Cualquier esfuerzo de reflexión desde este lado de la isla sobre la grave crisis socioeconómica, cultural y política que sufre Haití y su impacto en la seguridad nacional resultaría cosmético o cumplido de coyuntura tipo espectáculo, si no pasa por pensar y atender primero la realidad de las cinco provincias de la frontera (Pedernales, Independencia, Elías Piña, Dajabón y Montecristi).
En la capital se sigue, sin embargo, patinando en el lodo con ese urticante tema y con otros de igual o mayor calado en la vida de las personas que viven en aquel trozo estratégico de territorio dominicano.
Según esa perspectiva, sobra la participación de los fronterizos en el tratamiento de todas las situaciones que les son inherentes, como si fuera mejor mantenerlos en las gradas mirando los juegos que ellos deberían pichar.
Discursean desde el absurdo, con mucho ruido y escasa lógica, en torno al caos en el país vecino y el “peligro para la patria”, sin imaginar siquiera el valor y el estado actual de las comunidades que sirven de primer escudo protector de la soberanía nacional. Allí no cabe más exclusión social y, en vista de la vulnerabilidad construida, las mafias se han infiltrado y ganan terreno.
Inaceptable tal enfoque autoritario y negrero diseñado por el poder y repetido acríticamente por opinantes que viven muy lejos de la carenciada frontera, en el boato, disfrutando exclusivos hoteles, bares y otros sitios locales y globales para los placeres caros.
Esos pueblos están en primera línea, a merced de cualquier cosa, desde una positiva interacción cultural, hasta ser blanco inmediato de cualquier reacción virulenta de haitianos deshumanizados de raíz e integrados en pandillas asesinas.
EL CORAZÓN DE LA AUYAMA
Es otro mundo el de la línea fronteriza de 391 kilómetros frente al país más pobre del hemisferio presa de la violencia, que ocupa el occidente de La Española, segunda isla más grande del Caribe, después de Cuba.
Pese a su importancia geoestratégica, el desamparo, el desprecio, la deuda social acumulada, la hostilidad y los abusos de poder allí son la norma.
Un ejemplo es el atropello contra ancestrales productores de la comunidad agrícola y minera Las Mercedes por parte del Servicio Nacional de Protección Ambiental (Senpa), de Medio Ambiente. Y otro, la ausencia de modernización de los municipios y de calidad de vida de la gente, pese a las riquezas naturales que tanta hambre de explotación han generado por siempre, desde la Alcoa Exploration Company, en 1959, con sus embarques de bauxita y caliza.
La borrachera con tierras raras, la bauxita y turismo provoca vendavales así contra derechos fundamentales de personas empobrecidas.
Por menos de lo que sucede en los pueblos de la frontera se cae en un estado caótico similar al que sufre Haití, que ahora urge una cirugía mayor de altísimo riesgo para ver si logran salvarlo y reencaminarlo.
Los fronterizos de RD, resilientes y pacíficos como pocos, son dignos de un monumento al estoicismo; sin embargo, parece que no están en la mente de los decisores de políticas públicas.
La reunión realizada el miércoles 14 de mayo de 2025 en el Ministerio de Defensa entre el presidente Luis Abinader, los expresidentes Leonel Fernández, Hipólito Mejía y Danilo Medina, con participación de funcionarios de la seguridad estatal, para tratar la grave crisis haitiana y su repercusión en el país, concluyó con un acuerdo de al menos 12 puntos.
El primero de los temas acordados en la muy aplaudida sesión debió ser el reconocimiento de la importancia de las provincias fronterizas y, con diagnóstico a mano, plantearse el envío de todo el Gobierno para comenzar a amortizar la gigante deuda social oficial y comenzar a rescatar la esperanza, el sentimiento de pertenencia y la identidad en extinción. Porque ellas representan la primera barrera de seguridad nacional.
No obstante, parece que faltaron espacio y tiempo para colocarlo en la agenda, o no lo reflejaron los medios revisados, incluido el portal de la Presidencia. Por lo pronto, en primer plano del debate público no ha estado, y eso aumenta la preocupación. https://presidencia.gob.do/noticias/historico-encuentro-de-expresidentes-dominicanos-marca-inicio-de-una-politica-de-estado.
EMERGENCIA DE OTRO PARADIGMA
Las provincias fronterizas no existen en el imaginario de muchos en las grandes ciudades. Ni en las del sur, ni en las del norte…
No existen, a menos que sea para narrativas estrambóticas sobre hechos probables aunque no comunes, como nacimiento de un niño o un animal sin extremidades o con un ojo, un asesinato con exhibición de víctima bañada en sangre, un brujo que envenena a un cliente y le engaña con par de millones de pesos.
A lo más que se llega es a decir que esos territorios nuestros están sitiados de haitianos y que ello representa un gran peligro para la soberanía y la dominicanidad.
Con esa superficialidad invisibilizan la realidad económica, social y política local. Y ocultan las soluciones estructurales necesarias para encaminarse hacia el bienestar colectivo, que muy lejos está.
En el caso del municipio Pedernales, de tan cercano, ya casi se confunde con poblados de Haití; sobre todo, Anse –a- Pitre, comuna del departamento sur. Dadas sus riquezas, debería ser referente de una ciudad moderna, hermosa y su gente viviendo en el desarrollo integral. Pero no se ve en el horizonte.
La falta de ordenamiento territorial y de sentido común lo hizo crecer sin control hacia la línea limítrofe con Haití. El Censo Nacional de Población y Vivienda (2022) llegó a contar 34 mil personas en el territorio total de 2,080 Km cuadrados, el séptimo más grande del país. El empobrecimiento ronda el 60%. Es mayor si se perfila a partir de la escualidez de los servicios básicos.
La frecuencia de haitianos es más alta que la dominicana (8:2) en secciones y parajes del distrito municipal José Francisco Peña Gómez, en Sierra de Baoruco (Aguas Negras, Mencía, La Altagracia, Los Arroyos). También en Las Mercedes, situada entre los atractivos turísticos Cabo Rojo y Aceitillar (área del hoyo de Pelempito). El viejo mercado es un desorden organizado. Innegable.
Pero la gran verdad es que el fenómeno de la “invasión” es efecto, no causa, de la desinversión pública sostenida generadora de desencanto colectivo, combinado con la tragedia haitiana.
La desesperanza ha provocado oleadas inmigratorias de pedernalenses hacia ciudades que entienden como económicamente más promisorias, dejando los espacios que luego han ocupado familias haitianas tras ser “contratadas” para labores agrícolas y otras.
El sistema de planificación nacional es vertical y está fundamentado en la concentración y centralización de la dinámica del Estado en la capital de la república. El reinado de la urbe sobre la muerte de lo rural está prescrito. Todo se resuelve en la capital. Es el diseño.
Las comunidades urbanas y rurales del país son satélites que sobreviven en función de lo que piensen y dispongan los “pensantes” en los grandes centros urbanos.
Las representaciones locales de las instituciones son escuálidas. Reales pantallas para cumplir requisitos de organigramas estatales y dar empleos con salarios de subsistencia a unos cuantos en cada gestión de gobierno, según el partido que gane las elecciones.
La frase lapidaria “me voy pa´ la capital porque allá se hacen los cheques” sintetiza el sentir de jóvenes pueblerinos desesperanzados por la permanente desatención del Gobierno en la provisión de viviendas, agua potable, electricidad, salud, educación, recolección, disposición y tratamiento de desechos sólidos y agua servidas, empleos con salarios dignos, lugares para el entretenimiento y la representación del arte..
El atractivo de inmigrar y emigrar es mayor por el bombardeo desde el poder sobre un modelo de éxito basado en el dinero a cualquier precio para vestir caro, comprar un buen coche y vivir la buena vida, porque “el vitrineo” es lo que vale. Lo único que da prestigio.
Medrar en las hostiles periferias de las metrópolis, entonces, es preferible a la muerte por inanición en los campos ante el desprecio y la demagogia de funcionarios.
Trabajar la tierra en nada es atractivo. En términos económicos, resulta empobrecedor para el agricultor y enriquecedor para intermediarios y mayoristas, sobre todo si son especuladores a rabiar que nadie controla.
No vale la pena sembrar si es para perderlo todo, o venderlo “a precio de vaca muerta”.
El agricultor dominicano busca opciones para sobrevivir, la ruralidad en nada le beneficia. Y una de las salidas es irse a habitar el sobrepoblado mundillo del motoconcho, a la venta ambulante. Muchos aseguran que se ganan sus chelitos y están en lo claro, sin embarres de lodo ni curtido de piel con el sol del campo.
Mismo camino siguen los haitianos en República Dominicana.
De echadías en las parcelas, limpiar solares y venduteros callejeros, han seguido hacia el ámbito de la construcción (ligar cemento, envarillar, pegar blocks, pañetar, maestros constructores), al motoconcho, seguridad de residenciales, compañías de seguro y a los carros de concho.
Es que “una cosa piensa el burro y otra quien lo apareja”. Urge un cambio radical en el modelo de planificación y la voluntad política.
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