Durante mi primer año de bachillerato uno de mis condiscípulos ostentaba una privilegiada memoria, y se dedicaba a memorizar el diccionario de la lengua española que siempre llevaba consigo. No sé cuántas palabras memorizó, ni si lo hizo de la A la Z o de la Z a la A, pero pocas personas han logrado acumular un léxico tan extenso como él.

Quienes no tenemos la retentiva de aquel compañero desconocemos muchas palabras, pero disfrutamos conociendo nuevas. Algunas vienen a nuestro auxilio justo cuando la necesitamos, permitiendo aclarar y   precisar ideas. Eso me sucedió mientras leía un artículo y descubrí  el vocablo “Doxa”.

Doxa significa opinión o creencia común, y se opone al conocimiento exacto o "episteme".  Platón consideraba la doxa un tipo de conocimiento superficial y no confiable, mientras que a la episteme la tenía por fuente de conocimiento verdadero y justificado.

¡Bingo! Con esa palabra a mi disposición deduje  lo que podrían estar sufriendo muchos comunicadores y periodistas dominicanos: sufren de “doxitis”, que es una grave enfermedad del entendimiento, crónica y hasta puede que incurable. Hablan, especulan, teorizan y pontifican, basados en “conocimientos superficiales y no confiables”, indiferentes a los hechos comprobados.

Patean datos, estadísticas y libros igual que latas vacías. Desprecian lo fáctico y prefieren la chercha gritona y obscena. Con una desvergüenza que pone los pelos de punta imponen su ignorancia al público. Sin discernimiento, dan cabida a personajes infames y a bufones políticos empeñados en distorsionar la historia. Se esmeran en ganar audiencia ávidos de “likes”, procurando monetizar el disparate. ¡Qué vergüenza!

Si algo faltaba para certificar el predominio de la doxa en los medios de comunicación, recientemente- durante la efervescencia mediática provocada por los documentos del FBI y de la CIA – esa degradante superficialidad de los “opinadores” quedó comprobada.

Ya sea por malicia o incultura se mostraron desconocedores de la historia; dando a entender que la lectura no es lo suyo, y que no investigan los temas tratados. Desde sus plataformas, sin pudor, facilitan mentiras y empoderan el disparate. No comprueban, no contrastan, no retan a quienes entrevistan.

Además, es obvio que trabajan convencidos de que la vulgaridad y la falacia es lo que vende. Saben que los valores están en baja en el mercado y se les importa un bledo tomarlos en cuenta. Paralizados y arropados por la doxa se arriesgan a convertirse en imbéciles, y a que se tengan por mercenarios. Ya muchos lo son…

Suerte a que todavía tenemos unos pocos periodistas y comunicadores profesionales, cultos conocedores de su oficio, que intentan vacunarnos contra la “doxitis”. Pero los infectados gritando sandeces y banalidades y propagan  la epidemia.

Por ahora, la obnubilación consumista, el desprecio a la verdad, y la distorsión que viaja por las redes sociales, predominan. Pero eso es una realidad efímera; tarde o temprano se impondrán los hechos verdaderos. La episteme es lenta pero contundente.

Eso de tergiversar la historia, engañar, y enaltecer a connotados sinvergüenzas es una canallada y, crease o no, tendrá consecuencias negativas para los canallas.

Por supuesto, esa jauría vocinglera se siente por encima del bien y del mal. Pero debemos recordarles que otros hicieron lo mismos en el pasado, y ahora les cuesta sostener la mirada. Llevan tatuada en la frente cada una de sus mentiras.

Segundo Imbert Brugal

Médico psiquiatra

Psiquiatra, observador socio- político, opinador. Aficionado a las artes y disciplinas intrascendentes de trascendencia intelectual.

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