Hay momentos en la vida en que uno se detiene y mira hacia atrás. Y lo que encuentra no es poco: caminos recorridos, errores vividos, logros, afectos, heridas, aprendizajes. Todas ellas, y muchas más constituyen historias llenas de sentido y valores.
Algunas de esas historias las compartimos con otros. A veces en fogatas, caminatas, noches de apagones, momentos de espera o inactividad, a partir de ellos surgen como proyectos que soñamos y que nos forjaron. Supimos lo que era estar para los demás, animar procesos, formar líderes, soñar y comprometernos con la construcción de un mundo mejor.
Ahora, muchos años después, volvemos a encontrarnos. Nos hace bien. Nos reímos, recordamos, aprendemos cosas nuevas. Recordamos y recreamos muchas experiencias vividas. Y eso está bien. Lo necesitamos. Pero también me pregunto: ¿no estamos llamados a algo más?
Vivimos en una época donde los jóvenes están desorientados, saturados de ruido, sin referencias confiables. Y nosotros, los que ya tenemos un mapa con señales de pistas que nos guían, ¿vamos a quedarnos solo en el reencuentro y la nostalgia?
No es justo guardarnos tanto.
No es justo tener tanto vivido, tanto aprendido, tanto sentido… y no compartirlo.
No es justo haber formado parte de una generación que supo comprometerse, y ahora conformarnos solo con pasarla bien.
Podemos volver a servir, de otras maneras
No se trata de volver a correr detrás de proyectos que nos quiten el aliento.
Se trata de dar desde lo que somos, desde lo que sabemos, desde donde estamos.
Porque todos tenemos algo que puede servir a alguien:
– Quien trabajó en carpintería, electricidad, cocina o huertos… puede enseñar a jóvenes que nunca han usado sus manos más que para deslizar una pantalla.
– Quien lideró equipos, organizó actividades, manejó conflictos… puede orientar a grupos juveniles que quieren hacer algo, pero no saben por dónde empezar.
– Quien sabe contar historias, escuchar con paciencia, animar a otros… puede convertirse en ese adulto que muchos jóvenes nunca han tenido cerca, y que en un parque, un club, una iglesia, equipo deportivo, casa de la cultura, o cualquier otro espacio adecuado.
– Quien ha vivido fracasos y levantadas, puede ser un testimonio vivo de que el error no es el final, sino parte del camino.
– Quien conoce su barrio, su comunidad, su gente, puede ayudar a jóvenes a redescubrir el valor de lo local y el poder de transformar desde cerca. Puede contribuir a motivar, formar y acompañar laninserción de los jóvenes a las organizaciones de base comunitarias.
No hace falta tener títulos ni cargos. Solo hace falta corazón, memoria y presencia.
Un ejemplo que merece ser contado
Por suerte, hay quienes ya lo están haciendo. Quiero reconocer aquí el trabajo admirable de un Grupo de adultos que fueron Scouts, que bajo el liderazgo de Reynaldo Rojas, un gran amigo y Scout de alma, están impulsando un esfuerzo ejemplar en su pueblo natal, San Francisco de Macorís.
Allí, en la provincia Duarte, estos antiguos Scouts están promoviendo la creación de Grupos Scouts, a través de los cuales cientos de niños, niñas, adolescentes y jóvenes están pudiendo participar en el Programa Scout, gracias al compromiso de adultos y jóvenes adultos que planifican, organizan y ejecutan lasbreuniones y actividades scouts semana tras semana.
Pero su labor no se queda ahí. Van más allá: motivan, acompañan y forman a Padres, profesores, religiosos, líderes comunitarios y otros adultos voluntarios, ayudándoles a desarrollar las competencias necesarias para desempeñarse como Dirigentes Scouts en cada nuevo Grupo que se forma. Es decir, están sembrando liderazgo y servicio a largo plazo.
Este tipo de iniciativas demuestra que sí se puede. Que cuando los adultos deciden no guardarse lo que han aprendido, el impacto se multiplica. Y que nuestras historias pasadas pueden convertirse en pilares y referentes para el futuro de muchos.
Si no hablamos con ellos, alguien más lo hará
Y muchas veces, ese “alguien” no tendrá el amor, la experiencia ni la responsabilidad que podríamos tener nosotros.
La juventud necesita menos crítica y más acompañamiento.
Menos sermones y más ejemplos.
Menos exigencias y más puentes.
Quizás hoy no podamos acompañar una excursión, pero sí dar un taller, orientar un proyecto, escuchar una historia, compartir una experiencia de vida que abra ojos y caminos.
Analizar la formulación de un proyecto de servicio comunitario y dar sugerencias de mejoras o formular preguntas que lleve a los jóvenes a descubrir oportunidades de mejoras.
El cansancio se transforma cuando se comparte
Parafraseando a Byung-Chul Han se podría decir que esta es una sociedad del rendimiento que nos deja agotados, aislados y vacíos. Pero también decía que hay una fatiga buena: la que nace del cuidado, de la entrega, del vínculo humano.
Tal vez servir —desde nuestra madurez, desde lo vivido— sea el modo más profundo de darle sentido al cansancio.
Porque la vida no se mide solo en lo que uno logra. También en lo que uno entrega.
Y si no compartimos lo que sabemos y hemos vivido, ¿qué sentido tiene haber llegado hasta aquí?
Volvamos a encontrarnos, sí. Pero también… volvamos a ofrecer.
Ofrecer tiempo, saberes, historias.
Ofrecer Valores y Principios.
Ofrecer oportunidades, caminos, apoyo.
Ofrecer esperanza.
Ofrecer participación activa en la promoción del diálogo y trabajo intergeneracional.
Porque si algo aprendimos en el pasado, es que el verdadero descanso no está en dejar de servir, sino en servir desde otro lugar, con más sabiduría y sin prisa.
Ya no somos jóvenes, pero aún podemos ser luz para los que empiezan a caminar.
Y eso, quizás, es lo más hermoso que nos queda por vivir.
No nos guardemos toda la sabiduría que acumulamos en nuestras experiencias en la vida, mejor, sembrémoslas en otros, para que germinen, den frutos y se multipliquen, así habremos hecho cuanto de nosotros depende para contribuir "a dejar el mundo mejor de cómo lo encontramos".
Compartir esta nota