En “El poema de Tlaltecatzin”, se realiza un canto a los placeres íntimos de la vida y los enigmas que esta contiene. A través de sus versos, se buscó presentar las creencias existentes en la población náhuatl: Estas consistían en la relación con Dios, el verdadero sentido de la existencia, la fugacidad de la estadía en la tierra, el valor de las cosas cotidianas, la libertad individual, entre otras.

La literatura prehispánica o precolombina ha dejado una huella imborrable en los tiempos contemporáneos, ya que a través de ella, se ha podido conocer las ideologías, creencias, tradiciones y experiencias de los habitantes del continente americano antes de la colonización española. De este tipo de literatura destacan la inca, la maya y en especial la azteca o náhuatl, la que, de acuerdo con José Oviedo (1995), “es la herencia literaria prehispánica más estudiada, descifrada, sistematizada y traducida, primero por los cronistas y luego por los especialistas modernos” (p. 38). La literatura náhuatl corresponde a todas las creaciones literarias de los pobladores del Imperio mexica, hasta su caída en manos de los españoles en 1519. Entre estas creaciones destaca “El poema de Tlaltecatzin”, donde este autor realiza un canto a los placeres íntimos de la vida y a los enigmas que esta presenta en el día a día.

Este poema está incluido en la recopilación realizada por el historiador mexicano Miguel León Portilla, denominada Los trece poetas del mundo azteca (2006), donde se resaltan los poetas de las regiones mexicanas: Texcocana (Tlaltecatzin, Nezahualcóyotl, Cuacuauhtzin, Nezahualpilli, Cacamatzin), México-Tenochtitlán (Tochihuitzin, Axayácatl, Macuilxochitzin, Temilotzin), Poblano-Tlaxcalteca (Tecayehuatzin, Ayocuan, Xicohténcatl el Viejo) y el poeta del Chalco; Chichicuepon. Estos trece poetas son considerados los más antiguos de la  literatura náhuatl.

En “El poema de Tlaltecatzin”, el autor expone una profunda conexión con Dios, donde expresa su fe y veneración hacia él, tal como se puede ver en los siguientes versos:

“En la soledad yo canto / a aquel que es mi Dios. / En el lugar de la luz y el calor, / en el lugar del mando, / el florido cacao está espumoso, / la bebida que con flores embriaga” (León, 2006, p. 9).

Cuando el autor se refiere al “lugar del mando” simboliza una representación del cielo, el lugar espiritual donde se encuentra la autoridad divina. Con “las flores que embriaga”, se refiere a la poesía y a la belleza espiritual que ha logrado su vínculo con Dios para revelar el placer espiritual que le generaba en su interior el tener una relación cercana con Dios.

Tlaltecatzin en este poema resalta la belleza y la pasión que provocaban las mujeres liberales de la época náhuatl, conocidas como “ahuiani”, al solo contemplarlas. Hace hincapié en que, a pesar de ser hermosas, solo eran objeto del deseo temporal de los hombres, y que cuando finalizaba el acto, a ninguno de los presentes le importaría su destino. De esta manera el autor representa el placer carnal:

“¡Ave roja de cuello de hule!, / fresca y ardorosa, / luces tu guirnalda de flores. / ¡Oh madre! / Dulce, sabrosa mujer, /  preciosa flor de maíz tostado, / sólo te prestas, / serás abandonada, / tendrás que irte, / quedarás descarnada” (León, 2006, p. 9).

En este poema el autor refiere al cacao y al tabaco, dos elementos significativos de la cultura náhuatl, para escenificar el placer hacia lo esencial de la vida. Aquellos aspectos minúsculos de la existencia que se tienen a diario y que tan poca importancia se les da. Imploraba el poder participar en esos momentos que trascienden lo físico hacia una vivencia de trascendental plenitud, ver los siguientes versos:

El floreciente cacao / ya tiene espuma, / se repartió la flor del tabaco. / Si mi corazón lo gustara, / mi vida se embriagaría. / Cada uno está aquí, / sobre la tierra, / vosotros señores, mis príncipes, / mi corazón lo gustara, / se embriagaría. (León, 2006, p. 10).

Tlaltecatzin en su poema realiza un canto hacia el placer de la existencia, donde clama su gratitud por la vida. Utiliza sus versos para exponer a la poesía con el símbolo “Flores de oro”, como valiosa e inmortal:

Yo solo me aflijo, / que no vaya yo / al lugar de los descarnados. / Mi vida es cosa preciosa. / Yo soy un cantor, / de oro son las flores que tengo. / Ya tengo que abandonarla, / yo contemplo mi casa, / en hilera quedan las flores (León, 2006, p. 10).

Con los enigmas de la vida, Tlaltecatzin realiza una reflexión sobre el transitar de la vida y la dificultad de medir el auténtico valor terrenal a través de cosas cotidianas, tal como se puede ver en los siguientes versos a continuación:

¿Tal vez grandes jades, / extendidos plumajes / son acaso mi precio? / Sólo tendré que marcharme, / alguna vez será, / yo sólo me voy, / iré a perderme. / A mí mismo me abandono, / ¡Ah, mi Dios! / Digo: váyame yo, / como los muertos sea envuelto, / yo cantor, / sea así (León, 2006, p. 11).

Tlaltecatzin, un cantor del placer y los enigmas de la vida

Al realizar una comparación con el “jade” que es una piedra preciosa y el “plumaje extendido” que representa los altos estatus en la sociedad náhuatl, expone como evita el resistirse a su mortalidad y el por qué de su resignación a la voluntad divina de partir de la tierra cuando se requiera. Busca por medio de su canto propagarse hacia los tiempos venideros, como una conexión entre lo eterno y lo divino.

En este poema, Tlaltecatzin reflexiona sobre la libertad individual. Al sugerir que su esencia no puede ser controlada por alguien más que por él mismo. De esta manera expone que su partida será con dignidad, porque desea ser recordado por sus acciones en su paso por la tierra. Debido a que todo lo material es de uso breve, como es el caso de los quetzales y el jade:

¿Podría alguien acaso adueñarse de mi corazón? / Yo solo así habré de irme, / con flores cubierto mi corazón. / Se destruirán los plumajes de quetzal, / los jades preciosos / que fueron labrados con arte. / ¡En ninguna parte está sumo de lo / sobre la tierra! / Que sea así, / y que sea sin violencia (León, 2006, p. 11).

A través de “El poema de Tlaltecatzin”, se realiza un canto a los placeres íntimos de la vida y a los enigmas que esta presenta en el día a día. Sobre la base de sus versos, este autor pudo presentar las diversas creencias introspectivas que tenían los aztecas acerca de la espiritualidad, el valor de las cosas cotidianas, la importancia de las acciones en la tierra, entre otros. De igual forma se puede reflejar la cosmovisión ideológica que estos tenían, al presentar planteamientos que aún son objeto de reflexión en el hombre actual. Un argumento convincente para incitar a los lectores a indagar sobre la literatura náhuatl, así como a toda la literatura prehispánica o precolombina.

Bibliografía

León-Portilla, M. (2006). Trece poetas del mundo azteca. Caracas: Fundación editorial el perro y la rana.

Oviedo, J. (1995). Historia de la literatura hispanoamericana Vol. I. Madrid: Alianza Editorial.

Wilson Gil Bautista

Estudiane de letras

El autor del artículo es escritor y estudiante de la Licenciatura en Letras en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).

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