“El viento sopla donde quiere, pero la conciencia sabe de dónde viene.”
(Inspirada en Juan 3:8).
El huracán Melissa —clasificado como categoría 5 en el Atlántico— no solo representa un fenómeno meteorológico. Aunque no impactó directamente a la República Dominicana, sus efectos provocaron lluvias persistentes, variaciones atmosféricas y una advertencia silenciosa: la naturaleza continúa hablando, mientras la humanidad ha dejado de escuchar.
La creación como sujeto ético
El apóstol Pablo expresó: “Sabemos que toda la creación gime a una, y a una está sufriendo dolores de parto hasta ahora” (Romanos 8:22). La creación no es un escenario pasivo, sino un organismo vivo que reacciona ante el daño acumulado. La tormenta, entonces, no es enemiga: es reveladora del desorden humano, estructural y espiritual. Job entendió esta relación cuando afirmó: “Pregunta ahora a las bestias, y ellas te enseñarán; a las aves del cielo, y ellas te lo mostrarán” (Job 12:7). Sin embargo, la civilización moderna, obsesionada con dominar en lugar de escuchar, ha reducido la naturaleza a un objeto de explotación y no a una interlocutora.
Crisis ambiental = crisis moral
El mandato original de la mayordomía humana fue claro: “Yahvé Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto de Edén para que lo labrara y lo guardase” (Génesis 2:15). Ese mandato no fue explotar, sino custodiar. Sin embargo, la historia moderna muestra la inversión de ese orden: el jardín se convirtió en cantera, el río en vertedero y la atmósfera en depósito invisible de residuos. Por eso el profeta Oseas advirtió: “La tierra se enlutará, y se extenuará todo morador de ella” (Oseas 4:3).
San Agustín afirmó: “El orden constituye la base de la justicia.” Cuando el orden natural se fractura, también se quiebra el orden moral. La degradación ambiental es, en realidad, la proyección visible de una degradación interior. Dietrich Bonhoeffer profundizó esta idea: “La fe que actúa de forma responsable en el mundo es fe verdadera.” No se nos llamó a contemplar el mundo, sino a restaurarlo. Orar por la creación sin actuar en su defensa no es espiritualidad: es evasión. John Stott lo señaló con claridad: “El resguardo de la creación constituye un componente esencial de la obediencia cristiana.” Cuidar el ambiente no es militancia opcional, sino parte del discipulado.
El pensamiento social contemporáneo ha retomado este llamado. El papa Francisco declaró: “No existen dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una única y compleja crisis socioambiental” (Laudato Si’, 139). La degradación ambiental afecta primero a los pobres, luego a la justicia y finalmente al futuro común.
La tormenta como llamada ética
Melissa no fue solo un fenómeno atmosférico: fue un examen moral. No devastó la infraestructura dominicana, pero sí abrió una pregunta en la conciencia colectiva. La tormenta no solo advierte: interpela. No exige temor, sino responsabilidad. No destruye: expone. La pregunta que deja no es técnica, sino ética: ¿Cómo responderemos a un mundo que gime mientras seguimos explotándolo?
La reconciliación pendiente no es solo teológica. Es ecológica, civilizatoria y espiritual. La paz que la humanidad necesita aprender no es únicamente con el prójimo, sino también con la Tierra, y con otros seres vivos que comparten el mismo aire que contribuimos a deteriorar.
La tormenta ya pasó. La pregunta sigue aquí.
(Del pensamiento al lenguaje simbólico: la reflexión se transforma en poema)
La tormenta habla:
Letra: Benjamin Amathis (basado en el artículo original).
“El viento sopla donde quiere…
Pero la conciencia sabe de dónde viene.” Juan 3:8…
Si la Tierra habla, ¿por qué nadie responde?
La Tierra llora…
La Tierra gime…
Y el trueno dice lo que el hombre no define.
No es la tormenta…
Es la conciencia herida.
Dios habla en la brisa…
Pero el ruido nos suicida. (Oh-oh… oh-oh…)
Melissa no tocó mi suelo.
Pero tocó mi pensamiento.
Fue ciclo de categoría cinco en el mapa.
Pero diez en sentimiento.
Dejó lluvia en las montañas.
Dejó grietas en la razón,
No dañó la infraestructura…
Pero agitó la convicción.
La creación no es un objeto.
Es el gemido del planeta.
Romanos ocho lo gritó.
Sin metáfora ni poeta.
La Tierra no está llorando
Porque el cielo se enfadó,
Llora porque el mismo hombre
La traicionó y la vendió.
Job dijo: “Pregunta a las bestias”.
Pero ya no las escuchamos.
El progreso nos hizo ricos.
Y al mismo tiempo desalmados.
Éramos guardianes del huerto,
Ahora somos vendedores de sombra.
De Edén a basurero:
La historia no se nombra, pero asombra.
La Tierra llora…
La Tierra gime…
Y el trueno dice lo que el hombre no define.
No es la tormenta…
Es la conciencia herida.
Dios habla en la brisa…
Pero el ruido nos suicida.
Génesis fue mandato.
“labra y guarda la morada”,
Pero el jardín fue hipotecado.
Y la codicia fue sembrada.
El profeta Oseas avisó:
“La Tierra se enlutará”.
Pero preferimos la bolsa de valores.
Al agua que nos dará.
San Agustín lo dijo:
“Sin orden, no hay justicia”.
Y el caos ambiental.
Es fruto de nuestra avaricia.
Orar sin actuar
Es religión sin evidencia.
Fe sin obras, tumba abierta…
Culto sin conciencia.
No es solo ecología,
Es teología del suelo.
Es amar al prójimo.
Que respira el mismo cielo.
Como dijo Bonhoeffer:
“Fe verdadera es responsable”.
Si no defendemos la Tierra…
La oración es desechable.
No fue la tormenta.
Fue la verdad detrás del viento.
La lluvia no acusa… revela.
El huracán no castiga… despierta.
La Tierra no grita con palabras…
Pero ya no puede quedarse callada.
La Tierra llora…
La Tierra gime…
Y el trueno dice lo que el hombre no define.
No es la tormenta…
Es la conciencia herida.
Dios habla en la brisa…
Pero el ruido nos suicida.
La tormenta ya pasó…
La pregunta sigue viva.
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