“La democracia no es algo que se materializa solo en las instancias de la política institucional sino también y principalmente en lo que construimos en la sociedad como un todo” Evelina Dagnino
La doña amante de las orquídeas, abuela y madre abnegada de dulce rostro saluda con mucho amor a sus vecinas por el balcón de la mega torre en la que vive antes de salir al mega salón donde se va a dar “una arregladita” para ir a su mega culto. A continuación, mira escandalizada a la mujer negra y humilde con su bebé que se encuentra cuando se va a montar en el ascensor mientras piensa en el boche que le dará al guardián del edificio por no indicarle a la joven que tenía que subir por el ascensor de servicio y no por el de “los propietarios” de la torre.
El funcionario de la organización de la sociedad civil que trabaja día y noche por el fortalecimiento de la democracia y la lucha contra la corrupción acelera en su yipetón cada vez que ve gente de a pie tratando de cruzar la calle mientras piensa “¿por qué no cruzan donde se debe en la intersección?”. Y ni se diga lo que le grita a todo pulmón a los guagüeros que se le atraviesan (imprudentemente es cierto) porque “esa gente” no tiene “costumbres”.
A la chica hipster super progre que va a todas las marchas y comparte todas las consignas en su Insta y en su Twitter se le “olvida” saludar a la señora asistente de la limpieza y la cocina cada vez que llega de visita a la casa de su amiga. La señora que tiene montón de años trabajando con su amiga por respeto no dice nada pero toma nota.
Estas situaciones de la vida real son ejemplos de lo que la socióloga brasileña Evelina Dagnino denomina “autoritarismo social”. Dagnino y sus colegas definen este concepto como la “organización jerárquica y desigual del conjunto de las relaciones sociales, basada de manera predominante en criterios de clase, raza y género”. Hoy por supuesto, hay que agregar también otras dimensiones como la orientación sexual, la discapacidad o la identidad de género pero la idea es la misma. Dagnino y sus colegas nos invitan a entender el autoritarismo como un fenómeno que se da no solo en las instituciones políticas (lo que llamamos autoritarismo político) sino en lo que hacemos y dejamos de hacer todos los días.
Lo que quiero no es identificar el autoritarismo social como un fenómeno aislado en un grupo de personas malvadas que hay que “cancelar” sino ayudar a que nos demos cuenta de que es un problema muy extendido en República Dominicana igual que lo es en Brasil y otros países de nuestra región. Por eso cambié detalles importantes de cada ejemplo para no se reconozca a las personas involucradas porque, lo admitamos o no, todas las personas en nuestro país (especialmente las que somos de clase media o alta) en algún momento hemos pensado, dicho o hecho cosas como éstas.
De hecho, mucha gente habla de este fenómeno sin saberlo cuando hablamos del “pequeño Trujillo que llevamos dentro” refiriéndose, con razón, al autoritarismo que nos ha marcado como sociedad desde la dictadura. También lo veo en las críticas que hacemos a la gente que cambia su forma de actuar desde que se siente que tiene algo de poder. Por eso tenemos la famosa frase de que “si quieres conocer a fulanito, dale un carguito”.
Pero el autoritarismo social es mucho más amplio. Se refleja en las múltiples maneras en que actuamos con la idea de que “no somos iguales” cuando tratamos a personas de otros grupos sociales como si fueran inferiores aunque no lo queramos reconocer. Lo reforzamos cuando repetimos lo diferentes que supuestamente son las señoras del servicio, los trabajadores que están construyendo el edificio de al lado o las personas de piel más oscura que no dejan entrar a ciertos lugares disque porque “hay una fiesta privada”.
Por más que digamos que nuestra asistente doméstica “es como de la familia” o que no tenemos nada en contra de los trabajadores haitianos (la mano de obra predominante en el sector construcción) o en contra de las personas negras en general, la forma en que les tratamos y la manera en que hablamos de otros grupos cuando no están presentes reflejan esa cultura autoritaria o autoritarismo social. Como dice la misma Evelina Dagnino en un trabajo que publicó en 2004, el autoritarismo social es “una matriz cultural… vigente en Brasil y en la mayoría de los países latinoamericanos”. Y en esa matriz de relaciones jerárquicas establecemos diferentes categorías de personas y queremos que cada grupo se mantenga en “su lugar”.
Por el contrario, el trabajo de Dagnino y sus colegas muestra que para construir sociedades realmente democráticas necesitamos superar esas prácticas y creencias autoritarias como también ha planteado la antropóloga dominicana Tahira Vargas en sus estudios en nuestro país. Por ejemplo, en una investigación realizada en los ’90 pero publicada en el 2015, Dagnino junto con Uliana Ferlim, Daniela Romanelli da Silva y Ana Cláudia Chaves Teixeira entrevistaron personas de diferentes sectores: sindicatos de trabajadores/as, sindicatos de clases medias, asociaciones empresariales, movimientos sociales urbanos, movimientos sociales más amplios (de mujeres, personas negras y ecológicos) y personas de partidos políticos. Uno de sus resultados fue que la dimensión de la democracia destacada por la mayoría (58%) fue la de que debe implicar “tratamiento igual para blancos, negros, hombres, mujeres, ricos y pobres”.
Sin embargo, el 50% de las personas entrevistadas del sector empresarial estaban de acuerdo con la afirmación de que “en las prisiones, los presos con mayor poder adquisitivo y educación deben tener las condiciones de confort a las que están acostumbrados” y la gran mayoría de ese grupo también estaba de acuerdo con la opinión de que “los analfabetos y la gente sin educación no puede decidir cómo debería gastar el gobierno el dinero público” (sólo el 37,5% de ese grupo no estaban de acuerdo). No sé ustedes pero esas son ideas que lamentablemente le he oído repetir a mucha gente en República Dominicana, tanto entre la gente rica como en otros sectores.
Y ahí está parte del problema. Cuando la gente de clase alta y clase media de nuestro país (y de la mayoría de los países de la región) no entendemos que nuestra suerte está ligada a la de la mayoría pobre de la población, no podemos avanzar como sociedad. Quitarnos el autoritarismo social, no solo el político, de la cabeza y del corazón es también parte de nuestros desafíos.