"A veces un hombre puede lograr demasiado con tan solo proponérselo" – Pantera Negra
Ramón Núñez Hernández, escritor y maestro universitario, nos presenta en su novela infanto-juvenil ‘’Una vez un niño maravilla’’ la historia de Dángelot, un niño genial y especial, con la extraordinaria habilidad de correr. Sueña con superar sus límites y alcanzar sus metas. Hoy toca leer un libro sobre un niño maravilla que corre tan veloz como un avestruz.
Hay muchas páginas sobre Alborluz. Dángelot, un niño con buena educación y principios nobles; un niño maravilla con una capa de bondad y empatía, que sueña con llegar lejos, casi hasta la misma luna. Un niño que marca la diferencia en un campo sembrado de ilusiones. Es una novela cuya aventura regocija el corazón.
El abordaje que ofrece esta obra es de gran relevancia para el crecimiento cognitivo y emocional de los adolescentes lectores. En ella encontramos valores como el amor, la amistad y la solidaridad. La familia tiene un rol fundamental. Maravillan las situaciones cotidianas que se plantean en el contexto. ¡Cuántas aventuras especiales se despliegan a través de sus páginas!
El lenguaje utilizado por el autor es comprensible y accesible. Los vocablos y las estructuras gramaticales son adecuados para todo público lector. Es una novela corta, de casi 100 páginas. Las ilustraciones, en blanco y negro, aunque no llamativas, complementan bien el relato. Son obra de Enmanuel Núñez Arache.
Es un libro que entretiene y educa a través de sus descripciones:
“Dángelot era un niño que vivía las competencias. La carrera de campo y pista era en él una obsesión. Parecía vivir la realidad en un sueño, como en un encantamiento” (p. 5).
“Siempre laureado por el triunfo que le auguraba un futuro promisorio. Pensaba en grande” (p. 6).
Su lenguaje ameno promueve la lectura. Estimula la imaginación y permite que todo lector explore personajes y mundos diferentes.
“La educación aquí en Alborluz es gratis. Todavía es gratis. La ciencia está impresa, contenida en los libros. Ustedes solo tienen que leer y leer, estudiarlos y aprenderlos hasta asimilar conocimientos vastos. Si lo haces así, el mundo es tuyo. Recuerda, hijo: saber mucho nunca sobra” (p. 17).
Los jóvenes que lean esta novela enriquecerán su vocabulario. ¡Hay tantas emociones en su lectura! Dángelot es un niño que hace volar la imaginación. Muchos se identificarán con él. A lo largo de una trama entretenida, descubrirán temas inquietantes e interesantes. Este texto permite el autodescubrimiento, propone retos, amores y situaciones propias de la adolescencia.
Ramón Núñez mantiene el hilo de una historia atractiva, cargada de acción. Nos preguntamos constantemente: ¿Qué pasará en la página siguiente? Los personajes de Alborluz tienen una credibilidad entrañable; parecen reflejos de nuestra dominicanidad:
“Mami, tú no sabes que tu hijo cantó un merengue que dice:
¡Ay! Juana Mecho
que tú me tiene impuesto
a darme un beso
cuando me acuesto…” (pp. 66-67).
Las emociones y experiencias de los protagonistas se sienten cercanas. A menudo nos encontramos con personajes únicos, cuya evolución se disfruta con alegría. El lenguaje del autor carece de tecnicismos complicados; más bien, es llano, encantador por su sencillez.
Dángelot, este niño maravilla, escucha su propia voz y se supera a sí mismo a lo largo de la historia. La novela también toca temas espinosos y complejos como el sistema político dominicano o la pobreza:
“—¿Y el Presidente tiene hijo? —preguntó la abuela.
—¡Qué caramba va a tener ese magnate! Creo que ni madre tiene, porque si la tuviera no fuera tan desalmado. Aunque hijos sí tiene. Pero ¿quién conoce a los hijos del Presidente? Ellos, cuando salen a las calles, son custodiados por hombres armados, con los vidrios cerrados y tintados. Parecen monigotes. No quieren ver a los niños de las calles caminando sin rumbo, sucios, sin zapatos, con la barriga grande y la nalguita seca, desnutridos, en los basureros o en las puertas de los negocios pidiendo un bocado o alguna sobra. Ni mucho menos esas rancherías que sirven de viviendas a los pobres aquí en Alborluz. Esos hijos del Presidente —uno, tal vez dos, porque ni muchos hijos tienen, hasta en eso son tacaños— no conocen la verdad del mundo real” (pp. 16-17).
El escenario de la novela es el campo, con paisajes que el lector puede imaginar: de tanto verdor, de tanta hermosura.
“Alborluz está enclavado en una extensa planicie fértil, buena para el cultivo de arroz, yautía coco y lo que se quiera sembrar y producir. Tiene varios acantilados por donde corren dos ríos con aguas a caudales y muchos arroyos, y otros tantos arroyuelos, lagunas y pantanos. La vegetación es vasta, con árboles frutales y árboles para sombra de múltiples especies, siempre verdes…” (p. 13).
El ritmo narrativo nos mantiene atentos, por su dinamismo latente. Es hermoso todo lo escrito en este libro. El autor logra que pensemos y soñemos con Alborluz, un lugar paradisíaco. Tiene el poder de evocarnos imágenes: si escribe tierra, pensamos en plátano, yuca, batata. Si dice llanura, imaginamos el verde infinito. La palabra granja nos trae pollitos y gallinas pintas. Vínculo huele a sangre y a familia.
Alborluz es como la República Dominicana: con sus flores, su folclore envidiable y sus paisajes sin igual. Las letras del autor tienen perfume de jazmín, amapola, margarita silvestre. Huelen a naranja, a guayaba de la sabana. Y las que escribe con amor a la patria, quedan selladas en el alma. Como esa frase que se alza como estandarte entre las páginas:
“Siempre voy a ganar, a triunfar, porque soy Dángelot”.
Palabras para toda la vida. Ramón Núñez logra que se queden depositadas en nuestro corazón.
Esta obra genera un espacio de reflexión y diálogo. A partir de ella se pueden realizar actividades como dramas, talleres creativos, lecturas dirigidas, análisis literarios, entre otros. La novela recurre a valiosas figuras literarias que delinean visualmente la naturaleza:
“Las arboledas inclinaban sus ramas bajo el peso de la turbulenta lluvia” (p. 76).
“El intenso olor de las flores ahora era más penetrante” (p. 19).
Estoy seguro de que este libro iluminará a quien lo lea. Hay un apreciable placer teórico y sensitivo entre sus letras. La solidaridad transita sus líneas. ¡Una entrada especial para que los adolescentes aprecien el mundo! Por medio de esta novela, la población infanto-juvenil empieza a entender las aristas de su realidad. Este libro abre una puerta al discernimiento. No solo ofrece enseñanzas didácticas, sino que ejercita competencias para las experiencias personales y colectivas.
Ramón Núñez escribe para el niño y el joven que aún habitan en él. Celebra su vitalidad interior y la aceptación social que ha ganado como escritor. Habla de temas serios, pero siempre con una mirada considerada y afectuosa.
Leer este libro en familia puede fortalecer vínculos. Los padres evocarán épocas pasadas y compartirán con sus hijos la dicha de esos tiempos. En las escuelas también se disfrutaría de un aprendizaje folclórico, campesino, deportivo y cultural.
La expresión sentimental que emana del texto es fascinante. La empatía, el amor familiar, la compasión por los desfavorecidos, el apoyo a los sueños y metas de Dángelot, todo se derrama como lluvia mágica entre las páginas. Los frutos parecen caer de los árboles a nuestras manos, el perfume de las flores flota en el aire. El amor de los personajes palpita y se siente en el corazón del lector.
Este libro huele a llanura, a nostalgia, a travesuras eternas. Leer esta novela es un viaje maravilloso, un aprendizaje disfrazado de deleite, donde el asombro nos ronda y la imaginación nos invita a crear. Las ideas vuelan en un despliegue de realidad entretejida con ficción. ¡Cuántos sentimientos, emociones y saberes se entrelazan!
Ramón Núñez Hernández no ha dejado de ser un niño. Su capacidad de asombro se manifiesta y nos la contagia. Este libro es un regalo. La lectura de una buena novela como esta es una cura para el alma y la mente. Todos los horizontes se ensanchan con ella. Su experiencia será inolvidable.
Mientras existan escritores como Ramón Núñez, siempre habrá palabras para contar historias. Las bibliotecas sonreirán, ganando la batalla a los iPhones, Androids y demás celulares.
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