Hay amistades que se sienten como un espejo del alma: nos muestran lo que somos, lo que soñamos y lo que todavía no hemos dicho en voz alta. Así es hablar con Sarah Amaro, poeta e ilustradora dominicana que encontró en las palabras y en los colores una forma de nombrar lo invisible. Para mí, que llevo en la sangre el legado de la palabra por mi padre literario, Valentín Amaro, conversar con Sarah es como dialogar con una hermana: alguien que transforma lo cotidiano en poesía y que nos recuerda, con ternura, que la creación también es herencia y raíz.
GR: Sarah, si tuvieras que presentarte sin mencionar tu carrera ni tus obras, solo quién eres cuando estás sola contigo misma, ¿qué dirías?
SA: Soy poeta, es mi idioma, el que se cuela por mis trazos, o simples trabajos gráficos. Veo al mundo como una poesía, la gente son como versos, a veces predecibles o profundos. Me gusta ir a la raíz de las cosas y transmitir la verdad en mi arte. Es mi forma de sentir.
GR: Siempre me ha conmovido esa manera tuya de mirar el mundo como un poema en movimiento. Y pienso que esa visión debe venir de muy atrás, de algún momento en que descubriste que el arte te pertenecía. ¿Recuerdas el primer dibujo o texto que hiciste y sentiste como algo “tuyo”, como algo que decía más de ti que de cualquier otra cosa?
SA: El primer dibujo “serio” que hice fue el de una mujer de lado, solo su cara y silueta. Mi papá tenía el estilo de dibujar de esa misma forma el rostro de un hombre gracioso con lentes. Él es un poeta y siempre traté de imitarlo. Diría que todo lo que hago viene de ellos, mis padres, que crean su arte sin ningún límite y me dejan hacer lo mismo desde siempre. No es solo mío, es de todos, pienso en colectivo. ¿Por qué de lado? Tiene que ver con la introspección y porque resultaba simple de hacer. Lo simple no es necesariamente sencillo, es lo esencial.
GR: Esa raíz me recuerda lo mucho que el arte puede ser herencia, pero también descubrimiento propio. Y en tu caso, me intriga cómo conviven dos lenguajes: la poesía y la ilustración. ¿Qué nace primero en ti: la palabra o la imagen?
SA: Surgen los sentimientos: frustraciones, ansiedades, felicidad, melancolía, pero sobre todo el amor. Son sensaciones que se escriben, luego pienso en colores y surge la forma, y los materiales que dan vida a la imagen. Mi arte es muy naif, viene de la intuición pura y la espontaneidad. Trato de ser lo más honesta posible a lo que siento y escribo poesía, cuentos, novelas y dibujo a partir de lo mismo.
GR: Escuchándote hablar así, pienso en El lagarto, donde tus versos y tus dibujos parecen respirar juntos. Esa mezcla de lo infantil y lo profundo me parece muy tuya. ¿Cómo fue el proceso de construir una obra tan visual como poética?
SA: Mi intención fue ser lo más infantil posible. Honrar mi niñez, mis memorias, las raíces y tejidos que conforman lo que soy. Bilingüe porque las palabras a veces surgen en inglés o español y fui con lo espontáneo. Los poemas profundos pero el arte de acrílica, tinta y marcadores posca en acrílico bien simples; dibujos esenciales y directos, junto a versos complejos. Una dualidad que describe mi persona. Siento intensamente, pero lo resumo en palabras que forman puentes con el colectivo. Busco ser la voz de los que no se han encontrado todavía.
GR: Y claro, detrás de esa voz está tu hogar, un espacio lleno de arte y palabras. Has crecido entre libros y poetas, y me pregunto cómo esa herencia ha marcado tu camino. ¿Hubo momentos en que quisiste alejarte de todo eso para encontrar tu propia voz?
SA: Fue una bendición crecer entre libros, grandes historias de Borges, El Quijote y El Lazarillo de Tormes que rodearon mi infancia. Tuve la oportunidad de saber lo que quería en la vida porque no se me impidió comunicar lo que sentía. Mis padres están presentes en todo de mí. Vieron mi curiosidad en dibujo e invirtieron en mí todo lo que pudieron. Ser vista es ser amada. Mi herencia, mi talento es todo el amor que ellos representan en mi vida. Dios me los dio como el ejemplo de su presencia.
GR: Es hermoso escuchar cómo transformas el amor de tus padres en creación. Y sé que, más allá de esa herencia, hay símbolos que vuelven una y otra vez en tu obra, como si fueran huellas que te acompañan siempre. ¿Qué temas o imágenes sientes que te definen como artista?
SA: Me representan las aves y los lagartos por su simbolismo. La libertad y el camuflaje; el deseo de ser vista pero también el de esconderme de vez en cuando. Temporadas de volar y otras de descansar en tierra. El azul de noche es la introspección pero el verde es el deseo de crecer frente al mundo. Es la dualidad de mi arte.
GR: Esa dualidad también se refleja en tu formación, que ha transitado por Chavón y Parsons, dos espacios muy distintos pero igualmente exigentes. ¿Qué te dejaron esas experiencias académicas y qué tuviste que desaprender para proteger tu estilo propio?
SA: Chavón me forzó a salir totalmente de mi zona de confort y aprender a hacer de todo en las artes gráficas. Desde el dibujo puro a lo digital, pero sobre todo a cuestionarme todo, a saber que no hay límites cuando se trata de aprender. Parsons fue el espacio donde mis habilidades florecieron y en donde elegí manejar los diversos tonos y colores de mi voz con los mejores profesionales artísticos de Nueva York.
GR: Muchas veces se espera que los hijos de escritores o artistas sean una continuación de ellos, casi una sombra. Y tú, con tu voz y tu estilo, has trazado un camino propio. ¿Cómo has construido esa independencia creativa frente a las expectativas?
SA: De mi familia, soy la primera ilustradora. Tuve que aprender a dibujar de cero y sí que fallé mucho al principio en Chavón, pero dio sus frutos el sacrificio en los últimos meses de mi carrera; cuando decidí mezclar lo que se me daba tan natural como escribir con lo que apenas florecía en un libro. Eso deseo seguir haciendo en mi carrera; no solo en poemarios, sino con novelas, cuentos cortos y cuadros físicos como digitales.

GR: Esa mezcla de palabra e imagen también puede tener una dimensión social. En un país donde el arte visual todavía lucha por encontrar espacios, ¿cómo ves tu rol como ilustradora joven?
SA: Al estar de vuelta en Santo Domingo, después de tres años en Nueva York, vengo con ideas de aporte artístico a comunidades donde niños no tienen los recursos que yo tuve. Quiero dar a mi país lo que me fue dado, proveer plataformas, cursos, materiales y espacios donde nuestros niños y jóvenes desarrollen sus voces como una oportunidad. Es un proyecto que todavía le falta esqueleto pero que con la ayuda de Dios pienso desarrollar.
GR: Esa generosidad habla de ti tanto como tu arte. Y si todo tu camino pudiera resumirse en una sola imagen y un solo verso, ¿cuáles elegirías?
SA: La libertad se viste de verde.
Conversar con Sarah es como caminar por un puente entre lo íntimo y lo colectivo: cada palabra suya guarda la ternura de lo heredado y la valentía de lo creado desde sí misma. Sus versos e ilustraciones nos enseñan que la “majestuosidad de lo sencillo” también puede ser revolucionaria, porque es allí donde lo humano se hace más claro. Para mí, este diálogo fue el abrazo de una hermana en la poesía y el arte. Sarah nos recuerda que la libertad no solo se escribe: también se dibuja, se colorea, se vive.
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