“Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda.”

Así comienza una de las oraciones más conocidas de Santa Teresa de Jesús, una mujer que no solo reformó la vida religiosa, sino también el lenguaje con el que se habla de Dios. Su poética mística, tejida de fuego y silencio, sigue viva en quienes —como Abel de Jesús— se atreven a buscar a Dios con radicalidad y belleza.

Conversar con Abel es abrir una ventana a esa espiritualidad teresiana que no teme al abismo interior ni al ruido del mundo moderno. Como Teresa, que decía: “Dios también anda entre los pucheros”, Abel ha sabido encontrar a Cristo tanto en los muros de un monasterio como en el ritmo frenético de las redes sociales.

Habla como quien ha visto de cerca la ternura y la exigencia del Evangelio, y lo hace con la honestidad de quien ha amado, ha perdido y ha vuelto a levantarse con Dios como su centro. Su teología es vivida, encarnada, poética.

En esta entrevista  recorremos con él algunos pasajes de su historia: su infancia, su paso por el monasterio, la fe después de la ruptura, su amor por la liturgia, la poesía, la misión digital, y ese deseo de fondo que no se apaga: “ver a Dios”.

¿Quién es Abel de Jesús (@abeldejesusyt)? ¿Cómo fue tu infancia y en qué tipo de hogar creciste?

—¡Buena pregunta para arrancar! Pues mira, me encontré con Dios bastante pronto. No es que no fuera católico ni que mi familia no lo fuera. Pero yo había avanzado bastante hacia la increencia… creía que Dios era como un consenso cultural, algo que está ahí pero sin peso real.

Pero un día, Él se me presentó. Así, sin más. Me llamó por mi nombre. No pude seguir siendo ateo después de eso.

Mi familia siempre me apoyó en mi vivencia cristiana y, la verdad, mi testimonio de fe incluso les ayudó a ellos a seguir caminando. Estamos todos en proceso. Estoy muy agradecido por eso.

¡Qué hermoso eso de “me llamó por mi nombre”! Qué fuerte.

Y cuéntame, ¿qué te llevó a entrar en un monasterio? ¿Cómo fue ese proceso de discernimiento?

De nuevo… Jesús. Él fue quien se me presentó, y con mucha fuerza. Yo sentía como una energía que me empujaba hacia la vida religiosa, aunque no sabía muy bien por qué.

Primero fui seminarista, pensaba ser sacerdote diocesano, ya sabes. Pero después entendí que eso no era exactamente lo que Dios quería de mí.

Desde mi conversión andaba enamorado de santa Teresa de Jesús. Fue determinante. Un día descubrí —algo que muchos sabían y yo no— que ella había fundado una rama de frailes, no solo de monjas. Cuando lo supe, me volví loco. No pensaba en otra cosa.

¡Claro! Uno se enamora de los santos, y de repente todo empieza a tener sentido.

¿Qué descubriste de ti mismo en la vida monástica que no habrías descubierto en otro contexto? Y… ¿por qué ya no estás allí?

Descubrí la centralidad de Jesús. Así, sin adornos. Me empecé a liberar de muchas cosas.

Viví la pobreza con seriedad. Quería ser un fraile auténtico, nada de medias tintas. Sentía que por mis pecados no podía permitirme ser un fraile a medias. Así que llevaba el hábito siempre que podía, muchas horas de oración, sin móvil, cumpliendo las normas. Me gustaba la liturgia solemne, bien celebrada.

También desarrollé un sentido crítico con algunas formas de vida religiosa que, en mi opinión, se habían alejado del carisma fundacional. Eso trajo tensiones con hermanos y superiores.

Al final, sin que yo lo viera del todo venir, se tomó la decisión de que no continuara. Fue duro, claro.

Imagino que salir de un monasterio debe ser una experiencia muy fuerte. Muchos piensan que eso es como un “fracaso”. ¿Qué le dirías a quienes lo ven así?

Depende. Si la salida es sana, consciente, compartida… si ves con claridad que Dios te pide otra cosa y decides seguir ese camino, no es un fracaso.

Al contrario: es un logro de conocimiento propio.

Eso es muy sabio. Me encanta cómo lo pones.

En tus redes hablas de Dios con una honestidad poco común. ¿Cómo logras conservar tu fe fuera de la estructura monástica?

Fue difícil. Me cayó la vida entera a los pies. Y, en cierto sentido, también mi fe.

Toda mi experiencia espiritual estaba ligada a mi vocación en el Carmelo Descalzo. Cuando se cae ese suelo… se cae todo.

Pero el Señor estaba allí, al final del camino. Siempre está.

Qué fuerte eso. Y qué esperanza transmite también.

¿Sientes que la Iglesia está escuchando realmente a los jóvenes y a quienes han pasado por procesos como el tuyo?

Depende de lo que entendamos por “Iglesia”. Porque la Iglesia somos tú y yo.

Pero sí, he vivido momentos en los que claramente la Iglesia se ha cerrado al mundo joven. Y se nota más en lugares con más envejecimiento eclesial.

Se corre el riesgo de que todo quede jerarquizado, y a los jóvenes se les dice qué deben querer, qué es moderno y qué no.

Yo tengo muchas esperanzas en el nuevo Papa, León XIV. Lo veo muy capacitado para escuchar a los jóvenes, incluso cuando sus anhelos van contra lo que algunos adultos creen que deberían querer.

Ahí está el problema: no escuchamos lo que de verdad buscan los jóvenes —identidad, seriedad, radicalidad— incluso si es algo contracultural.

Totalmente de acuerdo. Los jóvenes no quieren entretenimiento… quieren verdad.

¿Qué te llevó a hablar de teología en redes sociales? ¿Cómo fue ese primer paso?

Fue una llamada. Vocacional. Dios me lo pidió.

Lo discerní con mi acompañante espiritual, y luego con los superiores. A todos les pareció bien.

Unos meses después, el día de santa Teresa de Jesús, publiqué mi primer vídeo. Tenía cero seguidores. Así empecé.

¡Y ahora hay miles que te siguen por la verdad con la que hablas!

Tu forma de comunicar es muy profunda pero muy cercana. ¿Quiénes son tus referentes espirituales o intelectuales?

Espiritualmente, siempre me han acompañado los grandes del Carmelo: santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, santa Teresita.

Teológicamente, me apoyo mucho en Ratzinger, Benedicto XVI. No solo por lo que dice, sino por cómo hace teología: fiel, pero significativa para el mundo actual.

Y en lo cultural… Tolkien. Le dediqué un libro completo.

¡Qué trío! Teresa, Benedicto y Tolkien. ¡Maravilloso!

Has vivido el silencio y ahora estás en medio del ruido de las redes. ¿Qué has descubierto de ti mismo en ese paso?

Que es muy difícil conservar una vida espiritual en este mundo tan ruidoso.

En 2020 escribí Internet y vida contemplativa. Creo que debería volver a leérmelo.

El ruido digital es incompatible con la contemplación. Por eso, de vez en cuando me voy de retiro a un monasterio sin señal ni cobertura. Eso me salva.

Qué necesario eso. El silencio como resistencia.

Muchos santos han escrito poesía. ¿Qué tiene la poesía que la hace tan cercana a la vida espiritual? ¿Y cómo es tu relación con esos santos?

La poesía es el lenguaje más exacto para hablar de Dios.

La teología no es solo sistema y discurso. También es poesía, profecía, visiones… La poesía no solo acompaña a la teología: es teología.

Hay cosas del misterio que solo puede captar el intelecto intuitivo del poeta. Dios es belleza, y el arte es camino para contemplarla.

¡Qué belleza eso que dices! Me dan ganas de escribir poesía solo por eso.

Y ya que hablamos de realidades eclesiales… ¿qué cosas crees que necesitan urgente transformación en la Iglesia?

La liturgia y la catequesis.

Estamos viviendo una gran pobreza litúrgica. Perdimos la capacidad de captar los signos. Queremos que todo sea participativo, entretenido… y olvidamos lo sagrado.

Eso afecta la catequesis: faltan agentes, formación, contenido.

No se trata de hacer exámenes, pero sí de presentar una fe radical, adulta, exigente.

Los niños no son tontos. No se les puede dar un catecismo azucarado. Jesús no es el ratoncito Pérez. Si no les damos contenido fuerte, su fe se cae en la adolescencia.

¡Exacto! Hay que darles raícez.

¿Y tú, cómo vives tu espiritualidad hoy, en lo cotidiano? ¿Cómo rezas, cómo hablas con Dios?

Intento levantarme temprano para orar, sin móvil. Si no lo hago en la mañana, no lo haré después.

Me gusta rezar el rosario, la liturgia de las horas, meditar el Evangelio.

Y a lo largo del día, pues… lo que yo llamo oración de trinchera: un pensamiento, una súplica, un gracias.

Qué linda expresión: oración de trinchera. Así se reza en medio de la vida.

Y por último, si pudieras dejar una sola idea en el corazón de quienes te escuchan… una semilla, ¿cuál sería?

Solo en Cristo está la vida.

Solo desde Cristo hay felicidad —sobrenatural… y natural también.

Sin Dios, incluso los bienes naturales desaparecen.

Conversar con Abel es, en cierto modo, descalzarse. Es entrar en tierra sagrada: esa donde se cruzan la herida y la esperanza, el silencio y la Palabra, la duda y la fe. A través de cada respuesta, entre risas suaves y silencios densos, ha ido dibujando un mapa interior que no se parece a las certezas sino al fuego: ese que no quema, pero transforma.

Como Santa Teresa, Abel nos recuerda que la vida espiritual no es un estado perfecto ni una cima conquistada, sino un camino siempre inacabado, siempre amado. Que uno puede salir del convento sin dejar de ser carmelita. Que se puede amar a Dios con todo el cuerpo, con toda la memoria y con todo lo roto.

Terminamos con su frase célebre: “Que viva Dios”.

Génesis Ramos

Poeta

Génesis Ramos Rodriguez, nació en Santo Domingo Este, República Dominicana, el 9 de mayo de 1997. Desde temprana edad, participó en competencias literarias y demostró su amor por la escritura, lo que la llevó a desarrollar una pasión por la poesía. Esta pasión se mantuvo a lo largo de su vida y, finalmente, la llevó a publicar su primer libro de poesía ‘‘Alma sin título’’. Es egresada de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, donde se graduó con honores en la carrera de Lengua Española y Literatura. Durante su tiempo en la universidad, también se resaltará como líder estudiantil, trabajando para mejorar la calidad de la educación y los servicios estudiantiles en el campus.Ramos es miembro del Taller Literario PUCMM dirigido por Valentín Amaro, un reconocido poeta y escritor dominicano, donde ha perfeccionado su técnica y estilo poético. A través de su obra poética, expresa sus pensamientos y emociones de manera profunda y conmovedora. Su estilo poético único ha sido aclamado por críticos y lectores por igual, y ha sido reconocido con varios premios literarios.

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