No tengo palabras para describir la persona que fue en vida la querida Lucila Ramón, fallecida en la tragedia del Jet Set la madrugada del martes ocho de abril, amiga con la que compartí labores y momentos de júbilos casuales y agendados.
Esa tu última fiesta de abril en primavera debió de ser en el Bonyé y no en el Jet Set. El emblemático lugar de la zona colonial al que tantas veces nos invitaste y pospusimos.
Tu partida nos deja sensiblemente afligidos y con un vacío inexplicable. Pero la cita ya estaba y apaga la sonrisa, detiene tu forma de agradar, esa que tantas veces mariposearon en ambientes de amigos y compañeros de labor.
Estamos entristecidos y apenados, nos deja un vacío por lo noble que fuiste y los valores que te definieron como persona en el mundo terrenal.
Aquí en la tierra, donde somos alma, corazón, vida y afán; donde pocas veces se piensa en la despedida eterna. Aquí te lloramos familiares, amigos, colegas de trabajo y excompañeros de ocupaciones.
Los que te conocimos agradecemos lo sincera que fue tu amistad, la que nos prodigaste y que permanecerá en nuestros corazones.
Te veo abrir las puertas del cielo como tantas veces abriste las de las oficinas que anidamos en la “casa grande”. Lenta, tranquila, callada, decidida, alegre, amiga, compañera y hermana. Madre que emprende el vuelo al lado de tu Isaura, uno de tus retoños.
La bondad y dedicación de ayudar a los que menos tenían habla del ser humano que fuiste. Las ayudas que llevaste desde el Programa Mundial de Alimentos (PMA) a familias necesitadas te dimensionan como mujer.
Mantendremos el respeto, cariño y amor hacia ti; trataremos de que esa vocación de servicio a los demás, la cual enseñaste a muchos, nos permita recordarte. Aunque brote el desconsuelo de tu ausencia por la inesperada partida, a pesar de esa dura realidad, estarás en nuestras mentes y corazones.
Compartir esta nota