Si no cuestionamos el poder y el privilegio, si no afrontamos estas visiones estereotipadas de la masculinidad, no vamos a ser capaces de ayudar a los hombres a que realmente cambien… Es un problema de cómo criamos a los niños para ser hombres. Michael Kaufman

Mucha gente cree el mito de que las feministas odiamos a los hombres. No es así. Como en todos los movimientos sociales, en los feminismos (porque hay muchos y muy diferentes tipos) hay personas que pueden presentar sus ideas con más o menos agresividad. Pero esa imagen distorsionada de la supuesta “feminazi” se exagera a propósito para vender como ataques a los hombres cualquier postura de defensa de los derechos de las mujeres. No es casualidad que el concepto pone al mismo nivel a las feministas con los asesinos de millones de personas en las cámaras de gas de los campos de concentración.

Y como la gran mayoría de la gente nos criamos pensando que para que unos grupos ganen otros deben perder, aplicamos esa misma lógica a las relaciones entre hombres y mujeres. Repito, no es así. Por eso ahora que estamos iniciando un nuevo año, quiero volver a un tema del que hablé hace mucho tiempo en mi columna de Clave Digital: los varones dulces. Es decir, los hombres que han decidido ir contra la corriente de lo que les hemos enseñado como sociedad para ser mejores padres, mejores parejas, mejores hermanos, mejores amigos… en fin, mejores seres humanos.

He visto los hombres dulces en el funeral del padre de una amiga querida hace unos días cuando su hijo mayor pidió la palabra para hablar de su abuelo y las lágrimas no lo dejaron continuar. En ese mismo funeral, un amigo en común me recibió con un abrazo y los ojos rojos de la emoción al verme llegar a apoyar a nuestra amiga. Los veo también en mi ahijado que va a cumplir 28 años y carga y cuida los bebés, los niños y niñas pequeñas y los animales desde que tenía 6 o 7 años mejor que la mayoría de las personas adultas que conozco (su madrina incluida). Y los veo con cada vez más frecuencia en los papás que cargan y cuidan a sus bebés caminando en las calles y barrios de nuestra ciudad.

La mayoría de mis amigos del colegio son ahora varones dulces a quienes sorprendo mirando con ternura a sus hijas e hijos especialmente cuando creen que nadie les ve. Uno de ellos, un exitoso empresario, es el que ha ido a todas las citas médicas y todas las reuniones del colegio de sus cinco hijos e hijas sin preocuparse de que (lamentablemente) era el único hombre presente en el aula o en la sala de espera. Otro es el que prepara a los suyos para el colegio, les cocina, les lleva y les va a buscar mientras su esposa es la que trabaja fuera de la casa como proveedora principal. También vi esa dulzura en otro amigo cuando cargando a su niño me preguntó casi susurrando “¿Esther, se durmió?” para asegurarse de no despertarlo.

No tengo que ir más lejos. Mi propio papá que acaba de cumplir 75 años es un hombre dulce que se desvive no solo por mi hermano y por mí (nótese que somos un par de tajalanes de 4 y 5 décadas de vida) sino también por nuestras amistades. Es el que siempre está poniendo conversación, el que le pregunta a todo el mundo que si quieren “otra cervecita” y el que me sorprende preguntándole a uno de mis amigos músicos que en qué producción está trabajando ahora o le dice a una de mis amigas académicas que usó uno de sus libros en su tesis doctoral (sí, leyeron bien, porque les informo que el hombre defendió su tesis doctoral días antes de su cumpleaños 75).

Todos estos varones dulces practican sin saberlo la masculinidad positiva que tantas feministas hemos defendido y propuesto por décadas pero que por alguna razón los medios no consideran como un tema suficientemente importante. También sin saberlo, están de acuerdo con los varones que han reflexionado sobre cómo construir esta manera positiva y abierta de ser hombres sin recurrir a la violencia ni al control de las mujeres. Por ejemplo, el canadiense Michael Kaufman, el primero que conocí hablando sobre estos temas, es famoso por su libro Hombres: placer, poder y cambio que CIPAF (la primera ONG feminista dominicana) publicó en nuestro país en el 1989. CIPAF no solo trajo a Kaufman a República Dominicana sino que ha continuado promoviendo la masculinidad positiva y la paternidad igualitaria desde entonces.

¿Y por qué es importante que ayudemos a construir esta masculinidad positiva? Porque solo así podremos eliminar problemas gravísimos como los más de 200 feminicidios que tenemos cada año en República Dominicana y los miles y miles que tenemos en la región. Solo así llegaremos a que los hombres se sientan orgullosos en vez de amenazados por los logros y la independencia que tengan las mujeres (parejas, madres, hermanas, hijas, amigas) en sus vidas y en el país. Y únicamente así podremos construir sociedades donde el conflicto no sea sinónimo de violencia en contra no solo de las mujeres sino también de la comunidad LGTBQ+ y de otras personas con menos poder incluyendo otros hombres a quienes llegan a matar hasta por un parqueo o porque les rayaron el carro.

Como dice Don McPherson, el ex jugador de fútbol de EEUU que se ha dedicado a trabajar con los hombres para prevenir la violencia contra las mujeres, ver este tipo de violencia como un “tema de mujeres” no solo ignora la responsabilidad que tienen los hombres en eliminarla sino que además nos hace creer que esa violencia no se puede cambiar porque es sinónimo de lo que es ser hombre y no lo es. La pensadora feminista bell hooks planteaba en su libro Todo sobre el amor que los hombres necesitan aprender de las mujeres sobre cómo amar y manejar nuestras emociones, una posibilidad a la que consciente o inconscientemente se empiezan a abrir los hombres dulces. (Ahora estoy empezando su libro El deseo de cambiar: Hombres, masculinidad y amor donde habla mucho más sobre el tema).

Y los hombres dulces pueden ser grandotes o flaquitos, heterosexuales o gay, conservadores o progresistas, blancos o negros, pueden gritar altísimo o hablar bajito. Incluso pueden ser, a diferencia de lo que pasa en la nuestra, el modelo predominante en otras culturas como descubrió una de mis estudiantes este semestre. En su trabajo final, comparó el modelo de masculinidad occidental basado en la conquista y el control de la tierra y de otras personas personificado en el vaquero del Oeste de EEUU con uno de los modelos de masculinidad indígena del Norte de California: la tribu Karuk. Los hombres Karuk son tradicionalmente pescadores y su forma de moverse en el mundo se basa en una noción de cuidado de las otras personas y de su comunidad. De hecho, ahora que su pesca y su comunidad están en peligro han aumentado sus esfuerzos como defensores del medio ambiente.

Aún si no somos de culturas donde la masculinidad positiva ya es la norma, todo el mundo podemos y debemos ser parte de construirla. Uno de los ejemplos que más me alegra es el de mis estudiantes varones en California que ya practican este tipo de masculinidad sin ser padres que es como muchos hombres de mi generación empiezan a serlo. Esos chicos, con tan solo 18, 19 o 20 años toman clases sobre feminismo, sobre la comunidad LGTBQ+ y sobre equidad de género porque, como me dijo uno de ellos, quieren aprender a ser “buenos aliados” construyendo sociedades inclusivas para todas las personas. Y mis colegas feministas en INTEC me dicen que ven un fenómeno similar entre sus estudiantes.

También hay empresas, artistas y otros grupos y personas que se han tomado en serio el tema como la marca Gillette con su famoso y hermoso comercial, la campaña del Lazo Blanco co-fundada por Michael Kaufman y documentales como The Mask You Live In (La máscara en la que vives) de la realizadora Jennifer Siebel Newsom y el Representation Project. En RD ha habido diferentes iniciativas desde los años ’80 pero el esfuerzo más importante y consistente ha sido el del Centro de Intervención Conductual para Hombres. La crisis de violencia que sacude a nuestro país (que incluye los feminicidios pero va mucho más allá) nos dice que necesitamos centros como éste en todo el país. Pero más aún, necesitamos prevenir la violencia cambiando la forma en que como sociedad criamos y educamos a los varones y necesitamos muchos más hombres que asuman su rol en generar estos cambios. Yo soy una de las feministas dispuestas a apoyarles y hay muchas más.

Y usted, ¿es un hombre dulce o conoce hombres dulces en su vida? Si los conoce, apóyelos y deles un abrazo y si ya es uno de ellos siga buscando en qué más lo puede ser (con su pareja, con sus amistades, con sus colegas), presuma de serlo con sus amigos y anímese a hablar con ellos de estos temas. Puede que al principio traten de relajarlo disque por “mamita” pero cuando descubran también lo chulo que es ser un varón dulce ellos, sus familias y el país se lo vamos a agradecer.