De todo cuanto ha sido escrito, yo solo amo aquello que se escribe con la propia sangre. Escribe con sangre: y sabrás que la sangre es espíritu. (Nietzsche, 2016, p. 88)

La modernización arquitectónica en la República Dominicana se ha desarrollado de forma vertical desde los años 70 del siglo XX, muchas veces sin una planificación adecuada, más allá de maximizar el beneficio económico de grandes edificaciones, puentes, túneles y avenidas, y no por un enfoque urbano sostenible.

Estas infraestructuras, símbolos de progreso, se tornan en pesadillas cuando los enfurecidos aguaceros inundan la ciudad, revelando su fragilidad. Es una modernización transida de abandono social y desconexión ambiental, donde el  progreso social parece no tocar el suelo real que pisan sus ciudadanos, dejando tras de sí un desarrollo herido, atravesado por la desmemoria histórica (Merejo,2017).

En algunos acontecimientos que se producen en la sociedad dominicana sale a relucir ese laberinto interior transido en el rostro del dominicano, no solo por su condición humana y, como tal, lo inevitable del morir, sino también por las contingencias y las causalidades que cabalgan como tragedia en la historia social, cultural, económica y política.

El país está transido de dolor. La tragedia se ha vuelto una sombra que nos persigue sin descanso. Esta vez, se hizo presente en la discoteca Jet Set, cuyo techo se desplomó con una rapidez brutal, llevándose consigo, hasta el momento, 225 vidas. La cifra continúa aumentando debido al fallecimiento de algunos de los 189 heridos que sobrevivieron inicialmente, en medio de la música, el bullicio y la alegría de una gente que no sabía que vivía la última noche de su vida.

En el inicio de la oscura madrugada del 8 de abril de 2025, se entretejió la más reciente herida en el cuerpo ya lacerado de esta nación, que en lo que va del siglo XXI ha visto demasiado, ha llorado demasiado. Aún se nos encoge el alma al recordar la pandemia del COVID-19, ese enemigo invisible que nos encerró en la soledad y nos arrebató miles de vidas, sin darnos ni siquiera el derecho al último adiós. El dolor fue entonces un eco en cada hogar, un rostro tras una ventana, una ausencia en la mesa.

Y mucho antes, en 2005, fue la prisión de Higüey la que se convirtió en un horno de muerte. Un motín, una chispa, y luego el fuego, cruel, incontrolable, devorando a 137 reclusos que ardieron vivos, sin escapatoria. El horror de aquellos gritos aún flota entre los barrotes, como si la cárcel misma no hubiera podido olvidar.

El 14 de agosto de 2023, San Cristóbal se estremeció hasta las entrañas. Una explosión arrancó de raíz el corazón del Mercado Viejo. El tanque de gas de la fábrica Vidal Plast estalló y con él volaron en pedazos 38 vidas, decenas de cuerpos, cientos de hogares. Aún se respira el humo de esa tragedia, aún se escuchan las sirenas en los sueños de quienes sobrevivieron.

Y en septiembre de 2024, Azua lloró su propia pesadilla. Un camión desbocado irrumpió en la madrugada como un lobo entre corderos, estrellándose contra un centro de diversión. Once muertos. Cuarenta heridos. El conductor huyó. Pero nadie huye del dolor, porque es parte de la condición humana.

Son tantas las tragedias y los dramas aterradores que marcan los rostros transidos del pueblo dominicano, que esta condición no puede reducirse a una simple fatalidad. Podemos enumerar numerosos acontecimientos que evidencian que no se trata de un destino inevitable del ser dominicano, sino del resultado de la petulancia de los dueños de muchos de esos establecimientos, quienes actúan en complicidad con algunos supervisores, cuando los hay, dando a entender que el poder adquisitivo lo compra todo, sin considerar al ser humano ni las consecuencias sociales que se derivan de esa práctica cotidiana.

Esto no es un producto del destino, ni de una fuerza externa o misteriosa. No se trata de que esos seres humanos, dominicanos en su mayoría, estaban simplemente destinados a morir. Pensar así es una forma de deshumanizar, de naturalizar la tragedia y de cerrar los ojos ante las verdaderas causas.

Explosiones en plantas de gas, derrumbes de edificaciones por la aprobación apresurada de planos por parte de las oficinas de planeamiento urbano, sin un estudio profundo de estos, o que en ocasiones ni siquiera pasan por la Oficina de Planeamiento Urbano, responsable de supervisar este tipo de proyectos; la imprudencia de conductores de autobuses y patanas, los estruendosos ruidos de los colmadones y la violencia constante en estos establecimientos son solo algunos ejemplos que reflejan una sociedad devastada  y desgarrada.

Ahora, con Jet Set, el país vuelve a quebrarse. No hay consuelo posible cuando el dolor se instala tan profundo que no alcanza el llanto para expresarlo. Somos una tierra transida, una patria que guarda luto con los puños apretados y la garganta hecha nudo. Cada tragedia es una cicatriz que no cierra, una historia arrancada de cuajo, una oración dicha a gritos frente a lo que no se puede entender.

Sin embargo, en medio de la fragilidad y lo contingente que es parte de esa condición humana, la nación dominicana no puede dejar de buscar las causas de esta cultura del descuido y la irresponsabilidad, marcada por la falta de control y supervisión.

En algunos entornos urbanos de la República Dominicana, ha proliferado una cultura en la que ciertos dueños de negocios de diversión nocturna se comportan con una prepotencia desmedida, como si fueran amos y señores del país.

Respaldados por una preocupante normalización del ruido excesivo, actúan con agresividad y desdén hacia las normativas existentes. No sólo desobedecen regulaciones diseñadas para preservar la convivencia ciudadana, sino que además lo hacen con una actitud desafiante, como si estuvieran por encima de la ley. Este fenómeno revela una alarmante erosión del respeto por el bienestar común y por las normas básicas de convivencia.

El ambiente frente a lo que queda de la discoteca Jet Set es irrespirable. La tensión se palpa en cada gesto, en cada mirada, en el aire denso que apenas se mueve. La noche no terminó: se transformó en una espera interminable, congelada en el tiempo, donde cada minuto pesa más. Rostros transidos de angustia se mezclan con el polvo, con las luces rojas y azules que parpadean sin descanso, y con los murmullos que apenas se atreven a romper el silencio, de una voz que retumba del inframundo, con la contagiosa canción que esa noche ponía a todos a bailar:

¡Sobreviviré! Claro que sí

Aunque reviente

Contigo o sin ti

¡Sobreviviré! Ya lo verás

Para olvidarte, aborrecerte

O hasta quererte más (Rubby Pérez, 2017).

 

¡Sobreviviré! Ya lo verás, para “aborrecerte o hasta quererte más” revela el entramado contradictorio del ser humano, especialmente palpable en el sentir caribeño y, en particular, en el ser dominicano transido, donde las emociones se viven con intensidad y sin filtros. Esta ambivalencia afectiva, amar y odiar casi en el mismo gesto, no es signo de debilidad emocional, sino expresión auténtica de una subjetividad compleja, moldeada por contextos de lucha, dolor, pasión y sobrevivencia.

En el ser dominicano, donde la música y el amor se entrelazan con el orgullo y la resistencia, esta contradicción no se oculta, sino que se asume como afirmación vital. Se sufre, se ama, se sobrevive y se canta: ¡Sobreviviré! Ya lo verás.

Esta canción de Rubby Pérez sobrevivirá, a pesar de su partida física, enclavada en la vida cotidiana del ser dominicano, aunque por este instante no haya más ruido que el del alma rota, en medio de los trágicos videos sobre el desplome de la emblemática discoteca circula una y otra vez por las redes sociales del ciberespacio, acompañado por la estrofa de la canción Volveré (2025):

Volveré, volveré

Porque te quiero hasta tu puerto volveré (…)

Serás mi estrella, si tú me esperas volveré…

Alrededor de la tragedia, las sirenas han aprendido a callar, y yace el cuerpo inmóvil de alguien que anoche bailaba, sin imaginar que el alba lo encontraría bajo tierra.

El dolor es colectivo, y por eso duele aún más. Las miradas de rostros transidos revelan algo que las palabras no alcanzan: la desesperanza de algunas almas que van dándose cuenta de que sus parientes están petrificados entre los escombros.

Nada consuela. No hay cifras que importen ahora. No hay análisis que puedan explicar lo absurdo, ni siquiera el filosofar de Camus, ante esos rostros transidos que ven salir cadáveres de los escombros. Solo queda el silencio, esa pausa grave donde el alma se encoge y el cuerpo, también transido, apenas resiste.

Desde mi otredad, la memoria relampaguea el recuerdo de aquel merengue interpretado por 39 artistas dominicanos en plena pandemia, ocasión en la que escribía una serie de artículos para este mismo periódico sobre los rostros transidos de angustia. Cibermundo transido, así titulé aquel texto que hablaba del dolor, pero también de la esperanza (Merejo, 2020).

Esa canción que vuelvo a recordar es Resistiré República Dominicana, interpretada por artistas dominicanos, y que también encarna el espíritu del ser dominicano: esa fuerza colectiva, esa ternura en medio del caos, esa capacidad de reinventarse. Fue en el 2020, cuando el mundo se detuvo por el COVID-19, que ese ese espíritu de resistencia se volvió latente, visible y vivo. Solidaridad, esperanza y resistencia: tres notas que aún resuenan en nuestra memoria:

Cuando pierda todas las partidas

Cuando duerma con la soledad

Cuando se me cierren las salidas

Y la noche no me deje en paz

Cuando sienta miedo del silencio

Cuando cueste mantenerme en pie

Cuando se rebelen los recuerdos

Y me pongan contra la pared

Resistiré

Erguida frente a todo

Me volveré de hierro para endurecer la piel

Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte

Soy como el junco que se dobla

Pero siempre sigue en pie (…Resistiré RD, 2020)

Referencias

  • Merejo, A. (2020). Lo transido en la era del cibermundo (1 de 4). Acento. https://acento.com.do/opinion/lo-transido-en-la-era-del-cibermundo-1-de-4-8794421.html
  • Merejo, A. (2017). La dominicanidad transida: Entre lo virtual y lo real. Santuario.
  • Nietzsche, F. (2016). Así habló Zaratustra (Vol. IV, Escritos de madurez II y complemento a la edición, J. B. Llinares, D. Sánchez Meca & L. E. de Santiago Guervós, Trads.). Tecnos.
  • Pérez, R. (2017). ¡Sobreviviré! (Video). YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=-FrbCOCcrLU
  • (2025). Volveré. (video). https://www.youtube.com/watch?v=RSAJHdH30rk
  • Resistiré República Dominicana (2020, 8 de mayo): https://www.youtube.com/watch?v=QZWQkWJdUQE

(1). Nota: El próximo domingo seguimos con la tercera parte de los artículos sobre V Congreso Iberoamericano de Filosofía de la Ciencia y la Tecnología.

Andrés Merejo

Filósofo

PhD en Filosofía. Especialista en Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS). Miembro de Número de la Academia de Ciencias de la República Dominicana. Premio Nacional de ensayo científico (2014). Profesor del Año de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).. En 2015, fue designado Embajador Literario en el Día del Desfile Dominicano, de la ciudad de Nueva York. Autor de varias obras: La vida Americana en el siglo XXI (1998), Cuentos en NY (2002), Conversaciones en el Lago (2005), El ciberespacio en la Internet en la República Dominicana (2007), Hackers y Filosofía de la ciberpolítica (2012). La era del cibermundo (2015). La dominicanidad transida: entre lo real y virtual (2017). Filosofía para tiempos transidos y cibernéticos (2023). Cibermundo transido: Enredo gris de pospandemia, guerra y ciberguerra (2023). Fundador del Instituto Dominicano de Investigación de la Ciberesfera (INDOIC). Director del Observatorio de las Humanidades Digitales de la UASD (2015). Miembro de la Sociedad Dominicana de Inteligencia Artificial (SODIA). Director de fomento y difusión de la Ciencia y la Tecnología, del Ministerio de Educación Superior Ciencia y Tecnología (MESCyT).

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