Introito
Tal como afirmara en un escrito anterior, el miedo ha vuelto a erigirse en el gran arquitecto político de nuestro tiempo. No se trata del miedo metafísico ante el destino, sino del miedo concreto al otro: al vecino distinto, al extranjero que llega con una lengua, una fe o un color de piel diferente. En los márgenes de ese temor se fraguan discursos, leyes, muros y conflictos, tanto latentes como patentes.
En ese contexto emerge lo que denomino “el síndrome de Kosovo”, un fenómeno que trasciende el caso balcánico y explica cómo los Estados perciben a sus minorías —étnicas, religiosas o migrantes— como amenazas a la identidad, al orden o a la soberanía nacional.
Dada la novedad del concepto, conviene precisar sus dimensiones y consecuencias principales.
I. Dimensiones de su dinámica
Esas dimensiones permiten observar cómo el síndrome opera simultáneamente en varios planos de la vida social:
1.1 Psicológico: sensación de vulnerabilidad frente al “otro”, reforzada por rumores, estereotipos y discursos de miedo. Las redes sociales amplifican este sentimiento, creando burbujas informativas donde la diferencia se percibe como amenaza.
1.2 Económico: temor a la competencia por empleo, recursos y servicios. En República Dominicana, la narrativa sobre la “invasión pacífica” de trabajadores haitianos ha sido recurrente desde los años 90, aunque estudios demuestran que el aporte de esa mano de obra es vital para sectores como la construcción y la agricultura.
1.3 Político: miedo a que la minoría demande derechos colectivos, autonomía o representación política. Ejemplo: el temor serbio en la década de 1990 ante el fortalecimiento de la comunidad albanesa en Kosovo, que condujo a la represión sistemática y a la guerra. Algo similar puede observarse hoy en Myanmar con la minoría rohinyá, donde el Estado teme su reconocimiento como grupo nacional.
1.4 Cultural: ansiedad por la pérdida de valores, tradiciones o identidad hegemónica. En Francia, el debate sobre el velo islámico o la “laïcité” ilustra cómo la defensa de la identidad republicana se usa para excluir a comunidades musulmanas.
Ese amplio espectro permite comprender que el patrón analizado no es únicamente un proceso conflictivo, sino también una dinámica cultural y social reproducida en las sociedades contemporáneas con migración masiva.
El miedo al otro se ha convertido en una herramienta política que fragmenta sociedades y debilita democracias
Identificadas sus dimensiones fundamentales, cabe ahora examinar las causas y efectos que sostienen el síndrome.
II. Factores causales y consecuencias
2.1 Historia de exclusión previa: Sociedades con antecedentes de segregación tienden a reproducir patrones de discriminación. Estados Unidos, tras abolir la esclavitud, construyó nuevas formas de exclusión racial —desde Jim Crow hasta el encarcelamiento masivo—
En la República Dominicana, la herencia del trujillismo consolidó, al menos, un nacionalismo antihaitiano —y, en los excluidos, uno antidominicano— que aún afectan el imaginario colectivo de ambos pueblos.
2.2 Segregación socioespacial: Los ghettos urbanos europeos, los barrios marginales y los campamentos laborales como los bateyes azucareros simbolizan “el otro dentro”, recordando que la exclusión puede coexistir con la proximidad. En París, barrios como Seine-Saint-Denis concentran inmigrantes africanos y árabes bajo condiciones precarias, alimentando discursos de “fractura social”.
2.3 Medios de comunicación y redes sociales: los algoritmos de plataformas digitales amplifican rumores y estereotipos. En 2015, durante la crisis migratoria siria, noticias falsas en Alemania sobre delitos cometidos por refugiados multiplicaron los ataques xenófobos.
2.4 Discursos populistas y electorales: líderes de distintos signos han recurrido al miedo. Viktor Orbán, en Hungría, Donald Trump, en EE. UU., y partidos ultranacionalistas europeos como Vox o AfD han construido su éxito sobre la idea de “recuperar el control” frente al inmigrante.
2.5 Falta de políticas integradoras: La ausencia de programas educativos y de inserción laboral perpetúa la marginación. En la República Dominicana, la falta de un marco estable para la regularización de haitianos y sus descendientes ha creado, de facto, generaciones desprovistas de documentos de identidad, vulnerables ante toda forma de exclusión.
Estos diversos factores crean un ciclo de retroalimentación: la exclusión genera miedo, y el miedo justifica nuevas exclusiones.
III. Sus consecuencias
La dinámica que denomino síndrome de Kosovo no solo describe un tipo de miedo o exclusión, sino que tiene efectos concretos sobre el tejido social, la economía, las instituciones y la estabilidad política de los Estados. Allí donde la alteridad se percibe como amenaza, el cuerpo político se resiente, y la comunidad nacional entra en un proceso de descomposición moral y estructural. Las principales consecuencias pueden describirse en cuatro planos interconectados: social, económico, institucional y político.
3.1 Fragmentación social. La primera y más visible consecuencia del síndrome es la ruptura de la cohesión social. Las sociedades afectadas se dividen entre “nosotros” y “ellos”, reforzando identidades cerradas que impiden el diálogo y la empatía. Esa polarización no se limita a los debates públicos, sino que penetra en la vida cotidiana: barrios segregados, escuelas homogéneas, empleo desigual, discursos mediáticos excluyentes.
Por lo general, los estigmas repetidos crean realidades sociales. Así, cuando el inmigrante, el refugiado o, simplemente, el “otro” es asociado sistemáticamente con la inseguridad o la carga económica, el miedo se institucionaliza y la sociedad pierde su capacidad de reconocerse plural.
3.2 Estancamiento económico. El miedo al otro tiene también un costo económico directo. Las políticas de exclusión —ya sea por discriminación, negación de derechos o restricciones al trabajo— impiden aprovechar el capital humano migrante. Y ello ocurre a pesar de que numerosos estudios demuestran que la integración laboral y educativa de las poblaciones extranjeras aumenta la productividad, la innovación y la sostenibilidad demográfica.
En contraste, las economías que se cierran o discriminan enfrentan envejecimiento poblacional, caída de natalidad y pérdida de dinamismo. Alemania y Canadá, conscientes de esa realidad, han diseñado sistemas de acogida e integración que combinan control y apertura, logrando que los inmigrantes contribuyan al PIB y a la renovación cultural. En América Latina, donde los flujos migratorios se han intensificado, las políticas inclusivas aún son incipientes, pero las evidencias sugieren que la regularización y la inserción laboral fortalecen la seguridad y reducen la informalidad.
3.3 Erosión institucional. Cuando el Estado tolera o reproduce prácticas de exclusión —mediante prácticas y/o leyes discriminatorias, omisión de políticas sociales o discursos nacionalistas excluyentes— pierde legitimidad ante sus propios ciudadanos. La igualdad ante la ley deja de ser principio rector y se convierte en retórica vacía.
Hannah Arendt, en Los orígenes del totalitarismo, advirtió que el primer paso hacia la deshumanización política es la pérdida del “derecho a tener derechos”. Cuando el Estado decide quién merece reconocimiento, su autoridad moral se erosiona, y el contrato social se convierte en mera ficción administrativa o imposición a la fuerza. La exclusión, además, alimenta la corrupción y la impunidad, pues los sectores marginados carecen de medios institucionales para exigir justicia o eventual reparación.
3.4 Conflictos latentes. Por último, el síndrome de Kosovo puede incubar conflictos que, en un inicio, parecen invisibles, pero que terminan estallando de manera violenta. El resentimiento acumulado —producto de la discriminación prolongada o la negación de derechos— puede expresarse en disturbios, protestas radicalizadas o actos de violencia étnica.
Los disturbios de Londres en 2011, motivados en parte por la exclusión juvenil y racial, o los episodios de linchamientos de migrantes haitianos en diversos países, son ejemplos elocuentes de tanto malestar acumulado.
En síntesis, el síndrome de Kosovo produce una sociedad fragmentada, una economía temerosa, un Estado debilitado y un clima político de polarización e inestabilidad. Es, en sentido pleno, un diagnóstico de decadencia de civilidad, donde la defensa de la identidad se transforma en autodestrucción.
Frente a ese panorama de fragmentación y desgaste institucional, resulta imperativo pasar del diagnóstico a la acción. Las sociedades que reconocen a tiempo los síntomas del malestar de Kosovo pueden, mediante políticas públicas adecuadas, revertir su curso. En tal sentido, conviene delinear las estrategias que permitirían transformar el miedo en cohesión y el conflicto en convivencia.
IV. Soluciones y estrategias integrales
4.1 Integración institucional: políticas migratorias claras, garantías efectivas de derechos civiles y mecanismos de participación política para las minorías. Ejemplo: España otorgó derecho a voto municipal a residentes extranjeros de larga duración, fortaleciendo la convivencia local.
4.2 Educación y concienciación: Finlandia y Canadá promueven programas escolares sobre diversidad cultural, mostrando que la educación cívica reduce el prejuicio.
4.3 Cohesión urbana y social: El urbanismo inclusivo, como en Medellín tras los años 90, integra barrios marginales mediante espacios públicos y cultura ciudadana.
4.4 Vigilancia y regulación: La UE implementó observatorios de discurso de odio y campañas contra la desinformación, modelo que podría adaptarse al contexto antillano.
4.5 Diplomacia y cooperación internacional: acuerdos bilaterales sobre movilidad laboral y derechos sociales, como los firmados entre México y Guatemala, reducen vulnerabilidad y tensiones.
La combinación de políticas, educación cívica y cooperación internacional puede romper el ciclo miedo–exclusión y reducir las probabilidades de conflicto.
En conclusión
Zygmunt Bauman advirtió que “las fronteras no detienen el miedo; solo lo redistribuyen”. Por eso, si el miedo no se transforma en política de reconocimiento, el resultado será una sociedad que se teme a sí misma. El desafío, entonces, es político, pero también moral: aceptar que la pluralidad no es una amenaza, sino la condición misma de toda comunidad civilizada.
La situación es tanto más urgente dado que, como argumenté en el texto citado al inicio, el síndrome de Kosovo puede germinar tanto en discursos de derecha como de izquierda. En uno, el resentimiento surge del rechazo a la presencia irregular; en el otro, proviene de la defensa incondicional de la apertura liberal que ignora tensiones reales y, por añadidura, de la voz de los excluidos que rehúsan ciertas inclusiones. Por ambas vías, la historia retorna al sempiterno ciclo de exclusión y violencia, recordándonos que ninguna ideología está inmunizada contra el miedo.
Referencias
Compartir esta nota