La radio, la televisión y las redes sociales son escenario cotidiano de una epidemia de rumores, chismes, agitación política y patriotera con base en la mentira para los emisores o autores lograr el único objetivo de envenenar las mentes de las audiencias y venderlas como paquete a los amos.

No hay perversidad peor contra una sociedad indefensa a la cual han relegado ex profeso a la pasividad extrema privándola del aprendizaje de técnicas para el análisis crítico de mensajes.

Si radioyentes, televidentes y lecto-autores estuvieran capacitados para leer discursos entrelíneas, con el menor esfuerzo descifrarían la urdimbre de travesuras manipuladoras planificadas en el ámbito de las gramáticas de producción.

Pero esperar porque tales emisores les provean esas herramientas es como sentarse a esperar que “llueva de abajo para arriba”, porque sería “matarse como Cacumbele”. https://www.cuballama.com/blog/se-mato-como-chacumbelequien-fue-chacumbele.

Para el perceptor común, los discursos bullosos, sensacionalistas y amarillistas que caracterizan el espectáculo mediático de mal gusto, sirven de muro inaccesible a esas técnicas. Sus verdugos lo saben, y lo fortalecen.

Y ahí está la primera gran mentira: la falsa preocupación social pregonada de los habladuro en medios electrónicos. Tal preocupación es una máscara propia de la estrategia de manipulación para que los públicos actúen en la dirección deseada por emisores autoritarios.

El quid del asunto, único, es el aprovechamiento de plataformas convencionales y nuevas por parte de narcisistas para la extravagancia discursiva con miras a acumular likes, views, comentarios y llamadas con fines de búsqueda de prestigio social, aumentar la publicidad y monetizar. Un negocio burdo porque adolece del compromiso sagrado de servicio público de la información veraz y oportuna.

Eso no es, por tanto, periodismo, aunque lo discurseen como tal. Mejor llámenle publicidad encubierta, propaganda, promoción, márquetin.

El periodismo, en tanto arte (la palabra, primera expresión del arte), profesión (ejercicio) y campo científico, tiene hoy más pertinencia que ayer porque urge rescatar la verdad de las olas gigantes de desinformación que abruman a la sociedad.

Periodista no es cualquiera. Todo el que opina en radio y televisión no necesariamente es periodista; tampoco le cabe el eufemismo comunicador.

Comunicador/comunicadora es la nueva careta de la intrusión en una carrera ajena, cuando –desde otra profesión o desde la nada– sujetos descubren que los medios son buen lugar para los amarres político-empresariales, la extorsión y el chantaje, si se presentan como allantosos, objetivos y veraces.

El periodista es aquella persona que se forma en la academia y ejerce sostenidamente, o -en el pasado- quien se hizo empíricamente en el tráfago de las redacciones de periódicos impresos, noticiarios de radio y de televisión. Aquel que en cualquiera de las plataformas, incluidas las de la Internet, trabaja los hechos noticiosos conforme los parámetros de la disciplina social y con estricto apego a la ética.

Y un periodista ético, o un allegado que se ufane de serlo, jamás apuesta a difundir un chisme o rumor solo para concitar aplausos.

Elemental, del abecé del periodismo profesional, es que los rumores y los chismes no son publicables como noticia, a menos que sean de interés colectivo, investigados y verificados previamente en diferentes fuentes.

Pero en RD eso es un deporte. El afán de protagonismo y “alantismo” en boga obvian olímpicamente esos preceptos académicos. A los especímenes que pululan en los medios les excita la mentira. No sorprende entonces que, sin rubor, la antepongan a la verdad.

Es paradigmática, ejemplo de lo nunca debería ser, la leyenda urbana estructurada y mediatizada sobre el rapto, violación, asesinato y desaparición de la niña Carla Massiel Cabrera, 10 años, en 2015, realizada por dos jóvenes.

Los daños sociales y familiares por esa mentira sobre tráfico de órganos han sido fatales para familias, pacientes renales en espera de trasplantes y la sociedad que fue llevada un estado paranoico.

Pero como no hubo sanción ni siquiera verbal, hemos vuelvo a lo mismo, comenzando marzo, con la turista indoestadounidense Sudiksha Konanki, de 21 años, extraviada en un hotel Riu de Punta Cana; y ahora el niño Roldanis Calderón, 3 años, paradero desconocido hace una semana en Manabao de Jarabacoa, provincia cibaeña La Vega.

Desconociendo el alto impacto de medios como la radio y la TV en las emociones de la gente, abruman las especulaciones. Sin importar un bledo el estado mental colectivo, con gestos amanerados y voz en cuello cantaletean tráfico de órganos, rituales haitianos (vudú), rapto motivado por relaciones amatorias, venta.

Resultado de ese vendaval de bocanadas pestilentes en el espectro, crece en la población un estado de paranoia sobre “bandas que andan robando niños” y “peligro sobre invasión haitiana”.

Igual pasa con los arrebatos utranacionalistas sin conocer la realidad real de la frontera dominico-haitiana. Sin pensar siquiera en las consecuencias de esas acciones emotivas para los pueblos de las cinco provincias que sirven de guardianes permanentes de soberanía nacional.

Algo hay que hacer para detener el relajo. Dueños de medios y autoridades deben cumplir con su rol. Los empresarios, porque su objetivo no debería ser conseguir dinero a cualquier costo sin cumplir en nada con la sociedad. El Gobierno, porque las frecuencias son propiedad del Estado y no debería permitir que sean usadas para la mentira y la perversión. Academias y Colegio de Periodistas, adoptar acciones para, al menos, aminorar las aberraciones. Reconocer a los autores representa un acto de complicidad.

En cuanto a los comentaristas, que no hacen periodismo, sino que formatean mentes con sus subjetividades, empezar por ser transparentes frente a sus públicos, presentándose abiertamente por la función que, encubiertos, desempeñan: opinantes bien remunerados al servicio de políticos, funcionarios, partidos, Gobierno y hasta de narcos.

El desafío de hoy es de gran calado, y no es tecnológico; no es en torno a las plataformas que han servido para facilitar el trabajo intelectual en cada etapa del desarrollo de los medios de difusión (impresos, radio, televisión, Internet)…

El reto es ético. De recuperación de la información periodística veraz como servicio público arrebatada por asaltantes de los medios.

Tony Pérez

Periodista

Periodista y locutor, catedrático de comunicación. Fue director y locutor de Radio Mil Informando y de Noticiario Popular.

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