La Sala Máximo Avilés Blonda se convirtió en un espacio donde el tiempo pareció detenerse. La apertura del XII Festival Internacional de Teatro FITE RD 2025 estuvo marcada por la llegada de un clásico inmortal del Siglo de Oro: El alcalde de Zalamea, de Pedro Calderón de la Barca, presentado por Teatro Corsario bajo la dirección de Jesús Peña.

Una adaptación impecable
La puesta en escena desplegó un montaje que honra la esencia barroca del texto y la proyecta con fuerza hacia el presente. Sin adornos superfluos, apostó por la verdad desnuda de la escena, dejando que la emoción respirara por sí misma.

Mirada atenta del público
Desde el primer verso, se percibió el respeto con que los espectadores siguieron cada gesto, cada pausa y cada inflexión. La emoción latía en la sala, y las risas y aplausos brotaban como una respuesta viva al pulso de la historia. Era conmovedor ver cómo el público reconocía el rigor interpretativo de Teatro Corsario.
La obra narra la violación de Isabel, hija del humilde labrador Pedro Crespo, a manos de un capitán del ejército, y la difícil resolución de un conflicto que desafía el poder y la justicia. Entre comedia y drama, Calderón plantea interrogantes sobre la dignidad, el honor y el derecho a la justicia. Esta versión las hace resonar con fuerza en el presente, sin perder la musicalidad del verso ni la solemnidad de la tradición.

De Zalamea a Santo Domingo: un espejo de dignidad
Desde Santo Domingo, la universalidad de la obra se revela con nitidez: los abusos de poder persisten, la voz del pueblo sigue reclamando justicia y el honor de ayer se llama hoy dignidad social. Zalamea y nuestra ciudad comparten un mismo escenario moral: el del hombre que se levanta y dice “basta”.

Actuaciones memorables
Carlos Pinedo encarnó a Pedro Crespo con una profundidad conmovedora, equilibrando humildad, firmeza y humanidad. Su tránsito de labrador a alcalde justiciero resultó convincente y emotivo: cada mirada, cada silencio, daba cuerpo a la palabra.
Blanca Izquierdo, como Isabel, combinó fragilidad y fuerza interior. Su silencio y sus gestos construyeron la herida moral que mueve toda la acción. Javier Bermejo, en el papel de Juan, aportó nobleza y lealtad, sosteniendo con naturalidad el equilibrio emocional del conflicto familiar.

Pablo Rodríguez (Rebolledo) y Luis Heras / Alfonso Peña (Sargento) dieron solidez a la dimensión militar sin recurrir a estereotipos. Raúl Escudero (Capitán Álvaro de Ataide) transmitió arrogancia y altivez con precisión, y su quiebre moral impactó con fuerza. Alfonso Mendiguchía (Lope de Figueroa) ofreció nobleza y sutil comicidad, mientras Teresa Lázaro (Criada) aportó calidez y autenticidad a cada escena.
Cada intérprete mostró maestría en la declamación, impecable proyección vocal y una presencia escénica capaz de convertir el verso en emoción palpable. Los silencios pesaban tanto como las palabras, y la tensión se sostenía con un ritmo que mantuvo al público cautivo de principio a fin.

Dirección y estética
La dirección de Jesús Peña brilló por su precisión y sobriedad. Cada gesto, desplazamiento y pausa fue calculado para potenciar el drama y la musicalidad del verso, sin artificios ni exageraciones. La puesta en escena confirma la vigencia contemporánea de los clásicos, como defendía Atahualpa del Cioppo desde el Teatro El Galpón de Uruguay: las grandes obras no envejecen, se reinventan y dialogan con el presente.
La iluminación de Xiqui Rodríguez, el sonido de Xabi Sainz y Antonio Nó, la música de Juan Carlos Martín, las proyecciones y escenografía de Jesús Peña, junto al vestuario de Lupe Estévez, conformaron un universo visual y sonoro elegante, en el que cada elemento reforzó la acción dramática sin eclipsar la palabra.
La dramaturgia como puente histórico
Y la dramaturgia, respetuosa y fiel al texto original, nos trae a escena una joya escrita en 1646, tan viva, tan actual, que parece hablarnos directamente desde el siglo XVII. Han pasado 379 años y, sin embargo, seguimos luchando por la dignidad, el decoro y la justicia social.
Fue justamente en ese universo intelectual donde nuestro padre de la patria, Juan Pablo Duarte, al estudiar en España, entró en contacto con los grandes pensadores y dramaturgos de la época. Inspirado por esa fuerza creadora, fundó la Dramática y eligió como primera obra Roma libre de Alfieri, comprendiendo que el teatro no solo entretiene: también forma conciencia y despierta pueblos.
Ovación merecida
La emoción contenida estalló en un aplauso largo, cálido y vibrante, que pareció suspender el tiempo en un instante de comunión. De pie, el público no solo celebraba al elenco: rendía homenaje a la memoria viva, a la gratitud compartida y a la belleza del arte que atraviesa generaciones.
Y en algún rincón invisible del aire, se sintió también el aplauso de Freddy Ginebra, símbolo de libertad creativa y de fe profunda en la cultura como fuerza transformadora. Este festival, al llevar su nombre, se convirtió en un acto luminoso donde el teatro habla incluso sin palabras:
Gracias, Freddy, por soñar la vida, por abrir caminos, por enseñarnos que defender la cultura es un acto de justicia.
En ese aplauso unánime, Freddy se funde con Pedro Crespo, recordándonos que la dignidad y la cultura no se mendigan: se conquistan. Y que, a veces, el teatro es la forma más intensa, clara y humana de la justicia.
Agradecimiento final
Agradezco profundamente a los organizadores de FITE 2025 por invitar al Teatro Corsario a nuestro país para inaugurar este gran Festival. Su presencia ha marcado el inicio de esta celebración cultural con un brillo especial.
Gracias al Teatro Corsario por regalarnos una noche de arte verdadero, por recordarnos la fuerza inmortal de la palabra y por tender un puente vivo entre la historia y nuestro presente.
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