La muerte de dos artistas plásticos dominicanos, José Cestero y Cristian Tiburcio, enluta el ámbito de la cultura y de la identidad dominicanas. Ambos artistas, de generaciones diferentes, fueron acertados en plasmar su visión de la sociedad en la que vivimos en distintas manifestaciones creativas.

José Cestero pintor dominicano fallecido esta semana

El maestro Cestero perteneció a una generación de artistas de gran reconocimiento e hidalguía. Nacido en 1937 utilizó el arte como una forma de expresión de su libertad y creatividad. Estudio en la Escuela Nacional de Bellas Artes, y tuvo maestros como Gilberto Hernández Ortega y José Gausachs, aparte de su gran propulsor, el maestro Joseph Fulop. Su vida en Nueva York lo vinculó con el expresionismo y la abstracción modernas.

Fue miembro del grupo Vanguardia y Liberación, a la caída de la dictadura de Trujillo, y tuvo como contemporáneos a Silvano Lora, Ada Balcácer, José Ramirez Conde e Iván Tovar.

Sin mayores pretensiones, Cestero fue el hombre de la calle El Conde, el pintor de La Cafetera, donde vendía sus obras sobre la cotidianidad, la ingenuidad y los monumentos arquitectónicos. Realizó homenajes a artistas, como Paul Giudicelli Palmieri, y a escritores como Gabriel García Márquez. Era en realidad un cronista visual de la ciudad de Santo Domingo, y en particular de la ciudad colonial. Su obra, voluminosa, anda dispersa por toda la ciudad, y está en las galerías de arte y en los museos, y en las colecciones individuales de sus adquirentes y patrocinadores. Verónica Sención fue una protectora del maestro Cestero, un artista potente, que fue perdiendo los fuerzas y perdiendo el contacto con la realidad para deambular, entre ensueños y desvaríos, silencioso, por las calles que tanto había pintado y retratado en el pasado. Paz a su alma.

Cristian Tiburcio, fallecido también esta semana en su pueblo Bonao, fue un artista que desde muy joven encontró en el arte su espacio de libertad y creatividad, y se vinculó con su gran maestro, Cándido Bidó, a quien estuvo vinculado fuertemente hasta la muerte del pintor de los colores celestiales y las palomas tropicales.

Tiburcio trabajó la madera, el cristal, el acero, pintó con espátula, con pinceles, domó y moldeó la cerámica y el concreto, y es el creador de una obra variada, en la que simbólicamente siempre aparecen sus pasiones: El tiempo, los peces, las aguas, las sirenas mitológicas y los esqueletos, aparte de muchas otras creaciones a las que asumió con gran dignidad.

Creó su casa, construida y diseñada por él, en Bonao, que convirtió en Museo de Arte, y allí fue creador y receptor de todas las demandas posibles que recibió, de grandes creaciones, artistas con el saxo, el trombón, obras de grandes dimensiones, que Mostraba orgulloso. Todo el arte lo comprometía, y nada le fue ajeno. Diseñó la tumba del maestro Cándido Bidó, y forjó una tradición del uso de los restos de árboles, de motores de automóviles, de cerámica desechada, de concreto en el olvido, y todo lo convertía en arte.

A Cristian lo recordaremos siempre joven, creativo, provocador, amigo, audaz, siempre tratando de alcanzar la gloria con su trabajo, siempre buscando una eternidad que solo el arte puede darle. Nuestras condolencia a su familia, con el interés de que el Museo Cristian Tiburcio permanezca abierto y sea una muestra del oasis creativo por este joven artista.

Una gran pérdida para el arte y la redención dominicana a través de artistas auténticos, que vivieron por y para el arte, que dejan un legado, una visión de nuestra historia y obras de arte que serán parte de la esencia de nuestra cultura.

Descanso eterno a José Cestero y a Cristian Tiburcio.