El capitán Francisco de Barrionuevo llegó al puerto de Santo Domingo el 20 de febrero de 1533 con una tropa de 180 hombres y de inmediato se comunicó con el gobernador de la isla La Española, Alonso de Zuazo, y los demás miembros de la Real Audiencia de Santo Domingo, a quienes les presentó la comunicación que le envió la emperatriz Isabel de Portugal y con los cuales coordinó todo lo relacionado con la guerra que debían hacerle a Enriquillo y a los demás sublevados de la sierra del Bahoruco.
La rebelión de Enriquillo fue el hecho más trascendental que sacudió a la isla La Española durante las tres primeras décadas del siglo XVI, la cual tuvo sus inicios en el año 1519 y finalizó en el año 1534.
Si bien esa acción bélica tuvo su origen en motivaciones propiamente personales, relacionadas con las injusticias cometidas por los encomenderos y las autoridades coloniales contra el cacique del Bahoruco y su esposa Mencía, posteriormente adquirió la dimensión de una verdadera lucha por defensa de los derechos humanos de la etnia en extinción de los aborígenes taínos.
Esta insurrección tuvo un gran impacto primero en la villa de San Juan de la Maguana con la derrota de los verdugos de Enriquillo y su mujer, Andrés de Valenzuela y el teniente de gobernador Pedro de Vadillo; luego en toda la región del Suroeste y Santo Domingo, cuando el cacique se adueñó de las montañas y las diferentes estribaciones de la sierra del Bahoruco tanto en la parte oriental como occidental, derrotando de forma vergonzante a las tropas de la gobernación colonial y la Real Audiencia, dirigidas por el teniente Diego Peñalosa, el capitán Iñigo Ortiz y nuevamente por el teniente de gobernador Pedro de Vadillo.
Esta revuelta tuvo un gran impacto en la península Ibérica, cuando los sucesivos gobernadores y los presidentes de la Real Audiencia le escribieron a la corona española, narrándole la situación económica y social difícil que había generado el levantamiento de Enriquillo. Esto obligó al emperador Carlos I de España y V de Alemania, a la emperatriz Isabel de Portugal -en ausencia del monarca- y al Consejo de Indias, a adoptar medidas decisivas para enfrentar el estado de cosas, como enviar al capitán Francisco de Barrionuevo al frente de una armada real de doscientos combatientes para lograr la paz, fuese a través de un proceso de negociación con los rebeldes o mediante la implementación de una ofensiva final que lograra aplastar la sublevación de una vez por todas.
1.1-Las causas que motivaron la Rebelión de Enriquillo en la Sierra del Bahoruco
La rebelión de Enriquillo tuvo sus orígenes en causas más remotas, como el exterminio de que habían sido víctimas sus ancestros más lejanos por parte de aquellos invasores, conquistadores y colonizadores españoles que, sin contemplación alguna, les habían sometido a los más crueles tratos, sojuzgamientos y explotaciones. De igual modo, en la matanza del de Xaragua, de la que el propio Guarocuya fue víctima, pero donde fueron asesinados su abuelo, su padre, su tío, señores y demás personas del cacicazgo hacia el año 1503, cuando el gobernador de la isla La Española, frey Nicolás de Ovando, arrasó con aquella comunidad próspera que dirigía la gran cacica Anacaona, quien le recibió inocentemente con gran amabilidad y entusiasmo, junto a todos sus caciques nitaínos, agasajándole con los cánticos y bailes tradicionales que habían heredado de varias generaciones anteriores.
Otra causa mediata hay que buscarla en la implementación del sistema de encomiendas que puso en ejecución el comendador Nicolás de Ovando desde el inicio de su gestión en la colonia y que fue profundizado durante el gobierno de Diego Colón, lo que trajo consigo una disminución drástica de la población aborigen en poco tiempo. Para el año 1508 el Tesorero General de las Indias, Miguel de Pasamonte, realizó el primer Censo de Población en Santo Domingo, que arrojó un total de 60 mil indígenas; pero ya en el año 1509 tan solo habían 40 mil indígenas; en 1510 el virrey Diego Colón hizo un nuevo censo de la población nativa, que arrojó una cifra de 33 mil 523 personas; en 1514 se llevó a cabo el Repartimiento de Alburquerque, el cual arrojó como balance general 25 mil 503 indígenas, pero hacia el año 1518, un año antes de la Rebelión de Enriquillo, la población aborigen era tan sólo de 11 mil personas.
Para el año de 1519, fecha en que inició la Rebelión de Enriquillo, la población nativa no debía sobrepasar las 10 mil almas. Para el año 1528, momento en que la insurrección indígena estaba en pleno apogeo, la población aborigen era tan sólo de 4 mil 500 personas. Esto hace suponer que, para el año de 1533, fecha en que concluyó el levantamiento del Bahoruco, la población autóctona no debía sobrepasar de las mil personas. Ya para el año de 1535, dos años después de la última gran rebelión indígena, la población vernácula era de apenas 200 personas.[1]
Enriquillo había pasado a ser el cacique principal del encomendero y regidor de la villa de San Juan de la Maguana, Francisco de Valenzuela, quien le acogió a él y a su futura esposa, doña Mencía o Lucía, como si fueran sus hijos. El Repartimiento de Alburquerque, del año 1514, en torno a esta encomienda de San Juan de la Maguana, establece lo siguiente:
A Francisco de Valenzuela, vecino y regidor de la dicha villa, se le encomendó cuatro naborías de casa que registró con una de su hijo; son las dos allegadas. Mas se le encomendó en el cacique del Bahoruco con cuarenta y seis personas de servicio, con mas todos los niños que fueren sus hijos que no son de servicio. Mas se le encomendó ocho naborías de casa que registró Diego Franco por García Soler, que se sacaron del repartimiento de la Vera Paz. A Francisco Hernández, vecino regidor de la dicha villa, se le encomendó cuatro naborías de casa que él registró. Mas se le encomendó en el cacique Enrique del Bahoruco treinta y seis personas de servicio, con mas todos los niños que parecieren ser sus hijos que no sean de servicio. Mas se le encomendó en el dicho cacique diez viejos [y diez y seis niños] que no son de servicio.[2]
Ese importante documento colonial pone de relieve que Enriquillo, el cacique del Bahoruco, fue el principal jefe de los indios encomendados por el Repartimiento de Alburquerque en la hacienda de Don Francisco de Valenzuela, en la villa de San Juan de la Maguana hacia el año de 1514, momento en que la etnia aborigen se encontraba en el ocaso de su existencia. Una vez falleció Don Francisco, su hijo Andrés de Valenzuela pasó a ser el dueño absoluto de la finca de su padre y el amo de todos los aborígenes encomendados, incluyendo al cacique Enrique, de quien pasó a codiciar la yegua que le había regalado Fray Bartolomé de las Casas y finalmente a su esposa Mencía, a la que trató de violar y luego le propuso dejar a su marido para que se quedara viviendo con él. Pero Mencía tuvo la reciedumbre moral de rechazarle, pedir auxilio, contárselo a Enriquillo y finalmente mudarse con su esposo a una casa modesta para evitar el roce y conflicto con el amo.
No obstante, Andrés de Valenzuela continuó el acoso a la mujer de Enriquillo y a este no le quedó otra alternativa que ir a quejarse ante la autoridad principal de San Juan, el teniente de gobernador, Pedro de Vadillo, de las acciones de irrespeto y desconsideración que estaba tratando de cometer su nuevo amo con su mujer. Pero en lugar de recibir protección, apoyo, solidaridad y justicia en la autoridad, lo único que encontró fue reprimenda, amenazas y finalmente prisión por varios días.
No conforme con el trato recibido por parte del teniente Vadillo, Enrique le informó a su esposa Mencía de su decisión de ir a la ciudad de Santo Domingo para llevar ante el alto tribunal de la Real Audiencia su denuncia de la afrenta recibida por el ultraje que fue objeto su mujer de parte de su nuevo patrón Andrés de Valenzuela. La respuesta recibida por el cacique Enriquillo del alto tribunal de las Indias fue la de entregarle una carta dirigida a su verdugo, el teniente de gobernador de San Juan de la Maguana, Pedro de Vadillo, para que les diera respuesta a sus peticiones de justicia, después de haber pasado hambre e infinitas penurias para llegar hasta la ciudad principal de la colonia.
Enriquillo, con la ingenuidad que le caracterizaba, acudió nuevamente ante el teniente Vadillo, quien le maltrató de nuevo verbal y físicamente, al tiempo que le expresó que, si ponía una otra denuncia en contra de Andrés de Valenzuela no viviría para contarlo, porque él mismo se encargaría de hacerlo prisionero por desacato a la autoridad. La cosa no quedó ahí, ya que cuando Andrés de Valenzuela se dio cuenta que la ausencia de Enrique por varios días se debía a que había ido a Santo Domingo a poner una denuncia ante la Real Audiencia de Santo Domingo en su contra por ultraje, intento de violación y robo, dejándolo casi por muerto, de los golpes que le propinó. De esa manera, se ponía de manifiesto una vez más que la justicia en una sociedad clasista siempre está del lado del poder y la riqueza, pero nunca del lado de la verdad, los más humildes y desprotegidos, aún se hubiese criado entre españoles, como ocurrió con el cacique Enrique.
1.2-Etapas de la Rebelión del Bahoruco en su desarrollo
La rebelión del cacique Enriquillo atravesó por diferentes etapas claramente diferenciadas, siendo la primera el alzamiento inicial contra los malos tratos, el acoso a su esposa Mencía y la persecución de que fue objeto por parte del encomendero Andrés de Valenzuela y la actitud de indiferencia asumida por la justicia colonial frente a las denuncias reiteradas hechas por el indio rebelde ante las distintas instancias del sistema de justicia de la villa de San Juan de la Maguana y de la ciudad de Santo Domingo, capital de la isla La Española. En esta primera etapa las tácticas y estrategias puestas en práctica por el cacique Enriquillo y los suyos fue totalmente defensiva, donde jugaron un rol de gran relevancia las diferentes acciones de inteligencia, espionaje y contraespionaje.
La Segunda etapa está relacionada con la embestida realizada por el teniente de gobernador de San Juan de la Maguana, Pedro de Vadillo, junto a su ejército contra la insurrección del jefe aborigen rebelde. En esta etapa se mantuvieron las tácticas y estrategias defensivas, a lo que sumó con gran maestría la implementación de la táctica ofensiva de guerrillas móviles o guerra de guerrillas de autodefensa, integrada por grupos de 15 a 20 indígenas que le propinaron un golpe demoledor al teniente Vadillo.
La tercera etapa tiene que ver con las ofensivas militares impulsadas desde la gobernación colonial y la Real Audiencia de Santo Domingo contra la sublevación del cacique de Jaragua. En esta etapa Enriquillo se empleó a fondo en crear una infraestructura que le permitiera sobrevivir en las peores condiciones de lucha y adversidades, en el entrenamiento de un grupo selecto de guerreros que tuviera en capacidad de utilizar armas convencionales y armas no convencionales que le proporcionara la naturaleza, en el desarrollo coordinado de una guerra de movimiento y una guerra de posiciones, en el impulso de una guerra regular y una guerra irregular o de guerra de guerrillas, en redoblar la labor de inteligencia y contrainteligencia frente al enemigo para poder sobrevivir a las embestidas constantes de las autoridades coloniales.
La cuarta etapa estaba relacionada con los primeros intentos de negociación llevados a cabo por Fray Remigio de Mejía y el capitán Hernando de San Miguel. En tanto, la quinta y última etapa está relacionada con el proceso de negociación que encabezaron el capitán Francisco de Barrionuevo y el cacique Enriquillo, auspiciado por el emperador Carlos I de España y V de Alemania, así como la emperatriz Isabel de Portugal y el Consejo de Indias. Estas dos últimas etapas están relacionadas con la implementación de una guerra de sobrevivencia, a la espera de mejores condiciones para llevar cabo un proceso de negociación favorable a sus intereses, tomando en cuenta las dificultades económicas de la colonia provocadas por diferentes causas y el desgaste constante de las fuerzas enemigas.
Ahora procederemos a desglosar los detalles de cada etapa de la Rebelión del Bahoruco, liderada por el cacique Enriquillo.
1.3-Alzamiento inicial contra el encomendero Andrés Valenzuela y la indiferencia de la justicia colonial
Al comprobar que la justicia era solamente una ficción para los descendientes de la población nativa y que nada podían esperar de las autoridades españolas para contener los excesos y el asedio permanente del mancebo Andrés de Valenzuela hacia su mujer, el cacique Enriquillo tomó la determinación de sublevarse junto a los suyos para establecer comunidades en el corazón de la sierra del Bahoruco, donde pudieran vivir en paz y tranquilidad, alejados de todos aquellos que le habían hecho maldad.
Valenzuela, creyéndose amo y señor del cacique Enriquillo y de todos los indígenas que estaban bajo su jefatura, fue a buscarle en las inmediaciones de la sierra del Bahoruco para obligarles a volver a trabajar de forma sumisa en su hacienda. Pero ya Enriquillo y su gente habían tomado la determinación de sublevarse en las montañas encumbradas que los vieron nacer para construir una vida digna y en abundancia para todos, por cuya razón rechazaron la embestida de Valenzuela y sus asesinos, a varios de los cuales eliminaron, a muchos hirieron y la vida se la perdonó al verdugo que le había causado tanto daño, por respeto a la memoria de Don Francisco de Valenzuela, quien en vida siempre les dio protección y buen trato.
1.4-Confrontación con el ejército del teniente de gobernador Pedro de Vadillo de San Juan de la Maguana
No bien se enteró el teniente de gobernador Vadillo de lo que le había ocurrido a su protegido Andrés de Valenzuela ante Enriquillo, procedió de inmediato a estructurar un ejército con alrededor de 250 personas de las villas de San Juan de la Maguana y Azua para enfrentar al ejército rebelde del cacique del Bahoruco.
Vadillo y su gente cayeron en la trampa de los intrincados pasadizos de la sierra del Bahoruco, que los rebeldes conocían como la palma de sus manos, pero que el ejército colonial español desconocía totalmente, muy a pesar de que contaban con algunos indígenas prácticos que les guiaban. De no ser por la magnanimidad de Enriquillo muchos de ellos hubiesen muerto calcinados o asfixiados por la hoguera que varios indios rebeldes encendieron en la entrada de una de las cuevas.
El mismo Vadillo logró salvar su vida porque abandonó a sus compañeros de lucha a su suerte, logrando reunir al final de la acción menos de la mitad de los soldados que le acompañaban. Muchos murieron en los combates o aplastados por las enormes piedras y rocas, otros fueron heridos de gravedad y otros fueron hechos prisioneros por las huestes bravías del cacique Enriquillo.
1.5-Guerra ofensiva del ejército de la gobernación colonial y la Real Audiencia de Santo Domingo contra la rebelión de Enriquillo
La gobernación colonial de la isla La Española encabezada por el juez de residencia Rodrigo de Figueroa organizó una ofensiva armada liderada por Diego de Peñalosa para someter la rebelión de Enriquillo en el año 1520, muriendo el comandante en la acción militar y ocho soldados, los cuales tenían como propósito apresar y esclavizar a los rebeldes. Una declaración dada al tribunal de la Real Audiencia de Santo Domingo por Francisco de Olmos, testigo de cargo, representante del Concejo de la Verapaz (o más bien de la Yaguana, por el traslado de la villa a un nuevo paraje), en comparecencia ante el Lic. Cristóbal Lebrón de Quiñónez, en representación del Juez de residencia, Lic. Rodrigo de Figueroa, el 8 octubre de 1521, denunció que:
Ciertos indios que se dicen del Bahoruco y Daguao, que es en término de la dicha villa, se alzaron a los montes y sierras; y que no sabe si fue en tiempo del dicho licenciado Figueroa, o no; y que sabe que los indios que así andaban alzados mataron cuatro cristianos; y que después de cierto tiempo mataron a un Peñalosa y a otros ocho cristianos. Preguntado qué es lo que el dicho licenciado hizo y proveyó a causa de esto? dijo que antes que matasen a Peñalosa y a los otros ocho cristianos, este testigo, por parte de la dicha villa, vino a hacer relación al licenciado de como andaban alzados aquellos indios que habían muerto los dichos cuatro cristianos, pidiéndole que los diese por esclavos; y que el dicho licenciado le dió un mandamiento para que los indios que así andaban alzados, se diesen por esclavos y de los principales de ellos se hiciese justicia; y que este testigo envió el dicho mandamiento a la dicha villa; y que por razón del dicho mandamiento, fue el dicho Peñalosa y la otra gente con él, donde le mataron a él y a ocho hombres, como dicho tiene; y que no sabe este testigo que el dicho licenciado proveyese más en razón de lo susodicho, y que si lo proveyera, que este testigo lo supiera, porque estaba en esta ciudad por procurador de la dicha villa; y que muchas veces le pidió el hierro para poder herrar los indios que así andaban alzados que habían sido en muerte de cristianos, y que nunca se lo quiso dar. Preguntado si sabe que el dicho licenciado supiese de cómo los indios andaban alzados y mataron al dicho Peñalosa y a los otros, dijo que sí supo porque fué muy público, como porque este testigo le dió petición sobre ello y una carta en nombre de la villa.[1]
Con esta acción contundente frente a las autoridades coloniales centrales, Enriquillo mandaba un mensaje claro de que su decisión de sublevarse contra los abusos y maltratos no tenía vuelta atrás y que estaba dispuesto a correr los riesgos que fueran necesarios en aras de lograr el respeto a su dignidad y a la de los suyos.
Esta y otras acciones antecedentes y subsecuentes les demostraron a los españoles que el indio que ellos habían educado en una actitud sumisa y dogmática como parte de la enseñanza cristiana, había despertado de su letargo y estaba dispuesto a hacer justicia con sus propias manos, ya que el máximo tribunal de alzada se había mostrado incompetente para resolver un conflicto doméstico de carácter sencillo y ordinario.
Entre los años de 1521 y 1523, coincidiendo con la mayor parte del segundo gobierno del virrey y almirante Diego Colón, no hubo ninguna acción militar significativa contra los indios alzados del Bahoruco, lo que en gran parte se explica por los conflictos periódicos que se suscitaban entre la Real Audiencia y el gobernador de la isla La Española, por un lado, y entre éste y el Tesorero General de las Indias, Miguel de Pasamonte, por el otro.
El 16 de septiembre de 1523 el virrey Diego Colón se marchó de Santo Domingo hacia España, requerido por el emperador Carlos I de España y Carlos V de Alemania en virtud de los múltiples conflictos en que se vio envuelto con el alto tribunal de justicia de Santo Domingo. Un mes después las autoridades coloniales habían tomado la decisión de hacerle la guerra a los indios sublevados del Bahoruco.
La disposición formal de la guerra se hizo el 18 de octubre de 1523, lo cual quedó consignado en los libros de cuentas del Tesoro, como testimonio de lo prescripto con relación al propósito a que se destinaban las cantidades recaudables por la medida de contribución cargada a los vecinos de Santo Domingo y a la población de la isla La Española en general, consistente en el establecimiento de la sisa o impuesto sobre la carne que se consumía en esta Isla y sobre el vino que se traía a ella. El texto de la declaración de guerra para castigar a los indios alzados del Bahoruco, de la referida fecha, dice así:
En la ciudad de Santo Domingo, en la Isla Española, diez y ocho días del mes de octubre, año del Nacimiento de Nuestro Salvador Jesucristo de mil y quinientos y veinte y tres años, estando en su Consulta los Señores Oidores y Oficiales de S. M.; porque es muy público y notorio los grandes daños y muertes y robos y escándalos que los indios y negros que anda alzados hacen; por los atajar y poner remedio en ello, acordaron hacerles la guerra; y porque para los sueldos de la gente y armadas y bastimentos…y aparejos que para ella son necesarios, habían de hacer muchos gastos y costa en grandes y crecidas cantidades, y esta Isla Española no tenía dineros ni propios de que lo pagar y suplir;…y porque el bien fuese general, acordaron de echar sisa[2] sobre la carne que se come en esta Isla y sobre el vino que se trae a ella en esta manera: sobre cada arrelde de carne un maravedí, y sobre cada cuartillo de vino una blanca, y de cada pipa de vino trescientos y setenta maravedís; la cual dicha sisa de vino se cobre de las personas que lo trajeren a esta Isla, los cuales cobren lo que así prestaren de las personas que lo compraren lo que así llevaren, vendiendo el dicho vino, de manera que la comunidad que gasta el dicho vino, por menudo pague la dicha sisa, para que de ello se suplan y paguen los dichos gastos y costas de la dicha guerra; lo que mandaron pregonar públicamente.[3]
El proceso de preparación de la acción armada contra el Bahoruco, relacionado con los barcos, hombres, armas, municiones y mantenimientos, realizados con el oro de las cajas reales, en función de préstamos y cargos de los negociantes de guerra, provocaron grandes retrasos en el inicio de la ofensiva contra los sublevados, por las fianzas que se pedían para los oficiales reales, produciéndose situaciones en que hubo que buscar garantizadores de las fianzas.
Varios de los conquistadores y exploradores que vinieron a vivir a La Española para desde aquí partir hacia Tierras Firmes, como fue el caso de Rodrigo de Bastidas, que había mostrado su decisión de involucrarse en la ofensiva contra el Bahoruco, hacia el año de 1524 se enteró que sus epígonos en el Consejo de Indias les tenían noticias favorables de la actitud positiva del rey en torno a la posibilidad de conquistar y poblar a Santa Marta, lo que le llevó a asumir una postura de indecisión en torno a la rebelión de Enriquillo y en 1525, cuando ya tenía en sus manos los racionamientos reales para dedicarse a su propia empresa, se mostró totalmente ajeno a esta acción rebelde. Procedió a comprar cuatro barcos y los puso a nombre de otras personas de su confianza para evitar litigios y aprietos hasta que pudo pagar sus deudas y sonsacar a muchos de los hombres que se estaban alistando para ir al Bahoruco, pagándole desde 10 hasta 20 pesos de oro, lo que le permitió congregar alrededor de 450 hombres que se fueron con él a Santa Marta. Algo similar ocurrió con el oidor Lucas Vázquez de Ayllón, quien, tras regresar de España y Puerto Rico, se embarcó en una costosa y desafortunada expedición de conquista y poblamiento de la península de la Florida.
Para evitar que surgieran nuevas demoras y situaciones que pudieran frustrar definitivamente la empresa esclavista del Bahoruco, salió una primera expedición con el oidor Juan Ortiz de Matienzo en 1523 y posteriormente otra con el capitán Pedro de Vadillo y su teniente Iñigo Ortiz, durante el año de 1525.
El oidor de la Real Audiencia, Juan Ortiz de Matienzo, aprovechó que el virrey Diego Colón había regresado a la península Ibérica emplazado por el rey de España, armó por su cuenta en el año 1523 una expedición para enfrentar la sublevación de Enriquillo, en la región del Bahoruco de la isla La Española. El propósito de esta ofensiva era obtener una mayor cantidad de oro con la venta de los indios que tomase antes de irse a España, postergando así una licencia que le habían concedido hasta después del triunfo de esta súbita e imprevista acción militar. Esta operación fue totalmente desarticulada por la labor de inteligencia y la acción coordinada desarrollada por los rebeldes del Bahoruco.
El tribunal de la Real Audiencia hacia el año 1525 también auspició una acción ofensiva durante la gestión del gobernador de la isla La Española Sebastián Ramírez de Fuenleal, que encabezaron el capitán Pedro de Vadillo y el teniente Íñigo Ortiz con apoyo de la ciudad de Santo Domingo y los soldados españoles más experimentados, resultando en una derrota totalmente aparatosa, por cuanto implicó que los alistados habían recibido una paga de las Cajas Reales, ascendente a 4 mil 389 pesos oro, tal como se consigna en el presente documento:
Parece que montó el gasto que se fizo en dos armadas que se enviaron contra los dichos indios, de que fueron por capitanes Pedro de Vadillo e Iñigo Ortiz, cuatro mil trescientos y noventa y ocho pesos y dos tomines y cinco granos, y de este despacho tuvieron cargo Jacome de Castellón y Lope de Vardeci, y se despacharon en el año de mil quinientos y veinte y cinco años. Asimismo, parece que dio y pagó a la Iglesia de Santa Clara, Receptor de las sisas en esta Ciudad de Sancto Domingo a la gente que tuvo en las dichas armadas cuatrocientos pesos de oro, según pareció por los libramientos y cuentas que se tomó.[4]
Las dos expediciones armadas formaron un cordón entre Yáquimo (hoy Jacmel) y la Yaguana (hoy Léogane) y avanzaron hacia el oriente, con el propósito de asediar a los alzados en alturas que pasan de 2.300 metros y las menores de 1.500. Ahínco infecundo, porque retirándose los indígenas y dejando rastros para ser seguidos, invariablemente no presentaban el cuerpo sino cuando los españoles carecían de agua, provisiones y sandalias, porque cuando intentaban descansar para restablecer sus fuerzas, eran picados e insultados por los rebeldes, resultando estos también con fuertes bajas.
La cédula real del 17 de noviembre de 1526 vino a poner en estado de decadencia total la guerra esclavista en las Indias. Si bien el oidor Ortiz de Matienzo se apartó totalmente de la empresa por la frustración experimentada de su propia utilidad antes de emprender viaje a España, y lo mismo hizo Pedro de Vadillo, capitán que ni en el llano fue capaz de sacar ventajas ni propias ni en favor de la causa común, los rebeldes le infringieron derrotas demoledoras en los intrincados vericuetos de la sierra del Bahoruco, de las que nunca pudieron recuperarse las tropas coloniales españolas.[1]
1.6-Acciones del capitán Hernando de San Miguel y primer intento de negociación de Fray Remigio con Enriquillo
El capitán Hernando de San Miguel armó una nueva expedición en 1526 con ochenta hombres, la cual se constituyó en la última esperanza en que los esclavistas españoles habían depositado su confianza, dadas las artimañas y el vigor físico que le adornaba como personaje capaz de luchar igual al amparo y desamparo del terreno inculto, ríspido e inclemente, como la región del Bahoruco, según la posesión que en él tenían los combatientes. En su calidad de capitán de guerra designado por la Real Audiencia de Santo Domingo, puso al rebelde Enriquillo en serios aprietos tras su aparición inesperada en el cuartel general del cacique, hasta el punto de que pidió la paz como ardid y luego la demora que hizo para no convenir definitivamente en ella.
Es importante observar lo que dice sobre este particular una comunicación de la Real Audiencia de Santo Domingo al emperador Carlos I de España y Carlos V de Alemania, de fecha 30 de marzo de 1528:
S.C.R.M. — Relación de las cosas tocantes a la guerra de Enriquillo y de otros indios alzados que andan en el Bahoruco, y de lo que en ella se ha gastado y hecho de costa hasta ahora, y del estado en que ahora está, y de lo que conviene al servicio de V. M. se provea en lo de adelante hasta finalizar y acabar la dicha guerra:
Por las cartas que últimamente se han escrito de esta su real Audiencia a V. M. se ha hecho relación de los muchos daños aquella gente de indios alzados, que andan con el dicho Enriquillo, han hecho y cada día hacen en esta isla, así en matar cristianos españoles y robar mucha cantidad de oro que han robado, como en despoblar los caminos y estancias y ventas; y como a esta causa se han proveído ciertos capitanes con gentes para hacerles la guerra, y lo mucho que en ellos se ha gastado, la relación de todo lo cual enviamos juntamente con esta a V.M.
Por esta Real Audiencia se proveyó un capitán con ochenta españoles y con todo lo necesario para hacer y continuar la guerra; y este capitán y gente pusieron en tanta necesidad al dicho Enriquillo y a los dichos indios alzados, así por haber tomado muchos de ellos como por haberles destruido los mantenimientos y comida que tenían en la dicha tierra del Bahoruco, que, constreñidos de hambre y de la dicha necesidad, vinieron en plática con el dicho capitán y españoles, diciendo que querían paz, y así se sentó con ellos la dicha paz por parte del dicho capitán; y para efectuarla, se llamó al Padre fray Remigio, de la Orden de San Francisco, y tomaron asiento con ellos que se fuesen a una provincia de esta isla para que allí hiciesen su pueblo, y se les daría lo necesario para su sustentación, como es vacas y ovejas y otros aperos para labrar, y que quedasen libres como los otros vasallos de V.M., y que no tuviesen otra condición, salvo de guardar e traer los negros e indios que se alzasen e huyesen. Y así se partieron unos y otros muy alegres con este acuerdo, para que a cierto tiempo se tornasen a juntar; y el día que se concertó fue el capitán en el dicho fraile, y los dichos indios no vinieron como quedó concertado, salvo que hallaron en el lugar hasta mil quinientos pesos que los indios dejaron allí; fuese a ver por el dicho capitán si el asiento que se señaló para el pueblo si se habían ido allá a comenzar a poblar, y también no se halló rastro de ellos ni hasta ahora se ha podido hallar ni han complido cosa, ni vuelto hablar con el dicho capitán. Ahora han hecho cierto daño, y es que vinieron a una estancia del mismo capitán, y se la destruyeron e mataron ciertos indios y llevaron ciertas indias e caballos y todo lo que en la estancia avía, e quemaron los bohíos e ahorcaron a un muchacho de tres años, por manera que tenemos por rota la cosa, porque hasta ahora todavía no se tuvo esperanzas que venían de paz a cumplir las paces, y se buscaron todos medios para ello.
La guerra ha durado y se ha gastado tanta cantidad cuanto aquí enviamos por relación a V. M., así por ser la tierra del dicho Bahoruco en donde estos indios andan alzados muy áspera y de grandes montañas y pobre de agua, que no se puede andar con bestias, y que tienen de largo más de sesenta leguas e a esta causa es muy dificultosa así para andar españoles por ella como por falta de agua y mantenimientos, que todo lo han de llevar los españoles a sus cuestas y de algunos indios que consigo traen; por manera que cada vez que van a entrar al mejor tiempo y cuando ya van en rastro o cerca de los indios alzados, se les acaban los bastimentos y han de tornar de necesidad más de cuarenta leguas a tornarse abastecer; de todo lo cual de todas las otras ventajas que de estas se siguen, tienen conocimiento los indios alzados y les hacen andar tras de sí hasta que se les acaban los bastimentos a los españoles. Por todos estos respetos y por la experiencia de lo pasado, nos parece que para hacerles la guerra, conviene ante todas cosas, para que brevemente se acaben proveer a estas dificultades, poner los bastimentos en parajes e partes que, andando los españoles tras los dichos indios alzados, nos les dejen de seguir por falta de ellos, y puedan proveer en sus tiempos y lugares para que la guerra no cesase, y dondequiera que les tomase la necesidad de los bastimentos, los tengan que proveer ellos; con esto y con lo que adelante diremos, creemos, con ayuda de Dios, que muy brevemente se finalizará y acabará esta guerra tan perjudicial y que en tanta confusión tiene a esta isla.
Además de proveer los bastimentos en la manera que dije en el capítulo anterior a este, que se hará con alta costa, es menester proveer de ciento cincuenta hombres españoles que anden de continuo en las dichas tierras del Bahoruco en seguimiento de los dichos indios en tres cuadrillas o capitanías, y otros tantos indios de los domésticos; porque cada español a menester sus indios que asimismo hacen mucha cosa, que cada español lleva cuatro pesos de sueldo cada mes; dos indios asimismo se pagan, porque son naborias de por fuerza de los vecinos, no indios de repartimiento, porque casi no los hay.
Además de esto conviene que vaya un Oidor de esta Real Audiencia a residir en San Juan de la Maguana, que es el pueblo más cercano a las dichas tierras del Bahoruco, porque tengan autoridad en esta negociación, así para hacer y proveer los bastimentos y solicitud necesaria y mandar y proveer lo que fuere menester para ello, como para que vea por vista de ojos la diligencia que se pone en el hacer la dicha guerra; porque a causa de faltar persona de autoridad, se ha dejado de cumplir lo uno e lo otro, y ha habido mucha flojedad y negligencia en la prosecución de esta guerra; y también la gente se ha amotinado contra el capitán, todo lo cual cesará; algunos de ellos se han castigado por ello…
Y hasta tanto venga la respuesta y mando de V. M. de lo que en ello es servido que se haga, nosotros entretendremos al capitán y cuarenta hombres que con él anden, porque podrá ser que la guerra se concluya por vía de paz, o a lo menos no darán lugar a que los indios se carguen de labranzas e de más indios y aperos; sobre todo suplicamos a V. M. mande proveer lo que su real servicio sea. Fecha en Santo Domingo a treinta días de marzo de mil quinientos veinte y ocho años.
De V.C.R.M. Humildísimos siervos y criados que sus reales pies y manos besan, el licenciado Espinosa y el licenciado Zuazo.[2]
En esta comunicación enviada por los miembros de la Real Audiencia de Santo Domingo, Gaspar de Espinosa y Alonso de Zuazo, informaban al rey Carlos I de España y V de Alemania de las dificultades económicas por las cuales atravesaba la colonia para poder continuar la guerra contra el cacique Enriquillo y demás indios sublevados en la sierra del Bahoruco.
Muy rápidamente el capitán Hernando de San Miguel se quedó sin gente, primera consecuencia de la falta de finanzas, de haberse deshecho los antiguos tratos de captura de los indos alzados con fines esclavistas, las fiduciarias (fianzas, hipotecas y prendas) disueltas y convertidas en nuevas obligaciones de la hacienda real y los prestamos voluntarios (que proveían fundamentalmente mercaderes), generando esto una deserción masiva en virtud del atraso en la paga a aquellos soldados de guerra.
Por otra parte, la destrucción sistemática de los sembradíos de los alzados en terrenos ya trillados por españoles con guías indígenas expertos de aquellos montes, obligó a Enriquillo a retirarse con su gente mucho más al oriente, y a cesar temporalmente en sus incursiones, las que, forzosamente, para ser eficaces, le ponían en el trance de alejarse demasiado de sus naturales defensas; y, por la misma razón, una parte de los combatientes advenedizos se vio tentada a abandonar el Bahoruco y al irse a otras provincias, contagió con su rebeldía a los hatos, estancias y conucos que había por doquier. La guerra cambió de aspecto; se crearon diversas cuadrillas que, acantonadas en parajes determinados, estuvieron a la mira de novedades y que, con el favor natural de la tierra, pudieran destruir a otras tropas similares de indios alzados.[9]
El monto que se gastó en esta expedición liderada por el capitán Hernando de San Miguel fue del orden de los 10 mil 663 pesos oro, mientras que lo gastado en general hasta el mes de marzo de 1528 en la guerra contra los rebeldes del Bahoruco ascendió a 19 mil 61 pesos oro y las sisas o impuestos recaudados entre la población por los gravámenes que se les impusieron a la carne y al vino rondaban los 11 mil 632 pesos. Así lo confirma un documento de Contaduría firmado por el contador Diego Caballero, que dice lo siguiente:
Ítem, parece que fue dado y pagado a Pedro de Talavera de la dicha guerra diez mil seiscientos sesenta y tres pesos para el despacho de la armada de que fue por capitán Hernando de San Miguel. Y para la paga de la gente que en ella ha servido, parece que suma lo gastado hasta ahora en la guerra e conquista del Bahoruco diez e nueve mil sesenta y un pesos e dos tomines e cinco granos de oro, sin muchas cuantías de pesos de oro de cosas que se han tomado prestado, para la guerra de sueldos de la gente, y de mantenimientos y otros aderezos que han sido necesarios para ella por la paga, de lo qual nos hallamos muy fatigados. (Sigue la relación del monto de las sisas que fue) «hasta ahora once mil seiscientos treinta y dos pesos y cinco tomines y once granos. Firma de Diego Caballero, contador, 31 de marzo de 1528.[1]
Esta situación puso de manifiesto que el principal escollo con que contó el ejército colonial español fueron las dificultades financieras, que le impedían mantener un ejército regular y profesional que asediara permanentemente a las tropas sublevadas que lideraba el cacique Enriquillo en las encumbradas montañas de la sierra del Bahoruco. A esto hay que agregar la desmoralización que sufrieron estos hombres sin ninguna experiencia militar reclutados supuestamente en calidad de voluntarios, pero en su mayoría por la fuerza, frente a un grupo rebelde bien entrenado, disciplinado, con una mística, una táctica y una estrategia muy bien diseñadas y aplicadas al pie de la letra.
Tras el encuentro inesperado de Enriquillo con el capitán Hernando de San Miguel, el sacerdote Fray Remigio Martínez, de la orden de los Franciscanos, intervino ante su antiguo alumno Enrique para que considerara la posibilidad de un proceso de negociación que le permitiera reintegrarse a la sociedad colonial, para lo cual le pidió que, como primer paso, procediera a entregar el tesoro en oro y perlas que habían incautado a un barco español que provenía de Tierra Firme y que trataba de capturar a los rebeldes para esclavizarlos.
Lo único que le prometió Enriquillo a su maestro, el padre Remigio, fue devolverle el tesoro sustraído al día siguiente al capitán San Miguel, a quien le había prometido juntarse para discutir los términos de un proceso de negociación. Temprano de la mañana envió a varios de sus acólitos a colocar el oro y perlas en el lugar acordado, ocasión que aprovechó para moverse con su gente al lado oriental de la sierra del Bahoruco.
Cuando San Miguel fue a buscarle a donde le había tomado por sorpresa, Enriquillo y su gente ya se habían ubicado en lugares inaccesibles de las montañas y tras esfuerzos inútiles por encontrarles sus fuerzas se fueron debilitando hasta reducirse a su mínima expresión y se vio obligado a regresar a Santo Domingo con el botín recuperado.
1.7-Acuerdo de paz del Cacique Enriquillo-Capitán Barrionuevo-Pedro Romero para poner fin a la Rebelión del Bahoruco
Ante los múltiples gastos en que habían incurrido la corona española y la colonia de Santo Domingo para sofocar la sublevación del cacique Enriquillo, el Consejo de Indias, presidido por el rey Carlos I de España y V de Alemania y por la emperatriz Isabel de Portugal, al encontrarse el soberano en guerra contra otras naciones europeas, tomó la decisión de designar al capitán general Francisco de Barrionuevo.
Barrionuevo, aspirante a gobernador en las Indias, antiguo poblador de Puerto Rico, hacendado en la Mona, proveedor de bastimentos para la guerra del Bahoruco y conocedor de los pormenores de la guerra contra Enriquillo, fue designado como el responsable de una flota de 200 hombres que debía conseguir en la región de Andalucía para embarcarse a La Española y así combatir al cacique rebelde. A estos se les proveyó armas, municiones y barcos para que le trasladasen al puerto de Santo Domingo, con la encomienda de poner fin al alzamiento de Enriquillo en un tiempo no mayor de tres meses tras su llegada a La Española.
El capitán Francisco de Barrionuevo llegó al puerto de Santo Domingo el 20 de febrero de 1533 con una tropa de 180 hombres y de inmediato se comunicó con el gobernador de la isla La Española, Alonso de Zuazo, y los demás miembros de la Real Audiencia de Santo Domingo, a quienes les presentó la comunicación que le envió la emperatriz Isabel de Portugal y con los cuales coordinó todo lo relacionado con la guerra que debían hacerle a Enriquillo y a los demás sublevados de la sierra del Bahoruco.
A continuación, se presenta la carta enviada por los miembros de la Real Audiencia a la emperatriz o reina Isabel de Portugal firmada por los miembros de la Real Audiencia Zuazo, Infante y Vadillo, de fecha 12 de marzo de 1533:
La nao imperial de V. M. entró en este puerto de Santo Domingo a veinte de este mes; navegó desde Gibraltar cuarenta y cinco días. En ella vino Francisco de Barrionuevo, capitán de la guerra del Bahoruco, y trajo ciento y ochenta hombres labradores y oficiales, al parecer muy buena gente, de la que esta Isla tiene necesidad para la población de ella; y luego que llegó, los hicimos aposentar entre los vecinos, y se les da el mantenimiento necesario; y porque con mayor voluntad lo hiciesen, nosotros fuimos de los primeros que en nuestras casas los recibimos (al margen: que está bien). Y porque no hay más de cuatro días que la nao es llegada, no hemos dado asiento en la orden que se tendrá en el hacer la guerra porque, como sea cosa de tanta calidad, has de hacer con parecer de todos los vecinos, y así se ha comunicado con los más principales, y con las primeras naos haremos relación de lo que en ello se hiciere. Fue muy gran merced la que V. M. hizo a esta Isla al enviar este socorro de gente.
A la continua hemos hecho relación a V. M. de trabajo que en esta Real Audiencia se ha tenido y tiene en el proveimiento delas cosas para la guerra del Bahoruco, y que no ha bastado ni basta mandarlo a los que tienen cargo de ello, sino con nuestras mismas personas solicitar el despacho de ello como cosa que tanto importa para la pacificación y población de esta tierra; porque si así no se hubiera hecho, según las cosas de esta guerra han sucedido, tenemos por cierto que esta Isla estuviera muy al cabo. Y, sobre todo, sufrir a nuestras orejas cada día los clamores de toda la tierra, que se quejan y han quejado de las sisas y repartimientos que se les han echado para este negocio; a tanto ha llegado la cosa que en los púlpitos los predicadores lo decían, queriendo dar a entender que V. M. a costa de su Real Hacienda es obligado a pacificar la tierra y allanar los caminos de ella. Y, sobre todo, un trabajo intolerable con estos Oficiales para lo que de hacienda de V. M. se manda gastar en ello; y como los días pasados hicimos relación a causa del Tesorero dilatar la paga de una cuadrilla, fue ocasión que los indios cimarrones matasen la mujer del español y otros indios, y robos que hicieron en la villa de Puerto Real; y el mayor de todos es que agora hemos sabido que los Oficiales hicieron cierta relación a V. M. que en esto de los gastos no se hacía como convenía, y que sería más bien el tomar de las cuentas se cometiese al licenciado Pedro Vázquez, habiendo sucedido con ellos que por esta Real Audiencia aquella sazón que ellos hicieron la relación, les fue mandado que luego entendiesen en tomar las cuentas a los receptores y otras personas que tenían cargo de ello, y, si en ello hallasen algún fraude, nos lo hiciesen saber para que se proveyese.
Ahora, estando entendiendo en este despacho del capitán Francisco de Barrionuevo, como adelante haremos relación, el licenciado Pedro Vásquez nos mostró su Real Provisión por donde V. M. le autoriza a tomar de las cuentas de las que no han sido tomadas, que no ha sido poco embarazo para este despacho, porque los mercaderes que proveían estas cuadrillas para cobrar la dicha sisa, no quieren dar de sus tiendas más ropa, y ha sido necesario sanear nosotros a otros mercaderes que lo provean porque no cese la guerra, como V. M. nos lo manda, que no hay hombre que quiera servir en la guerra, ni persona que ose dar fiado para ella, como antes lo solían hacer.
El capitán de la nao de V. M. presentó en esta Real Audiencia una cédula de V. M., por donde manda que se tome toda la carga de cualesquier navío que hubiese en este puerto y se dé a la nao imperial, y, conforme a ella, se hará lo que V. M. manda, y a esta causa se ha detenido el despacho de esta nave, de manera que ha habido lugar de platicar y dar orden en las cosas del Bahoruco; y así hemos juntado a los vecinos principales de la tierra todas las veces que nos ha parecido, y después de haberles propuesto la voluntad de V. M., que es que esta guerra se acabe, y la merced que a esta Isla hace en la ayuda con esta gente que el capitán Barrionuevo trajo, y comunicado con ellos y con el capitán lo que en este negocio nos parecía, y, habiéndoles oído a cada uno en común y particular, y recibido algunos pareceres de personas que por escrito lo han dado, habiéndolo primeramente encomendado a Dios Nuestro Señor como cosa de tanta importancia, dimos en ello el asiento y parecer que con la presente enviamos a V. M. que va juntamente con todo lo que en este caso ha pasado después de venido Francisco de Barrionuevo; que, en suma, es que la guerra se haga con todo el número de gente que de la Isla se pudiere sacar, según la posibilidad de la tierra, y que para juntar toda la gente y llegar los mantenimientos y armas y otros aderezos que serán necesarios, será necesario dilación de tiempo.
Que entretanto el capitán Barrionuevo vaya con treinta y cinco hombres de las cuadrillas que en el campo se traen con otros tantos indios domésticos y algunas guías, y lleve consigo dos parientes del cacique Enrique, de quien él se ha confiado otras veces que le han hablado y procure de asentar con él la paz que V. M. manda, enviándole con uno de sus deudos la carta que V. M. le manda escribir, que podrá ser que viendo la real firma de V. M., él concluya con él lo que tantas veces por el Presidente y por esta Real Audiencia se ha procurado, y que, no queriendo venir en lo de la paz, que con la gente que llevare, que será la mejor que en toda la tierra se hallare, procure de hacer una entrada en el Bahoruco y ver el estado en que está aquella tierra, y qué gente trae Enrique, y escriba luego a esta Real Audiencia lo que será necesario proveerle para que luego se le envíe. Y que para mejor lo efectuar vaya de este puerto por la mar en una carabela, que será camino mucho más presto y de más ventaja que ir por la tierra, con los avíos y guías y otros aderezos que para la guerra son necesarios, según la experiencia que de ello se tiene. Y así se queda entendiendo en este despacho, y el capitán aprestándose para ello, y lo más en breve que se pudiere lo despacharemos de este puerto. Y a los pueblos se enviaron las cartas que V. M. les mandó escribir para que todos estén prestos para cada y cuando el capitán escribiere.
En lo de la gente que Francisco de Barrionuevo trajo, ya hicimos relación que toda era gente para el campo, y por nuevamente venidos de esos Reinos no era cosa de enviarlas a la guerra, porque demás que no se hacía ninguna hacienda con ellos, parecía inhumanidad enviarlos a padecer en aquellas sierras; y así el capitán dijo por escrito que la intención de V. M. no fue que éstos fuesen a la guerra, sino que quedasen en las haciendas de los españoles en lugar de los otros que de ellos se sacasen para la guerra, porque no ignoraron que no eran gente para ello, y conforme a esto se les dio licencia que asentasen con los vecinos de la Isla e hiciesen sus partidos como mejor pudiesen; conque quedaron obligados de servir en la guerra cada y cuando que los llamasen, y así están repartidos por los pueblos de ella.
Y en tanto que el capitán va a asentar la paz y hacer la entrada, se harán a los mantenimientos de la Isla y les habrá probado la tierra de manera que, para entonces, si la guerra hubiere de ir adelante, a lo menos estarán algunos de ellos para poder servir en ella. Y éste fue el mejor asiento que en este negocio nos pareció que se debía tener.[2]
Como se ha podido leer, las personas que trajo consigo el capitán Francisco de Barrionuevo eran personas sin ninguna o muy poca experiencia en el arte de la guerra y mucho menos para enlistarse para participar en una campaña tan difícil como la de las escabrosas e inhóspitas montañas del Bahoruco. Esta fue una de las razones que se valoró en la reunión que sostuvieron las autoridades coloniales y Francisco de Barrionuevo con algunos vecinos de la ciudad de Santo Domingo, en favor de que se optara en primer lugar por la paz con el cacique Enriquillo y su gente, antes de declararle la guerra abierta.
Para llevar a cabo esa acción, Barrionuevo se haría acompañar de tan sólo de 35 hombres de las cuadrillas que estaban en el campo con igual cantidad de indios domésticos, algunos guías y dos parientes del cacique Enrique, en quien él había confiado en otras ocasiones en que se le había hablado y procurado asentar la paz. Este proceso de paz lo había dispuesto el emperador Carlos I de España y V de Alemania mediante carta dirigida a Enrique, la cual se le enviaría con uno de sus familiares, en la que pudiera ver la firma real del soberano español.
En esta comunicación se le solicitaba al cacique Enriquillo la sumisión ante Su Majestad, le perdonarían todo lo ocurrido anteriormente, se le otorgarían a él y a su gente tierra y todo tipo de facilidades para que pudieran establecerse donde ellos decidieran y ejercieran su propio gobierno, teniendo como única sujeción la autoridad del Monarca.
Trascurridos cincuenta días de haber llegado Francisco de Barrionuevo a la Isla, salió del puerto de Santo Domingo por mar para desembarcar en la villa de Yáquimo. El capitán Barrionuevo duró dos meses y medio para dar con el paradero del cacique Enriquillo, la sumisión de éste se logró como resultado de la acogida del perdón real.

Tan solo hubo dos o tres horas de comunicación entre españoles e indios, el mayor tiempo empleado entre el capitán Barrionuevo y Enriquillo, el cual no fue suficiente para que la paz quedase asegurada o que siquiera el cacique quedara totalmente convencido de ella. Incluso los acompañantes de Barrionuevo volvieron con él a la carabela con la mala impresión de dejar a Enriquillo tan receloso y poco menos que malhumorado por las evasivas del capitán a presentarles los indios que lo habían conducido hasta él y que permanecieron a bordo del barco.
Barrionuevo tenía apuro de volver a Santo Domingo y continuar a su destino. No hubo en él la intención de mantener el diálogo con el cacique rebelde, habiendo hecho mil reparos de la verdad del negocio. De aquí se derivó que Enriquillo, asesorado de los españoles y aún por el mismo capitán, proporcionase como comisionado a uno de los suyos, al indio Gonzalo, para que, yéndose con los españoles, hablase con los Oidores y recibiese de ellos cuanto le había pedido a Barrionuevo, considerando que por este medio llegaría a convencerse de la sinceridad con que aquel perdón se le había prometido.
Como el Soberano estaba personalmente empeñado en este asunto, la celeridad de Barrionuevo en esta situación era un caso grave en materia de buen gobierno, y se hizo necesario remediarla con providencias inmediatas. Los Oidores de la Real Audiencia de Santo Domingo convocaron al obispo Bastidas, oficiales reales, regidores y principales vecinos, al debate acaecido con asistencia del propio Barrionuevo. De esto se dió cuenta el emperador Carlos I y Carlos V por las palabras contenidas en la carta que le enviaron 1 de septiembre de 1533, quince días después de haber sido despachado Pedro Romero para sosegar al indio y perfeccionar la obra inconclusa del capitán Barrionuevo, convicto de haber procedido con demasiada precipitación en un negocio tan importante y serio, después que la realeza había puesto tanta confianza a su cuidado:
Los españoles que fueron con Barrionuevo nos certificaron que don Enrique les había dicho que holgaría de comunicarse más con el capitán y con ellos, y que conviniera que no se viniera tan presto, porque quedase más asentada y afijada la paz, y que de no haberse quedado con él algunos días, el don Enrique quedaba sospechoso; y para sanear esta duda nos enviaba su indio; y lo mismo nos han dicho algunos vecinos de la Isla, porque casi de este mismo tenor fue la paz que con él concertó en días pasados el capitán Hernando de San Miguel, que por no venirse a ver y estar con él, no hubo efecto; y porque no sucediera ahora en esto lo que en lo pasado, juntamos en esta Real Audiencia al Obispo de Venezuela y a los Oficiales y regidores y vecinos más principales, y después de haber platicado en ello, a todos pareció que para asentar y confirmar esta paz, pues tan sospechosa quedaba, era menester más comunicarse con Enrique, y lo mismo pareció al capitán, el cual no fuera inconveniente que volviera allá; y para ello se acordó que fuese allá un Pedro Romero, vecino de esta Isla que ha traído a su cargo mucho tiempo una cuadrilla de españoles, porque a todos nos pareció que lo haría bien, además de haberse hallado junto con Barrionuevo y que mostró confiarse de él porque lo conocía de tiempos pasados; el cual enviamos por la mar y con él al indio que nos envió don Enrique, a un Martín Alonso, lengua de esta Isla, y otros dos indios principales. Con él le enviamos de vestir para su persona y de su mujer y para sus capitanes e indios principales, e imágenes y una campana para su iglesia, porque esto fue lo que pidió a Barrionuevo. Y, asimismo, le enviamos algunas herramientas de azadas, hachas y vino y bizcocho y otras cosas de los mantenimientos de Castilla, que todo costó ciento y veinte pesos, porque así convino para asegurarlo, porque los indios naturales son sospechosos y de poca constancia.
Después de escrita esta carta hacía cuatro días que al pie de una sierra en cierta parte fragosa, dos leguas de la villa de Azua, había venido el dicho cacique don Enrique con cinco indios armados, y que les había venido a decir con un capitán suyo que venía a ver a los alcaldes de aquella villa, y a saber si era cierto lo de las paces, que fuesen allá que les quería hablar, y así lo hicieron, que ellos y ciertos vecinos de esta ciudad que a la sazón allí se hallaron, entre los cuales estaba Francisco Dávila, que fueron hasta treinta y cinco de a caballo, fueron a donde el dicho don Enrique estaba, y le hallaron metido en un monte a él y a su gente, y lo abrazaron y hablaron muy bien y lo asosegaron todo lo más que pudieron, porque les pareció que estaba muy temeroso, y le certificaron que las paces eran verdaderas y que nosotros las habíamos hecho pregonar. Además, le dijeron que hacía cuatro días que se habían partido del puerto de Azua el barco en que iba Pedro Romero y su indio y le dijeron de todo lo que allí se le enviaba, con lo cual, dicen, que mostró mucho contentamiento; y allí estuvieron con él, etc., y se fueron (los indios) para alcanzar el barco, de manera que cada día nos vamos más satisfaciendo de la paz que creemos que muy en breve lo traeremos a tierra llana.
Nos dicen que cuando Barrionuevo estuvo con él, y ahora cuando se vio con los de Azua, aunque muchas veces le han convidado a comer, no ha querido comer ni beber cosa ninguna, y sus indios han comido y bebido de todo lo que les han dado los españoles; de que nos parece está sospechoso, y porque conviene todavía andarle asegurando todo lo que pudiéremos hasta que del todo conozca la merced que V.M. le ha hecho. Zuazo, Infante y Badillo, en Santo Domingo 1º de septiembre de 1533.[1]
El capitán Francisco de Barrionuevo, ni corto ni perezoso, en carta que envió a Su Majestad el 26 de agosto de 1533, a los diez días de despachado Pedro Romero, procedió a explicar su conducta, poniendo el defecto de su misión no en sí mismo sino en el cacique Enriquillo, con quien había sostenido el efímero encuentro para el logro de la paz.
El enviado Pedro Romero estuvo ocho días con Enriquillo, al cual le aseguró una y mil veces que la paz era cierta de parte de españoles y el perdón real tan efectivo como en su letra constaba. Asimismo, los regalos fueron tan bien dados como bien recibidos, con lo cual el cacique depuso su temor y recelos. Lo que no hizo con el capitán Barrionuevo, Enriquillo lo hizo con el enviado Pedro Romero, al proceder a entregarle una carta para el rey de España, agradeciendo a S. M. el perdón que tan piadosamente le había concedido.
La carta que le escribió el cacique Enriquillo a Su Majestad Carlos I de España y Carlos V de Alemania, fechada el 6 de junio de 1534, dice así:
S. C. C. M
– con Francisco de Barrionuevo, gobernador de la tierra firme, recibí una Real Cédula de vuestra majestad por la cual y por las crecidas mercedes que por ella vuestra majestad me manda hacer, beso los imperiales pies y manos de vuestra majestad, luego que vi su Real mandado con la obediencia debida y como su menor vasallo la obedecí y puse en efecto y así todos los indios de mi tierra y yo nos venimos a los pueblos de los españoles y después de yo haber ido asegurar algunos cimarrones que andaban por las otras partes de esta isla vine a esta ciudad a consultar con el presidente y oidores algunas cosas que a servicio de vuestra majestad convenga para en paz y sosiego de la tierra y en ellos y en todos los demás españoles he hallado mucha voluntad y así yo me parto para procurar de (roto).
. . der y desarraigar algunos otros indios que andan sin venir a vuestro Real servicio en el qual me ocupare todos los días de mi vida a toda mi posibilidad. a vuestra majestad suplico que en el número de sus servidores y vasallos sea yo contado por uno de ellos. y por qué yo he comunicado con el padre vicario provincial de Nuestra Señora de la Merced frey Francisco de Bobadilla al cual de mi intención y obras hará relación a vuestra majestad suplico cerca de ello le mande dar obediencia nuestro señor la sacra católica real majestad con acrecentamiento de mayores reinos y señoríos prospere y aumente como su imperial corazón desea de Santo Domingo VI de Junio de MDXXXIIII años.
de vuestra . . . (roto) humilde servidor y mejor vasallo que sus imperiales…. (roto) y manos besa.[1]
En esta carta de Enriquillo al emperador Carlos I de España y Calos V de Alemania se evidenciaba claramente una actitud de sumisión y subordinación del cacique a Su Majestad, al tiempo de comprometerse a integrar a todos los indios de su tierra para que vinieran a vivir a los pueblos españoles, al tiempo de convencer a los indios cimarrones que andaban descarriados a venir a su Real servicio, de lo cual se ocuparía todos los días de su vida.
De igual manera, hizo votos por el mantenimiento de la paz y el sosiego de la isla La Española, para lo cual se apersonó al presidente y demás miembros de la Real Audiencia, destacando que había sido acogido con muy buena voluntad por todos los españoles, lo que le llevó a prometerle a Su Majestad que se partiría el lomo para corresponderle siempre.
También se comprometió a comunicarse con el padre vicario provincial de la Parroquia Nuestra Señora de la Merced de Azua, Fray Francisco de Bobadilla, al cual le mostró su intención y las obras que haría con relación a Su Majestad, suplicándole que el señor escuche sus ruegos de que la sagrada real majestad católica tenga el acrecentamiento de mayores reinos y señoríos prósperos y aumente como su corazón imperial lo que desea ocurra con Santo Domingo.
Los resultados tangibles obtenidos por el cacique Enriquillo y los indios que le acompañaban fueron la obtención de las tierras que estaban en los alrededores del lago Comendador, que luego pasó a denominarse lago Enriquillo, la construcción en el lugar de una comunidad indígena que le sobrevivió varios años después de su muerte, la obtención de aperos de labranza para cultivar la tierra y el ejercicio de una autonomía relativa en el gobierno local con respecto al gobierno central colonial.
No obstante, tuvo que someterse a la máxima autoridad de la corona española en la persona del emperador Carlos I de España y Carlos V de Alemania, al tiempo de comprometerse a colaborar con las autoridades coloniales en la pacificación de la sierra del Bahoruco, a través de la entrega de los indios y negros cimarrones o rebeldes a sus antiguos dueños encomenderos a cambio de una paga en dinero, lo que desnaturalizó y desmeritó totalmente el sentido de su lucha en favor de la justicia, de la libertad y la dignidad de su raza.
En la parte posterior de la carta que envió Enriquillo a Su Majestad, se hizo acuse de recibo de esta, con las siguientes palabras: “isla española. a su majestad vista 1534 de don Enrique indio. Respondida. Respóndase el proceso y que siempre avise. 6 fr. junio. A la Sacra Cesárea Católica Majestad el Emperador y Rey nuestro señor.”[2]
Así quedó reparada la prisa con que actuó el capitán Francisco de Barrionuevo y su corta percepción de la responsabilidad de su cometido. Enriquillo más tarde viajó a Santo Domingo, vestido de seda y con porte gentil de indio españolizado, donde manifestó querer radicarse o avecindarse en Azua, mientras que el pueblo definitivo de sus indios se levantó al pie del Bahoruco, cerca del lago Comendador, que en la actualidad lleva su nombre.
Enriquillo no sobrevivió mucho, tras su triunfo. El 27 de septiembre de 1535, moría el Cacique y el Escribano de la Audiencia, Diego Caballero, le daba la noticia al Emperador Carlos I de España y Carlos V de Alemania:
El Cacique Don Enrique, falleció. Murió como buen cristiano, habiendo recibido los sacramentos y se hizo traer a enterrar a un pueblo de esta isla que se dice la villa de Azua. Hizo testamento y mandó que su mujer Doña Mencía y un primo suyo que se decía el Capitán Martín de Alfaro, fuesen caciques en su lugar.[3]
Como se puede leer, el cacique Enriquillo en su testamento ordenó que su cuerpo fuese sepultado en la iglesia parroquial Nuestra Señora de las Mercedes de la provincia de Azua, en el lugar que en la actualidad lleva el nombre de Pueblo Viejo, al tiempo de disponer que su esposa Doña Mencía y su primo, el capitán Martín Alfaro, fuesen los caciques que en lo adelante ocupasen el lugar suyo.
Las circunstancias que posibilitaron el acuerdo de paz entre Enriquillo y el capitán español Francisco de Barrionuevo, solidificado con la intermediación del enviado Pedro Romero, fueron múltiples, entre las cuales podrían mencionarse el colapso de la explotación aurífera y el sistema de encomiendas de aborígenes en la isla La Española, el exterminio casi total del grupo étnico de los taínos, el auge de la industria azucarera, el aumento extraordinario de la población esclava de origen africano y el incremento cada vez mayor de las rebeliones de los esclavos de origen africano. Asimismo, la decadencia económica de la colonia como consecuencia de los procesos de exploraciones y conquistas en Tierra Firme o en la América continental, la que atraía a la mayor parte de los españoles codiciosos y aventureros, deseosos de hacer fortunas, sin que le importasen los resultados de su acción.
Pero sobre todo, la necesidad que tenía la corona española, representada por emperador Carlos I de España y V de Alemania y la emperatriz Isabel de Portugal de crear un clima de tranquilidad y estabilidad en la colonia de Santo Domingo para garantizar el aumento de sus riquezas, a propósito del cultivo del nuevo rubro económico de la caña de azúcar que los frailes jerónimos contribuyeron a desarrollar al otorgar múltiples facilidades a los funcionarios coloniales e inversionistas españoles residentes en la isla La Española.
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[1] Academia Dominicana de la Historia. Revista Clío. Número 114. Enero-junio 1959, pp. 15-16.
[2] Ibidem, p. 16.
[3] Ibidem, pp. 15-16.
[1] Archivo General de Indias, Santo Domingo, Legajo 49, Ministerio de Cultura y Deportes de España.http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/find?idAut=94240&archivo=10&tipoAsocAut=1&nomAut=Isla+de+Santo+Domingo+%28Rep%C3%BAblica+Dominicana+y+Hait%C3%AD%29
[1] Ibidem.
[2] Archivo General de las Indias, Santo Domingo, Legajo 49, Ministerio de Cultura y Deportes de España. http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/find?idAut=94240&archivo=10&tipoAsocAut=1&nomAut=Isla+de+Santo+Domingo+%28Rep%C3%BAblica+Dominicana+y+Hait%C3%AD%29
[1] Utrera, Fray Cipriano de. Historia Militar de Santo Domingo Tomos I. Santo Domingo: Sociedad Dominicana de Bibliófilos y Banco de Reservas, 2014, p. 193.
[2] Archivo General de Indias, Patronato, Legajo 174, Ministerio de Cultura y Deportes de España http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/find?idAut=94240&archivo=10&tipoAsocAut=1&nomAut=Isla+de+Santo+Domingo+%28Rep%C3%BAblica+Dominicana+y+Hait%C3%AD%29
[3] Utrera, Fray Cipriano de. Historia Militar de Santo Domingo Tomos I. Santo Domingo: Sociedad Dominicana de Bibliófilos y Banco de Reservas, 2014, p. 194.
[1] Archivo General de Indias, Justicia, Legajo 45, Ministerio de Cultura y Deportes de España http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/find?idAut=94240&archivo=10&tipoAsocAut=1&nomAut=Isla+de+Santo+Domingo+%28Rep%C3%BAblica+Dominicana+y+Hait%C3%AD%29
[2] Impuesto.
[3] Archivo General de Indias, Justicia, Legajo 50, Ministerio de Cultura y Deportes de España. http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/find?idAut=94240&archivo=10&tipoAsocAut=1&nomAut=Isla+de+Santo+Domingo+%28Rep%C3%BAblica+Dominicana+y+Hait%C3%AD%29
[4] Archivo General de Indias, Justicia, Legajo 50, Ministerio de Cultura y Deportes de España. http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/find?idAut=94240&archivo=10&tipoAsocAut=1&nomAut=Isla+de+Santo+Domingo+%28Rep%C3%BAblica+Dominicana+y+Hait%C3%AD%29
[1] Moya Pons, Frank; Flores Paz, Rosario (Editores). Los Taínos en 1492. El Debate Demográfico. Santo Domingo: Academia Dominicana de la Historia, 2013, pp. 105-116. Franco, Franklin. La población dominicana: Razas, clases, mestizaje y migraciones. Santo Domingo: Editora Universitaria de la UASD, 2012, pp 34-38.
[2] Rodríguez Demorizi, Emilio. Los Dominicos y las Encomiendas de Indios de la Isla Española. Santo Domingo: Academia Dominicana de la Historia, 1971, p. 218.
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