“La gran mayoría de los hombres no son violentos. Pero los hombres necesitan dejar de guardar silencio” Don McPherson

Les propongo un ejercicio a mis apreciados lectores varones y solicito la paciencia de mis apreciadas lectoras; la mayoría de las cuales sospecho que deducirán rápidamente a donde quiero llegar. Amables lectores, imagínense por un momento que están en una calle o lugar desconocido para ustedes. Es de noche, la calle está oscura, no hay luces ni del alumbrado público ni de negocios cercanos y el lugar está desierto. No hay personas sentadas frente a sus casas ni caminando en las cercanías. ¿Sienten miedo o por lo menos un poco de preocupación?

Sí, yo sé, en nuestra cultura se ve mal que un hombre sienta temor pero no se lo tienen que contar a nadie. Es una pregunta solo para ustedes. Si sienten miedo ante este escenario imaginado, ¿es miedo a qué? ¿Cuáles son las posibilidades que les vienen a la cabeza? Luego cuando tengan tiempo, pregúntenles a algunas de las mujeres en sus vidas sus respuestas a las mismas preguntas y compárenlas con las suyas. (Si quieren, les pueden compartir lo que contestaron ustedes y lo que planteo más adelante y tener una conversación al respecto. Si se toman el tiempo para escucharlas, les aseguro que será un diálogo muy interesante).

Cuando se hace este ejercicio en diferentes países y contextos (yo lo he hecho facilitando talleres en varias ocasiones), las respuestas de los hombres generalmente se refieren a la posibilidad de ser asaltados. Cuando se les hace la misma pregunta a las mujeres, el temor principal es a ser violadas. Otra versión del ejercicio es preguntarle a cada grupo cuáles son las medidas que toman todos los días para protegerse de la violencia sexual. Por ejemplo, cuando esta dinámica se hace en universidades y escuelas en EEUU, los estudiantes varones contestan que no toman ninguna medida y se sorprenden de lo detalladas y precisas que son las respuestas de sus compañeras de clase. En otras palabras, les asombra lo presente que está la posibilidad constante de la violación y la violencia sexual en general en la vida de las mujeres; una posibilidad que la gran mayoría de ellos nunca considera. Lo mismo se ha visto en diferentes estudios. En uno de los más recientes, realizado en el 2019 en dos provincias del sur de España, las mujeres jóvenes nuevamente plantearon que su temor principal era a ser violadas mientras que los hombres jóvenes tenían miedo de ser asaltados o verse involucrados en una pelea.

El ejercicio no es totalmente preciso porque estudios realizados en diferentes lugares incluyendo República Dominicana muestran que parte importante de las mujeres, jóvenes y niñas que son víctimas de violencia (incluyendo la violencia sexual) lo son a manos de hombres que conocen, no solo en una calle oscura por parte de desconocidos. Muchos de sus victimarios son sus parejas y exparejas, padres, hermanos y otros miembros de su círculo más cercano incluyendo figuras de autoridad. Sin embargo, imaginarnos este escenario nos ayuda a sacar a la luz lo común que es la experiencia de la violencia sexual para las mujeres y el hecho de que sus temores no están infundados.

Es importante recordar que la mayoría de los hombres no se convierten en violadores y que se puede ser hombre sin utilizar ningún tipo de violencia como destaca Don McPherson, el exjugador de fútbol en EEUU que se dedica a educar a los hombres jóvenes para prevenir la violencia contra las mujeres. Pero para poder reducir y eventualmente eliminar la violencia sexual también necesitamos tomar en cuenta que casi todos los violadores de mujeres (tanto biológicas como trans), otros hombres, niños y niñas son hombres como también plantea McPherson. Hace mucho que se sabe, por ejemplo, que a nivel mundial casi una de cada tres mujeres han sido víctimas de violencia física o sexual por parte de su pareja, de violencia sexual fuera de la pareja o de ambas al menos una vez en su vida (el 30 por ciento de las mujeres de 15 años o más). En el caso de nuestro país, como destacaba la periodista Riamny Méndez, el 44% de las mujeres dominicanas ha sido víctima de algún tipo de violencia sexual. De hecho, el 12% de las encuestadas en el mismo estudio sufrió intento de violación y un 8.7% fueron violadas. Y la aplastante mayoría no denunció lo que les pasó. Como sabemos por otros estudios y por la labor de investigación de profesionales de la comunicación, muchas mujeres no denuncian por falta de información sobre sus derechos o por temor a la falta de sensibilidad con que muchas y muchos policías, fiscales y otras personas todavía muestran ante estos crímenes en ocasiones hasta protegiendo a los agresores.

Es en este contexto que hay que entender los crímenes de las violaciones grupales que tanta atención han generado en nuestro país recientemente. Las feministas tenemos décadas advirtiendo que la violencia contra las mujeres es un problema social. No es un tema de unos cuantos hombres malos que se comportan como “animales” como todavía piensa mucha gente según se puede ver en los medios y en las redes sociales. Por el contrario, como destacaba Clotilde Parra, la tendencia a aislar la violencia sexual como crímenes excepcionales solo hace que sea más difícil de resolver. Cuando seguimos esa lógica dejamos de ver la frecuencia con que se comete en nuestro país como tantas veces ha denunciado la antropóloga Tahira Vargas y como nos recordó Parra con los datos de la Procuraduría General de la República de enero a junio de este año: en ese período se denunciaron 1,795 violaciones sexuales tipificadas como violación sexual, incesto o usando el eufemismo medieval de “seducción de menores”.

Por el contrario, la violencia sexual es el resultado de la forma en que como sociedad vemos a las mujeres como seres inferiores y sus cuerpos como objetos que “pertenecen” a los hombres y que éstos pueden utilizar como y cuando prefieran. (Y lamentablemente esta forma tan dañina de pensar la tiene hasta gente que nos representa en el Congreso como vimos en los debates del Código Penal). Todas las violaciones (sean dentro o fuera del matrimonio, sean en la casa o en la calle, sean de mujeres, de hombres, de niños o niñas) son ante todo reflejo de una forma muy negativa de masculinidad que tiene la necesidad de controlar a otras personas como uno de sus pilares. Y el control de los cuerpos de las mujeres de todas las edades y de todo lo que se asocia con lo femenino es una parte fundamental de ese pilar.

Entender que la violencia sexual es un problema social es una verdad muy incómoda porque significa que todo el mundo tenemos una cuota de responsabilidad. Pero lo bueno es que, por esa misma razón, todas las personas podemos contribuir a que desaparezca como planteó Mildred Mata, una de las principales expertas feministas en violencia de género del país. Cada vez que uno de ustedes, mis apreciados lectores, decide hacerse las preguntas que les sugerí al principio o sostener conversaciones basadas en la empatía como las que les mencioné con sus amigas, hermanas o compañeras de trabajo, nos ayudan a desmontar los prejuicios que sostienen este tipo de violencia. Cada vez que una de ustedes, mis apreciadas lectoras, se niega a descalificar a otras mujeres preguntando que qué ropa llevaban o “¿qué hicieron?” cuando fueron víctimas de una violación o intento de violación nos ayudan a construir una sociedad centrada en el cuidado y no en la revictimización de las personas y los grupos más vulnerables.

Aunque no lo parezca, es mucho lo que podemos hacer para que nuestra sociedad cambie. Ayudamos a eliminar la violencia sexual cuando todas las personas ayudamos a criar y educar hombres dulces que no tienen miedo a mostrar amor y empatía y no ejercen violencia, cuando salimos a exigirle a las autoridades y en solidaridad con las víctimas de estos crímenes terribles como hizo la comunidad de Villa González o cuando nos negamos a ver y reenviar fotos y videos hechos sin el consentimiento de las mujeres, jóvenes o niñas fotografiadas o filmadas. También ayudamos a combatir la violencia sexual cuando les creemos a las víctimas de este tipo de violencia o cuando nos atrevemos a llamarle la atención a las amistades que minimizan el daño que genera o que culpan a las víctimas. Si nos vamos a las causas del problema, tenemos mucho más poder de lo que creemos. Podemos y debemos hacer mucho más.

Esther Hernández-Medina

Doctora en sociología

Es una académica, experta en políticas públicas, activista y artista feminista apasionada por buscar alternativas para garantizar el ejercicio de los derechos de las mujeres y de los grupos marginados de todo tipo en la construcción de políticas públicas y sociedades más inclusivas. Es Doctora en Sociología de la Universidad de Brown, egresada de la Maestría en Políticas Públicas de la Universidad de Harvard y egresada de la Licenciatura en Economía (Summa Cum Laude) y de la Maestría en Género y Desarrollo del INTEC universidad donde también fue seleccionada como parte del Programa de Estudiantes Sobresalientes (PIES). Su interés en poner las instituciones y políticas públicas al servicio de la ciudadanía, la llevó a colaborar en procesos innovadores como el Diálogo Nacional, la II Consulta del Poder Judicial y el Programa de Igualdad de Oportunidades para las Mujeres (PIOM) en la década de los ’90 y principios de la siguiente década. Años después la llevaría a los Estados Unidos a estudiar la participación ciudadana en políticas urbanas en la República Dominicana, México y Brasil y a continuar investigando la participación de las mujeres y otros grupos excluidos en la economía y la política dominicana y latinoamericana.

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