La cultura como refugio y esperanza 

En tiempos de incertidumbre, cuando el país avanza entre cifras macroeconómicas y promesas rotas, hay una presencia vital que suele quedar relegada: la cultura. No hablo de tradiciones fosilizadas ni de espectáculos de ocasión. Hablo del alma colectiva. De lo que nos nombra, nos sostiene, nos conecta con lo que fuimos, con lo que somos y con lo que aún podríamos ser. 

Esa cultura negada no ha muerto. Vive en la voz temblorosa de los abuelos, en la danza de cuerpos que desafían la miseria al ritmo alegre del perico ripiao, en murales que florecen entre grietas como si fueran notas de bachata pintadas con sudor, en la poesía que insiste sin público, en el teatro que se representa ante el silencio… como respuesta viva, no como ausencia; en una esperanza que aún baila, aunque sea sola, aunque sea a oscuras. 

Puede ser refugio en la tormenta, semilla fértil para reconstruir un país más consciente y más justo.  

El país que no aparece en los discursos 

La República Dominicana muestra indicadores económicos envidiables: crecimiento, inversión extranjera, récords en turismo y exportaciones. 

¿De qué sirve el crecimiento económico si el alma del país se marchita? Nos dicen que primero hay que comer, luego pensar. Que la poesía no paga facturas, que el teatro no se come, que la música no llena tanques de gas. Pero ¿y si fuera al revés? ¿Y si es la falta de cultura lo que perpetúa el hambre, el miedo y el conformismo?  

Porque el pan sostiene el cuerpo, sí. Pero es la cultura la que sostiene el espíritu. 

Y cuando un pueblo sacrifica su alma para alimentar su cuerpo, termina perdiendo ambos. 

¿De qué nos sirve un PIB en alza si en Pedernales, Elías Piña o Samaná no se presentan espectáculos artísticos, títeres para niños, talleres de pintura, obras de teatro, ni hay espacios para la expresión creadora? ¿Si los jóvenes no tienen formación cultural y los artistas viven de rifas, empanadas, de milagros y a la deriva? 

Hay un país que canta, pinta, dramatiza y escribe, pero lo hace sin apoyo ni políticas públicas sostenidas. La cultura no es folclore empaquetado para turistas. Es el tejido invisible que nos une cuando el dinero no alcanza, cuando el poder miente, cuando la vida se agrieta. 

Inversión cultural: cifras y silencios 

Ministerio de Cultura.

En 2025, el presupuesto asignado al Ministerio de Cultura asciende a RD$4,591.4 millones. Una suma que sigue siendo inferior al presupuesto de muchos ministerios con menor impacto humano. Y sin embargo, ¿qué sector transforma más profundamente que el arte y la educación cultural? 

¿Dónde están esos recursos en la vida cotidiana del país? 

¿Cuántas actividades artísticas se presentan en las provincias? 

¿Cuántos talleres llegan a comunidades y municipios? 

¿Cuántos espacios culturales se crean o rehabilitan? 

¿Cuántas escuelas integran el teatro, la música o la literatura en sus programas? 

¿Por qué los festivales solo se realizan en el Distrito Nacional? 

El problema no es solo cuánto se invierte, sino cómo y para quién. Se nota en las escasas o nulas actividades en las provincias y municipios, en las bibliotecas vacías, en los artistas que deben autofinanciar sus obras. Falta una política cultural para todos: humana, compartida y sostenida. 

Invertir en cultura no es dejar las oficinas del ministerio llenas de burócratas para que cumplan un horario y asientan en silencio, mes tras mes, esperando ser pensionados. 

Es sembrar el país con ideas fértiles y raíces profundas.  

Cultura como derecho y como resistencia 

Pedro Henríquez Ureña.

Pedro Henríquez Ureña lo dijo sin titubeos: “Solo la cultura salva a los pueblos”. Hoy esa verdad nos duele más que nunca porque la cultura no es un lujo. Es un derecho. Y también una forma de afirmación. No hay democracia sin pensamiento crítico ni símbolos que nos nombren. 

Lo vimos en dictadura: cuando los libros eran quemados, los poetas resistían. Lo vemos donde la opresión amordaza: la metáfora canta. Recuerdo en 1983 una función del Teatro Gratey en Elías Piña. Sin butacas ni luces. Una señora me dijo al final: 

Gracias. Hoy no me sentí pobre. Me reí, pensé, olvidé la deuda del colmado. 

Esa tarde no solo hicimos arte. Devolvimos dignidad. 

Música, memoria y futuro 

Poesía, tambora, danza… La cultura convierte el dolor en símbolo, la alegría en canción, el caos en el arte. 

El merengue y la bachata no son solo ritmos: son la identidad que se baila. Como dijo Arthur Miller: “El teatro no puede desaparecer porque es el único arte donde la humanidad se enfrenta a sí misma.” 

Recuerdo a mi maestro Rómulo Rivas: Si el público no viene al teatro, nosotros iremos al público. Y lo hacíamos. 

Como Nereyda Rodríguez en el Barrio Mejoramiento Social: si no es por los muchachos del Teatro Popular Danzante, aquí ni suenan los tambores ni sube nada a escena. 

O Maribel, en San Juan: todo lo que hacemos es autogestionado, con rifas, recoletas y la gracia de Dios. 

Podría citar muchos más, como a Freddy, que viene sosteniendo Casa de Teatro por más de 50 años. Lo logra con muchos sacrificios. Pero lo logra. 

Cultura dominicana viva: entre la calle y la fe 

Maestro Rafael Fradique Lizardo Barinas.

La dominicanidad no está solo en museos ni premios. Está en las salves de Enerolisa, en los cuentos de los viejos en la acera, en los church de Samaná, en los murales de barrio. 

Como dijo Fradique Lizardo: “La cultura no se decreta. Se vive con la gente, se canta en las calles, se siembra desde la infancia.” 

Un llamado: por una democracia cultural 

Propongo una Asamblea Nacional de Artistas y Gestores. Un encuentro donde el Ministerio de Cultura no hable: escuche. Y luego actúe. 

Solo entonces será parte de un proyecto de país, no de un gobierno. 

La cultura no es adorno. Tampoco es pose o declaración a la prensa. Es raíz y porvenir. Es pensamiento que se sube a una guagua pública, va al interior y viene. Es danza en los pies descalzos de la comparsa tricolor: Dios, Patria y Libertad. 

Porque, como dice el lema de Casa de Teatro: 

“La cultura somos todos.” 

Y un país que no apoya su cultura, no solo pierde arte. 

Pierde alma. 

Pierde rumbo. 

Pierde credibilidad. 

Pierde la verdad de la palabra. 

Danilo Ginebra

Danilo Ginebra. Director de teatro, publicista y gestor cultural, reconocido por su innovación y compromiso con los valores patrióticos y sociales. Su dedicación al arte, la publicidad y la política refleja su incansable esfuerzo por el bienestar colectivo. Se distingue por su trato afable y su solidaridad.

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