A: las ´mujeres´ patriarcales, del sistema, que proponen un Misterio del Hombre.
La territorialidad es el lugar en el cual se habita, y al cual se integra nuestra subjetividad. Allí se inicia la experiencia femenina, se articulan diálogos, se enuncian experiencias, se construye la historia de vida de cada una. El territorio es donde circulamos, en el cual se van adquiriendo significantes. Es la cartografía donde se ejerce lo que somos —y se pretende que continuemos siendo—, lo que hemos sido por siglos, confinadas por el androcentrismo y el patriarcalismo: otras, sin identidad, invisibles, sin autoridad, sujetos ambivalentes, que se desdoblan en confidencias. En ese territorio (de hombres, por hombres y para hombres) habitamos, y allí nos nombran, nos asignan una voz que no es nuestra, relaciones lingüísticas que no son nuestras. La territorialidad así se hace un espejo, y estamos entre muchas orillas, y entre límites declarados ficticios. Sin embargo, heredamos —desde el pasado— el deseo de actuar con transgresión a esa territorialidad lúdica, trazada para que allí únicamente registremos nuestra presencia. No obstante, a esa invalidez como sujeto (que nos ha sido asignada) y a la intimidación para que no actuemos, anteponemos la memoria ancestral.
La memoria ancestral es nuestra verdadera territorialidad; aún nos empujen al desencuentro, ha que hagamos ilegibles nuestras palabras y, seamos forzadas, en consecuencia, al silencio, nuestra memoria ancestral que no es de alabastro; es abierta y preservada en la memoria colectiva de las mujeres en sus comunidades; es la que nos da estatus de sujeto, la que hace posible que nos volvamos a ver, a leer, a reconocer, a convocar a través del saber. La problemática en este siglo XXI continúa siendo, cómo hacer nuestra geografía, y subvertir la in-geografía, ya que muchas mujeres actuaron anónimamente para que lo femenino se hiciera un habla entre-las-mujeres, porque sólo se existe en una geografía, en un espacio territorial a través del habla, o, el desenvolvimiento o actitudes culturales.
En la geografía asignada a nosotras hemos vivido de manera fragmentada, o, bien, en «estado de sitio», temerosas, forzadas a lo inimaginable, padeciendo persecuciones, petrificadas por la angustia, confinadas. Desde tiempos inmemorables, millones de mujeres quedaron marcadas por el no-decir. Sus crónicas, sus diarios, sus escritos se los llevó el viento sin hacer ruido en esa territorialidad limitada por la gramática masculina. Por esto, el territorio que habitamos es un territorio en blanco y, quizás ficticio. No es el territorio nuestro, porque allí nuestro destino nos convida a estar fragmentadas.
Desempolvar la Contra-Historia de esa fragmentación del sujeto femenino en los distintos espacios de la geografía física y de la geografía política en la cual ha subsistido por siglos, requiere volver a mirar las hojas añejas del tiempo que se resistieron a quedar vacías de letras.
El propósito de ir al tiempo pasado es para recomponer ese rompecabezas que es la cartografía que procuramos hacer o construir como propia (pensamiento propio y cuerpo propio). Así, el cuerpo es nuestro primer territorio y, por lo tanto, espacio geográfico. Puesto que, al morir el cuerpo se entierra, se sepulta en un territorio, en un dominio geográfico; deja de ser cuerpo, pero es un vestigio, algo inerte, de lo que fuimos.
En la República Dominicana, aún (en el presente) esto es lo que somos: una metáfora de un territorio, en un punto geográfico, donde se ´desarrolla´ lo humano y, por consiguiente, los asentamientos humanos. Por eso: la vida de una mujer se hace de encuentros y desencuentros con esa territorialidad geográfica donde permanece o de la cual emigra. La historia tradicional y, por ende, ortodoxa escrita por el patriarcalismo sobre y de la mujer se ha hecho desde la manipulación impuesta por el discurso del imaginario masculino. Veinte siglos después de Cristo, en Occidente, no han sido suficientes para reconstruir el territorio del matriarcado en la geografía global. Se ha hecho a trazos, desde la perspectiva del feminismo de la diferencia, en planos, prefigurando los escenarios exactos donde actuó y dónde existió. Sin embargo, se desconocen aún sus fronteras; dónde nacía el río y la anchura de su cauce. Sólo se tiene noticias de que las lágrimas alimentaban sus aguas.
La cartografía de la mujer no ha estado al alcance de todas las ´políticas´ patriarcales/machistas para descubrirla, dibujarla o desdibujarla en un mapa. En esa geografía ha estado la fuerza de sus ´iguales´ (hombres/patriarcales) para despojarlas de su identidad, si es que en algún momento la han tenido. Es por eso que, las ´políticas´ patriarcales/machistas tienen una intemporal. Surgen —en los partidos, militan en los partidos del sistema— como sujetos inacabados, encerradas en los dogmas, en la retórica, en el decir, de un mundo cultural de discursos que le esconden la realidad posible para vivir, puesto que, obedecen las vestiduras que le ´otorga´ ese mundo amedrentado. No comprenden que, en efecto —desde siempre— la mujer ha vivido inmersa en un mundo sofocante, condicionada, sin conocer la dimensión de esa geografía asignada. De mayoría humana, la mujer, es reducida a ser una minoría en la nada. De multitud, la mujer, es conducida a la perplejidad de no conocerse, no es pueblo, no es totalidad, no tiene dimensión para actuar en esa geografía.
Estos son los antecedentes de ese ´existir´ del sujeto femenino, que no ha sido recobrado, reescrito en sus significantes, que ha partido de supuestos oficializados por el poder hegemónico del orden patriarcal. Ella ha sido víctima del poder político, de la palabra condicionada a los significantes dados por quien ejerce su dominio.
En esa geografía se vive en peligro y, por ende, en conflicto con los otros y, fue allí donde surgieron los mitos, las figuraciones, los conjuros y los enigmas que hicieron del mundo un espacio de enfrentamiento de las fuerzas, de los contrarios. En los territorios se ejerce la voluntad de quien es recipiente del poder ´legalmente´ aceptado. De igual a igual (los hombres) negociaron, no así en desventaja. Las mujeres han estado en desventaja para negociar su emancipación. Todo sistema que no se interroga a sí mismo sobre esta inaceptable condición de inferioridad en el cual está sumisa la mujer, es totalitario.
La Contra-Historia de la mujer ha sido eclipsada, es eclipsada. Su historicidad se ha hecho de especulaciones y de elucubraciones anodinas. Conocer la verdadera, la que se nombra como tal, es un reto. Pero ¿cuál es la verdadera? si toda historia/ historicidad es controlada, reducida a anécdotas, a la indiferencia, a interpretaciones avezadas, convocada de manera novelesca, problematizada, invisible, risible, cuestionada. Apenas sabemos qué historia —narrada por el patriarcalismo— es verosímil de la mujer. No obstante, sólo si acumulamos vestigios, y extraemos de la memoria ancestral -no capturada por el poder/patriarcal- los episodios probables haremos la Contra-Historia.
Un cuadro, una cronología de esos momentos, de esos espacios, donde la crónica se hizo amarilla o se tiñó de rojo, es la media para conocer hechos o acciones trascendentes del sujeto femenino en dos siglos, desde 1789 a 1979, fechas en que la Convención sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer fue adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas.
En dos siglos la territorialidad de la mujer está marcada por su accionar en el espacio privado y, en el público, de manera restringida. La distancia entre un siglo y otro se recorre a través de la memoria ancestral y la Contra-Historia. Allí ella ha tenido que vencer la resistencia de los límites impuestos, cambiar de piel, dotarse de herramientas para abrir las cerraduras de los espacios que le han sido vedados.
En medio de todos esos avatares de la civilización, la mujer pensante/subversiva por sus ideas ha sido torturada, perseguida, aniquilada, y se ha pretendido inducirla a cuadros de esquizofrenia, de locura, de delirio de persecución. Ha sido víctima de coartadas, de oscuros designios. Sus desplazamientos por los distintos escondrijos donde ha reclamado actuar han sido, además, objeto de burlas y de acoso. Ellas han estado en el mismo centro del cuadrante de la Luna y del Sol con trozos de sus vidas rotas, y arrojadas a la invisibilidad total, enajenadas, innombradas, subordinadas, sin derecho a la posteridad o a la eternidad.
¿Cómo reconstruir la cartografía del sujeto femenino en los distintos territorios del mundo? ¿Cómo abstraerse de su marginalización?, saber dónde albergó su presencia-en-el-mundo, ¿cómo actuó o se hizo presencia, y abandonó la parálisis impuesta? Esto es provocarle un «cisma narratológico» a las ´mujeres´ patriarcales del sistema y, una ruptura con su geografía ficticia.
Llegar a la libertad, asumir la libertad, hacerse mujer, colocarse en escena, dejar de ser «algo» ahistórico, conllevó su unión con las otras, con otras confidentes que no estaban dispuestas a hacer reversible su lucha, porque estaban haciéndole a los saberes consagrados a su persona, un lugar desde el cual recorrer el inicio de la línea del poniente.
La cartografía de los derechos humanos de la mujer, solo se narra desde adentro, desde la deconstrucción de las imposiciones genéricas. Siendo heredadas de la memoria ancestral de nuestras madres, de nuestras abuelas y nuestras tías, juntas podemos provocar el estallido de la rebeldía. Un lector o lectora puede invalidar esta narración, y no reconocer en este texto ninguna validez para reflexionar en torno a la cartografía femenina. Sin embargo, es necesario no continuar insensibilizados ante los lugares comunes en los cuales han actuado las mujeres del mundo, desconociendo cuáles razones nos han empujado a enfrentar y a romper con el dominio patriarcal, cruzando en el tiempo los límites impuestos, y esa “libresca geografía” canónica donde se ha escondido nuestra presencia.
¿Cómo se marcan esos espacios territoriales/geográficos donde las mujeres han actuado de manera ardua para alcanzar las esferas del poder político, económico, cultural y social para hacer los cambios necesarios en contra de los dominios que conspiran contra ellas? Es un deber-ser nuestro hacer esa cartografía, para que de ella surjan los discursos que interroguen las razones por las cuales por siglos estuvieron aisladas. No se puede continuar indiferente ante los territorios de mujer, ante los espacios donde fueron confinadas. La geografía de esos lugares debemos conocerlas, al igual que los climas de intolerancia hacia ellas, del poder masculino. Viajemos hacia ese territorio, busquemos un punto de convergencia para ir a recolectar la información necesaria en que se funda la Contra-Historia de la mujer. Demos «nombre» a esas otras dimensiones geográficas desconocidas, conozcamos sus paralelos y meridianos en el globo terráqueo, no dejemos que sean sin-lugar. Hagamos el esfuerzo de hacer el viaje. No dejemos páginas en blanco. Vayamos hacia esos otros lugares dejando a un lado nuestra «extranjeridad» cotidiana. Viajemos.
NOTAS:
Fotografías de mujeres del siglo XIX provenientes del Fondo José Gabriel García. Fototeca del Archivo General de la Nación (AGN) de la República Dominicana.

Carmen (María del) Luna de Serra, fotografiada en Ponce, Puerto Rico, s/f, casó en 1848 con el Trinitario José María de la Concepción Serra de Castro, conocido como José María Serra (1819-1888) de quien solo se enuncia su nombre. Las páginas concernientes a la vida/existencia de Carmen están en blanco, a la espera de su Contra-Historia.
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