La llegada de los españoles a las islas caribeñas marcó el inicio de una transformación agrícola sin precedentes, que tuvo un impacto profundo en los ecosistemas locales.

A medida que los colonizadores enfrentaron el fracaso de la minería y otros cultivos, se volcaron hacia la producción de caña de azúcar, siguiendo modelos de las Islas Canarias. Este cambio no solo alteró la economía de la región por su crecimiento, sino que también desencadenó un proceso de deforestación significativo, impulsado por la creciente demanda de leña y la conversión de tierras en cañales o cañaverales, además para el cultivo de cacao y café. Esta entrega explora cómo estas producciones  agrícolas al final del siglo XIX llevaron a la transformación de los paisajes forestales en La Española, afectando tanto la biodiversidad como las comunidades locales.

La leña

La presencia de los españoles en las islas caribeñas inició un proceso de producción agrícola nunca imaginada por los pueblos originarios que habitaban estas tierras.

Los colonizadores, tras el fracaso de la minería y otros cultivos, implementaron la producción de caña de azúcar desde el siglo XVI, siguiendo las prácticas de las Islas Canarias, donde ya la leña, que era el principal combustible de la época, escaseaba en 1520 y 3 décadas después fue costoso conseguir leña[i].

La leña que se extraía de los bosques cercanos a los ingenios en la isla La Española escaseó y, como era natural que sucediera, afectó a la industria azucarera entre 1560 y 1570. Los ingenios de la región sur, sobre todo desde las llanuras costeras y galerías de los ríos Nigua hasta el Ocoa, se vieron afectados por la falta de leña, ya que los bosques cercanos habían sido arrasados[ii].

Este agotamiento del recurso o biomasa como combustible, a nuestro entender, fue muy importante para al cierre de la industria azucarera en esta parte de La Española, para luego reactivarse hasta el período aproximado 1760-1790 (Bosch), y nuevamente a partir de 1880 (Cassá)[iii].

Durante este último período (siglo XIX), que es lo que nos atañe, los bosques dominicanos, especialmente en las zonas de Puerto Plata y en el sur, desde Azua hasta San Pedro de Macorís, sufrieron una intensa deforestación por causa de la industria azucarera como establece la historiografía dominicana.

La deforestación no solo fue producto de los cortes de madera para construcciones, ebanistería, cuyos indicadores de exportación, en el caso de caoba, citando al historiador Cassá, en la segunda entrega de esta serie, apenas excedieron los 9 millones de pies cúbicos entre el 1868 a 1883, lo que sería el corte de un poco más de 106,000 árboles, sin contar los que se en las crecidas de los ríos y los que se abandonaban en campo, cortes de contrabando, uso doméstico y los árboles en desarrollo que se echar a perder por en el corte realizado.

Los cortes para la época, por desordenados que fueran no fueron un factor determinante para la deforestación en este siglo, aunque si, causante de la perdida de la calidad de los ecosistemas forestales, sino el cambio de uso de la tierra para plantíos de cafetos o cafetal, cacao y la caña de azúcar con fines de los mercados internacionales.

El cacao

Las dos primeras, en muchos casos, porque comenzaron a sustituir los bosques naturales. El desplazamiento total del bosque natural, más si se plantaba 800 arbolitos por hectáreas[iv], lo que significa en la actualidad dominicana plantar 50 arbolitos por tarea, es decir, un distanciamiento entre arbolitos aproximado de 3.5 metros, espacio escaso para el desarrollo de la biodiversidad forestal.

El cacao llegó a tener millones de árboles plantados y en producción en los pueblos del Cibao y el norte. Según la Gaceta del 17 de junio de 1882, entre Samaná, Sabana de la Mar y la sureña San Cristóbal, había más de un millón de arbolitos en producción y crecimiento: Solo San Cristóbal, tenía más de 400,000 cacaos plantados a razón de la densidad antes mencionada. Solo el francés Eugenio Pereire, había iniciado su plantación con 150,000 arbolitos[v], lo que significaría para ambas zonas del país unas 1,250 hectáreas (19, 875 tareas) que estaban con dicho uso.

El café

El café experimentó un proceso similar, aunque se cultivó principalmente en las zonas altas, lo que también implicó un desmonte significativo. En realidad, la deforestación se intensificó debido a la explotación de la tierra media y alta sin considerar los servicios ambientales que brindaban los bosques, impulsada por la modalidad de la ambición de riqueza.

Esta situación llevó a uno de los ideólogos de la Restauración de la República, Pedro Francisco Bonó, a rechazar a sus propios compañeros, quienes se habían alejado del proyecto de nación y desarrollo que se concibió para la Segunda República.

Este tema, el intelectual y sociólogo Bonó, para la época, lo abordó con un enfoque socioambiental, que retomaremos en la última entrega de esta serie.

La caña de azúcar

La Caña fue peor que ambos, aunque dejaba mucho dinero, como el cacao y el café, para los emprendedores e impuestos para el Estado, que vivió de estos hasta los próximos 100 años, haciendo desaparecer a los ecosistemas forestales en los lugares donde se establecieron, sobre todo el monocultivo de la caña que empobreció los suelos, y a la gente también.

Según un cuadro estadístico presentado por el profesor Cassá en su Historia Social y Económica de Santo Domingo, tomo II (cuadro V.3), en siete ingenios de la Región Este se cultivaban unas 90,396 tareas en 1893 y 1894, produciendo unos 484,000 quintales (de 100 libras) de azúcar[vi].

Haciendo un ejercicio de cálculos sobre lo que nos dice el profesor Cassá, traducimos estos quintales a la equivalencia de 12,103,000 arrobas (una arroba son 25 libras). Para refinar esta cantidad de azúcar, se supone que se necesitó quemar 37,240 tareas de leña (siguiendo el cálculo hecho por Moreno Fraginals, también tratado por La Sagra, para el caso cubano del siglo XIX), donde una tarea es referente a un volumen 3.6 metros cúbicos de leña, lo que representa más de 223,440 metros cúbicos de biomasa de nuestros montes, que, traducido a superficie de bosque o arbustos, como se usaría en la actualidad en República Dominicana, son 66 mil tareas aproximadas, solo para purgar o refinar la azúcar producida en estos siete ingenios. Solo para tener una idea aproximada de lo que pudo haber sido la deforestación en 1893 en Santo Domingo.

Sin importar el tipo de paila y/o calderas de uso para la época, además de la apropiación de la madera de los ecosistemas forestales para edificaciones, carretas, puentes y vía de transporte (aunque férreas, usaban demasiada madera), son números representativos de la deforestación en las zonas sur y sureste de Dominicana.

Para terminar esta entrega, cabe citar al destacado especialista en el tema de la caña de azúcar en el Caribe, Manuel Moreno Fraginals; dice que el mejor técnico azucarero cubano del siglo XIX, quien tambien trabajó para el intelectual sacarócrata más grande que tenía la isla de Cuba, Arango y Parreño, expresó su preocupación por el monte: “…espanta la necesidad de leña de un ingenio” y se preguntaba: “¿Y dónde hay montes que basten?” [vii]. .

En conclusión, la metamorfosis forestal en el siglo XIX, impulsada por la industria azucarera y el cultivo de cacao y café, tuvo consecuencias devastadoras para los ecosistemas de La Española. La deforestación masiva y el cambio en el uso de la tierra no solo llevaron a la desaparición de bosques naturales, sino que también empobrecieron los suelos y afectaron a las comunidades que dependían de estos recursos. A pesar de los beneficios económicos que la caña de azúcar trajo a los nuevos emprendedores y al Estado, el costo ambiental fue alto, dejando un legado de degradación que perdura hasta nuestros días. La reflexión de Pedro Francisco Bonó sobre la ambición desmedida de sus contemporáneos resuena como un llamado a considerar el equilibrio entre desarrollo económico y sostenibilidad ambiental, un tema que sigue siendo relevante en la actualidad.

[i] Del Río Moreno, J. (2012:329). Ganadería, Plantaciones y Comercio Azucarero Antillano: Siglos XVI y XVIII. Primera edición. Academia Dominicana de la Historia. Santo Domingo.

[ii] Ibidem.

 [iii] Composición Social Dominicana de Juan Bosch y Roberto Cassá en Historia social y económica de la Republica Dominicana. Tomo II. Edición ampliada y corregida. Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).

[iv] Cassá, R. (2023:169). Historia social y económica de la Republica Dominicana. Tomo II. Edición ampliada y corregida. Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).

[v] Ibidem. 

[vi] Ibidem. Pág. 162. El paréntesis está al pie del cuadro, cuya fuente es Juan José Sánchez, de su trabajo La caña de azúcar en Santo Domingo. 

[vii] Moreno Fraginals, M. (1962). EL INGENIO. EL COMPLEJO ECONÓMICO SOCIAL CUBANO DEL AZÚCAR 1760-1860. TOMO I. Edición Dominicana. Editora “Futuro”, Santo Domingo, 1979: 74.

Pedro José Taveras Alonzo

Antropólogo social

Quien suscribe cuenta con 23 años de experiencia como técnico en el Programa Nacional de Reforestación que se ejecuta desde el 1997 en República Dominicana.

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