Recuerdo que, a pesar de la terrible experiencia del IDSS, en la discusión del nuevo sistema de seguridad social (SS) los representantes sindicales y empresariales persistieron en la gobernanza tripartito de la misma, convenido con la OIT como uno de sus principios fundacionales.

La realidad es que dichos principios fueron establecidos hace mucho tiempo, cuando el capitalismo funcionaba de manera muy diferente a como lo hace hoy. En aquel tiempo los dirigentes sindicales eran genuinos representantes de grandes conglomerados de trabajadores. Por tanto, de una clase social.

La gran masa laboral trabajaba en grandes plantas de fabricación, en los que se concentraba a decenas o cientos de miles de obreros, principalmente de sexo masculino, que sentían la necesidad de organizarse en grandes sindicatos para evitar la excesiva explotación, y para los capitalistas resultaba casi imposible impedirlo porque se daban feroces luchas. Pero ese mundo dejó de existir hace un buen tiempo.

Hoy probablemente en la producción de emparedados MacDonald trabajan más personas que en la General Motors, pero a nadie se le ocurriría organizarlos en grandes sindicatos, porque se encuentran diseminados en cientos de miles de establecimientos distribuidos por el mundo entero que ni se conocen entre sí, hablan distintos idiomas, no tienen un patrón (un enemigo común) definido ni un lugar donde reunirse.

Y posiblemente también la propia fabricación de automóviles tiene lugar en miles de establecimientos también difusos en muchísimos países, que producen infinitas piezas diferentes que solo se juntarán al llegar el lugar donde se hace el ensamblaje final. Tampoco pueden tener genuinos representantes sindicales en los cuales confiar su suerte.

De ahí que las organizaciones sindicales han devenido en entelequias sin capacidad de movilizar a la clase obrera, con dirigentes profesionales que tienen décadas ostentando supuesta representación de trabajadores a los que nunca han visto, de empresas a las que ni conocen, pero sin vivir las penurias de los verdaderos obreros. Estos ya no tienen conciencia de clase ni recuerdan el tiempo de las grandes conquistas por sus derechos.

Es de suponer que, para poder afrontar los embates de movimientos sindicales de gran envergadura, los representantes patronales iban antes a las discusiones imbuidos también de espíritu de clase, a defender fundamentalmente intereses colectivos de los capitalistas. Pero ahora, desprovistos de un contendor que ponga en riesgo sus ganancias o su existencia misma, es dable esperar que los capitalistas tampoco están presionados a sentarse en largas sesiones para defender intereses de clase, y que su representación en los consejos recaiga sobre empresarios o delegados que se sienten tentados a ir en busca de intereses particulares, grupales o sectoriales.

En cuanto a la representación estatal, ya es bien conocido en qué ha devenido el ejercicio de la política, lo que influye terriblemente en el tipo de funcionarios que se designan. Pero aquí no hay más remedio que aceptarlo, porque el Estado tiene que estar, y a los demás lo que nos toca es vigilar y luchar porque sea más honesto y transparente.

La realidad es que el tripartismo en el gobierno de la SS perdió su sentido y razón de ser y no ha contribuido mucho al proceso de cohesión social que se le supone. Los trabajadores, que son los dolientes fundamentales, en realidad no tienen voz ni voto, porque aquellos que están supuestos a representarlos y rendirles cuenta ni los conocen, por sus escasos vínculos con los obreros.

De ninguna manera quiero decir que el país debiera desconocer los acuerdos con la OIT, ni denunciarlos; eso a lo que contribuiría es a hacer más injusto un sistema económico ya de por sí injusto, pero mientras no se adapten a la realidad actual, para acatarlos habría bastado con crear un Consejo Nacional de la Seguridad Social (CNSS) integrado por tres personas, un representante de cada parte, en vez de una multitud de 34 personas, de 17 titulares y sus respectivos suplentes, incluidos los más variopintos grupos de interés.

Claro está, en cada sector destacan siempre honrosas excepciones, pero eso no quita que tal práctica viabiliza y estimula la captura del poder público para la obtención de beneficios privados. Y para colmo, en la gobernanza del sistema existe el derecho al veto de cada sector, lo que hace muy difícil afrontar intereses privados.

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