(Textos de los tiempos de la COVID-19)

376) En medio de este presente espantoso, mi vida se resuelve en una guerra de paciencia.

377) El ángel de la muerte me ha confinado a esta involuntaria prisión, suavizada por la presencia de los libros. Me levanto con el brote de la mañana. Me entusiasma el animado canto de los pájaros, el amoroso abrazo de la brisa mañanera, el sol que apenas asoma con sus primeras sonrisas por entre el tupido follaje. Voy de un libro de versos a otros, y de unas prosas a otras. Escribo un fragmento sentencioso. Apunto una idea, esbozo una posible historia, bosquejo unos versos. Así entretengo un poco el horror de este presente.

378) El espanto se multiplica sobre el mundo. Y es inútil que yo diga y repita que Dios parece estar ciego y sordo ante esta realidad. O tal vez no es así, y quizás esté más atento que nunca, y se goza a carcajadas limpias con el desastre. Ah, cuántos fanáticos religiosos se atreverían hasta a matar para hacernos saber cuánto “nos ama” su dios.

379) Ahora que el ángel asesino desnuda su espantosa presencia sobre la faz de la tierra. El hombre ha dejado de ser el zoo político aristotélico, es decir, el animal social por naturaleza; ahora ha devenido en bestia asocial por necesidad; peor aún: por sobrevivencia.

380) Como en todo libro de ficción, la grandeza de la Biblia no reposa en la “verdad de los hechos que narra” (que casi todos son inadmisibles a la luz de la honestidad y la razón), sino en el lenguaje simbólico, en el valor poético, en la belleza que rezuman algunas de sus fabulaciones. En el llamado Antiguo Testamento, unos narradores y poetas dan cuenta de las ocurrencias de su dios (Jehová, Yahvé, poco importa), el personaje esencial de la gran fábula. Los narradores cuentan los caprichos, la ira, la magia y la forma como el dios hebreo juega a crear el mundo, su furia expresada en diluvios, inundaciones, incendios y órdenes de exterminio de poblaciones con sus niños y ancianos; el mismo que permite violaciones, robos, incesto, etc. Esto es sólo algo mínimo de la primera parte de esta novela repleta de absurdos terroríficos.

381) En esto hemos devenido, en bestias encavernadas, temerosas. Hasta los más desaprensivos, hasta los que más desafían a la bestia asesina, permanecen ahora cubiertos por la incertidumbre y el miedo. A muchos los matará el hambre. A no pocos se los llevará el hartazgo, pero a todos nos corroe la gran angustia sin nombre. Ahora somos esto: “los gusanos del miedo”, como escribió la poeta Alejandra Pizarnik.

382) Supongo que la gran mayoría ora, y que muy pocos maldicen, pero a Dios, el tirano perfecto, poco le importa una cosa como la otra; sabe que el espanto, en vez de disminuir su credibilidad, la aumentará enormemente. La mayoría de quienes sobrevivan a la peste y la desolación proclamarán a los cuatro vientos la “generosidad” de su dios.

383) Voy de aquí para allá, de un libro a otro, de un apunte a otro, no, tristemente, como pez en el agua, sino como un anfibio ansioso chapoteando a veces en una selva y otra en un océano de palabras.

En parte llevaba razón Thomas Carlyle, cuando, hablando de la grandeza del Dante como poeta, en su renombrado libro Los héroes, expresa que “para buscar su par (se refiere al poeta florentino) “habría que escrutar la Biblia hebrea, y convivir con los antiguos profetas”.

384) Vi que alguien escribió por ahí que la Biblia es el libro más completo. Tal vez tenga razón y se trate del libro de compilación de fábulas más completo que hasta ahora se haya escrito.

385) La más de las veces, la convivencia con las personas que viven para arriba y para abajo con la cantaleta del amor y la misericordia de Dios resulta sencillamente infernal.

386) La censura es odiosa; la autocensura es miserable; son demasiados los que gustosamente se regodean en estas míseras cobardías.

387) Mi pobre mundo pareciera ahora despedazarse y lanzar sus trozos sobre mí, pero yo, por suerte, sigo escribiendo el libro. Guerras, ruinas, miserias egoístas, locuras de todo tipo me van cubriendo poco a poco, pero yo sigo escribiendo el libro. No creo que al final esto me salve de nada, pero alivia la herida de mi conciencia, la carga de mi existir; me hace más liviano el viaje hacia la nada inevitable.

388) En materia de ideología política, es más fácil que la gente pueda mirar para cualquier lado, pueda por lo menos establecer algunas certezas de hacia dónde quiere ir; en cambio, en materia religiosa, se debe avanzar a ciegas, al menos que el religioso no esté fingiendo, o esté transitando hacia la honestidad de las dudas, o hacia la pérdida total de la fe.

389) Lo que considero mejor de mi literatura lo ha escrito mi otro yo, si somos en verdad dos; o uno de mis otros yo, si en verdad somos más de dos; el asunto es que mi otro yo, o mis otros yoes, soy yo mismo.

390) Ciertamente, este es un libro de retazos y agonías, o de retazos agónicos.

391) Quien no haya aprendido que cualquier ganancia supone perder algo muchas veces esencial, y que toda pérdida (sin que necesariamente seamos cristianos masoquistas) puede constituirse en una gran ganancia, es sencillamente un ingenuo.

Thomas Carlyle.

391) Ya lo he dicho en algunas ocasiones en este libro: la Biblia es una novela en la que confluyen todos los géneros y a la que mejor parecen funcionarle las inverosimilitudes. Este libro “sagrado” prueba que a las mayorías de las personas les interesa cualquier otra cosa menos la verdad. Para todo creyente, sólo se trata de no leer al derecho.

392) A diferencia de algunas religiones paganas, los judíos se cuidaron de no inventarse un dios que tuviera pasión carnal por ninguna de sus criaturas humanas. A este dios le bastan el lujo, la alabanza, la sangre y el olor de la carne de los animales quemados en holocausto.

393) En la política, en las religiones y sus iglesias, así como en el nacionalismo mal entendido, es donde mayor cantidad de odio puede alojarse, el que puede crecer a niveles espantosos cuando los tres se abrazan solidarios y empujan causas comunes.

394) A pesar de que todavía leo tratados completos y relativamente largos, en los últimos años, probablemente en mi último lustro, he estado inmerso en la precariedad de la fragmentación. Ahora sólo bordo pequeñas pinceladas claroscuras, aunque no dejo de reconocer que en este lienzo que tejo y remiendo de mi comercio con la vida y la palabra, no faltan pequeños puntos de pura luz, pequeñas gotas cristalinas de arte injurioso, de testimonios blasfematorios.

395) Lo que tal vez pueda salvar la poesía del futuro es que pueda reinventarse una nueva épica, o relanzar otras, no sé. Yo pienso que asquea esta presente y sobreabundante poesía del yo despedazado.

396) Como la peste ha ido cediendo, poco a poco las diferentes empresas van entrando en operaciones; las iglesias van abriendo sus puertas, al igual que las bancas de apuestas; la verdad es que hay empresas que a uno le hubiera gustado que no volviesen a operar de nuevo.

397) Sin este confinamiento pandémico, probablemente yo no hubiera leído y releído tantos libros exquisitos; sobre todo, me he reencontrado (y aún sigo inmerso en ellos) con clásicos prodigiosos.

398) Hay dos cosas que me seducen: la vida y el lenguaje poético. La vida en sentido amplio: lectura y escritura, experiencias vitales. El lenguaje poético, al que es imprescindible la música, como parte de mi experiencia vital.

399) Hay que tratar de cultivar las palabras como se cultiva un jardín, proporcionando al mismo agua y sol en las cantidades adecuadas. Sólo en ese equilibrio, en ese balance, las flores podrán lucir su máximo esplendor, sonreír de la manera más alegre. Hay que cultivar el lenguaje literario con el esmero con que se debe cultivar un jardín, evitando por todos los medios el exceso de luz y de humedad.

400) Para mí, la Biblia se salva por la poesía, no por la verdad, por tanto, no por la ética. En parte llevaba razón Thomas Carlyle, cuando, hablando de la grandeza del Dante como poeta, en su renombrado libro Los héroes expresa que “para buscar su par (se refiere al poeta florentino) ‘habría que escrutar la Biblia hebrea y convivir con los antiguos profetas’”.

José Martín Paulino

Escritor

Abogado, escritor y crítico literario.

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