A propósito de la interesante entrevista realizada a la escritora Sophie Mariñez en el programa “Y tú…Qué dices? Conducido por el destacado periodista Fausto Rosario, transmitido por Acento TV el 23-07-2025
«Sin embargo, el libro sólo no tiene ningún valor, siempre he estado en contacto con la gente, me he interesado por los seres humanos más que por las cosas y son las personas la parte esencial de mi literatura» (Manuel Matos Moquete)

Releer la novela "Los pobladores del exilio" Publicaciones Matos Moquete, 2006. De nuestro gran intelectual dominicano, premio Nacional De Literatura 2019, Manuel Matos Moquete, me lleva a reflexionar sobre la actualidad de dicha novela. En momentos en que la inmigración ha estado en la mirilla de los países, de todos, encuentro en ella algunos pasajes que podríamos puntualizar, dado la situación que el ser humano ha estado viviendo en los últimos tiempos, a continuación:
(…)"quisiera partir sin regreso. Esa sería una bonita manera de morir. La muerte sería como una irremediable ausencia”. (Pág. 233)
Nuestro autor aborda la partida como un acto de rebeldía. Donde el personaje puede decidir terminar su viaje por cuenta propia. No importa las consecuencias del acto. Para él, la muerte es un boleto a un viaje en dónde todo sería diferente.
Pero ese vacío que deja la ausencia no mata la esperanza de volver a la vida. A la normalidad de una nueva esperanza:
"Ahí su cuerpo se perdía en un agujero insondable y solo se oía en el abismo el ruido devorador de los himenópteros, pero luego reaparecía la imagen apetecible de las mujeres de sus sueños, y él se sentía de nuevo en sus elementos, devuelto a la vida en cuerpo y alma. Eran los días delirantes de la cara de cerco. Le sucedía con frecuencia desde que ingresó en el Insaciable vacío del exilio”. (Pág.8)
Don Manuel demuestra que la empatía es la medicina cuando se es víctima del poder. Cuando no tenemos de donde sujetarnos. Nos sujetamos nosotros mismo. Nos alentamos. Nos damos fuerzas. En fin, todos somos iguales:
"Todos éramos, en cierta manera la misma persona. En este mundo de refugiados se encontraban las situaciones más imposibles”. (Pág. 107)
Para el autor de "En el atascadero" Llega un momento en que ya no sabemos quiénes somos, ni de dónde venimos. Somos de cualquier parte y de ninguna. Nos ocultamos de nuestra propia identidad y tememos salir a la calle como cualquier otro ser humano:
" Ella sintió curiosidad por saber cuál era mi verdadera nacionalidad, a lo cual no pude responder con una palabra. Yo era un exiliado. Me sentía como un trotamundos. Ya no sabía a cuál lugar pertenecía, alguien me llamaba apátrida, otro cosmopolita. La policía francesa estaba despistada, no sabía cuál país asignarme, pues le parecía árabe, hindú, caribeño”. (Pág.225)
Míranos. Huyendo de nuestros fantasmas. De nuestros pensamientos. Somos perseguidos por nosotros mismos y por otros que se persiguen entre ellos. Manuel Matos Moquete construye un mundo desigual, donde algunos nos creen iguales:
" Tenía unos delirios de persecución que lo hacían ver agentes enemigos hasta en los zapatos.
Era el frío o sus manías, no se sabe. Muchas cosas no se sabían: era natural en esa situación. ¿panameño o dominicano? Las fisionomías eran parecidas, el acento de la voz no los distinguía. En todo caso, era un "centroamericano", como llamaban los policías de París a los grupos de extranjeros que van clasificando por nacionalidades difusas, imaginarias, asignándoles lugares de procedencia, aunque carezcan del sentido de la geografía”. (Pág.22)
Siempre hay una condicionante para el que emigra. No importa por qué motivos. Pero cualquier cambio en la política migratoria hace que pases de ser bienvenido al más completo de los aborrecidos:
" Que te emigres a América pensando que es el Perú, que te hagas el turista en París, creyendo que es la gran maravilla del mundo, comoquiera da igual. No hay invento por ningún lado. Y si uno es exiliado político contra su voluntad, y no un emigrante por voluntad propia, o en busca de mejoría, las cuentas del viajar llevan a menos”. (Pág.120)
Lo que dejamos atrás, siempre estará presente en nuestra memoria. No te acostumbras a no ser tú. El miembro en número de la Academia Dominicana De la Lengua, correspondiente a la Real Academia de la Lengua Española, escribe:
" Nadie se acostumbra al exilio. Tengo años de vivir aquí dentro, y aún pienso como si viviera afuera. Búsqueme una noticia que apresure mi partida. ¿Es que no acontece nada en el mundo? ¿Afuera no se derrumban los sistemas?". (Pág. 192)
Estamos ahora en mundo que nos vigila. Que controla cada uno de nuestros movimientos. Nuestros datos están a disposición de mercaderes que comercian nuestra dignidad y nos venden al mejor postor. Estamos ahí. De un vuelo a otro y sentados en una salita donde nos cuestionan y nos preguntan si somos o no seres humanos:
" Esa fue la primera fractura en ese viaje: la pérdida de la memoria. Mi pasado se había vuelto un túnel profundo y oscuro. Me aferraba a él, pero a medida que el avión avanzaba en el espacio, mi mente se quedaba atrás, retrasada, llena de vacíos.
Horas después, días quizás, no sabía nada, sólo acertaba a buscar el sueño para conjurar la pena y el cansancio. Me descendieron en otro aeropuerto, en medio de otra pista, escoltado igualmente por uniformados. Me montaron en un autocar inmenso y solitario, puesto expresamente a mi disposición y de mis custodios.
En el autocar transitaba por hangares oscuros hasta que aparecieron las luces de la terminal, donde me depositaron en una salita de espera. Ahí llegaron los policías, los agentes de migración; ahí me revisaron mis antecedentes, mi equipaje; ahí anotaron los nuevos datos y me pidieron que me reportara inmediatamente a la prefectura de policía, advirtiéndome en forma amenazante que yo estaba siendo vigilado en todos mis pasos, y que llevaban un control estricto de mis movimientos, del hotel donde me hospedara, del itinerario que siguiera, del bistró donde tomara café y saboreara el vaso de cerveza, o de vino blanco o tinto”. (Pág. 51)
Recogemos nuestras cosas. Pero solo los que tenemos tiempo. Algunos debemos empacar solo nuestra vergüenza y callamos. Mudamos nuestras sombras, exiliados de nuestro exilio:
"(…) las mudanzas son todas un tormento. Sobre todo la mía, que me dije, quiero mudarme de verdad, sin mirar hacia atrás. Ya era tiempo. estaba presto a cargar trastos, desenchufar aparatos, desarmar muebles, levantar fardos, bajar y subir escaleras; en fin, soportar los enfados, las discusiones, los escándalos de toda mudanza, con tal de huir del Hogar.
Aunque, la mía era una mudanza sencilla, normal. Mis cosas eran las necesarias. nada de voluminosos empaques ni de complicados aparatos. Pero ¡qué va! Mudanza es mudanza. Todas son violentas; son una ofensa a la paz que nos rodea en el viejo estar, aunque sea una paz de guerra, ésa que yo disfrutaba en aquel recinto”. (Pág. 136)
Es un mundo grande y aun así no cabemos todos. Nuestro autor, también miembro en número de la Academia de Ciencias de la República Dominicana, plantea o no la siguiente paradoja: Somos tan pequeños que no hay espacio para algunos, donde sobra mucho para otros:
"«Estoy en el centro del mundo», me dije. Cuando salí de ese lugar me sentí avergonzado de mi propia vida. ¿Qué hago aquí en este tiesto? Me sentía torpe al vivir, justamente, una vida pequeña, en medio de un mundo grande. Me sentía idiota, como una rata que se deslizaba por los sumideros de un gran palacio”. (Pág. 205)
¿De qué nos refugiamos? Nos refugiamos de nosotros mismos. De gente como tú y como yo. Que un día cambia su discurso. Ahora no son como tú y como yo. "Sino todo lo contrario":
" Pero si los refugiados hablaban de su vida y pensaban en su pasado, en su regreso, evocando la dulzura y belleza de su lar natal, idealizando los momentos perdidos en la distancia, desdibujando los momentos perdidos en la distancia desdibujados en un allá que cada vez se hacía más irreconocible y remoto, entonces la aguja del aparato viajaba del centro hacia la franja roja, a la izquierda,”. (se disparaba la alarma, una alerta roja de peligro, que la doctora Francheau descodificaba, los nostálgicos están en acción, tienen el ambiente colmado, la nostalgia invadiendo el Hogar, los mitos, las imágenes vencidas, las remembranzas afiebradas buscan tomar el control de la situación; quieren desestabilizar el orden del presente que le constriñe aceptar el exilio sin más, adaptándose a la nueva situación, cogiendo las cosas como son, sin chistar, sin pensar, sin lamentos ni Búsqueda del tiempo perdido". (Pág. 59)
Huimos de nuestros sentimientos, del hambre, del acoso, del peligro. Pero mientras más huimos, más nos alejamos de nosotros. Es un viaje que fractura el alma. El exilio lo cambia todo:
" Afuera era el exilio de la ciudad, percibida desde mi guagua, de la gente extraña y desconocida. El exilio del mundo que me rodeaba me alejaba y me hostigaba y que yo, ciertamente hostigaba. Era el exilio de mis pies que no sabían andar por estas calles y que no encontraban el camino, que se extraviaban y difícilmente sabían las sendas del regreso. Era el mismo exilio de mis manos, que no conocían a nadie a quien estrechar y acariciar. Era el exilio de todo mi cuerpo frente a los demás cuerpos con lo que chocaba en cada trecho, y con lo que se enfrentaba en una relación repelente, divergente, destructiva.
Pero mi exilio era mayor por dentro. Esa era la peor desgracia, sentirse por dentro acorralado, azotado, perseguido. El enemigo era uno mismo. El espía era su propia conciencia. La cárcel la propia voluntad de no abrirse a nada ni a nadie. el ostracismo se llevaba adentro como una hermética condición de disminuirse poco a poco, estrecharse sobre sí mismo, como la concha de la ostra que se resiste a dejarse penetrar y librar las riquezas que lleva dentro.
En ese exilio interior existía un mundo inefable de fantasmas y monstruos que se nutrían del alma, que buscaban devorar el espíritu la energía. Que finalmente vivían de la sangre, de la alegría y la dicha que internamente nos abandonaba. En ese exilio recibían todos mis sufrimientos, pero a la vez el poco de placer que aún se podía lograr en una vida incierta y carente de norte, de fortuna y de esperanza.
Las cosas eran como un laberinto con una sola puerta. Había toda una única salida que se debía traspasar. Era un secreto que había que descifrar como una ecuación en una pizarra, escribiéndola, borrándola, tachándola aquí, completándola allá hasta que nos saliera bien o casi bien. O al menos, hasta saber que la habíamos asimilado, si es que se podía dar algo de por aprendido en ese pandemónium del exilio". (Pág. 149)
Y entonces, llega la nostalgia. Ahora la lucha es interna. Ensoñaciones. Nuestros ojos despiertos ya no diferencian lo real de lo imaginario. Hemos perdido la cordura por un momento. Eso nos libera y nos deja, por un momento, en un estado de excitación:
" Mi nostalgia era como una corriente de agua subterránea que me recorría la vida. Ahí navegaban los seres de mi niñez; los seres ausentes; las cosas gratificantes en mi recuerdo. Ahí podía encontrar a mis muertos, ahí encontraba también las voces y los ecos de los personajes ausentes". (Pág. 180)
Al volver, la realidad vuelve a golpearnos en la cara. Ahora somos parte de un proceso de selección. Donde somos clasificados. Ser elegibles o no. Aceptados o rechazados. O simplemente deportados:
" Algunos no calificaban. Otros habían consumido el tiempo de la ayuda. La mayoría debía abandonar la fila, encontrar sitio en otro hogar. Existían otros, cuantiosos. France Terre d’Asile era la divisa que proveía el paraguas que se abrió en un tiempo en que el terror oficial se imponía urbi et orbe, propulsando por el viento frío que soplaba en el eje Washington-Moscú, expulsando de su suelo a asiáticos, africanos europeos, y latinoamericanos”. (Pág. 82)
El autor de más de una treintena de títulos nos lleva, en su relato, a un nuevo comienzo a donde creíamos que pertenecíamos. Nos damos cuenta de que las cosas han cambiado y ya no somos de aquí. Tampoco de allá. De ningún lado:
" Uno también puede ser exiliado en su propio país. Puede sentirse tan excluido en su tierra como en el extranjero. Basta que la soledad y el desamor nos cerquen”. (Pág.170)
Es mi mentira la verdad con la que viajo. No sabemos quiénes somos, ni cuál es nuestra verdadera historia. A veces, la verdad no basta, solo la verdad de quienes tienen el poder de decidir nuestro destino:
" Aunque no había dudas acerca de mi situación de deportado, sentí temor y temblé un poco. Sabía que la pura verdad siempre resultaba sospechosa, y las autoridades la buscaban donde no se presentaba. Por eso tuve que componer un poco mi leyenda, para que pareciera menos verídicas, y por tanto más creíble”. (Pág. 96)
Para el maestro Ramón Saba "el intelectual, escritor, catedrático y humanista Manuel Matos Moquete es una de las grandes glorias del quehacer literario histórico de nuestro país" por lo tanto, lean nuevamente esta novela. Pues, a pesar de abordar matices históricos-políticos del último cuarto del siglo veinte, es como si hubiera sido escrita partiendo de hechos sucedidos de hace tan solo unas semanas.
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