En 1984 la situación política en nuestro país era caótica, incierta y peligrosa. Lo que ocurrió en el mes de abril de ese mismo año fue una revuelta que estremeció los cimientos de la República. Después de ver y sufrir lo ocurrido, mi familia y yo tomamos la difícil decisión de emigrar hacia los Estados Unidos.

A nuestra llegada, mi esposa, mis tres hijos y yo nos instalamos en un apartamento de Marble Hill en el Bronx, una zona rodeada de parques y ríos, que nos permitió llevar una vida tranquila y rica en vivencias, sobre todo en una etapa muy importante para ellos. Los espacios donde compartir experiencias padres e hijos en esta ciudad y en nuestro país eran en aquellos días prácticamente inexistentes.

1000218537

Yo había inscrito en aquel tiempo a mi hijo mayor, Sacha, en Liga Centro y en el Club San Lázaro, aunque me resultaba bastante complicado coordinar el transporte y el hecho de involucrarme al mismo tiempo y de forma directa en sus actividades, a pesar de ocupar el cargo de psicólogo deportivo de ambas instituciones. Por suerte había desarrollado con Sacha un método de enseñanza que le permitía no solo ser independiente, sino que le ofrecía estrategias seguras a la hora de enfrentar riesgos cuando por ejemplo asistía al colegio. Como ya expliqué antes, no siempre era fácil para mí acudir a llevarlo o recogerlo. Con nueve años, sin embargo, él sabía tomar el autobús y trasladarse desde el centro escolar de La Salle a Herrera de forma completamente autónoma. Anteriormente había utilizado idéntico método de aprendizaje con David, el más pequeño de mis hermanos, inspirado por las enseñanzas que yo mismo había aprendido de mis lecturas del guerrillero Che Guevara.

Cuando niños muy pequeños, como lo eran mis hijos al llegar a EEUU, son separados de sus amigos en la infancia, bien sea por mudanza de sus padres o bien por inmigración, los pequeños deben enfrentar una situación problemática que casi siempre, al menos al principio, resulta traumática. Para los adultos es siempre difícil, pero para los niños, mucho más vulnerables, supone abandonar toda referencia de un mundo conocido por uno nuevo que llega a generar enormes dudas y temores. Fue entonces cuando pactamos con ellos un convenio y les dijimos que podríamos volver a República Dominicana una vez que aprendieran a hablar inglés. Llegamos al Bronx en el mes de mayo y para diciembre de aquel mismo año, los tres se comunicaban con soltura en ese idioma, así que llegado el verano cumplimos el acuerdo y regresamos. Lo hicimos del mismo modo durante varios años, hasta el momento en que ellos mismos decidieron que era mucho mejor pasar sus vacaciones escolares en los Estados Unidos.

1000218569

¿Qué fue lo que hicimos para poder llevar una vida lo más comunicados posible en nuestro nuevo entorno? Pues en primer lugar decidimos compartir muchos de nuestros momentos libres mirando baloncesto o juego de béisbol. Más tarde cuando Gerson, otro de mis hijos, consiguió por sí mismo una membresía de la biblioteca pública, nos abrió la oportunidad de que los demás nos hiciéramos miembros de la misma.

A partir de este hecho y de manera ritual, cada sábado tomábamos libros prestados para luego dirigirnos al parque de Inwood. Antes de partir caminando hacia el lugar, bien pertrechados de varias bolsas de comida rápida y siempre armados de unos binoculares, realizábamos un conteo de los pájaros que podíamos observar. Lo curioso fue que ellos habían aprendido por su cuenta el nombre de las aves en latín, como pude notar cuando fuimos al Museo de Historia Natural y visitamos la sección de aves americanas. En cuando las veían, reconocían la especie y las nombraban con su nombre latino. He de reconocer que me causaron orgullo y asombro no solo a mí sino a muchas de las personas que nos rodeaban.

1000218533

La infancia es esa etapa en la que se vuelve absolutamente necesario, y beneficioso para todo ser humano, el hecho de compartir experiencias entre los padres y sus hijos. La situación social del pueblo norteamericano era en aquellos años, y lo sigue siendo ahora, una realidad distinta a la que nosotros conocíamos antes de llegar. Muy, pocos hogares estaban compuestos por el matrimonio y su descendencia. Pocos niños eran atendidos por un padre y una madre. La mayoría de la población estaba representada por familias monoparentales en las que, por lo general, las madres criaban solas a sus hijos. Mi familia, por el contrario, permaneció siempre unida y nuestros hijos nos tuvieron siempre cerca. Yo pasaba un tiempo muy importante con los chicos mientras otros padres tomaban cerveza dedicados siempre, en sus periodos de ocio, a actividades recreativas que consideraban propias y al margen de los suyos.

La llegada de mi buen amigo Simón Guerrero Surinach, que se instaló por un tiempo en el país para realizar una maestría en psicología en la Universidad de Columbia, fue una experiencia muy enriquecedora para todos nosotros. Él nos visitaba con bastante frecuencia y hasta recibió alguna que otra clase magistral, en asuntos culinarios, por parte de Margot, mi esposa. Simón llegó a desarrollar una entrañable relación de tío consentidor, sobre todo hacia mi hijo menor, Hiram, hecho que logró con el tiempo, no tengo ninguna duda, hacer de él mejor persona. La infancia es una excelente oportunidad que no debemos permitirnos desperdiciar nunca. La infancia es precisamente el punto de partida que forja nuestro carácter, esa etapa vital que nos permite crear una base firme para abordar los innumerables cambios de una adolescencia que inevitablemente llegará para asentar a su vez la juventud y posteriormente la edad adulta. La infancia es la huella que nos acompaña siempre y la sonrisa agradecida hacia unos padres que supieron cumplir su rol.

Salvador Pérez Nuñez

Psicólogo clínico

Psicólogo clínico. Me gusta la honestidad y escribir, ocasionalmente, poesía y análisis políticos.

Ver más