En los últimos días se muestra gran consternación en la opinión pública por varios casos de violaciones sexuales de niñas, adolescentes y jóvenes, realizados por grupos de hombres y adolescentes que endrogan a las víctimas y las someten a violaciones grupales filmadas y colocadas en las redes sociales.
La reacción de la población que observa estos vídeos es diversa y preocupante. En muchos casos se legitima la violencia sexual cuestionando la presencia de la víctima despojando a los agresores sexuales de su responsabilidad social y criminal, y no se mide las graves consecuencias psicológicas, sociales y de desarrollo integral de quienes la sufren. Además del impacto que pueda tener en la promoción de estas prácticas sometiendo a riesgos de abuso sexual a una población infantil y adolescente que no cuenta con herramientas para evitarlo y enfrentarlo.
La violencia sexual es invisible y legitimada. Solo aparece en casos de escándalos públicos o crímenes acompañados de abuso. Escasamente se denuncia y sus registros están marcados por sesgos y vacíos de información por su normalización histórica y social.
En el estudio de masculinidades y violencia de género (Vargas/Profamilia 2019) se muestra la permisividad y ausencia de responsabilidad frente al abuso sexual en los hombres. Algunos reconocen que han sido agresores sexuales o que han tenido deseos de violar niñas, mujeres o adolescentes porque “los provocan” o porque están “solas”. En ningún momento los hombres sancionan socialmente la agresión sexual ni demuestran la necesidad del autocontrol y respeto hacia la población femenina independientemente de su edad, condición o vestimenta.
La permanencia del abuso sexual en nuestra sociedad está vinculada a la culpabilización de la mujer, niña, adolescente que es víctima o a la madre de la víctima. Gran parte de las víctimas de abuso sexual lo han vivido al interior de la familia o cerca siendo sus agresores padres, hermanos, tíos, abuelos, padrastros, vecinos y compadres. En otros casos aparecen figuras religiosas próximas a la familia, sacerdotes, diáconos y pastores religiosos que han cometido el abuso o figuras de poder como dirigentes políticos, legisladores, síndicos. Los agresores sexuales no son culpabilizados socialmente. Esos casos pasan por el velo de la invisibilidad y permisividad y las victimas continúan sufriendo las secuelas de esas historias de abuso e incesto en sus vidas con trastornos depresivos, intentos de suicidio y baja autoestima.
La información sobre el caso de la niña abusada y asesinada en las redes sociales y la opinión pública está afectada por los elementos señalados. El imaginario machista en el que los hombres se socializan donde la mujer se convierte en objeto sexual y el hombre tiene permiso de acosar, tocar y agredirla si ella lo provoca o está “sola” le da sostén a la impunidad histórica y continua del abuso sexual y su normalización.
La prevención de las violaciones sexuales contra niñas, adolescentes, jóvenes y mujeres en el país es urgente y debe iniciar con la revisión del imaginario de la confianza. La mayoría de los casos de violaciones sexuales se generan desde relaciones de confianza, son personas conocidas o personas que median entre las víctimas y agresores, familiares, amistades, parejas o exparejas.
Se requieren campañas mediáticas por las redes sociales con mensajes de prevención del abuso sexual desde las relaciones de confianza y primarias y de figuras de autoridad. Las familias cuidan mucho a sus hijas del “extraño” pero no la cuidan de los hombres de la familia, de aquellos con quienes existe una relación de amistad o de autoridad (religiosa, política, entre otras). Las niñas y adolescentes no cuentan con herramientas de empoderamiento sobre sus derechos sexuales y reproductivos ni orientación sobre los riesgos de la ingestión de bebidas con sustancia psicoactivas. Son requerimientos necesarios para defenderse de las estrategias que utilizan los agresores para someterlas a su voluntad y convertirlas en su objeto sexual.
Erradicar los abusos sexuales es una tarea de toda la sociedad, tenemos que generar cambios en la población masculina y sus conductas agresoras y de visión de la población femenina como objeto sexual. Ningún hombre o adolescente tiene permiso para agredir sexualmente a niñas, adolescentes o mujeres independientemente de que esté sola o acompañada, vestida o desnuda. Enseñar el respeto al cuerpo de las mujeres, niñas y adolescentes debe ser el objetivo de toda campaña educativa en términos mediáticos y en todos los espacios.
Este articulo fue publicado originalmente en el periódico HOY
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