Desde que la película Emilia Pérez fue estrenada en las salas de cine, de manera proporcional produjo sentimientos de ambivalencia, por ser una película aclamada por destacadas premiaciones a nivel internacional y el odio provocado por una sociedad liberalmente de consumo. Que sustenta el odio como condena.
La producción alimentó la rabia de los haters, quienes se encargaron de divulgar “contenidos” cargados de bullying a los actores, al director francés Jacques Audiard, a las locaciones donde fue filmada -fuera de México- porque según esos “analistas”, el film ridiculiza los ya existentes estereotipos culturales mexicanos.
Así como la ráfaga de disparos contra el personaje en torno al cual gira la película. Karla Sofía Gascón. Por unos twitters “hispanófobos” realizados por la actriz entre 2020 y 2021. El odio que gestiona esta generación es tan alarmante, que ellos llaman a boicotear toda producción y a ridiculizar lo que no encaja dentro de su sistema de valoración y creencias.
Pero lo cierto es que estos oportunistas del sistema, que no tienen mérito alguno, emplean sofisticados mecanismos de condena cibernética. Que ha provocado que figuras del espectáculo sean enviadas a hogueras mediáticas y casi sin retorno. En ese sentido, ni la literatura se escapa a esta oleada de condena mediática, COMO J.K. Rowling, la autora de la saga Harry Potter, quien desde 2019. Se le ha condenado por sus posturas “transfobias”.
Y es cuando la película Emilia Pérez es un ejemplo de esto, porque grupos han sembrado el veneno en las plataformas sociales, para que la misma no tenga apoyo, al alinear los cañones para desaparecer la pieza artística. Por estúpidos prejuicios considerados estereotipos culturales.
Pero ya el film ha conseguido la valoración de la gente que apuesta a materiales audiovisuales de calidad y con sentido humano. Al provocar que muchas más personas deseen ver un tema recurrente, por el impacto social que provoca; pero la historia está contada desde una perspectiva muy interesante que entremezcla el quebrantamiento del orden por quienes están llamados a construirlo.
En sistemas donde todo tiene un precio y quienes están dispuestos a pagarlo. Emilia Pérez ha sido otra propuesta cinematográfica que toca fibras sensibles de sociedades, dejando al desnudo todo lo que pretendemos esconder bajo las alfombras y que, por medio de producciones de esta naturaleza, nos confrontamos con una realidad que lacera. Pero que a la larga nos conecta con lo que no deseamos.
Condenar lo incondenable es parte de la oferta mercantil de las redes, que se desplaza como un gigante que amenaza con eliminar todo aquello “moralmente” en desacuerdo por quienes están detrás de las grandes empresas que operan esos algoritmos. Pero mientras la cultura de la cancelación continúe avanzando, probablemente nuestro sentido de crítica también estará condicionado a lo que las redes establezcan primero y nosotros lo demos por sentado.
Y mientras el mundo siga su marcha, cada vez menos oportunidad habrá para que las personas establezcan un criterio propio que no esté sujeto a la “genialidad” de una red que juega, opera y manipula a los humanos, ahora con la modalidad de la cultura de la cancelación.
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