Las palabras de Juan Miguel Chaljub Then —hijo del histórico dirigente político de izquierda Rafael Chaljub Mejía— en Acento TV no son una simple anécdota familiar. Son un reflejo fiel descarnado de una realidad que arrastra todo el movimiento revolucionario dominicano: la represión sistemática del Estado buscó no solo destruir y asesinar a los dirigentes y militantes de izquierda, sino impedir que sus hijos heredaran la lucha. Y en buena medida lo logró.
Juan Miguel lo dice con una sinceridad que abre cicatrices: “Rechacé la militancia política de izquierda para no agregar un broche más de sufrimiento a lo que vivió mi madre, doña Dulce María Then de Chaljub, del que fui testigo”.
Esa frase no es renuncia: es diagnóstico. Es el testimonio de un hijo del dirigente de izquierda que creció viendo el costo humano de la lucha por la liberación en un país gobernado por tiranos, oligarcas y burócratas que se protegieron mutuamente durante décadas.
Y esa experiencia no fue solo la suya: más del 90 % de los hijos e hijas de dirigentes de izquierda dominicana no siguieron la militancia de sus padres. No por comodidad. No por indiferencia. Sino porque crecieron escuchando llantos de madrugada, rumores de allanamientos, nombres de compañeros asesinados, listas negras y silencios obligados para no despertar la furia de los verdugos.
Un país que castigó la dignidad: la represión como política de Estado.
Si la mayoría de los hijos de revolucionarios no militó, la responsabilidad no recae en ellos, sino en el sistema y en el Estado dominicano.
El trujillato (1930–1961): exterminar al pensamiento crítico y liberar
Trujillo perseguía y asesinaba comunistas dentro y fuera del país.
El Partido Socialista Popular (PSP), funcionaba en templos, casas de seguridad, talleres en forma clandestinas.
Los hijos crecían viendo a sus padres huir de un régimen que había convertido la política en campo de tiro. El Movimiento Popular Dominicano (MPD) llegó al país desde Cuba bajo la consigna: Lucha Interna o Trujillo Siempre. El Movimiento Revolucionario 14 de Junio 1J4 fue fundado en la clandestinidad en una finca en la ciudad de Mao.
1965: el crimen de exigir democracia
La insurrección constitucionalista fue brutalmente aplastada con la complicidad de Estados Unidos.
Quienes lucharon por el retorno de Bosch fueron encarcelados, torturados o forzados al exilio.
Los hijos aprendieron que la palabra “pueblo” podía costar una bala.
Los Doce Años de Balaguer (1966–1978): la maquinaria del terror
Durante los doce años, el Estado convirtió el asesinato político en rutina. El crimen del joven dirigente Amin Abel Hasbún, ejecutado con un tiro en la nuca frente a su esposa Mirna Santos, fue un mensaje de terror. Lo mismo ocurrió con el profesor y dirigente de izquierda Homero Hernández, abatido a plena luz del día en presencia de su compañera Elsa Peña Nadal. crímenes así buscaban quebrar a las familias de los militantes y sembrar el miedo en sus hijos.
La Banda Colora y los servicios de secretos asesinaron a más de 3,000 dominicanos. Ningún militante estaba a salvo: Guido Gil Diaz, Amín Abel Hasbún, Orlando Martínez, Otto Morales, Henry Segarra Santos, Francisco Alberto Caamaño Deño y sus compañeros de guerrilla, la lista es demasiado larga.
Cada muerte fue un mensaje: “no se atrevan”.
Cada asesinato una advertencia a los hijos: “este puede ser tu padre mañana”.
Fausto Rosario Adames refiere que “ningunos formó parte de una organización promotora del socialismo, y en los casos en que pasaron a formar parte de algún partido lo hicieron abrazando la socialdemocracia, el Peledeísmo e integrándose convencidos de que el capitalismo es el régimen idóneo para vivir con dignidad, formar familia y desarrollarse”, (ver La Izquierda Vista Por Si Misma, página 123).
Años 80 y 90: menos balas, más persecución política
Aunque disminuyeron los asesinatos selectivos, siguió la vigilancia, el hostigamiento laboral, las fichas policiales y la criminalización mediática. Los hijos crecieron viendo cómo sus padres eran marginados del mundo laboral por tener “ideas progresistas y revolucionarias”.
¿Cómo pedirle a un niño que herede el miedo?
La ultraderecha dominicana —civil y militar— buscó siempre apagar la continuidad histórica de la izquierda. Sabían que, si cortaban el relevo generacional, debilitaban el proyecto revolucionario.
Y lo intentaron todo:
• cárceles clandestinas
• torturas
• desapariciones
• control laboral
• exilios forzados
• propaganda anticomunista en escuelas, recintos militares e iglesias
El objetivo era claro: matar la militancia en los padres y asesinar la esperanza en los hijos.
Muchos niños crecieron sin cumpleaños; porque sus padres estaban presos o en la clandestinidad.
Muchos aprendieron a no mencionar el nombre de su progenitor en la escuela.
Muchos vivieron la angustia de ver a sus madres llorar cada noche esperando noticias.
En esas condiciones, ¿cómo exigirles que heredaran la lucha?
El testimonio de Juan Miguel es el eco de una generación mutilada por la violencia política. La verdad política que no debe esconderse.
El distanciamiento de los hijos de la izquierda no debe interpretarse como derrota, sino como evidencia del costo que el sistema estuvo dispuesto a imponer para mantener sus privilegios.
Si hoy la izquierda no tiene continuidad familiar masiva, es porque los verdugos sembraron miedo, no porque los padres fallaron.
La represión rompió familias, pero no destruyó el ideal progresista y revolucionario. La persecución apagó militancias, pero no apagó la historia. Y aunque muchos hijos no tomaron la bandera, el pueblo la seguirá levantando.
La lucha que Rafael Chaljub Mejía y otros tantos iniciaron no necesita apellidos para sobrevivir. Necesita conciencia. Y la conciencia siempre despierta, incluso después de décadas de silencio. El desafío actual: reconstruir la herencia revolucionaria
La izquierda dominicana tiene una tarea histórica: crear condiciones donde militar no sea sinónimo de sacrificar la felicidad familiar; donde la persecución no determine el destino de los hijos; donde la lucha deje de ser trauma y vuelva a ser esperanza.
Porque si algo demuestra el testimonio de Juan Miguel Chaljub Then es que los hijos no abandonaron la causa: fue el país que se encargó de expulsarlos de ella.
Recuperar esa herencia no es cuestión de sangre, sino de dignidad. Y esa dignidad —por más que la hayan perseguido— sigue viva en cada pueblo que resiste, en cada obrero que lucha y en cada joven que despierta.
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