José Luis Corripio (Pepín Corripio), quien en aquellos años posteriores a 1965 nada tenía que ver con periódicos, ni mucho menos con El Nacional, tomó su primera gran decisión en el mundo de la comunicación en 1973, justo en medio del clima político más peligroso de la época: cuando la República Dominicana cerraba el ciclo de los llamados “años de plomo”, culminados en 1973 con la guerrilla del coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó.
Actuó como un verdadero empresario: asumió riesgos de todo tipo cuando el mercado de la comunicación era cerrado a nuevas inversiones por quienes lo controlaban.
Fue precisamente en ese contexto de inestabilidad, tensión y riesgo, y valorando la experiencia, el coraje y la calidad profesional de los periodistas formados en El Nacional, que Corripio decidió —junto a otros inversionistas— participar en la creación de la Editora La Razón, S.A., de la cual nacería el vespertino La Noticia el 11 de junio de 1973.
La Editora La Razón instaló su moderna planta de impresión en la calle Julio Verne, a escasos metros del Palacio Nacional. Desde allí, La Noticia se convirtió en un nuevo actor competitivo que dinamizó la prensa escrita y abrió una etapa de renovación en los medios dominicanos. Aquella decisión empresarial marcó el inicio de un proceso que, con el paso de los años, consolidaría a Pepín Corripio como uno de los principales impulsores del periodismo moderno en la República Dominicana.
Seis años después, en 1979, Pepín Corripio amplió su presencia en el sector mediático: adquirió las acciones de El Nacional que habían pertenecido a su fundador, el periodista Rafael Molina Morillo, quien en ese momento fue designado embajador de la República Dominicana ante la ONU por el presidente Antonio Guzmán. En este mismo período Corripio adquirió también Telesistema Canal 11, propiedad del ingeniero Waldo Pons Cabral, y dos años más tarde, en 1981, fundó el periódico HOY, uno de los matutinos más influyentes del país durante las décadas siguientes.
Pero la verdadera raíz de todo este proceso no estaba solo en la visión empresarial, sino en la calidad humana y profesional de los periodistas y trabajadores que venían de los años más duros: aquellos que, desde 1965, enfrentaron la guerra civil, la intervención militar norteamericana y la persistente represión de finales de los sesenta y comienzos de los setenta.
La incursión y las inversiones de Pepín en los medios desataron un proceso de modernización y respeto a las libertades cuyos efectos llegan hasta los días actuales. Fue y ha sido una verdadera Revolución si miramos al 1973 y 1981.
Una generación forjada en el riesgo.
El antecedente de todos estos cambios mediáticos fue un grupo de profesionales —periodistas, fotógrafos, linotipistas, correctores, editores y empleados— que acumulaban experiencia real, calle, peligro y sacrificio, y que habían sobrevivido a los años más tensos de la vida política dominicana.
Los reporteros que formaron el núcleo de la prensa moderna dominicana habían vivido mucho antes de 1973 bombas lacrimógenas, persecuciones, tiroteos, toques de queda, disturbios universitarios, huelgas y operaciones militares, mientras cumplían con el deber de informar.
Uno de esos episodios —uno entre muchos que me tocó vivir— fue el siguiente:

LA BOMBA EN LA CALLE EL CONDE (1969)
La portada que muestro arriba corresponde a la edición de El Nacional de Ahora del miércoles 24 de septiembre de 1969. Allí aparece la imagen de una bomba lacrimógena rodando por la calle El Conde, disparada por la Policía Nacional contra una manifestación pacífica de mujeres. Esa fotografía, contundente y estremecedora, resume perfectamente lo que vivíamos: un país gobernado por la tensión, el miedo y la represión.
Yo llevaba apenas tres meses como periodista profesional en el vespertino de la avenida San Martín. Había sido contratado el sábado 14 de junio de 1969 por el jefe de Redacción, Radhamés Gómez Pepín, quien al leer mi crónica sobre la huelga de Metaldom me había formulado la pregunta que definió mi destino: “¿Tú quieres trabajar aquí?”
Desde entonces comprendí que el periodismo era un oficio de riesgo directo, sin separación entre la noticia y el peligro.
La bomba que me lanzaron
En la portada se ve una bomba rodando por el pavimento. Pero la realidad fue más dura: fueron varias.
Cubríamos una manifestación de mujeres convocada por Martha Martínez, secretaria general del Comité por los Derechos Humanos. En pleno acto, un teniente de la Policía —viéndome claramente como reportero— cargó su escopeta lanza-proyectiles y me disparó directamente una bomba lacrimógena. Explosión inmediata. La bomba estalló junto a mi tobillo izquierdo. El dolor fue fulminante. Mi pie quedó inflamado por varios días.
Una de las manifestantes, Gladys Segarra, me llevó al día siguiente al consultorio del doctor Humberto Bogaert. Ella misma vivía su propio drama: su esposo había sido desaparecido en Dajabón por su militancia en el Movimiento Popular Dominicano (MPD).
Los años de plomo
El 23 de septiembre de 1969 no fue un caso aislado. Era parte de un ciclo de violencia que venía desde 1961, interrumpido solo por los siete meses del gobierno de Juan Bosch en 1963.
Otros episodios que viví:
La Autopista Las Américas — 12 de enero de 1972
Estuve allí todo el día durante el enfrentamiento entre los grupos militares y Los Palmeros.
La UASD — abril de 1972
Cubrí los disturbios en los que resultó herida Sagrario Díaz y en los que fueron apresadas las autoridades universitarias, incluido el rector Jottin Cury.
El periodismo era una misión peligrosa, una profesión de estar donde la historia ardía.
El desconocimiento (1973)
A pesar del sacrificio acumulado, enero de 1973 trajo un golpe inesperado: el director del periódico, Rafael Molina Morillo, decidió desconocer el esfuerzo de los periodistas y trabajadores que desde 1966 habían construido un diario serio, combativo y respetado. Fue un golpe moral profundo.
Pero la memoria permanece: las bombas, el peligro, la dignidad, la vocación.
Y fue esa generación —templada en el fuego— la que más tarde permitió que empresarios visionarios como Pepín Corripio construyeran el conglomerado mediático que transformó para siempre la prensa dominicana.
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