Una explosión de mar e irreverencia se hace presente en la poética de Ramón Pérez, quien, en los versos es un ahogador de llanto, desprecio, dolor y vivencialidad en el amor, por lo a eso que H. M. Gadamer llama lectura demorada. Sí, ese volver al texto en busca de nuevas respuestas, de nuevas interpelaciones, sobre todo en el caso de un poema el cual es un mundo abierto a las interpretaciones según sus propias palabras.
Eso queda hondamente evidenciado en el escritor Ramón Pérez cuando en sus libros Versos irreverentes y El breve instante en que la luna cae al mar, nos convoca una y otra vez a volver al poema, en ellos el autor nada en un mar de lirismo que de no escribirlo a tiempo le ahogaría en un oleaje de sentimientos agónicos.
En el rodar de su pluma cada verso es una estampa de un amor consumado, de otro frustrado, de unos soñados, pero al fin, de amores que le han dejado huellas en el transcurrir cotidiano de su existencia.
Es el poema a la mujer amada, al beso dado sin medidas, a las piernas sosteniendo el cielo en la arena de una playa o el techo en el estrecho espacio de un cuarto de hotel o de una alcoba pasajera. Eso lo podemos leer en estos trozos de verso del poema Déjame, página 32 en su libro Versos irreverente. Veamos:
Déjame
Donde me encontraron
tus besos…
entre la arena más blanca
de la playa…
y la distancia de tu ombligo
y nos pilla el sol recreando
el ritual más antiguo y sagrado
Y nos olvidamos de la piel
Déjame
a la entrada del placer.
La poética de Ramón Pérez no solo es irreverente por el decir, sino también por el sugerir hacer, por lo hecho, por lo vivido y por el sacar de adentro el tormento, el amor, las tristezas, desamor y las decepciones. Pero más aún las locuras del goce y el placer, las satisfacciones dadas por el estrujamiento de la carne, como lo dice en estos versos. Pág.-90. Ibidem:
¨De mí no dejes nada
ni mis huellas dactilares
que delatan en tu piel
de seda mágica
ni mis labios que conocen
tu carne
tierna y desesperada.
Este escritor en cada poema desanda por la piel de la mujer, conjuga con su lengua incendiario ritmo, metáforas y belleza poética. Es un poeta que en Versos irreverentes cantó lo vivido, sin el tapujo del que dirán.
Se asume enloquecido en la cordura del amar y es que no hay otra mejor manera de hacer la poesía, de construir el verso a no ser el saberse enloquecido por el labio que rosa o la boca que te engulle, que el cuerpo que te arropa o quema en cada madrugada hasta perder la cordura, misma que es el título del poema de la página 27, Ibídem.
De esta cordura ya me cansé
ahora todos escucharán mi flauta
impertinente
y no dejaré dormir a nadie ahora que la
tierra debe quedar preñada de Esperanza
o que la noche gaste su esperma
reprimiendo el placer más sublime
y de las campanadas dormidas en las homilías
dominicales…
En este poema el escritor no solo es irreverente en el canto al amor, sino que le combina con una rebeldía social, de un sutil matiz ideológico que lo lleva por el camino del cuestionamiento desde la primeridad del amor. Veamos, cómo nos sigue diciendo. Ibidem, pág. 27.
Y caminaré las calles de Santo Domingo
desnudo de miedo
y en pelota fuera de temporada
Ya me cansé de esta cordura hipócrita
a ella la besaré en el centro de la plaza
y en los callejones de Borojol y Guachupita
en medio del fuego de nuestra piel…
En el autor la irreverencia toma el camino proclama de dolor acumulado, de rabia retenida y aprovecha el dejo del amor para permitirse cantar este dolor, esta angustia colonizada en su espíritu y tal la amargura del canto que termina este poema con estos versos:
Todos hablaran de mí
de las hazañas
y me haré pipí en el ombligo de algún
apellido ya ustedes saben
Ya no digo más porque la celda
no aguantaría mis carcajadas.
Cuando la luna cae…
Su otro libro El breve instante en que la luna cae al mar, es como una huella de luna transparente en el pisar del agua y el poeta se asume como un insomnio que deambula entre versos cantando su dolor, su postrero, su angustia existencial por la mulata que ha partido, por el amor regado sobre su pecho desnudo…
Las horas que dura tu ausencia/Dónde aparcar el hastío/ Dónde aguardar la noche vacía y algo triste/ Dónde escuchar los gemidos que brota/ de la sombra que se quedó conmigo…poema BUSCO, pág. 26.
Hay espacio de desconcierto y locura amorosa, el poeta se desgarra en construir poético. Sí, asume su andar por los bordes del abismo. Pareciere Se reconstruye en la confluencia del dolor tal cual se puede apreciar en la estrofa del poema Tu carita, pág. 44…
Y de esperanza
Estas manos acostumbradas a trepar tus sueños
a escalar la noche
Acostumbradas
y hundirme contigo para acabar sobre tu piel
Mar turbulento
Besé tu carita en mis manos vacías
Anoche
Era media noche
Y me aferré a tus pechos breves
Para no naufragar en la locura
Divina
Tan terrenal.
La poesía de Ramón Pérez en este libro es una explosión de mar en el paladar de su alma. Es una poética en la que el autor entra en estaxis ante el amor extático donde él clama y proclama entre metáforas, símil, comparaciones e implicaciones emocionales y estrujamiento verbal y versal que lo llevan al mayor paroxismo.
En el poeta neybero olas de versos se sumergen en el recuerdo como carga memoria qué transita las frías aguas de la diversidad escritural qué asume el autor en su desgranar poético.
La poética de R. Pérez será aliciente al leyente en sus horas tórridas de buena poesía. Ramón, le deja en las manos de sus ojos lujuriar delicado y sutil, lo envolverá en manto lectorial de irreverencia y casamiento sensual y sexual como una aclamación al ser amado, ahí la virtud poética Pérez, la de poder llegar con sus versos al discurrir onírico de los leyentes, sí, con su canto de agua y luna, de amor y dolor, de miedo y mujer en olor de frutas maduras cuan buen hijo literario de viejo Ezra Pound.
En el breve instante en que la luna cae al mar, es un rezar peregrino por el amor correspondido o no, por el que se ha ido. Como lo fue en su momento Hojas de hierbas para el gran W. Wilman, entre sus aromas de bosques, perfumes de maderas y humedades de paz y amor. Pero la de este poeta de las uvas es de vendimia y mar, espumas y luna, de aromas de piel mulata y sexos humeantes en frías noches de lujuria y goce por los recodos de la Loma de Panzo o la vuelta al Lago.
Por ello, que vengan la muerte entonando sus silbidos de desprecio por la vida, ya a el poeta no le importa, porque vivió hasta su muerte antes de la partida de la carne. Así se declara esa pluma ochentista tardía, pero pertinente, porque no es de ahora que escribe, es ahora cuando publica, que es muy distinto…
Y por eso decimos que es extemporáneo sentar y cerrar ciclo sobre esta importante generación literaria del país, por que como grande fue el huracán cultural literario qué se vivió en esa década, así de amplia y extensa es la cola de este, ya que como vemos, aún sigue haciendo presencia en este presente siglo XXI.
Y es que Ramón Pérez, fue tallerista en aquella Neyba acunada ese Sur por las sierras del Bahoruco, gestor cultural de unos años 80 que se casaban con la gloria de la Barias y las rigolas qué humedecían el ardiente sol que goteaba reciedad en su Neyba amada.
Pareciera que el escritor R. Pérez bebiera en el néctar de las uvas su tradición poética, la que sabemos bien hereda de Apolinar Perdomo. Sí, parece humedecerla en las rigolas que bañan el pueblo entre las polvaredas de Villa La Paja y el Barrio Puerto Plata. Es una poética con sabor a pueblo, con olor a mulata en tumulto de guasábaras y cactus florecientes.
El poeta neybero teje la poesía con la estirpe de Quinito Hernández Acosta y no es para menos, porque la voz literaria de este gigante suroestano retumba por todos los confines del Sur…
Un grito poético que corta la noche y pedazos de su ruina espiritual se van en la lividez de sus versos tocando a veces el borde rasgado del abismo qué lo acosa, como herida qué deja rastro en su silencio interior, cual diálogo consigo mismo como buscando escucharse en lo más profundo e intentando que otros también se escuchen y lo escuchen.
Por eso su poética es un relámpago sin luz que cruza el brillo rojo de su corazón en el desamor. Sobrada de hondado canto va su poética antes de que el sol toque los Cerros de su amada neybera… como lo deja expreso en este poema titulado TIERRA NUESTRA. Pág. 63.
El semen de algún dios
hizo parir esta tierra adorable
De salitre y cambrones
Una sonrisa plácida cómo el lago
Tierra mansa y rebelde al mismo tiempo
De labios ardientes entre dos sierras
Dónde Anacaona se masturbaba la existencia
Sin ser infiel
Tierra entre dos sierras
Y piernas
Calles anchas
Como la sonrisa de un dios
Satisfecho En esas calles abandonamos las fantasías
Merodeaban los perros realengos una balada clásica
Los juramentos
Tierra de cambrones y salitre
Dónde el sol lame la tierra con ganas
Tierra mansa.
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