Introducción
Se conmemora mañana el 95 aniversario del golpe de Estado de Trujillo contra Horacio Vásquez, acontecimiento que, desde su abrupta consumación y en gran medida hasta los días que corren, ha cabalgado en lo que a su interpretación respecta entre el mito y la leyenda; entre la disección rigurosa de los académicos y el tratamiento edulcorado que los mismos valedores del régimen se encargaron de dar al mismo, hasta tal punto que el renombrado poeta e intelectual Tomás Hernández Franco en su encendida apología de aquellos hechos denominara a su libro sobre el 23 de febrero “ La más bella revolución de América”, título sobre el cual, procurando enmendar la plana al celebrado poeta tamborileño, otro intelectual, no menos sagaz y avispado, expresó que “ ni fue bella ni fue revolución”.
Tras el viraje irreversible del 23 de febrero, las opiniones de los escritores e intelectuales inicialmente se bifurcaron. Por ejemplo, en un interesante artículo publicado menos de tres meses después de aquellos hechos, Pedro L. Vergés Vidal, quien luego devino, como muchos críticos de la hora, en férvido colaborador intelectual del régimen, se preguntaba si “la revolución del 23 de febrero había tenido algún efecto práctico” para contestarse:
“La Revolución iniciada el 23 de Febrero de 1930, o mejor dicho, sus consecuencias, influirán poderosamente en el ánimo de las nuevas generaciones, si la degeneración a la que asiste hoy la Sociedad Dominicana, en el campo viciado de nuestra política, no es atajada o detenida en su carrera desenfrenada…
Con raras excepciones, los políticos dominicanos no son más que profesores de mentiras y de ingratitudes. Y la política, esa política que mereció del Padre de la República una apreciación tan justa como elevada, ¿qué significa ahora? Nada, porque apartando media docena de sus protagonistas principales, el resto no pasa de ser una dolorosa caravana de analfabetos y de insignificantes”.
Y concluía su artículo con un pesaroso como premonitorio diagnóstico de lo que sobrevendría al país por más de tres décadas: “asistimos- ¿quién lo duda?- a uno de los momentos más delicados en la vida del pueblo dominicano y si no se labora con el patriotismo y la cordura que exigen las circunstancias, naufragaremos en un mar tan agitado que será imposible todo lo que luego se haga con el fin de salvarnos”.
El régimen entronizado se encargaría de construir su particular narrativa en torno a los hechos del 23 de febrero, elevando la fecha a la categoría de efeméride fundante signada por ribetes gloriosos lindantes con la epopeya.
Así lo haría en Santiago, diez años después, en clímax de furor celebrativo en la Junta Comunal del Partido Dominicano, el destacado periodista e intelectual Rafael César Tolentino, quien desde las páginas del periódico “La Información” se constituyó en uno de los valedores primigenios del ascenso del “Brigadier” como la nueva estrella fulgurante de la política dominicana : “Celebrar este aniversario, aquí en Santiago, es como revivir el fervor de devociones y recuerdos de aquella hora magnífica en que el pueblo se desbordó en ímpetus sin fronteras hacia la conquista de sus fueros de dignidad”.
Otro de los intelectuales de más relieve durante el trujillismo, el destacado periodista y escritor santiagués Ramón Emilio Jiménez, en las páginas del Listín Diario, cinco años y meses después de los acontecimientos del 23 de febrero, ofreció detalles importantes sobre los pormenores de aquellos días turbulentos.
Lo hace, no obstante, procurando eximir de culpa al decisivo artífice del golpe, cuya actitud ante Horacio califica como “sinceridad de carácter” y “el acento firme del militar disciplinado” y no como lo que verdaderamente fue: una obra maestra de consumado cinismo y abyecta teatralidad, fingiendo una devoción y lealtad de fiera en acecho, la cual no tuvo reparo en quebrantar cuando estuvieron maduras las circunstancias para dar el zarpazo a su ya valetudinario y declinante protector.
En la interpretación retrospectiva de Ramón Emilio Jiménez el cambio insospechado del estado de cosas fue obra fundamental de las rivalidades y ambiciones faccionales a lo interno del horacismo y al desconcierto del sistema de partidos políticos con sus desbordamientos personalistas y su estrecha mirada, la cual, por ceguera o conveniencia, les impidió ver la magnitud de la mutación inédita que veladamente se operaba y que a todos, como furia huracanada, se los llevó a su paso.
De hecho, en un artículo publicado en 1929, ya Jimenez, en premonitorio anticipo desde su tribuna periodística santiaguera- artículo que siempre invocó ante Trujillo como expresión de visionaria principalía en la gestación de su ascenso político- advirtió que ante las luchas intestinas de Martín de Moya y Alfonseca como figuras estelares del horacismo, podía surgir “un hombre” de los cuarteles en clara referencia a quien ya había alcanzado el cenit en su ascenso militar.
Se publican, a continuación, las principales consideraciones de Ramón Emilio Jimenez en torno al 23 de febrero. Las mismas deben ser leídas entre líneas, con agudeza y sentido crítico, pero no dejan en muchos aspectos de ser aleccionadoras, porque en 1930, en un contexto mundial de inéditos desafíos, se eclipsó la esperanza en el liderazgo tradicional y pareció extraviarse la brújula. Y es en esos “claroscuros de la historia”, como afirmaba Gramsci, en los que se oculta la peligrosa posibilidad, siempre latente, de que “surjan los monstruos”.
“El 24 de febrero del 1930 el Presidente Vásquez salió de la Mansión Presidencial, reconcentró en la Fortaleza las tropas que lo custodiaban, y se asiló en la Legación Americana. Inmediatamente el Ministro Americano de entonces llamó por teléfono al Gral. Trujillo, a la sazón Jefe del Ejército para preguntarle si él garantizaba al Presidente Vásquez y si éste podría ir a la Fortaleza, a lo que el Gral. Trujillo, con la sinceridad de su carácter, hubo de responder que el Presidente Vásquez podía ir a la Fortaleza y contar con su subordinación. Era el acento firme del militar disciplinado.
Entonces el Presidente Vásquez se encaminó a la Fortaleza, en donde dictó órdenes cuyo cumplimiento fue observado estrictamente, siendo una de ellas el despacho de un contingente de tropa con el encargo de oponer resistencia a las fuerzas revolucionarias procedentes del Cibao, que avanzaban sobre La Capital.
Cumplidas que fueron por el Gral. Trujillo, como Jefe del Ejército, todas las órdenes del Presidente Vásquez, quiso este recabar su opinión acerca de la grave situación política creada y generalizada en todo el país desde el año anterior, y le pidió se la diese con franqueza.
“Don Horacio- dijo el Gral. Trujillo- a fuerza de desaciertos y de disgregación del Partido por sus miembros dirigentes, se ha creado tal situación política que considero al Gobierno inevitablemente caído”.
Presenciaron esta conversación el Secretario de Hacienda, Sr. Martín de Moya, el Presidente del Senado, Lic. Gustavo A. Díaz, y el Presidente de la Cámara de Diputados, Sr. Ernesto Bonnetti Burgos. Se miraron los unos a los otros, y el Presidente Vásquez pidió al Senador Díaz su opinión acerca de la que acababa de darle el Gral. Trujillo, contestando el legislador con ironía: “Si el Jefe del Ejército lo dice, así será”.
Entonces el honrado militar le hizo preparar al Presidente habitación fresca y cama confortable en el recinto de la Fuerza, donde permaneció garantizado, respetado y atendido con solicitud hasta en los más mínimos detalles, como correspondía a su elevada investidura.
Allí ordenó el viejo Presidente, desorientado en sus ideas y vacilante en sus acuerdos, que las tropas que habían salido con destino al Cibao se detuvieran en los Alcarrizos para evitar encuentros con la fuerzas enemigas.
Dejado solo en su habitación para que descansara, durmiose confiado, mientras el Gral. Trujillo se retiró a otra habitación, a donde se dirigieron el Secretario Moya y el Senador Díaz para decirle que el Vicepresidente Alfonseca proponíase renunciar y que Don Horacio haría lo mismo, no sin antes conocer si el Gral. Trujillo simpatizaría con el nombramiento de Ángel Morales como Secretario de Estado de Lo Interior.
La respuesta del Gral. Trujillo fue clara y decisiva: “El Ejército dará su subordinación a todo aquel que sea nombrado legalmente”.
Mientras esto sucedía en La Fortaleza, algo extraordinario ocurría en la Mansión Presidencial: todos los Secretarios de Estado, a excepción de Moya, hacían combinaciones políticas fuera del control del Presidente Vásquez, y cuando éste, procedente de La Fortaleza, retornó a La Mansión llevando firmado el Decreto por el cual nombraba Secretario de Lo Interior a Ángel Morales, (dígase su sucesor en La Presidencia), uno de los líderes de aquel gobierno le preguntó al Presidente por qué substituía a Ángel Morales en el Ministerio de Washington, y si no existía la misma razón para nombrarlo su substituto en la Presidencia de la República.
Entonces ocurrió algo más extraordinario aún: como ya otros líderes del Gobierno tenían distintas combinaciones, influyeron en el ánimo poco firme del Presidente Vásquez para que llamase a Estrella Ureña y le ofreciera la Presidencia de la República o la Secretaría de Lo Interior con la cual le sucedería en el ejercicio de la Primera Magistratura del Estado; pero esto únicamente a cambio de conservar la misma estructura política del Gobierno de Vásquez.
El viejo Jefe, para quien Estrella había sido siempre algo así como el muchacho consentido de la familia revoltosa, se allanó a la proposición y ya no se habló del Decreto ni del candidato Ángel Morales como sucesor de la banda presidencial.
En tanto, llegó Estrella Ureña del Cibao y se iniciaron las conferencias, la primera de las cuales tuvo efecto en la Legación Americana entre el Presidente Vásquez y el citado caudillo de la revolución, quien, por su parte, aceptó, como era de esperarse, todas las proposiciones del Presidente.
Más de tres días duraron estas negociaciones, celebrándose las demás en La Mansión Presidencial, adonde concurría Estrella Ureña.
Un nuevo hecho perfilóse en el escenario de aquella hora crítica: todas las tendencias del Gobierno de Vásquez se dirigieron entonces, como saetas, contra el Gral. Trujillo y el Doctor Alfonseca, a tal extremo que en el Memorándum Vásquez- Estrella Ureña para la concertación del arreglo, figuraba en una de las cláusulas que ni el Gral. Trujillo ni el Doctor Alfonseca, podían ser candidatos a la Presidencia de la República.
Y he aquí lo más culminante de los sucesos de la tristemente célebre época a que nos referimos: sobreviene un golpe de Estado que da el propio Presidente Vásquez con un decreto en virtud del cual nombra al propio Jefe de la Revolución, Gral. Rafael Estrella Ureña, Secretario de Estado de lo Interior y Policía para que lo sustituya en la Presidencia de la República Dominicana ¡Peregrino suceso: le dio el poder a la revolución.
Bien discurrió el Gral. Trujillo al afirmar, interrogado por el Presidente Vásquez, que consideraba aquel régimen en declive fatal, minado por los desaciertos y la desintegración del Partido.
La Revolución del 23 de febrero no fue sino la consecuencia natural de aquel régimen sin unidad de pensamiento y carcomido por las rivalidades de los líderes, que esquivando la seriedad de la política al servicio del gobierno, jugaban a gobierno y la política. Horacio Vásquez fue derribado por los suyos. Alimentando aspiraciones presidenciales entre sus amigos, rivalizándolos, enfrentándolos en la voluptuosidad del poder, el que siempre había revolucionado abajo, acabo revolucionando arriba.
Pero volvamos a la historia. Estrella Ureña, investido con la Secretaría de Lo Interior, se dirigió a La Fuerza a entrevistarse con el Gral. Trujillo, a quien pidió su apoyo en el ejercicio del poder y lo obtuvo ampliamente.
¿Cómo explicar la actitud de Ángel Morales? El Gral. Trujillo y él sostuvieron vínculos de estrecha amistad: más parece que ésta fue, por su parte, interesada en el sentido de lograr para sí la Presidencia de la República, confirmándolo el hecho de que, cuantas veces la sintió escapársele de entre las manos, se le enfrentó al Gral. Trujillo injustamente, cuando lo cierto fue que Don Horacio le tuvo en menos siempre para la dignidad suprema del poder.
Son verdades que nadie osaría negar sin ir contra la lógica de los hechos. Todas las personas citadas en este artículo están vivas y pueden hablar acerca de estas declaraciones, que la necesidad ofrece al juicio sereno de la hora para orientación de unos y experiencia de otros.
Es innegable que tan combatido estuvo siempre Ángel Morales en el seno de los suyos, que en la propuesta de la “Coalición Patriótica de Ciudadanos”, en la que figuraba él como candidato a la Vicepresidencia de la República con Horacio Vásquez para la Presidencia, su Partido dio en descartarlo como indeseable para aquella alta posición.
Tan mal impresionó a Don Horacio la ocurrencia de la Coalición, que Don Elías Brache Hijo, jefe de aquel núcleo político, fue destituido como Secretario de Estado de Justicia e Instrucción Pública que era en aquel gobierno, por el sólo hecho de haber propuesto a Ángel Morales.
Ante la consideración serena de estos hechos, palpitantes de veracidad, resulta menos explicable la actitud de Ángel Morales para con el Generalísimo Presidente Trujillo, de quien nunca recibió daño alguno, ni en sus intereses ni en sus aspiraciones.
La historia de estos hechos irá diafanizándolos a medida que el razonamiento objetivo vaya poniendo en su lugar fenómenos y circunstancias de un pasado político reciente que necesita removerse como el aluvión cuando se quiere descubrir todo lo que han depositado en su seno las inundaciones”.
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