunque estaba ya en labores de parto.

Incluso personas que se definen como cristianas no ven la contradicción terrible entre los hermosos textos y oraciones que compartían recién la semana pasada por ser Semana Santa y la forma cruel en que ahora se refieren a nuestras hermanas y hermanos haitianos como si fueran animales y no personas. Tampoco ven la contradicción entre implementar medidas como las anunciadas por el presidente Abinader y llorar y declarar tres días de duelo por la muerte del papa Francisco, el pontífice que más defendió a las personas migrantes e incluso criticó a la administración actual del país más poderoso del mundo por la forma en que les tratan. Y aclaro que no pertenezco a ninguna religión y en muchas cosas no estaba de acuerdo con el papa Francisco, pero respeto su legado y su labor en defensa de las personas más pobres incluyendo las migrantes. Como planteó mi colega Juan Miguel Pérez este lunes: “Hoy, 21 de abril, Francisco muere el mismo día que el gobierno dominicano sustituye a médicos por militares en los hospitales públicos”.

Por todo esto podría nuevamente insistir, como he hecho en otras columnas, en que necesitamos replantearnos la relación con Haití más allá de los prejuicios y la retórica patriotera y anti-haitiana, en que no es cierto que Haití es solo una carga porque es uno de nuestros mercados de exportación más importantes, en que la mano de obra haitiana sostiene gran parte de nuestra economía en sectores donde las y los dominicanos no quieren trabajar (por más que el gobierno ahora quiera “dominicanizarlos”) o que como sociedad nos conviene aprender de la historia y presente de Haití porque nunca va a dejar de ser nuestro país vecino. También podría repetir que las migraciones masivas y arbitrarias no resuelven el tema migratorio como han planteado las personas e instituciones expertas en el tema en nuestro país y en el mundo. Incluso podría recordar que incluso si tuviéramos éxito en lograr que la agricultura, la construcción, el turismo, el comercio y otros sectores funcionaran totalmente con mano de obra dominicana aumentarían más todavía los precios de todo lo que consumimos.

Pero no, hoy no voy a hacer todo eso. Hoy solo voy a decir que como sociedad necesitamos crecer no solo económicamente sino creando una cultura del cuidado de las personas consistente con nuestra capacidad innata para la solidaridad. Eso incluye, entre muchas otras cosas, implementar políticas de prevención y mantenimiento en todas las infraestructuras para prevenir tragedias como la de Jet Set, ampliar los sistemas de cuidado de las familias y los grupos vulnerables y dejar de copiar las fórmulas autoritarias del pasado en nuestro sistema migratorio.

Recordemos que perdemos nuestra humanidad cada vez que negamos la humanidad de las otras personas. Apostemos por una cultura del cuidado.

Esther Hernández-Medina

Doctora en sociología

Es una académica, experta en políticas públicas, activista y artista feminista apasionada por buscar alternativas para garantizar el ejercicio de los derechos de las mujeres y de los grupos marginados de todo tipo en la construcción de políticas públicas y sociedades más inclusivas. Es Doctora en Sociología de la Universidad de Brown, egresada de la Maestría en Políticas Públicas de la Universidad de Harvard y egresada de la Licenciatura en Economía (Summa Cum Laude) y de la Maestría en Género y Desarrollo del INTEC universidad donde también fue seleccionada como parte del Programa de Estudiantes Sobresalientes (PIES). Su interés en poner las instituciones y políticas públicas al servicio de la ciudadanía, la llevó a colaborar en procesos innovadores como el Diálogo Nacional, la II Consulta del Poder Judicial y el Programa de Igualdad de Oportunidades para las Mujeres (PIOM) en la década de los ’90 y principios de la siguiente década. Años después la llevaría a los Estados Unidos a estudiar la participación ciudadana en políticas urbanas en la República Dominicana, México y Brasil y a continuar investigando la participación de las mujeres y otros grupos excluidos en la economía y la política dominicana y latinoamericana.

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