Introducción

Vivimos una época fascinante y, al mismo tiempo, inquietante. Nunca antes la humanidad había tenido a su alcance tantas herramientas tecnológicas, tanta información disponible y tantas posibilidades de comunicación inmediata. Sin embargo, paradójicamente, asistimos a una creciente fragilidad de la democracia, a una pérdida de confianza de los jóvenes en las instituciones y a una preocupante confusión entre progreso tecnológico y progreso humano.

Tecnología, educación y democracia forman un triángulo inseparable. Cuando uno de sus vértices se debilita —en especial el educativo—, los otros dos comienzan a resquebrajarse. El problema no es la tecnología en sí misma, sino la falsa creencia de que el avance tecnológico, por sí solo, forma ciudadanos. No lo hace. Nunca lo ha hecho. Y hoy lo confirma con mayor crudeza.  Definitivamente no lo hará.

  1. Tecnología: poder sin conciencia

La tecnología es poder. Amplifica capacidades, acelera procesos, acorta distancias y multiplica voces. Pero la tecnología no tiene conciencia moral, no distingue entre verdad y mentira, ni entre bien común e interés particular. No educa valores, no forma criterio, no construye ciudadanía.

Cuando la tecnología se introduce en la educación sin un proyecto pedagógico claro, sin una ética que la oriente y sin docentes formados para guiar su uso, se convierte en un instrumento de superficialidad. Produce usuarios hábiles, pero no ciudadanos críticos; consumidores de información, pero no constructores de sentido.

La escuela y la universidad no pueden competir con la velocidad de los algoritmos, pero sí —y deben— ofrecer algo que ninguna tecnología puede sustituir: pensamiento crítico, juicio ético y comprensión profunda de la realidad. Y esto lo facilita la alfabetización oportuna.

  1. Educación: más que competencias, formación humana

Educar no es solo transmitir competencias técnicas ni preparar para el empleo inmediato. Educar es formar personas capaces de pensar, discernir, dialogar, convivir y asumir responsabilidades en la vida pública. Es enseñar a leer el mundo, no solo a navegar pantallas.

Cuando la educación se reduce a indicadores, plataformas y resultados medibles, pierde su esencia formativa. Y cuando se subordina acríticamente a la tecnología, corre el riesgo de olvidar su misión fundamental: formar seres humanos libres y responsables. Ciudadanos como lo requieren los tiempos de hoy ante los tiempos de hoy y seguro de los de mañana.

La alfabetización oportuna, la lectura profunda, la escritura reflexiva y el diálogo argumentado siguen siendo —hoy más que nunca— las verdaderas puertas de entrada a la ciudadanía. Sin comprensión lectora no hay pensamiento crítico. Sin pensamiento crítico no hay democracia viva.

III. Democracia: una promesa que los jóvenes empiezan a dudar

He reflexionado recientemente, en una cápsula editorial publicada en CDN en el programa de Julissa Céspedes que se identifica como “55 Minutos”, sobre un fenómeno que debería alarmarnos: muchos jóvenes han dejado de creer en la democracia. No porque la rechacen ideológicamente, sino porque no la sienten cercana, eficaz ni justa. La perciben como un sistema que no responde a sus expectativas, que no garantiza oportunidades reales y que no escucha sus voces.

Este desencanto no es exclusivo de la República Dominicana; es un fenómeno global. Pero en nuestro contexto adquiere matices particulares, profundamente ligados a la desigualdad educativa, a la fragilidad de los aprendizajes y a la desconexión entre escuela, ciudadanía y vida pública.  De este tema tengo estudios serios, fundamentados en fuentes más que confiables, y presentados a las autoridades del Consejo Nacional de Educación, en las personas de su Ministro y de su Viceministra de Asuntos Técnicos y Pedagógicos.

Una democracia sin ciudadanos formados se vacía de contenido. Se convierte en un ritual electoral, no en una práctica cotidiana de responsabilidad, participación y compromiso con el bien común. Los resultados de las elecciones se interpretan para los que obtienen mayor cantidad de votos como que ganan y les puede esperar, se ha comprobado para muchos, un botín.  Cuando en la realidad pocos entienden que fueron elegidos para servir al bien común.  Y ese sí es un privilegio y debe ser un honor.

  1. Cuando el progreso no forma ciudadanos

Aquí reside el núcleo del problema: confundimos progreso tecnológico con progreso cívico. Creemos que modernizar infraestructuras, digitalizar procesos y llenar aulas de dispositivos es suficiente para formar ciudadanos democráticos. No lo es.  En lo absoluto, NO lo es.

El progreso que no educa la conciencia, que no fortalece valores, que no enseña a pensar ni a dialogar, puede incluso debilitar la democracia. Puede generar apatía, manipulación, desinformación y polarización.

La historia nos lo ha enseñado una y otra vez: los avances técnicos sin formación humanista no conducen a sociedades más justas, sino a sociedades más vulnerables al abuso del poder.  Recuerdo a mi inolvidable y entrañable amigo y colega, el Dr. Julio Sánchez Maríñez.  Nos trajo un grupo de especialistas a un grupo de líderes académicos entre los que tve el privilegio de la oportunidad de participar y aprender del valor de las Humanidades en la formación de cualquier profesión.  Una asignatura de las Humanidades o varias, le dan el toque final, el “touch of class” al profesional que egresa de la universidad.

  1. El papel insustituible del maestro

En este contexto, el rol del docente adquiere una relevancia estratégica. No como transmisor de contenidos —eso ya lo hacen las plataformas—, sino como formador de criterio, guía ético y referente humano. Un buen maestro enseña a preguntar, a dudar, a argumentar, a escuchar al otro. Enseña a vivir en democracia.  Si es maestro de vocación y enseña con pasión, es el modelo a emular.  Y muchos estudiantes dicen:  Profe, yo quiero ser como tú…. Es el mayor elogio para un maestro.

Por eso, invertir en formación docente, en liderazgo pedagógico y en la dignificación de la carrera magisterial no es un lujo: es una condición para la supervivencia democrática.

Conclusión

La tecnología puede ser una aliada extraordinaria de la educación y de la democracia, pero solo si está subordinada a un proyecto humanista claro. Cuando el progreso no forma ciudadanos, la democracia se debilita, aunque los dispositivos sean cada vez más sofisticados.  He gritado a los 4 vientos que NO se pongan dispositivos en las manos de los niños de primaria.  Hoy me reconozca de que me quedé corta:  hoy se pide que los dispositivos, que los propios niños y jóvenes declaran como distractores y que no añaden conocimiento, no deben tener en las manos de los estudiantes.  Pero esto no significa que no se use la tecnología en el aula, sino que se adecúe a la forma que garantiza el empoderamiento del niño y joven con el aprendizaje y que entusiasma con la forma en que el maestro guía en el aula.  Esto ha sido motivo de diálogos en mis Coloquios en la TV de los domingos, y d artículos en ACENTO y de Cápsulas en CDN.

Educar para la ciudadanía democrática exige volver a lo esencial: leer, pensar, dialogar, discernir y actuar con responsabilidad. Exige comprender que la educación no es un apéndice del desarrollo tecnológico, sino su conciencia crítica.  Tanto Yuval Noah Harari, historiador reconocido como el filósofo de la actualidad como extranjero, Israelita, y en nuestro país, José Mármol, poeta, ensayista, filósofo y comunicador extraordinario en Dominicana sientan cátedra sobre este tema.

Porque, al final, ninguna tecnología puede reemplazar lo que solo la educación humana puede ofrecer: ciudadanos libres, conscientes y comprometidos con el destino común.

Actualmente, con la IA los seres humanos estamos no como espectadores, sino como responsables del rumbo que tome la inteligencia artificial en nuestras sociedades.

Cada lector, desde su rol como ciudadano, educador, legislador, profesional o padre de familia, tiene la tarea de preguntarse cómo usa, regula y enseña estas tecnologías.

La IA no decidirá por nosotros qué tipo de país ni qué tipo de humanidad construiremos. Esa decisión sigue siendo profundamente humana.

El futuro no nos será dado: será el resultado de las elecciones éticas que hagamos hoy.

Jacqueline Malagón

Educadora

Consultora en Educación, Evaluación y Desarrollo Institucional. ExMinistra de Educación Asesora del MINERD, MESCYT, MAP, del INFOTEP y del Senado de la RD Miembro de la Academia de Ciencias RD Miembro de Diálogo Interamericano Miembro de la Coalición Latinoamericana para la Excelencia Docente Consultora en Educación, Evaluación y Desarrollo Institucional

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