Asumiendo modelo capitalista tradicional con ausencia de intervención gubernamental directa en la economía, el mercado laboral se configura a partir de dos fuerzas principales: la demanda, representada por los empleadores que requieren mano de obra para sus empresas, y la oferta, constituida por los empleados que ofrecen su tiempo y capacidades a cambio de una remuneración salarial. La interacción entre estas dos fuerzas, a menudo visualizada como curvas de oferta y demanda laboral, es crucial para determinar los salarios de equilibrio, la tasa de desempleo y otras variables macroeconómicas relevantes. Sin embargo, más allá de la simple interacción de oferta y demanda, la dinámica entre empleadores y empleados impacta directamente en uno de los pilares fundamentales del desarrollo y crecimiento económico a largo plazo: la productividad. Esta última, a su vez, está intrínsecamente ligada a la calidad de las instituciones y las prácticas que implementan las empresas.

Ángel Martínez, autor de este artículo

El duelo entre empleadores y empleados se intensificó con el auge del capitalismo a partir del siglo XVII. El surgimiento de las empresas, como entidades organizadas con fines de lucro, se remonta a finales de la Edad Media, con las sociedades mercantiles. No obstante, fue con la Revolución Industrial que la figura del empleador adquirió mayor prominencia y poder, acumulando capital rápidamente gracias a la disponibilidad de una gran masa de trabajadores pobres sin alternativas, lo que a menudo resultaba en condiciones laborales precarias. La lucha de los trabajadores por mejores condiciones laborales dio origen a movimientos sociales y sindicales que influyeron en la creación de los primeros códigos laborales, inicialmente en los movimientos socialistas rusos y posteriormente adoptados por numerosos países alrededor del mundo.

En contraste, las instituciones extractivas, que concentran el poder y la riqueza en un grupo reducido, limitan el desarrollo del capital humano, generando estancamiento económico a largo plazo.

Tradicionalmente, se han identificado tres factores de producción: tierra, trabajo y capital. En la actualidad, se reconoce cada vez más al emprendimiento como un cuarto factor crucial, debido al papel fundamental que desempeñan las empresas en la innovación, la creación de empleo y el dinamismo económico. La postura adoptada por las instituciones, como las empresas, juega un rol determinante en el desarrollo económico. Las instituciones inclusivas, caracterizadas por promover la libertad económica, la participación ciudadana, la protección de los derechos de propiedad, la creación de riqueza y la búsqueda de la prosperidad general, fomentan el desarrollo del capital humano, impulsando la productividad y conduciendo a un crecimiento económico sostenido. En contraste, las instituciones extractivas, que concentran el poder y la riqueza en un grupo reducido, limitan el desarrollo del capital humano, generando estancamiento económico a largo plazo.

Si los empleadores suelen concentrar una mayor cantidad de capital y la figura del emprendedor es muy deseada por la gran mayoría de personas. El éxito, difundido por los "gurús" de las finanzas y el marketing, que promueven la idea de "ser tu propio jefe" y escapar de la rutina del "9 a 5″, que han ganado popularidad recientemente. No obstante, ¿por qué no todos se convierten en empresarios o emprendedores? La respuesta radica en el concepto de costo de oportunidad. Las decisiones económicas se basan en la valoración que cada individuo otorga a las diferentes alternativas disponibles, considerando la información y los recursos que posee en un momento dado. Emprender implica una inversión significativa de capital, tiempo y esfuerzo, además de un alto grado de incertidumbre y riesgo. 7 de cada 10 empresas fracasan, lo que disminuye a muchos de aventurarse en este camino. Otros, simplemente, prefieren la estabilidad del empleo tradicional o siguen patrones familiares. Ninguna de estas opciones es incorrecta; cada individuo busca maximizar su propia utilidad dentro de sus circunstancias y preferencias.

Finalmente, la relación entre empleadores y empleados es una dinámica compleja y esencial para el funcionamiento de las economías capitalistas. Considero que estos grupos no deberían de tratarse como mutuamente excluyentes, es fundamental reconocer su interdependencia. Un entorno laboral que fomente la colaboración, el respeto mutuo, la capacitación continua y la justa retribución del trabajo contribuye a mejorar la productividad y el desarrollo económico en general. Tanto empleadores como empleados, al buscar su propio beneficio, pueden encontrar un punto de equilibrio que impulse el crecimiento y la prosperidad compartida, maximizando así el potencial del factor humano en la economía.

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