"Un relámpago clavó su luz como espada afilada de Papá Legba, justo en medio del hoyo mayor de las goteras que tenía la gastada capa de yagua que cubría el parteaguas sobre la casita de tejamaní, la iluminación interior del bohío fue como la de una fotografía a la vieja usanza". (Pág.29)
Luesmil Castor Paniagua, poeta, escritor, ensayista, periodista, gestor cultural, en su novela "Bondyé", Tiempo de Nosotros Editores, 2024, se convierte en un realizador del séptimo arte, como diría el poeta y escritor franco-italiano, Ricciotto Canudo. Y busca el encuadre perfecto en cada una de sus escenas (párrafos). Utiliza la luz como elemento, como un recurso que, como todo gran director, ejecuta de la mejor manera posible.
El cine se basa en el impacto visual. De la misma manera, muchos autores contemporáneos se centran en crear descripciones ricas en detalles sensoriales, utilizando la luz, el color, el movimiento y el sonido para construir imágenes mentales vívidas en la mente del lector. Esto hace que la lectura se asemeje más a la experiencia de ver una película.
"Y allí, por las noches, se veían sobre la coronilla de las sábilas disecadas el danzar de luciérnagas que reflejaban su iluminación a la distancia, lo que junto al chirrear encantador de los grillos era un espectáculo ritual bajo la noche de la luna o en la rampante oscuridad de las madrugadas, donde sin miedo todo se acercaban y decían escuchar la frase del llamado al amor de la humanidad". (Pág. 82)
La luz, en este parte del relato, nos saca sutilmente de imágenes inquietantes a una atmósfera más tranquila. El movimiento del lápiz sobre la página en blanco es el paneo de una cámara manejada de forma totalmente magistral:
El sonido diegético dónde nos envuelve, tanto a los lectores como a los personajes, nos hace pertenecer a la historia, a esa coreografía, donde, como espectadores activos, ponemos en escena a ritmo enriquecedor:
"Y el canto se elevaba en tanto más entraba la madrugada y el relámpago iluminando los devotos y los demás confundidos en el toque y repique del tambor acompañándose ambos como un solo golpe elevado al cielo, el trago ardiente quemando la garganta del tiempo hechizado en la memoria de los que deambulan y danzan el baile sin compás de los tambores hiriendo el instante donde la desgracia se aparta en el fuerte viento que se aleja divagando la fría humedad de la madrugada cargada de misterios, entonan de nuevo el cántico que procura atraer al lugar al abridor de los caminos del más allá…" (Pág.25)
La lente de su cámara se inclina tanto hacia arriba como hacia abajo mostrando el entorno en que desenvuelven los personajes. Se aleja y se acerca de acuerdo a lo que nos quiera transmitir la puesta en escena, la secuencia de su historia:
“Y bocarriba, mirando el oscuro techo que de vez en cuando resplandecía con las intermitencias de los relámpagos, se dijo, morirá alguien, o al menos hay un ánima en pena o un espíritu rodando entre los vivos, mientras intentaba incorporarse lentamente. Al no lograrlo, llevó sus manos a la preñez de su barriga y pensar que aún me faltan dos meses de acuerdo a la última luna, pensó, mientras se dejaba estar allí, inmóvil y aletargada". (Pág.28)
Luesmil nos lleva de paseo hacia un colorido paisaje, pero, que al mismo tiempo, se torna oscuro, ensombrecido por las luchas interna y externa del sujeto actuante:
"Al amanecer descendió como pudo la resbaladiza loma que lo ponía en el camino vecinal que le permitiría ir por ayuda, pero a nadie encontró y desconociendo el lugar, entró un espacio donde ya no pudo volver atrás, su intuición e inteligencia solo lo sabía llevar a los conucos, donde su taita en otros tiempos, se ganaba el complemento de la vida". (Pág.41)
Castor, dueño de una narrativa mágico-religiosa acabada y excelente, resaltada por el joven escritor y gestor cultural José Miguel Cruz en la introducción de la novela, retrata una sociedad rural, sembrada de carencias pero con un optimismo convertido en fe que hace de sus personajes de ficción, personas de carne y huesos:
"Temprano, antes del amanecer, a la luz de la lámpara, en su habitación, la doña Ladín hacía a mano par de piezas de ropa para Bruñé, esto hasta que pudiera conseguir más adelante algunas ropitas que le cayeran en su cuerpecito diminuto y gastado como jabón de bañar…"(Pág.46)
El autor del "El ojo hechizo y otros relatos mágicos-religiosos", moldea la historia llenando las escenas de sombras cambiantes, ambientando la luz y el bloqueo al mismo tiempo. Haciendo de la dinámica visual toda una obra de arte:
"La tarde era fuertemente soleada, en rudo calor del verano parecía quemar los cuerpos, las bocas se los compueblanos de la comarca estaban resecas. Bruñé, que aún estaba tirado en su camastro pudo ver oscurecer desde él lo que fue como un apagón del sol, el cielo, a las tres de la tarde, se fue poniendo gris y mientras pasaba el tiempo y los minutos parecían correr de caballos desbocados, oscureció como las noches tenebrosas del inframundo de los misterios, de las horrendas tinieblas del mal". (Pág.80)
Es así, como en tan sólo 82 páginas de pura cinematografía, Castor Paniagua nos interpela, nos hace vivir el cine, con tan solo dar vueltas una y otra vez, dentro de ese pequeño gran libro de mágica ficción.
"Se pudo arrastrar hasta donde estaba la olla de los víveres y los huevos, comió lo suficiente y volvió a su lugar de dormir cosa que no pudo ya que por su mente transitaba en un recordar de cosas que él no había vivido o conocido, pero se le revelaban como tráiler de una película que lo mantuvo en vilo sin pegar un ojo hasta que se paró a mirar por la ventanita cómo andaba todo allá afuera". (Pág. 41)
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