La poesía es la consagración suprema de la lengua, porque le permite construir nuevas posibilidades expresivas a través de la creación y la imaginación. Cuando uno tiene la oportunidad de leer una obra de un poeta trascendental, se da cuenta de que la poesía no es un juego que todos podemos jugar. Por eso, ella necesita de un tiempo que no puede ser medido espacialmente, y mucho menos tratar de publicar un poemario cada año. La poesía es una experiencia que está más allá de la normalidad común que habitamos y respiramos. Un buen verso nos dice y nos profundiza más que cualquier otra cosa, porque le inventa una realidad distinta a la que poseemos; entonces ya no es la misma de antes: ahora es la que le ha asignado el poeta, desde su intimidad visionaria y trascendente.
Es decir, un aeda no puede escribir un poema diario, aunque quisiera. La poesía tiene su propio momento y modus operandi, que están por encima de la propia criatura que lo forja o lo construye verbalmente. Esta es la razón por la que no puede escribir un poemario todos los años, porque la poesía tiene su propio misterio. Con esto quiero significar, en mi caso, que publiqué mi primera obra poética en el año 1993, titulada Más allá de mi sombra (Círculo de Escritores de Santiago, Edición Imposible). En ella recojo todo lo que fue mi ser y mis enseres, comenzando con la muerte de mi madre tres años antes, de ahí el nombre de la obra. El poemario cumplió 32 años de haber sido publicado. Luego, el próximo fue 7 años después, en 2000: Silencio de sombra, Consejo Presidencial de Cultura, colección Fin de Siglo. Esto equivale a que 25 años más tarde es que vuelvo a publicar otro poemario: Voces de mi voz. A José Rafael Lantigua, hasta luego… ¡En la luz oscura de la muerte nos encontraremos leyendo estas voces que son mi voz y la tuya! (1949-2025).
Este es un poemario que reúne tres voces temáticas: la voz de las cosas rutinarias, que detrás esconden una significación múltiple, pero que, además de sus usos prácticos y necesarios, pueden revelarnos una verbalización poética. La otra voz es la de los cuerpos en su funcionalidad humana, desde sus necesidades físico-sexuales y sus entramados mentales y memoriales, empalmando todo tipo de situaciones. La última es la de la muerte como proceso natural de la existencia, donde la sombra de su misterio y angustia tarde o temprano cubrirá la efímera presencia de nuestros cuerpos, a través de su tríada definitiva: nacer, vivir y morir.
El ser no tiene grado.
El hombre es la sustancia de su ser:
la palabra
lo contiene
y lo habita,
entre sus voces.
El poemario se pondrá a circular el martes 21 de octubre, a las 7 de la noche, en la Biblioteca Amantes de la Luz, de Santiago de los Caballeros. En esa fecha se conmemora el Día Nacional de la Poesía en la República Dominicana, en honor a la poeta de la patria, Salomé Ureña de Henríquez, quien nació ese día, pero en 1850, hace 175 años y falleció el 6 de marzo de 1897. Posterior a la presentación de la obra, los poetas de la ciudad realizarán un recital poético en homenaje a José Rafael Lantigua. Dicho esto, los dejo con algunos poemas relacionados con la primera parte, voz rutinaria:
No puedo hablar con mi voz
sino con mis voces.
Alejandra Pizarnik.
En la voz de mis ojos y de mis manos,
hay otras voces que van conmigo…
Enegildo Peña.
Detrás de mí
Detrás de mí, todo se pierde
en el espejo de mi cama.
Otros ojos son sus reflejos
en la luz de otros cuerpos perdidos
que todavía recogen
los gemidos que hay en mí.
Mi cuerpo es el espejo
que está detrás de mí y de mi cama.
(Pág. 15).
La cama
La cama es un recinto de bondades,
donde a veces soñamos lo imposible.
Si bien no nací en esta cama,
ahora estoy en ella:
me encuentro, me encierro y me sostengo.
Mi cama no solo ha sido mía,
otros cuerpos la han poseído,
junto al mío.
La cama es un cuerpo de otros cuerpos:
un deseo de los deseos que en ella hemos tenido,
un sudor de temblores y de convulsiones
de un habitar de todas mis partes,
de una liquidez de mi blancura
donde todavía vivo en el recuerdo
de mis soledades.
(Pág. 16).
Despierto y no duermo
Te siento tan adentro
que me dejas fuera,
tendido en la soledad
de mis sábanas.
Es la una y media
de una madrugada sin fin.
Sigo recostado en el deterioro
que va hacia la muerte
de las horas del insomnio,
de las noches vertidas en palabras
donde solo estoy,
despierto y no duermo.
(Pág. 17).
La almohada
Solo duermes conmigo
en la alfombra de mi rostro.
Si el insomnio de los años me deja tenerla,
entre mis ojos cansados
por la sombra de las noches.
Jamás me has abandonado
ni siquiera en mis noches
perdidas y desamparadas
en los colores de mis sábanas
tendidas, desarregladas y tristes
en el destino oscuro que me habita
en mis noches desoladas.
(Pág. 18).
Mi cuarto
Quizás este cuarto que ahora habito
nunca fue mío,
si no de otro que no conozco.
Un cuarto es un cuerpo de paredes olvidadas,
un recinto de vidas y soledades.
El cuarto y yo,
somos dos habitantes que se deshacen:
uno en sus paredes,
el otro en sus soledades.
Este cuarto es un mundo abierto
donde lo cierra una puerta que da hacia adentro,
de dos persianas que son sus ojos.
(Pág. 19).
Un cuarto pequeño
En un cuarto pequeño
nos desvestimos y nos aseamos.
En la casa no posee género,
en otros lugares sí lo tiene.
En su pequeñez
andan los cuerpos
sin el rodeo de sus máscaras.
Es el lugar,
donde casi siempre estamos solos.
Nos encubrimos en él,
para olvidarnos de lo que somos.
(Pág. 20).
Las ventanas son mis ojos
Las ventanas son mis ojos,
también son los de las paredes
donde se mira hacia fuera y hacia dentro.
Una pared sin ventanas
es un cuerpo sin cuerpo.
Las ventanas no necesitan
de la columna del piso
porque a ellas hay que hacerles las suyas.
Una pared sin una sola ventana
no tiene vida ni mirada.
En la ventana fluye el ser de quien la habita
y la pared que la sostiene.
En las ventanas de una casa
están los ojos del universo,
igual que los ojos de mi cuerpo.
(Pág. 21).
El fósforo
El fósforo
se enciende
en su destrucción de madera:
la naturaleza
llora en su luz de fuego.
(Pág. 24).
El vaso
El vaso, con las manos,
se derrama en los labios de su cuerpo.
Su luz líquida traspasa la transparencia.
El vaso es el objeto del sujeto
que lo sostiene,
en su redondez sostenida.
(Pág. 25).
Mis manos regresan
Mis manos regresan
al goce de su infancia,
para revivir en su adultez.
Las manos son las diosas
del deseo y de la nada
que en la memoria
de alguien quieren vivir.
Esas manos que doblegan mi ser,
todavía están conmigo
humedeciendo mi soledad.
Ellas se repiten,
pero no pueden multiplicarse
porque no poseen el hueco de la vida
ni la flor de los labios.
Mis manos
me reviven,
me sostienen
y me evaporan.
(Pág. 26).
Nota: El libro ya está disponible en dos formatos: en pasta dura y blanda.
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