Sexo, género y cerebro: el nuevo triángulo de la identidad.

Deseo compartir una reflexión a propósito del reciente planteamiento sobre la identidad formulado en un programa televisivo por el muy conocido y reconocido profesional de las ciencias, Dr. José Joaquín Puello. Sus palabras han reavivado en mí un tema que considero esencial, íntimamente ligado a los derechos humanos y a las transformaciones más hondas de nuestra época. Es un asunto que me apasiona y al que he consagrado años de estudio y lectura, convencida de que sus implicaciones tocan de manera directa la práctica feminista y se vinculan, en lo más profundo, con la construcción de políticas públicas.


Durante décadas, las categorías de sexo y género han sostenido buena parte del debate contemporáneo sobre la identidad humana. Tradicionalmente, se entendía que el sexo es la naturaleza con la que nacemos —biología pura, órganos, hormonas—, mientras que el género se aprendía a lo largo de la vida como una forma cultural de ser y comportarse. Según esta visión clásica, el cuerpo nos da una base, pero la sociedad nos enseña a habitarlo.

Sin embargo, hacia finales del siglo XX esta relación entre sexo y género fue radicalmente replanteada por la filósofa Judith Butler, quien propuso que no es el sexo lo que determina el género, sino el género el que produce el sentido del sexo. En otras palabras, no nacemos con una identidad natural anterior a la cultura, sino que el lenguaje, los discursos y las prácticas sociales construyen lo que entendemos por “hombre” o “mujer”. Butler retoma así las ideas de Michel Foucault, para quien la biología no es un hecho natural sino un efecto del poder.

Bajo esta mirada postfeminista, todo es cultura, todo es discurso, todo es performatividad. Lo biológico pierde autonomía y queda subsumido en lo simbólico.

Pero el debate no se detuvo ahí. A partir de los primeros años del siglo XXI, nuevos estudios seudocientíficos han devuelto la atención al cuerpo, aunque de un modo más sofisticado. Hoy, la ciencia no mira solo a los órganos sexuales, sino al cerebro como espacio donde confluyen biología, emoción y conducta.

En este contexto, resulta especialmente significativa la afirmación del prestigioso neurocirujano dominicano Dr. José Joaquín Puello, quien ha sostenido públicamente que “no es el sexo lo que determina la preferencia sexual, sino el cerebro”. Con esta frase, el doctor Puello nos invita a repensar el fundamento mismo de la identidad y la orientación afectiva. Ya no se trata solo de cuerpo o cultura, sino de una tercera categoría que reordena el debate: el cerebro.
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Del cuerpo al cerebro: un desplazamiento de la naturaleza

La intervención del Dr. Puello cambia el eje de la discusión. Frente a la visión clásica, introduce una comprensión más profunda de la naturaleza: no es el cuerpo visible el que nos orienta, sino el sistema nervioso que lo sostiene.

Y frente a Butler, devuelve a la biología un papel esencial, sin negar la influencia del entorno.

El cerebro, como órgano de la mente, es biología que aprende, naturaleza que se transforma con la experiencia.

De esta manera, su planteamiento no es meramente biologicista: reconoce que el cerebro es flexible, plástico, y que se moldea a través del aprendizaje, las emociones y las vivencias sociales.

Por eso, más que contradecir la cultura, la integra en el nivel más profundo de la biología.
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Simone de Beauvoir: una posición de equilibrio

A mi entender, el pensamiento del Dr. Puello se acerca mucho más a Simone de Beauvoir que a las posturas radicalmente culturalistas.

Cuando Beauvoir afirma en El segundo sexo que “la mujer no nace, se hace”, no niega la biología: lo que cuestiona es la idea de que el cuerpo femenino contenga un destino.

Ella reconoce que somos cuerpo, pero también conciencia y proyecto. En otras palabras, la biología existe, pero no nos determina.

Por eso, Simone no reduce la identidad al discurso ni la convierte en simple efecto del lenguaje. Para ella, la libertad humana se ejerce desde la situación, y la situación incluye tanto el cuerpo como la historia, tanto la carne como la cultura.

En ese sentido, el pensamiento de Beauvoir prefigura la discusión contemporánea entre biología, cultura y ahora neurociencia: somos lo que hacemos con lo que la biología nos da.
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El nuevo triángulo: sexo, género y cerebro

Hoy podríamos decir que habitamos un triángulo de fuerzas:
• Sexo: la base biológica del cuerpo.
• Género: la construcción cultural que da sentido a esa base.
• Cerebro: el puente donde naturaleza y cultura se encuentran.

La afirmación de que “la homosexualidad no se aprende, se nace con ella” tiene aquí su sentido más hondo: no como destino inmutable, sino como reconocimiento de que las variaciones del deseo no son errores del cuerpo ni fallas del aprendizaje, sino modos legítimos de la naturaleza humana.

Así, el aforismo de Beauvoir —la mujer no nace, se hace— y la tesis médica del Dr. Jose Joaquin Puello —el homosexual nace— no se oponen, sino que se complementan: una recuerda la libertad, la otra la diversidad-natural. Ambas, juntas, expresan la complejidad de lo humano: somos naturaleza, pero también somos proyecto.
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Conclusión

Me he hecho muchas preguntas antes de dar cuerpo a este trabajo y me atrevo a concluir, aunque no definitivamente, que el aporte del Dr. José Joaquín Puello no contradice a Simone de Beauvoir: la completa.

Su visión neurocientífica ofrece a la filosofía contemporánea un punto de encuentro entre biología y cultura, entre cuerpo y libertad, entre lo que heredamos y lo que elegimos.

En un tiempo en que las ideologías parecen dividirnos entre lo natural y lo construido, esta integración —que une el pensamiento existencialista con la ciencia moderna— podría abrir un camino más amplio: entender que la identidad no se impone ni se inventa, sino que se construye desde el diálogo constante entre el cuerpo (y su cerebro), la historia y la conciencia.