Aunque hice mi formación en lectura rápida, en realidad no todo se lee de forma rápida. Y hay una realidad fisiológica que la determina. Tiene que ver con la plasticidad cerebral.
Cuando leemos, todo depende de:
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Nuestro propósito al leer
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Nuestra meta de aprendizaje
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La familiaridad con el tema (conceptos, teorías, etc.)
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La relevancia personal del tema (interés, valor)
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La pertinencia o relevancia del contenido específico en la página
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Si es nueva información, no conocida, o información que ya conocemos
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El tiempo disponible y la urgencia.
Al leer estamos cambiando físicamente nuestro cerebro
Cuando leemos información nueva, no conocida, aún estemos familiarizados con el tema (conceptos, teorías, procedimientos, etc.), estamos induciendo nuevas conexiones neuronales, nuestros enlaces sinápticos, para adueñarnos de esa información.
En suma, estamos cambiando físicamente nuestro cerebro.
Ese proceso es físico, material. Y toma un tiempo. De ahí que requiera leer de manera más lenta y requiera procesos de reflexión y descanso (para asentar los nuevos enlaces sinápticos).
Ahora bien, cuando leemos información ya conocida, las redes neurales donde esa información se contiene en nosotros se activan, se encienden, se refuerzan, pero no requieren el arduo esfuerzo de creación de enlaces que acontece cuando es información nueva.
De ahí que al repasar información ya conocida podemos ir mucho más rápido que cuando leemos información nueva, desconocida.
Y, lógicamente, mientras menos grado de familiaridad tengamos con la información, más lentamente leeremos, porque estaremos, como expliqué, forjando cambios físicos en nuestro cerebro, gracias a la plasticidad cerebral que es la que nos permite aprender.
La importancia de codificar en colores
Ahora bien, pasemos a los cuatro tipos de contenidos presentes en un libro en relación a nuestro propósito y metas de lectura.
Esos contenidos son buscados, señalados y calificados cuando hacemos el proceso de codificación en colores del contenido de un libro.
¿Cuáles son esos cuatro tipos de contenido?
Recordemos, que calificamos el contenido y su valor desde el punto de visto de su pertinencia y utilidad para nuestros propósitos inmediatos y nuestra meta de aprendizaje específica.
Y eso nos lleva a evaluar la información contenida en un libro en una de estas cuatro categorías a las que asignamos un color y usamos banderitas o señalizadores autoadhesivos para establecer en qué páginas están esas informaciones.
Esta codificación del contenido la realizamos en el proceso de realizar el skimming o prelectura de un libro, con el objetivo de optimizar nuestro tiempo lector enfocándolo en donde está la información de valor, relevante, en función de nuestros propósitos y metas de aprendizaje.
Una forma de asignar colores puede ser esta:
Rojo: información relevante y no conocida
Azul: información relevante y conocida
Amarillo: información no relevante y conocida
Verde: información no relevante y no conocida.
Es evidente que mi tiempo lector debe concentrarse en las páginas señaladas con los colores Rojo y Azul, dando mayor importancia a las páginas señaladas con Rojo, porque es donde está la información que desconozco y es de valor para mis objetivos y propósitos.
Y con respecto a las páginas señaladas con banderitas o señalizadores Amarillo y Verde basta con tener una idea general de qué tratan, sin detenerme en los detalles, ya que son irrelevantes en el momento para mis propósitos y metas inmediatas.
Sé que esa información está allí. Si luego, en otro momento, adquiere relevancia, sé dónde buscarla.
No solo eso, al tenerla localizada por la codificación en colores, sé a qué páginas específicas acudir. Solo tengo, en ese momento, que recodificar en colores el libro, cambiándole de posición las banderitas señalizadoras.
Las cuatro velocidades lectoras
A partir de tener codificado el contenido del libro en función de su valor y relevancia para nuestros fines, aplicamos la velocidad lectora correspondiente (y aclaro que es un valor y relevancia totalmente personal y subjetivo, en función del lector. El contenido puede ser considerado pertinente y relevante de forma distinta por distintos lectores en función de sus propósitos y metas particulares. Lo que es vital y relevante para uno puede ser totalmente irrelevante y prescindible para otro. Esta codificación no juzga el contenido, sino su pertinencia de acuerdo al sujeto que lee).
Al leer modulamos al menos 4 velocidades de lectura, en función de dos variables condicionantes: a) Relevancia y valor; b) Grado de familiaridad y conocimiento.
Como hemos explicado, estas dos variables van a definir a qué velocidad vamos a trabajar las páginas.
Aunque cada individuo posee una fisiología particular y es aventurado establecer un estándar, la siguiente es una guía de referencia que nos permite definir los parámetros de velocidad lectora más frecuentes para los distintos tipos de contenidos que encontraremos en un libro.
- Pausada o lenta, 200 a 400 PPM (para información nueva y relevante a nuestros propósitos)
- Moderada, 400 a 800 PPM (para información conocida y relevante a nuestros propósitos)
- Rápida, de 900 a 1,600 PPM (para información muy conocida y relacionada a nuestros propósitos)
- Súper rápida, de 1,700 a 5,000 y más PPM (para información que no es relevante ni valiosa para nuestros propósitos)
PPM es palabras por minuto, que es el estándar de evaluación de velocidad lectora.
Como vemos, un lector eficiente lee el libro a distintas velocidades lectoras en función de dos parámetros que ya indicamos y que ahora reforzamos:
- Conocimiento previo del asunto o tema
- Relevancia o importancia del mismo con el propósito lector.
Carece de sentido distraer y malgastar el escaso tiempo disponible en páginas cargadas de información irrelevante. O simplemente llover sobre mojado dedicando tiempo a información requeteconocida.
No nos sobra tiempo. Es el bien más escaso e irrecuperable. De ahí que sea inteligente concentrar ese bien escaso en los aprendizajes más útiles y relevantes con relación a nuestros propósitos y metas.
¿Por qué un lector ineficiente terminar por ser un no lector?
Un lector ineficiente lee todo a la misma velocidad lectora. Imaginemos que lee, como muchos a una velocidad lectora entre 80 y 130 palabras por minuto.
Eso es ir súper lento, a ritmo de tortuga.
Si entonces, como no se sabe codificar en colores la información y se lee secuencialmente: página uno, página dos, página tres, etc., el lector ineficiente va a malgastar muchísimo de su valioso tiempo lector en páginas inútiles, ajenas o irrelevantes a sus propósitos, fines y metas, con lo cual su cerebro se distraerá, aburrirá y lo inducirá a abandonar la lectura y a descalificar el libro.
Ese es el origen de tantos libros apenas iniciados, que se amontonan para leerlos “algún día” que nunca llega.
Imaginemos que la información clave, vital, trascendental, aquella que nos impactará poderosamente, capaz de cambiarnos la vida, está en la página 123 de un libro ¿aguantaremos arrastrarnos penosamente por 122 páginas que las sentimos farragosas e inútiles a la espera de hallar inesperadamente esa gema de información? ¡Claro que no! A las 20 páginas promedio tiraremos el libro a un lado, considerándolo insoportable y aburrido.
Así, los libros no leídos se acumulan y vamos sintiendo que comprar libros es un gasto inútil, porque ya tenemos demasiados libros pendientes de leer.
Terminamos por convertirnos en no lectores.
¿Qué nos llevó a esa condición? El ser un lector lento, habituado a un patrón de lectura silábica, carente de competencias lectoras eficientes que nunca nos enseñaron, que leemos todo al mismo ritmo lector, lo que provoca aburrimiento, pérdida del hilo, desinterés y termina en abandono de la lectura, como vimos.
Un lector eficiente vuela sobre las páginas no relevantes, va a una excelente velocidad lectora en las páginas que tienen información relevante y ya conocida, y reduce la velocidad en aquellas páginas y zonas del libro que contiene información nueva, importante y relevante para los propósitos del interés de ese lector.
Es como conducir un vehículo. Iremos a velocidad distinta en la recta de Azua que subiendo la loma de Casabito, camino a Constanza.
La lectura como trabajo intelectual
El trabajo lector, salvo cuando leemos por placer (ficción, poesía), es un proceso de extraer y transferir información relevante de las páginas hasta el cerebro.
Lograr ese propósito no se alcanza con una simple lectura pasiva.
Hay que aplicar una serie de recursos orientados a los siguientes objetivos de aprendizaje:
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Extraer la información
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Asimilar la información
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Retener la información
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Recuperar la información
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Ser capaz de aplicar la información
Las técnicas de extraer la información tienen que ver con la comprensión lectora y la calificación del tipo de contenido (repásese Los 7 tesoros a encontrar en un libro).
Por igual, en las técnicas de extracción aplicamos la elaboración de un mapa mental del material, que nos permita ver los conceptos claves, la información que importa, la estructura expositiva que el autor emplea, los datos y hechos en los que se apoya e, incluso, al aplicar una parrilla de indagación, encontrar incluso las áreas que el autor omite, descuida o desconoce.
Otra herramienta valiosa en el proceso de extracción es el resumen, en que condensamos con nuestras propias palabras, en base a los conceptos y tesis claves que el autor maneja en su texto, lo que expone.
Por igual, al indagar y contrastar lo que otros autores y libros exponen sobre el mismo asunto, podemos enriquecer, ampliar, convalidar o encontrar áreas de discrepancia entre distintos puntos de vista.
La meta siempre es formarnos nuestro propio juicio y enriquecerlo con los distintos aportes, entendiendo que todo lo que un autor hace siempre es una aproximación, útil, valiosa, pero nunca conclusiva. Siempre se puede ampliar, enriquecer y profundizar.
Y eso nos lleva a la segunda tarea: asimilar la información, que es integrarla con lo ya conocido, apropiarnos de ella, generando las conexiones neurales, los enlaces sinápticos pertinentes.
Aquí empleamos técnicas como la visualización, la conversión en imágenes. Y mientras más conciencia tengamos de cuál es el propósito de esta fase y cómo producirla, mejor.
Todo lo que aprendemos genera cambios físicos en el cerebro: los enlaces sinápticos. Cuando aprendemos, nuestro cerebro cambia. Ahora, esas rutas neurales pueden languidecer e incluso perderse, por inactividad. De ahí la importancia de los reforzamientos, de que se activen las mismas, lo que induce un proceso de mielinización que suelda prácticamente esos enlaces.
Al aplicar un proceso de repaso activo, empleando los mapas mentales, la visualización, etc., logramos la retención. Aquí empleamos técnicas como la codificación en imágenes, las perchas mentales y las películas mentales, para crear atajos que nos permitan recuperar la información a voluntad.
El último paso, importantísimo, es la capacidad de aplicar creativamente la información para convertirla en conocimiento a través de la experiencia.
Este paso es el que: valida, enriquece, mejora, refuerza y construye no solo conocimiento, sino también habilidad, destreza. En suma, competencia. No solo es algo que declaramos y enunciamos, es algo que sabemos hacer y lo sabemos hacer bien.
Y ese es el objetivo del trabajo intelectual que hacemos al leer: el desempeño eficiente, creador. Construir una competencia, un saber hacer.
Aquiles Julián. Presidente del Centro PEN RD Internacional
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