Aún parece tener importancia la pregunta ¿qué nos hace humanos? ¿se trata de nuestra capacidad de comunicarnos a través del lenguaje? ¿será nuestra capacidad de ser inteligentes, es decir, de ser capaces de pensar y actuar para alcanzar ciertos propósitos? ¿o acaso la capacidad de reconocer y controlar nuestras emociones? Etcétera…

Detrás de todas esas capacidades “que nos hacen humanos” existe un engranaje hasta cierto punto invisible, articulador de cuatro elementos importantes: cerebro, conciencia, pensamiento y acción, que al unirse ofrecen la posibilidad de comprender qué somos y cómo vivimos. Veamos cada uno de estos elementos.

El cerebro: centro rector y de control.

Con algo más de kilo y medio y más o menos el 2% del peso del cuerpo; unos 86 mil millones de neuronas intercomunicadas entre sí, que en sus funciones consumen casi el 25% de las calorías.  El cerebro, es la parte más voluminosa del encéfalo, en el que también se encuentra el cerebelo (cerebro medio) y el tronco encefálico (cerebro antiguo).

El cerebro, junto al cerebelo y el tronco encefálico es el centro de mandos del sistema nervioso, compuesto por dos hemisferios y cuatro lóbulos (frontal, parietal, temporal y occipital) que regulan las funciones cognitivas, las sensaciones y emociones, como el lenguaje, la audición, la vista, entre otras.

Por otro lado, mientras el cerebelo regula el movimiento y el equilibrio, el tronco encefálico, lo hace de funciones vitales e involuntarias, como son la respiración y el ritmo cardíaco. Otras partes son los ganglios basales, el tálamo y el sistema límbico. Este conjunto de elementos y sus funciones ocupan lo que algunos llaman “la caja negra”.

La conciencia: darnos cuenta de existir.

La conciencia, el ser y estar conscientes ha ocupado el pensamiento de muchos: filósofos, religiosos, yogis, científicos, entre otros. Si el cerebro fuera la máquina, el hardware, como algunos han pretendido, la conciencia es la luz que la enciende. Estar consciente es reconocer que existimos y sentimos, como poder reflexionar acerca de ello.

Los estados de la conciencia, como el sueño, la alerta, la percepción y la anestesia, ha ocupado mucho tiempo de científicos, como también la meditación, la hipnosis o la influencia de sustancias. Todos, de alguna manera, involucran cambios en la actividad cerebral y la manera como nos relacionamos con nosotros mismos y el entorno.

Para la psicología dialéctica la conciencia tiene dos mecanismos reguladores, uno de naturaleza inductora, pues produce, provoca o motiva el comportamiento, y el otro, de naturaleza ejecutora, que tiene la función de hacer que nuestro comportamiento se ajuste a la situación y al contexto. Forman una unidad más no una única identidad.

Pese a los avances de las neurociencias cognitivas una cuestión que aún no parece tener respuestas claras y precisas es ¿cómo surge la experiencia íntima de ser yo? ¿cómo explicar la autoconciencia? Son preguntas que siguen estando aún en la frontera de la ciencia y la filosofía. Su pérdida genera situaciones complicadas para sí y los demás.

El pensamiento: conversando consigo mismo.

El acto de pensar, en cierta manera, es una forma de conversar en silencio con nosotros mismos. Es generar orden de toda la información que nos llega desde dentro y desde fuera. Las estimulaciones sentidas, las cosas y acontecimientos percibidos, como aquellas que intuimos, recordamos e imaginamos, deben encontrar una cierta lógica y orden.

Así, el pensamiento es un puente que conecta nuestra conciencia con las decisiones y las acciones que emprendemos. La complejidad de este proceso hará que la distancia entre el pensar y el actuar pueda ser muy distinto en una situación que en otra. Decidir si probar un dulce nuevo será muy distinto al de mudarse de región y que decir, de país.

La acción: cuando lo invisible se vuelve visible.

A final de cuentas y sin restarle importancia al pensamiento, lo que finalmente nos define en el contexto social son nuestras acciones, lo que hacemos guiados lógicamente o no por nuestro pensamiento. Nuestro accionar hace realidad tangible lo que pensamos. ¿Qué nos lleva a actuar? No es una pregunta fácil de responder. Son muchos factores.

Con frecuencia les digo a mis estudiantes algo leído en alguna parte: “ten cuidado con lo que sientes y piensas, que pueden convertirse en palabras; ten cuidado con lo que dices pues se convierte de inmediato en acción. Ten cuidado con lo que haces, que terminará fortaleciendo tus pensamientos.

Cuando joven e integrado a la Acción Católica como parte de la Juventud Estudiantil Católica (JEC), el proceso formativo por la que muchos en aquel momento pasamos fue a partir del método de la revisión de vida: VER – JUZGAR – ACTUAR. Es decir, el de la acción guiada por la reflexión que se enriquecía por la acción misma. ¿Praxis?

Vivir con coherencia.

Al final, podríamos resumirlo así: no somos solo lo que pensamos, somos lo que hacemos con lo que pensamos. De eso trata vivir una vida de manera íntegra, aunque el escenario público está repleto de situaciones en que decir y hacer parecieran estar divorciados o vividos en mundos distintos.

La incoherencia, lo ilógico, como el disparate, son rasgos muy representativos de la obra que se nos presenta cotidianamente en la vida diaria, cual teatro del absurdo, donde cerebro, conciencia, pensamiento y acción parecen perder su exquisitez.

Julio Leonardo Valeirón Ureña

Psicólogo y educador

Psicólogo-educador y maestro de generaciones en psicología. Comprometido con el desarrollo de una educación de Calidad en el país y la Región.

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