451) Me niego a la espectacularización de la literatura; me niego a vedettizar este sagrado ritual de las palabras; este, quizás, mi único credo posible.
452) Detrás de las palabras de un predicador de la felicidad, hay siempre un hipócrita, un farsante, y sobre todo un infeliz.
453) Soy un hijo agradecido del otoño. Amo esa etapa intermedia entre el molestoso sopor del verano y la proximidad del invierno, esa estación que Rimbaud denominó “la estación del confort”. Él dice: “Y temo al invierno porque es la estación del confort”.
454) Es fácil—y muchas veces hasta agradable– predicar o pronosticar el infierno; terrible es verlo llegar, tener que empezar forzosamente a convivir con él.
455) Muchas veces quien convierte tu vida en un infierno lo hace porque te cree un diablo, y él, una pobre víctima de tus diabluras; puede ser que hasta un santo caído en pecado por tu culpa.
456) En un espíritu verdaderamente grande, qué pueden ser la soledad y la incomprensión de los otros sino oportunidades de expansión y elevación.
457) Facebook ha contribuido a que muchos quieran hacer de la literatura un burdo espectáculo.
458) La humanidad es algo así como un proyecto sin futuro; o quizás sin un buen futuro.
459) Vuelvo a la Biblia no en busca de consuelo, esperanza o motivos de fe, sino más bien como forma de reafirmar mi conciencia del desengaño, mi memoria del papel jugado por este manual en la pérdida de mi fe religiosa.
460) No hay que lamentar que haya gente ganando mucho dinero predicando acerca de la felicidad como un bien fácilmente alcanzable; tampoco hay que lamentar el que haya tantas personas que inviertan recursos económicos y tiempo en la adquisición de tal oferta.
461) No se trata de cuestión de búsqueda de santidad, de paz permanente, ni de querer vivir en pureza absoluta, es que resulta tan difícil interactuar o convivir con personas cuya razón de ser es problematizarlo todo.
462) Toda ideología es una camisa de fuerza, una declaración de servidumbre, un límite a las alas de nuestra libertad.
463) Se puede vivir sin esperanza; se puede vivir de forma sincera; lo que tal vez resulte imposible es vivir sin un mínimo de alegría. Algunos me dirán que sin esperanza no hay alegría; yo nada sé.
464) Es admirable la erudición, pero el arte lo es mucho más. Existe un gran arte apoyado en una gran erudición, pero quien carece del don del arte es imposible que lo logre a fuerza de erudición.
465) El que el infierno sean los otros, como decía Sartre, no quiere decir que la gloria esté en nosotros.
466) La vida siempre deviene en derrota; para todos, incluyendo a los predicadores de la felicidad; es cuestión de tiempo.
467) Siempre se ha abusado del uso de la palabra felicidad; en Navidad, Año Nuevo y otras fechas se desborda el exceso de esa retórica hueca. No debe tratarse sólo de desear felicidad, que es muy fácil, sino de accionar para que nosotros y los otros seamos menos infelices, en un mundo convulsionado, caótico, lleno de guerras, hambre, odios, enfermedades y desamor a diestra y siniestra.
468) Este tipo de escritura, no frecuentado antes por mí, empezó con los inicios de una fatalidad, que luego dio una tregua de paz relativa. Ahora la fatalidad ha vuelto con impulsos renovados. ¿Habrá otra tregua, otro paréntesis de paz relativa, o sencillamente ha de completarse el recorrido fatal?
469) Entre los mayores empeños de los seres humanos está el de hacer pasar sus vicios por virtudes, lo que constituye la fuente esencial de muchas de sus calamidades.
470) A pesar de todas mis amarguras, trato de ser fiel a mi destino. Los momentos de calamidades nunca ponen a prueba mi “sagrada” vocación. Antes, al contrario, hacen que me reafirme en ella. No saludo la desgracia, pero debo expresar con toda sinceridad que ella me conecta con la palabra, en el sentido que más me importa: con la palabra del arte.
471) Ahora, chapoteando en este charco de sombras, la literatura viene a ser mi única luz.
472) Nuestro silencio contra las miserias de algunos no se debe al miedo sino al asco.
473) Ya se ha dicho: hay más preguntas que respuestas. Y más frustrante aún: la mayoría de las preguntas no tienen respuestas. A las mayorías de las personas les basta con que Dios las tenga. A mí no.
474) Manos, mis manos, que tejen el pan; boca, mi boca, que bebe su vino sin usurparlo a otros; manos, mis manos, que hacen florecer el poema; manos, mis manos, que alivian heridas y legitiman placeres.
475) Leer es ver y escuchar lo mejor posible lo que las palabras dicen, lo que los sujetos y los objetos nos dicen en su movimiento o en su muda quietud. Leer es sentir y comprender lo más posible la vida, el mundo, las cosas; leer, de alguna manera, es un ejercicio altamente compasivo; un acto de amor.
Compartir esta nota