Desde hace dos décadas, Chile se ha acostumbrado a hablar de un 'péndulo político' ante cada sucesión presidencial. El traspaso de Ricardo Lagos a Michelle Bachelet en 2006 fue el último entre mandatarios electos pertenecientes a una misma corriente política. La alternancia ha regido los relevos siguientes, entre líderes de izquierda y de derecha. Pero, en los últimos años, el péndulo parece haberse acelerado hasta coquetear con los extremos.

Es así como el país sudamericano, que hace seis años vivió un estallido social con más de un millón de personas en las calles para reclamar contra la desigualdad, hoy está a las puertas de elegir a su primer presidente de ultraderecha desde el regreso de la democracia.

José Antonio Kast ha liderado de manera sostenida las encuestas de cara a la segunda vuelta, con ventaja sobre la comunista Jeannette Jara. En ella pesa el estigma de su sello político y el desencanto popular con la gestión de Gabriel Boric, que fue ungido al calor del estallido pero consiguió menos de los esperado en su ambición reformista. Aunque Jara se ha esforzado por despegarse de ambas herencias, las cifras, a priori, hacen pensar que su esfuerzo no será suficiente.

El estallido social se desvanece sin resultados concretos

En la céntrica Plaza Italia, rebautizada 'Plaza Dignidad' durante los cinco meses seguidos de manifestaciones, las reivindicaciones sociales en paredes y monumentos han cedido su lugar a excavadoras y obras para la construcción de un nuevo parque. El epicentro del movimiento, que se inició en octubre de 2019 como respuesta a una subida del precio del transporte y escaló rápidamente a una demanda más amplia, es la muestra de cómo Chile empieza a pasar página.

"Claramente, el estallido envejeció mal", afirma a France 24 el analista chileno Giancarlo Visconti, doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Columbia. Él recuerda que "en los primeros meses, el apoyo a las movilizaciones era ampliamente mayoritario", por lo que "mi impresión es que el estallido como tal no es el culpable de por qué la gente piensa mal de él, sino lo es la Convención" Constituyente posterior.

Ese órgano, con un tendencia mayoritaria de izquierda, fue el encargado de redactar la primera de las dos propuestas para reemplazar a la Carta Magna de 1980, heredada de la dictadura de Augusto Pinochet, cuya modificación fue una de las peticiones concretas surgidas del estallido. Sin embargo, en ese proceso, añade Visconti, "grupos que no eran solamente de izquierda, también muchos independientes –de la conocida como Lista del Pueblo– empujaron por una Constitución que fracasó y eso sí quedó en la retina de las personas, que no tienen buenos recuerdos".

Claudia Heiss, profesora e investigadora de la Facultad de Gobierno de la Universidad de Chile, incluye también en el fracaso de la reforma constitucional al segundo órgano, el Consejo Constitucional, que impulsó un texto de corte más derechista e igual chocó con el rechazo en el plebiscito de 2023.

En ambos procesos, explica la analista, "hubo muchos outsiders" o "independientes que tenían bases sociales, pero no una plataforma política general", mientras que se registró "una muy baja capacidad de articulación y representatividad de los partidos", organizaciones "que tienen que hacerse responsables de las consecuencias de una decisión política, a diferencia de un outsider".

"El proceso constituyente demostró la profunda crisis de mediación que tenemos en Chile y que no se pueden resolver problemas como la elaboración de una Constitución sin partidos políticos. Tuvimos dos órganos electos democráticamente, que no lograron ser representativos", sentencia.

Por otro lado, ambos coinciden en señalar que la falta de un liderazgo claro, una de las fortalezas iniciales del estallido social, se convirtió, con el tiempo, en una de sus falencias. "Fue una colección de distintas ideas, malestares de las personas, sin un líder coordinado", subraya Visconti.

Para Heiss, en la ola de protestas convergieron "distintas agendas en un contexto de reducción del crecimiento económico" y "modelos de sociedad distintas", con "personas que querían modificar el modelo" y otras que "querían entrar en el modelo capitalista en mejores condiciones".

"El lema de la movilización era dignidad, que es un concepto muy difícil, no había un petitorio o una organización detrás. El mandato de ese movimiento no era claro y eso se expresó en la incapacidad de mediación política que vimos después en los procesos constitucionales", remarca la politóloga, quien agrega que algunas reivindicaciones de las minorías que participaron del proceso "atemorizaron a personas que estaban a favor de la movilización por mejores pensiones y salud, pero no querían que se modificaran los roles tradicionales".

Las urgencias desplazan la agenda social del estallido

Tras dos procesos constitucionales fallidos y sin avances profundos contra la desigualdad inherente de Chile, la agenda de reformas impulsada por el estallido social ha quedado relegada detrás de urgencias que, según muestran las encuestas, inquietan a los chilenos: la inseguridad, la migración y el estancamiento de la economía, entre otras.

"La agenda que motivó el estallido social fue prepandemia y anterior a un gran flujo de migración venezolana que se produjo después. Entonces el escenario cambió. Vino la crisis de inseguridad, la llegada mucho más clara de grupos criminales, la pandemia, la inseguridad económica, el retraimiento de esta movilización social hacia los hogares", enumera Claudia Heiss.

Hay, además, un factor anímico. Con la suma de problemas y la falta de materialización de las reformas, el entusiasmo que había generado el estallido se transformó en pesimismo. Según el más reciente Informe sobre Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), 6 de cada 10 chilenos cree que la situación del país ha empeorado en los últimos cinco años y solo un cuarto de los encuestados responde que el futuro de la nación será mejor.

No obstante, el estudio del PNUD muestra también que la sociedad sigue creyendo que hay una necesidad de cambios: un 67% de los consultados manifestó su deseo de que "las cosas sean de otro modo, ni como son ahora ni como eran antes".

Para Heiss, "el sentimiento de optimismo sobre la capacidad de cambio fue reemplazado por el temor, la angustia, el miedo, la incertidumbre" y "ese cambio de clima ayudó al fracaso del proceso, pero no significa que hayan desaparecido las demandas".

"Hay una gran mayoría en Chile que considera que el Estado debería llegar más a las personas vulnerables, mejorar la educación, la salud, las pensiones. Pero eso ha quedado en un segundo plano frente a este temor al crimen, a la inseguridad, a esta movilización de los sentimientos antimigrantes. Esas agendas tomaron cierta preponderancia y eso ha inclinado la balanza hacia la derecha", detalla.

Visconti coincide: "Las prioridades cambiaron y están claramente más alineadas con la derecha que con la izquierda".

¿Chile se derechiza?

En este escenario, el ultraderechista Kast se perfila, en su tercera candidatura presidencial, como el favorito para la segunda vuelta frente a la comunista Jara. La primera ronda mostró, además, un apoyo mayoritario a los distintos aspirantes de derecha y la sorpresiva irrupción en el tercer lugar de Franco Parisi, un populista que se presentó como centrista y llegó al 20% de los sufragios.

En este escenario, muchos analistas en Chile se preguntan si la sociedad se ha derechizado. Giancarlo Visconti señala que "la misma pregunta nos hicimos en la ciencia política en los 2000, con el boom de la izquierda" y, tanto para ese caso como para este, piensa que no se trata de un cambio ideológico de la población sino más bien de "un voto anti-incumbente", que castiga a los gobiernos que están en el poder y que ha sido "una trayectoria en América Latina en los últimos 20 años".

Igualmente, añade Visconti, en base a datos analizados por él y otros colegas, "hemos visto que hay personas que antes se catalogaban de centro-izquierda" y que "usualmente votaban a la democracia cristiana", pero que tras el estallido y la primera Convención Constitucional, "ahora se han movido un poco hacia el centro o a la centro-derecha".

"La derechización en Chile es cierta, pero es pequeña y mucho está explicado por el contexto. No me imagino que será a largo plazo y no creo que signifique que vamos a ver 20 años de gobierno de derecha. No es algo que esperaría", indica.

Para el también profesor de la Universidad de Maryland, "probablemente lo más novedoso de la política chilena es que hay una actitud muy fuerte anti-establisment, contra los políticos y las élites tradicionales", lo que "explica el 20% que tuvo Parisi, un candidato un poco más ambiguo ideológicamente". Aspirantes como él o el libertario Johannes Kaiser (cuarto en la primera vuelta), además, "se benefician del voto obligatorio porque es gente que entra con mucha rabia, poco interés en la política y que no va a votar por el que está en el poder".

Sin embargo, concluye Visconti, aunque "entraron aproximadamente 5 millones de personas nuevas a participar de las elecciones, de nuevo tenemos una segunda vuelta entre un candidato de izquierda y uno de derecha, lo que muestra cierta estabilidad de esta familia ideológica en Chile", exhibiendo lo que él califica de "cambio dentro de una continuidad".

"Los candidatos, tanto de izquierda como de derecha, se encuentran un poco más cercanos a los extremos del espectro ideológico –refuerza el politólogo–. Kast claramente está más hacia el extremo de la derecha y Jara más hacia la izquierda".

Kast, de reivindicar a Pinochet a estar las puertas de La Moneda

De larga trayectoria política (fue diputado por cuatro períodos consecutivos entre 2002 y 2018), José Antonio Kast se alinea con otros actores regionales como el brasileño Jair Bolsonaro, el paraguayo Santiago Peña o el argentino Javier Milei. Con estos dos últimos mantuvo diálogos telefónicos tras la primera vuelta electoral, al igual que con la primera ministra italiana Giorgia Meloni, ratificando su sintonía con el eje ultraconservador global.

Aprovechando la coyuntura, el líder del Partido Republicano (que fundó en 2019) ha construido su campaña bajo la idea de que Chile necesita un "gobierno de emergencia" para enfocarse en los tres grandes ejes que ha repetido hasta el cansancio: combatir la delincuencia y el crimen organizado, controlar la inmigración y recuperar la economía.

"Esta sensación de la excepción, de que Chile se cae a pedazos, que yo creo que está muy distante de la realidad, es algo que tiene bastante eco, sobre todo en las poblaciones más expuestas a la delincuencia, a la violencia del crimen organizado. Eso permea con este discurso de la ultraderecha de que es necesario saltarse ciertas cortapisas y garantías del Estado de derecho para enfrentar al crimen de una manera mucho más decisiva", sostiene Claudia Heiss.

Con el foco puesto en esas temáticas, Kast ha evitado referirse a otros asuntos sensibles que, en el pasado, lo han expuesto a críticas y pérdida de votos, sobre todo de mujeres, preocupadas por sus posturas contrarias al aborto, al Ministerio de la Mujer o a la venta libre de píldoras anticonceptivas, entre otros puntos.

"Ha dejado de hablar de lo que en Chile se llaman temas valóricos, como el aborto, transiciones de género, feminismo –explica Giancarlo Visconti–. Su candidatura en 2017 nació en cierta medida por posicionarse en contra de esa agenda. Ahora se olvidó completamente de eso y ante cualquier pregunta, se focaliza solo en seguridad, migración y economía".

Eso no significa que haya modificado sus posiciones. De hecho, el propio Kast señaló durante una rueda de prensa posterior al debate presidencial del 26 de octubre pasado que "no he cambiado mis convicciones, pero sé distinguir cuál es la urgencia hoy en Chile".

Teniendo en cuenta esto, el mayor fantasma que sobrevuela su figura es su cercanía con la dictadura de Augusto Pinochet. Como militante de la conservadora Unión Democrática Independiente (partido que dejó en 2016 por considerar que debía abandonar “lo políticamente correcto”), apoyó la continuidad del entonces mandatario de facto en el plebiscito de 1988 y ha sostenido que, si estuviera vivo, Pinochet votaría por él. Además, su hermano mayor fue ministro y presidente del Banco Central en el régimen militar.

Asimismo, en su campaña presidencial de 2021, Kast quiso diferenciar al "gobierno militar" de Pinochet de las "dictaduras" de Cuba, Nicaragua y Venezuela porque, sostuvo, en Chile se hizo una "transición democrática" y "no se encerró a los opositores" antes de los comicios de 1989; y en la actualidad no descarta posibles indultos (bajo razones "humanitarias") a condenados por crímenes de lesa humanidad, como el exagente de la policía secreta Miguel Krassnoff, sentenciado por más de 80 causas a cerca de 650 años de cárcel y a quien Kast ha visitado en prisión.

Por todo esto, Visconti considera que Chile entra en terreno "desconocido" porque "sería la primera vez desde el retorno a la democracia que se elige a alguien que apoyó la dictadura y que votó por el sí" en el plebiscito de 1988.

"Pero al mismo tiempo no es tan raro, han pasado ya suficientes años desde el fin de la dictadura, es normal que los votantes nuevos no elijan tanto en función de este eje o que haya gente que se sienta con más libertades de llamarse de derecha sin vincularse directamente con la dictadura de Pinochet", reflexiona.

De cualquier modo, el doctor en Ciencias Políticas señala que, pese a su tono sosegado y a sus evasivas en temas espinosos, Kast "no se ha moderado" porque "no habla de la violación de derechos humanos, moderarse sería que ahora dijera que la dictadura fue una dictadura, por ejemplo", y no un gobierno militar, como él lo denomina.

Del mismo modo, advierte que, dentro de su partido, "hay otros sectores todavía más radicales, como los socialcristianos y los nacional-libertarios, que tienen aún menos intención de moderarse", por lo que él vaticina que eso puede crear "conflicto" a la hora de conseguir acuerdos en el Congreso con la centro-derecha y la derecha tradicional.

France24

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